martes, 30 de octubre de 2012

Turismo de aventura -y la explicación de por qué cada vez me cuesta más trabajo escribir sobre viajes

El artículo debe tratarse del azoro ante la naturaleza, de la sorpresa de las cascadas ocultas, del gratificante esfuerzo de las largas caminatas de exploración que terminan llevando a terrenos inéditos, fragantes de misterio. El artículo no debe tratar de la joda que me llevé caminando hora y media con zapatos que no estaban hechos para excursiones por el monte, ni de las maldiciones que ensayaba en la mente porque me habían prometido un viaje menos demandante y, ¿qué rayos estaba haciendo con cinco remedos de Rambo, más brioso uno que el otro, caminatas marciales y competencias por ver quién era el más bravo de todos?
Reúno adjetivos: impresionante, asombroso, majestuoso, intrépido, fascinante. Yo sólo quería regresar a la cabaña, tirarme en la cama, leer y fermentar mi mala onda. La cabaña que nos recibía tras la extensa caminata apenas tenía dos cuartos, tres camas, los excursionistas debíamos dormir juntos y confiar en la heterosexualidad del de junto, o aflojar carnes y cooperar y esperar que pronto terminara el viaje.
La hombría, la ostentación de la heterosexualidad, es el verdadero tema del viaje. Los Rambos se van bañando para quitarse el olor a barro, regresan con las toallas a la cintura, sacan de sus maletas desodorantes, bermudas y playeras. Son jóvenes y de ánimo ligero, muy contrario a mi amargura. Cuentan anécdotas divertidas de un tipo que tropezó en el arroyo y salió escupiendo charales, del que iba con diarrea cuando exploraron una cueva, del que fue picoteado por hormigas y creía que iba a morir por lo ostentosas de las ronchas. Se secan con toallas mientras recuerdan las anécdotas que se han contado -seguro- treinta, cuarenta, setenta veces, siempre que han hecho esta caminata. Luego alguno se queja de lo irritada que trae la espalda. Luego otro saca una crema, se la regaló su novia, nos dice que nos pongamos un poco. La crema huele bien. El de la crema dice que le gusta porque a eso huele su chica. Otro apunta el nombre, quiere regalársela a su novia. Viene la hora de las picardías, el tercero pregunta si saben de un aceite con olor a coco que pone a las mujeres muy locas. ¿Entonces con ese aceite la vuelves loca? El del aceite lanza sonrisa discreta. El aceite de coco la vuelve loca, entre otras cosas. Un cuarto que no ha hablado sorprende confiando el nombre de una espumita, la pones en las tetas de las viejas y ahí luego me cuentan. Todos imaginamos la espumita. Las tetas de las viejas. Siempre que se haga con respeto, claro, aclara el de la espumita. Todos estamos de acuerdo en tener respeto. Todos quisiéramos hablar de sexo pero lo hacemos con respeto. Ni modo de describir las faenas salvajes en las que las dejamos exhaustas y mansitas ante nuestra virilidad majestuosa. Más cierto: ni modo de confesar nuestras ejecuciones modestas que se compensan con charlas autocompasivas y series de TV que se comentan morosamente. Las mujeres, qué misterio las mujeres, no decimos ninguno pero cada quien se pierde tras una mujer que conoce y no conoce. El de la cremita confiesa que le preocupa la señal del celular porque su novia es desconfiada y dos días sin hablarse, seguro está pensando cosas horrendas. El del aceite de coco presume que su novia ya está acostumbrada porque ya la ha llevado a esas caminatas y sabe cómo son las cosas. El de la espumita pide opinión: la novia que se vuelve loca le ha hablado tres veces de casarse, no es que le saque al bulto pero, ¿casarse? El de la cremita dice que de pronto llega el momento y no queda de otra. El del aceite sugiere aguantar lo más posible porque después ya no se vive lo de antes y eso debe considerarse. El de la crema pontifica que, sin embargo, tarde o temprano hay que madurar. La palabra flota, tan femenina: madurar. El del aceite asegura: las mujeres se acostumbran a todo. El de la crema se lamenta: las mujeres no se acostumbran a todo. El de la espumita prefiere no pensarlo más, insiste en que compremos la espumita. Ponérsela en las tetas. Todos pensamos en las tetas. En la espumita. El olor de la crema nos envuelve, olemos a las chicas que no están con nosotros. Yo y mi amargura a cuestas, me pregunto si alguna vez han estado con nosotros. Pienso en los adjetivos de mi artículo. Impresionante, asombroso, majestuoso, intrépido, fascinante. Y solos. Hombres viriles heteros, que huelen a barro y a estar solos.

jueves, 4 de octubre de 2012

Psicoterapia Telcel

 Por supuesto, iba indignado. Y listo para recitar todas las formas lentas en las que creo que debe morir Carlos Slim. Ella lo sabía y por eso me dejó desahogar.
-Porque el puto Slim BLA BLA BLA al infierno con su BLA BLA BLA, putos monopolios de mierda que BLA BLA BLA, pero nos estamos organizando BLA BLA BLA; yo también soy 132 aunque sea de espíritu BLA BLA BLA, el que no brinque es Peña (y juro que brinqué: así era mi indignación).
La vendedora de Telcel me pidió mi número, tecleó rápidamente, constató que, en efecto, era momento de renovar mi contrato y cambiar de equipo.
-Yo le compré este cacharro -le enseñé el iPhone- a una chica por la mitad del precio que lo venden ustedes, le cambié el chip y aun con lo lento tuve el mundo que ustedes me negaban al alcance de mi mano: seduzco muchachas por Whatsapp, comparto a qué hora voy al único café al que voy en Foursquare, le tomo fotos a mis vasos de Starbucks y lo subo al Instagram. ¿Y ustedes qué han hecho por mi? Dime, menciona una sola cosa que ustedes hayan hecho por mí.
-Con sus puntos azules y su renta fija no puedo ascenderlo al iPhone 4 pero le alcanza para los Androids de esta hoja, revise y me dice cuál le interesa.
-Le diré qué me interesa -y mis ojos se inyectaron de sangre- me interesa una renta más barata, que limite mi red de datos porque quiero volver a salir a la calle y ver la vida: respirar el pasto, mirar los árboles, las ardillas y las mujeres en tacones, quiero pagarles menos para tener más calidad de vida, ahora seré yo quien los limite a ustedes y volveré a ser dueño de mi existencia.
- Renta más barata, de acuerdo. Mire estos Galaxys, tan bonitos, uno de ellos le puede servir.
-Me sirve volver a leer a Tácito, a Séneca, a Herodoto, esos pequeños placeres que he perdido por culpa de ustedes.
-Hay una aplicación muy amigable que se llama Alkido, ahí puede almacenar sus ebooks.
-¡No me interesa almacenar nada en estos artefactos! -bufé espuma rabiosa- ¡Quiero el olor del papel, del pan y la tierra mojada después de la lluvia! ¡Ya no me interesa seguir con este espejismo de la vida virtual!
-Estoy viendo que con la renta que quiere más bien le alcanza para estos Motorola, son más modestos pero con muy buena conectividad.
Y no entendí lo que me explicó de los pixeles de la cámara, la duración de la batería, el almacenaje de canciones, pero en la propaganda lo mostraba una rubia increíble y acepté. La vendedora siguió tecleando mientras yo trataba de explicarle con más detalle lo que me ocurría.
-No sé dónde quedó la vida, no sé dónde la perdí en esta borrachera del mundo 2.0. Entonces tomé decisiones: limitarme la conectividad para conectar mejor conmigo. Leer, escribir, escuchar álbumes completos y no sucumbir a las veleidades del shuffle; hablar con gente real y no con avatares de chichis que hacen daño y dan pena y se acaba por llorar.
-Firme acá y le entrego.
El aparatejo, más grande que el iPhone, sobrevivirá menos a la obsesión vintage pero por eso mismo será una suerte de delicatessen vintage. Pero no sucumbí a los recuerdos futuros, acepté la máquina con displicencia. Y ya preparaba los insultos de despedida cuando me dijo la mujer:
-Y no se preocupe que ya también le hice el cambio de chip. En pocos minutos su iPhone no funcionará más.
Palidecí. Un abismo insondable se abrió a mis pies. Sentí el vértigo del adiós y el olvido.
-¿CAMBIÓ EL CHIP? ¿CUÁNDO COÑOS LE PERMITÍ CAMBIARLE EL CHIP?
-Es para mejorar su conectividad. Cortesía de la empresa.
-Pero... ¿Y todo lo que tengo en el iPhone? ¿Contactos, mensajes, canciones que me dedicaron y dediqué, emoticons de cervezas y ligueros que prometían cervezas y ligueros reales? ¿Todo eso a dónde irá?
-Todo eso nunca existió. ¿Y no que quería deshacerse de todo eso?
-Sí, pero yo quería ser quien decidiera cuándo.
-¿Entonces vino a gritar sus bravuconerías solamente para compadecerse a sí mismo y no crearse un compromiso firme de cambiar?
-Mis fotos... la de la noche aquella en el Hotel Marlowe...
-Quítese la costra rápido, joven. Así duele menos. Digo, le duele ahorita, pero mañana que ya le entienda al Android estará listo para nuevas pics.
Me recargué en el mostrador y la miré intensamente a los ojos.
-Me siento patético. Es un teléfono de mierda, nada más eso. Nunca he endiosado a Apple, no compré la biografía de Jobs ni vi sus discursos en Youtube. Para mí esto -agité el iPhone- es un celular, y un celular es como una licuadora. Prefiero la licuadora, hace salsas, son reales, pican. El iPhone no. Pero cambió el chip y sentí un vacío. Sentí que perdía un hogar, ahora soy un damnificado, peor que el que vive un terremoto en Haití. Me siento muerto, me siento sin nada. No puedo creer que me esté pasando esto a mí.
Ella suspiró.
-Mire a su alrededor joven. Primero las propagandas: muchachos en una carretera. Muchachos en un globo. Muchachos en una fogata. Muchachos en un puente. Ahora vea a los demás clientes: ¿dónde está la carretera, el globo, la fogata, el puente? Vea sus gestos ansiosos, cómo disimulan sus carencias, cómo disfrazan sus miserias con arrogancia geeks. ¿Cree que vienen por teléfonos? Vienen por las montañas pero sólo tendrán recámaras polvosas. Vienen por el mar porque ya no escuchan cómo gotea la llave de agua en la cocina. Pero no lo saben y por eso buscan lo que usted ya supo que es falso: las fotos, las canciones, las promesas, las alianzas. Usted ya lo sabe, pero todavía no sabe cómo deshacerse de todo esto. Por eso le doy un Android. Cuando esté listo para la renuncia podrá regresar a los orígenes, el Nokia monocromático 1200.
-Pero los mensajes, señorita...
-No tenga miedo, va por buen camino. Ande, Telcel le regala un termo para cuando regrese al ejercicio.
Salí arrastrando los pies, hombros caídos, mirada perdida. Frente a mí pasó una anciana jamona que eructaba chorizo. La vida, me dije. También me di cuenta que me hacían falta cigarros.



domingo, 2 de septiembre de 2012

La Canción del Vino Especiado y el Hidromiel de George R. R. Martin


Apenas leo tres páginas y ya voy de bocafloja al tuiter a decir que la prosa de George R. R. Martin -el autor de la extensa saga Canción de Hielo y Fuego que ahora se adapta para serie de TV en la famosa Game of Thrones- es pobre y convencional, sin gran juego de lenguaje ni pretensiones de estilista, pero me voy tragando la bravata -más bien, voy matizando exabruptos- según avanzan los tabicotes de la novela: sigo creyendo que elige una forma narrativa práctica -esa estilo: "la marquesa salió a las cinco" de la que se burlaba Valery- y que no busca el regodeo en la forma, pero porque su interés se encuentra en presentar y darles volumen a montonazo de personajes que las solapas del libro comparan más cercanos a Shakespeare y Homero que al fantasy acartonado de juego de rol. Pero la intención no era repetir lo que en otros espacios ya han dicho de mejor manera: sobre la complejidad de los personajes, la versatilidad en recrear escenarios tan contrastantes como bosques ensimismados, metrópolis mustias o desiertos mucho más vitales de lo que su aridez finge -como suele ocurrir con todos los desiertos; también me guardo para otras parrafadas el emocionante momento en el que el gnomo Tiryon Lannister recuerda cuando conoció las osamentas de los dragones que asolaron a los Siete Reinos algunas décadas atrás, escena de una belleza enigmática por la devoción casi infantil con la que el Lannister marginado va revisando los esqueletos, paleontología fantástica que fisgonea la historia y el mito y acaso anuncien que toda la saga tiene su origen en este solitario asombro.
De carácter menos épico, pero que le da una dimensión más cotidiana (y se supondría, entonces, más verosimil), es un gozo ir revisando lo que comen los honorables Stark, los intrigosos Lannister, los cuasimonacales Guardias de la Noche o la Madre de los Dragones en su reino primitivo. Si se le debe reconocer a Martin su erudición para describir lo mismo una gran ciudad medieval que una casi-hacienda en el bosque, también se debe admirar su afición sibarita que en su gran novela sugiere un recetario amplio y apetitoso. Sin ser de lo más exhaustivo -y en el entendido que apenas voy hincándole el diente al tercer tabique de la saga-, ahí van algunos ejemplos de lo que comen reyes, guardianes y nobles de los Siete Reinos, el Muro y el otro lado del Mar Angosto:

Daenerys Targaryen es ofrecida como esposa al semibárbaro líder de los dothrakis, Kahel Drogo. Las costumbres de su pueblo son salvajes y en consecuencia voraces. Y así comen:
"Se atiborraban de carne de caballo asada con miel y chiles, bebían leche fermentada de yegua y los excelentes vinos de Illyrio hasta embriagarse por completo, y se intercambiaban bromas y puyas por encima de las hogueras con unas voces que a los oídos de Dany sonaban ásperas y extrañas.
Y así rinden tributo a su nueva reina:
"Los esclavos ponían ante ella trozos de carne humeante, gruesas salchichas asadas y empanadas dothrakis de morcilla, y más tarde frutas, compota de hierbadulce y delicados pastelillos de las cocinas de Pentos, pero ella lo rechazaba todo. Tenía el estómago del revés, y sabía que no podría retener nada."
En contraste, para los festejos de bienvenida a Ned Stark como el nuevo Mano del Rey, en la corte de la cosmopolita ciudad Desembarco del Rey se presenta el siguiente menú:

"Una sopa espesa de cebada y venado. Ensaladas de hierbadulce, espinacas y ciruelas con frutos secos por encima. Caracoles en salsa de miel y ajo. Sansa no había probado nunca los caracoles, así que Joffrey le enseñó a sacarlos de su concha, y él mismo le puso el primero en la boca. Después sirvieron trucha pescada en el río aquel mismo día, horneada en barro; su príncipe la ayudó a romper la envoltura sólida para dejar al descubierto el pescado jugoso. Y cuando se sirvió la carne, él mismo le ofreció la mejor tajada con una sonrisa seductora. Sansa advirtió que el brazo derecho todavía le molestaba al moverlo, pero en ningún momento se quejó. Más tarde se sirvieron empanadas de pichón y criadillas, manzanas asadas que olían a canela, y pastelillos de limón bañados en azúcar, pero para entonces Sansa estaba tan llena que apenas si pudo comerse dos pastelillos, por mucho que le gustaran."
Los Guardias de la Noche, custodios del Muro que separa a las amenazantes Tierras Libres de los Siete Reinos, hacen comidas simples en su preparación pero de resultados deliciosos. Así se festeja que Jon Nieve y sus amigos vayan a ordenarse como nuevos guardias:
"Los ocho futuros hermanos devoraron un festín de costillar de cordero asado con ajo y hierbas, adornado con ramitas de menta y con guarnición de puré de nabos amarillos que nadaba en mantequilla.
"—Viene de la mesa del mismísimo Lord Comandante —les dijo Bowen Marsh.
"Había ensaladas de espinacas, garbanzos y nabiza, y de postre cuencos de arándanos helados y natillas."
El mercader que le ofrece a Dany vinos -y entre ellos uno envenenado porque el rey Robert Baratheon ha ofrecido una recompensa a quien la asesine- le recita las distintas maravillas que vende:
"—Tintos dulces —proclamaba en excelente dothraki—. Tengo tintos dulces, de Lys, de Volantis y del Rejo. Blancos de Lys, coñac de peras de Tyrosh, vino de fuego, vino de pimienta, néctares verdes de Myr. Cosechas de bayas ahumadas y agrios de Andal, tengo de todo, tengo de todo. —Era un hombrecillo menudo, esbelto y atractivo, con el cabello rubio rizado y perfumado a la moda de Lys. Cuando Dany se detuvo ante su puesto, hizo una profunda reverencia—. ¿Quiere probar algo la khaleesil Tengo un tinto dulce de Dorne, mi señora, su sabor canta a ciruelas, a cerezas y a roble oscuro. ¿Un barril, una copa, un traguito? Después de probarlo le pondréis mi nombre a vuestro hijo."
Un ejemplo de cocina popular, que no puede comer la pobre Arya Stark cuando huye del castillo donde han apresado a su padre, pues no tiene dinero siquiera para un estofado:
"(...) había tenderetes con calderos en cada callejón, en los que hervían guisos que llevaban años al fuego; allí se podía cambiar media paloma por un pedazo de pan del día anterior y un «cuenco de estofado», y hasta te ponían la otra mitad al fuego y te la asaban, siempre que uno mismo le quitara las plumas. Arya habría dado cualquier cosa por un tazón de leche y un pastelillo de limón, pero el estofado tampoco estaba tan mal. Por lo general llevaba cebada, trozos de zanahoria, nabo y cebolla, y en ocasiones hasta manzana, y siempre había una capa de grasa en la superficie. Ella procuraba no pensar en la carne. Una vez le había tocado un trozo de pescado."
Del segundo tomo, Choque de reyes, un banquete en un torneo puede volverse metáfora de la inexperiencia de la tropa del aspirante a rey Renly Baratheon, pues cuando están al borde de la guerra  la imaginan como un cuento candoroso de heroísmo que caza a la perfección con un festín opulento:
"Porque comida había en abundancia. La guerra no había afectado a la legendaria generosidad de Altojardín. Mientras los bardos cantaban y los saltimbanquis hacían cabriolas, el banquete se abrió con unas peras al vino y prosiguió con rollitos crujientes de pescado a la sal, y capones rellenos de cebollas y setas. Había granes hogazas de pan moreno, montañas de nabos, maíz y guisantes, jamones inmensos, gansos asados, y platos rebosantes de venado guisado con cerveza y centeno. A la hora del postre, los criados de Lord Caswell sirvieron bajdejas de dulce hechos en las cocinas del castillo cisnes de crema y unicornios de azúcar, pastelillos de limón en forma de rosa, galletas de miel especiadas, tartas de moras, tartaletas de manzana y ruedas de queso cremoso"
Mientras que los atormentados Greyjoy, Hombres de Hierro de hábitos austeros, se distinguen por los banquetes modestos:
"El banquete era exiguo: una simple sucesión de guisos de pescado, pan negro y cabra poco especiada. Lo más sabroso, en opinión de Theon, fue una empanada de cebolla. la cerveza y el vino siguieron corriendo mucho después de que se retirase el último de los platos"
En el enigmático capítulo donde llevan a Daenerys a la Casa de los Eternos, para entrar le dan de beber "un líquido espeso y azul: color-del-ocaso, el vino de los brujos". Y al probar:
"el primer trago le supo a tinta y a carne podrida, nauseabundo, pero cuando lo tragó sintió como si cobrara vida dentro de ella. Fue como si unos tentáculos se extendieron por el interior de su pecho, como si unos dedos de fuego se le enroscaran al corazón, y se le llenó la lengua de sabor a miel, a anís y a crema, a leche de madre y a la semilla de Drogo, a carne roja, a sangre caliente y a oro fundido."
Y el último, para no abrumar: cuando Tyrion y su hermana Cersei se juntan para cenar. Será una reunión llena de intriga y golpes bajos. Pero mientras planean sus estrategias de ataque:
"La mesa de Cersei estaba bien surtida,aquello era innegable. La cena comenzó con una crema de castañas servida con pan crujiente recién hecho, y verdura con manzanas y piñones. Luego se sirvió empanada de lampresa, jamón asado con miel, zanahorias rehogadas en mantequilla, judías blancas con tocino y un cisne asado relleno de setas y ostras."
A veces veo películas de los setenta y ochenta de la Ciudad de México, sabiendo que son malas, solamente para fisgonear calles que voy relacionando con la infancia o la adolescencia. Ya no me atrevo a insistir que la prosa de Martin sea pobre, pero sí reconozco que mucho del morbo de seguir leyendo -además, claro, de las relaciones de los personajes, de los momentos irónicos de Tyrion Lannister (mi favorito), la picaresca de Arya o las misteriosas exploraciones a lo desconocido de Jon Nieve- es toparme con otro banquete, incluso simples desayunos o cenas que con sus vinos especiados y vasos de hidromiel hacen salivar y correr aunque sea por la triste tortilla con sal que puede conseguirse en este reino democrático y justo (Calderón dixit) de la realidad.
No recuerdo -y tampoco es cosa de volver a revisar las dos temporadas que ya existen- si la serie de TV se ha solazado tanto en mostrar banquetes, comidas, cenas entre los personajes de Game of Thrones, quiero creer que con la moda ya habrá algún restaurant carísimo en Nueva York o Los Angeles que reproduzcan estos platillos, o al menos que ya exista un recetario de la comida de los Siete Reinos; habrá que averiguar para pedirlo ya por Amazon.
Y es cierto: la saga de Martin no es un paradigma de lo literario, pero sí es un banquete robusto y consistente de lo narrativo. Libros gordos, jugosos, más semejantes al buen bife de los Stark, que a los frugales canapés de las narrativas microfashion que tan en boga están. Y ya no sé cómo terminar el post, lo hago abruptamente: para seguir leyendo el tercer tomo, a ver qué guiso se va preparando en la opulenta Fortaleza Roja donde hasta la página 250 del tercer tomo siguen rigiendo los Lannister. Que los Dioses Nuevos bendigan sus especiados alimentos.

PD: Listo, acá está el blog donde se habla de la comida de las novelas de Martin y la serie de TV... tiene además el encanto de contar cuáles podrían ser los platillos originales en los que se basó el escritor para después describirlos en sus novelas.
Y se agrega  un libro de cocina -A Feast of Ice & Fire- que se antoja tener al ladito de la estufa. Y nomás para los geeks de la serie, miren qué lema tan naiz: In the Game of Foods, you win or you wash the dishes. Provechito, pues.

martes, 29 de mayo de 2012

Del 131 al 132


¿Cómo caracterizar a los participantes del movimiento #YoSoy132 que por fin le puso emoción a la antes desangelada campaña 2012 por la Presidencia de la República? Se me ocurre:

1) En el post anterior sugerí importante en el video de los 131 de la Ibero el deseo de afianzar su identidad. Más que el mensaje contra Peña Nieto era reivindicar su autonomía frente al cliché del niño-Ibero-RBD. Ahí no supe cómo agregar un detalle que me pareció revelador: daban su número de matrícula, mostraban su credencial, pero bien se cuidaban de dar apellidos. María José L., Alonso G., Karen M. Mi supuesto inmediato: se muestran pero se cuidan del secuestro. Y siguió el fantaseo sociológico: la gran mayoría de estos muchachos, parte de la clase media alta y alta, han desayunado, comido y cenado con las horrorosas historias del secuestro. Quizá varios de ellos han tenido una experiencia cercana. Y desde este imaginario viene la mesura y la paranoia. Al menos una década de anécdotas pavorosas, que hacen de la ciudad y el país un territorio inhóspito para ellos, de ahí el ghetto autoimpuesto de tres colonias nice con guaruras y sistemas de seguridad intimidatorios que segregan y autosegregan (y quien necesite una ilustración estremecedora busque la película La zona de Rodrigo Plá). El resto de la ciudad -del país- era para ellos un territorio fantástico, al estilo del Lejano Oriente que describe Marco Polo, con seres monstruosos-cuasi-lovecraftianos como secuestradores, nacos, resentidos sociales, pachucos, cholos y chundos, chichifos y malafachas. Para muchos de ellos, "bajar" al Centro Histórico del DF podía suponer un viaje iniciático, no exento de retos y peligros por lo desconocido. Pero ahora, la urgencia de manifestar una convicción política los hizo arriesgar matrículas y crecenciales, abirse al resto del país y mostrar sus rostros, aun contra los escrúpulos de los padres. El reto no solamente fue contra Peña Nieto y el priísmo, también contra el miedo al México amenazante, ese del que sus mayores se protegieron hace seis años al votar por Calderón y comprar la consigna siniestra de López Obrador como el "peligro para México". El video, entonces, opera como 1)  rechazo al viejo régimen, 2) ejercicio de identidad, pero además es 3) confrontación contra los padres y las generaciones previas, medrosas al México naco que capitalizó el PAN en 2006. Con su video, los 131 también recuperan una ciudad y un país.

2) Los 131 están a punto de ser 132 y esa transición los lleva a la entrevista con Carlos Loret de Mola. Se les ve verdes, no tienen el colmillo de cualquier estudiante grillero de Ciencias Políticas de la UNAM. Pero en su ingenuidad también está su encanto: se recupera un ejercicio, si se quiere naif, de college movie en el que quince amiguitos hacen planes para enfrentar al maloso que quiere destruir un bosque para construir un centro comercial. La diferencia es que aquí el reto es tan real como ambicioso. El villano fársico es Peña Nieto y su horda de prinosaurios, lo que se defiende no es un bosque, sino una nación. Y aquí la opinión del país está al pendiente de lo siguiente que harán.

3) Lecciones de real politik. El miércoles 23 de mayo se organiza el mitin #YoSoy132 con el plan cándido de intercambiar libros y pintar mantas con reclamos a Televisa y los candidatos. En eso el Pejeback Writer Paco Ignacio Taibo II les agandalla el micrófono, dispuesto a lanzar la arenga, capaz le sale tan chula como la que lanzó el pasado domingo en Tlatelolco, en un mitín de jóvenes con Andrés Manuel López Obrador. Pero los estudiantes protestan. "Apartidista, apartidista", la consigna opera como requisito para la legitimidad. Y el novelista  planta dilemas de realidad: “me parecen muy extrañas las declaraciones de neutralidad, o díganme ¿quién aquí va a votar por Peña Nieto?"
Minutos después, la convocatoria se desborda y el mitin friendly pide marcha hacia el Ángel de la Independencia. Los convocantes todavía creen que pueden manejar el tumulto: sugieren que se haga una cadena humana y se transite por la acera de Reforma. La raza de UNAM, Poli y UAM no obedecen. Si la "cadena humana" es una idea que viene de manifestaciones al estilo gringo o europeo -civilizado y todo goe- el aprendizaje de los estudiantes de las universidades públicas viene del 68 y el 86 y el no tan lejano 99-00. Ellos saben del simbolismo histórico que tiene "tomar la calle" y se desbordan a todo lo ancho de Reforma. Aquí se ha trascendido la candidez del video 131 y el reclamo democratizador adopta las formas tradicionales de los movimientos estudiantiles mexicanos. la tradición se refrenda con lo que se habla mientras se camina: hay que instaurar una asamblea universitaria, hay que redactar documentos y proclamar planes de acción unificados. Lo que los distingue de los movimientos previos: el vehículo de confluencia es internet y  las redes sociales. Y otro más: aunque es obvia la mayoría de estudiantes de universidades públicas, estos respetan el primer impulso de las universidades privadas. Reconocimiento pero también estrategia: los estudiantes de la UNAM saben que desde la extenuante huelga de 1999-2000 se deterioró su imagen política ante la opinión pública, y serán fácilmente tildados de porros, grillos, revoltosos. Y que la "novedad" de los universitarios Iberos lo dota de frescura y originalidad al reclamo que en ellos hubiera sido obvio y fácilmente censurable. Pero también, los de las públicas aportan la experiencia política de la que adolecen los universitarios de las privadas. Y al menos mientras se cumplan las fechas de las elecciones, en este momento la alianza se antoja benéfica para todos los grupos.

4) ¿De verdad es tan ingenua la banda Ibero con su activismo? Se vale ensayar otro argumento: el estilo de la política en las universidades particulares no posee las "habilidades" (pero tampoco los vicios) de las universidades públicas, pero se han fogueado en otras arenas de actividad social, que a veces parecerían risibles pero al menos tienen su virulencia como campos de entrenamiento. Los de las universidades privadas están lejos de discursos abiertamente de izquierda -los mismos estudiantes de las públicas saben rebasados conceptos tipo "lucha de clases", "dictadura del proletariado"- pero han aprendido el ejercicio ciudadano de la protesta en causas más cool, si se quiere. De pronto es la defensa y el rescate de los animales callejeros. O más beligerante, las protestas antitaurinas. Y engañados o no, Starbucks hace reflexionar sobre comercio justo. Y como además de ecológico y ciudadano es trendy, hay que treparse a una bicicleta y apropiarse desde la foto Instagram del espacio público. Y aunque sea ajeno, recolectan víveres y donaciones para el terremoto de Haití o de Chile. El que atañe íntimamente: las batallas sobre manejo libre de información en internet (¿alguien recuerda el #internetnecesario?). Temas más serios, pero también más propios de individuos que de "clases": apoyar el matrimonio y la adopción gay, manifestar adhesión o rechazo a la legalización del aborto, salvar la reserva espiritual de Wirikuta, treparse a algún reclamo ambiental que involucre manglares, bosques o animales en peligro de extinción. No son las causas clásicas y fundamentales, como conquistas laborales, justicia agraria, derecho a la vivienda, representaciones sindicales, pero implican ejercicios ciudadanos que les permite reconocerse como tales y comprender que su reclamo, aun visceral y desordenado el día que los visitó Peña Nieto, contiene una sustancia legítima y trascendente. Es la democratización de los medios electrónicos, es la protesta ante un candidato -y posible presidente- que parece más expendedor melodramático de fast food que político de verdaderas miras, es la preocupación por otro sexenio tan inútil y lamentable como el que está muriendo, es una toma de conciencia ante un estado de las cosas que redujo a los jóvenes a un nicho de mercado para venderle conciertos y gadgets. Y la revancha viene justamente desde la tecnología evasora: si este movimiento tiene empuje, justamente es gracias a las herramientas tecnológicas que supuestamente eran juguetes para la evasión.

5) Una foto:

Y en contrasentido, una colección de preguntas incisivas de Carlos Ramírez en El Financiero:
8) ¿Se atreverán los de la Ibero a criticar las posturas conservadoras de los sacerdotes jesuitas que se han alejado de la realidad social, en tanto que los dominicos son los que construyen comunidades sociales de base y denunciar al salinismo que sigue dominando la ideología educativa de la universidad? ¿Tardarán mucho los estudiantes de la Anáhuac en arremeter contra los Legionarios de Cristo -dueños de esa universidad- por las trapacerías de abuso sexual del padre Maciel? ¿Cuándo los estudiantes del Tec de Monterrey se van a rebelar contra el formato educativo de esa institución que busca formar empresarios para el sistema de distribución inicua de la riqueza? ¿Y exigirán los estudiantes de economía del ITAM cambiar la doctrina neoliberal que les enseñan como reproducción de la Universidad de Chicago de Milton Friedman y que los convierten en Chicago boys mexicanos por una economía social?
Parece temprano para imaginar hasta dónde llegarán las preguntas de los 132. Su objetivo alcanza hasta el 1° de julio; el resultado de las elecciones seguramente decidirá el rumbo del movimiento: la unidad que trascienda la coyuntura política, la atomización, la complejidad o frivolidad de las siguientes preguntas. Pero el inicio del ejercicio entusiasma, en una sociedad que se había resignado a una presidencia de telenovela, a una cobertura mediática complaciente y sin esfuerzo, a una generación joven que se creía limitada a foros de animes y grupos indie.
Probablemente fracasarán, como debe ocurrirle a todas las generaciones. Pero de ese fracaso saldrán las voces, las ideas originales, que le den frescura a la partidocracia caduca mexicana. La generación que le dará algo al país en los siguiente años no se está formando en los partidos políticos, o en los medios de comunicación tradicionales. Se están haciendo en las calles que van tomando. Y apenas van aprendiendo a crear sus discursos. Son torpes, balbuceantes, pero tienen el prodigio del riesgo, del desparpajo, de la imaginación.


Y sí, este post está dedicado. Ya sabes quién eres ;)

martes, 15 de mayo de 2012

131

El video de los 131 estudiantes de la Ibero semeja aquella campaña de redes sociales que ocurrió hacia septiembre de 2009 y que todavía muchos recuerdan; trataba de una señora desconfiada de los tuiteros perversos violadores salvajes y siniestros, quienes traficarían con los órganos de su adorable hijito Webbie Granados. Una convocatoria a cargo de Jorge Pinto desbordó la ocurrencia y permitió atisbar el universo real de los 2.0: en el blog Sra. Granados se improvisó un jocoso collage de fotos de universitarios, preparatorianos, ninis sonrientes, aspirantes a hipsters, entusiastas de la faveada crusherosa, exhibicionistas francos y procrastinadores aguerridos, quienes al poner nombre y rostro a sus arrobas también creaban una feria de la identidad que bien podría ser potaje espeso para cualquier sociólogo en busca del tema de su tesis perdido.
El asunto ahora es más serio: el candidato priísta a la presidencia Enrique Peña Nieto acude a la Universidad Iberoamericana, básicamente a soltar las mismas frases prefabricadas con las que su partido ha estado saturando bardas y televisores. La sorpresa ocurrió cuando los estudiantes de la Ibero, de manera espontánea, empezaron a confrontarlo y le gritaron sapos y culebras, lo corretearon por las instalaciones del campus y lo hicieron marcharse de una forma definitivamente ridícula. Por supuesto que hubo resonancias: la tuitósfera fascinada, el presidente del PRI Joaquín Coldwell se lamentó de los "grupos no representativos de la universidad que incurrieron en faltas de respeto" y periodistas lambiscones tipo Ferriz de Con y Pablo Hiriart se apresuraron a adjudicar el zafarrancho a las perniciosas huestes de López Obrador.
Entonces viene el acaso más importante capítulo de la historieta, y es el video de los 131 alumnos de la Ibero. Que como aquel ejercicio de la Sra. Granados, sobrepasa su propósito. Porque de inicio se trata de la respuesta que dan los estudiantes de la Iberoamericana a los desdeñosos comentarios de Joaquín Coldwell y Arturo Escobar, vocero de la franquicia fascista Partido Verde, cuando describen que apenas un puñado "no representativo" buscaron desestabilizar el espíritu plural de la universidad. En el video los alumnos enfatizan en que no son "acarreados, no porros y nadie nos entrenó para nada." Y sigue la  galería de estudiantes que dan su nombre, muestran su credencial y miran de frente a la cámara; rabiosos unos, con solemnidad otros, haciéndose de paso las guapas las que tienen con qué.
La interpretación más superficial celebra el video por su afán mitotero de confrontar la arrogancia priísta, tan llena de argumentos y pretextos para trivializar el abucheo a su candidato (control de daños que le dicen). Pero si se observa las miradas concentradas, los ceños fruncidos, si es escuchan las voces retadoras de algunos estudiantes, se va comprendiendo en los 131 Iberos una urgencia de existir, de hacer su espacio en el país.
El estereotipo de los estudiantes de la Ibero los convierte en hijos de papi, adinerados ociosos quienes saben que sus puestos de trabajo los están esperando desde antes que elijan su carrera, fines de semana en Valle y party en los bares de Palmas, anorexia y bulimia como deportes introspectivos extremos, boletos platino para los conciertos y vacaciones en Estados Unidos (los jodidos) o Europa (y el mochilazo no es única opción sino gusto por la aventura goe). La discriminación a la mexicana que se ha evidenciado con más fuerza desde las campañas políticas de 2006 ha ido en doble sentido, y así como hace de las clases medias un enjambre apestoso de proletarios, jodidos, gatos asalariados, también caracteriza a las clases altas con crueldad.
¿Por qué visitó Peña Nieto a la Universidad Iberoamericana? Porque en teoría se trata de una institución incapaz de ponerlo en situaciones incómodas, y eso de paso le permitiría grabar escenas conmovedoras de un candidato que sí sabe acercarse a los estudiantes. Y esta cualidad se trastoca en insulto: la Ibero como un espacio acrítico, apático, con una memoria histórica acomodaticia. Ir a la Ibero sería como ir de día de campo, distinto a esos nidos de revoltosos, territorios comanche desde los años setenta para los priístas y panistas, que serían la UNAM, la UAM o el IPN. En la elección ya se cataloga con desdén a la banda Ibero: niños bonitos que aplaudirán como monos amaestrados, que harán los nectes necesarios para fraguar su carrera en el presupuesto, sin ideas críticas porque esas se les termina con el nuevo Ipad que les compre sus papás. Y es justo ese estereotipo el que los iberitas combatieron en la visita de Peña Nieto. Le gritaban Fuera Fuera y también corrían al cliché de su supuesta frivolidad. Por eso les fue tan necesario grabar el video de los 131 alumnos: lo anecdótico era deslindarse de cualquier provocador profesional (la obviedad de los videos de la visita de Peña Nieto hace rídículo el supuesto), lo importante fue reforzar su autonomía como individuos de su tiempo. De modo semejante al de los tuiteros de la Sra. Granados, en su reclamo los 131 iberitas existen. Ya no son esa otra masa amorfa de riquillos hedonistas. Hay estudiantes específicos que reclaman, confrontan, se muestran. Se llaman Jimena, Francisco, Mayela, Agustín. Al mostrarse se narran. Al narrarse desmitifican. Contra lemas clasistas o discriminatorios, un carnaval de credenciales, rostros, voces. Contra el cliché, personas. Si se vale la impertinencia kitsch, un Todos Somos Marcos del mundo del revés. Los 131 del video parecen decir: Todos Corrimos a Peña Nieto, y todos nos sentimos orgullosos de eso.
No falta quienes insisten en relativizar el suceso: ¿fue importante solamente porque fue de la Ibero? ¿Cómo se vería si hubiera ocurrido en la UNAM? Fue importante justamente porque ocurrió en la Ibero, el espacio donde menos se esperaba (también hubiera sido importante en la UNAM, pero estemos de acuerdo que sería lo obvio; justo por eso ahí ni por error se aparece Peña). Y fue hacer un guiño al país: un movimiento inesperado que despierta de la modorra y obliga a acompañar la bravata. Es cierto que quizá muchos de los 131 estudiantes olviden este momento y, como diría el poema de José Emilio Pacheco, con el tiempo se vuelvan en todo aquello contra lo que lucharon a los veinte años. Pero ahora atisbaron la adrenalina, la identidad que confronta el prejuicio, el impulso de la trasgresión, la energía para espetar orgullosos gestos de insolencia.
Conmueve cuando tuiteros de la UNAM o el Politécnico saludan el video de la Ibero con entusiasmo, recuerda ese lejano 68 en el que los estudiantes de la Ibero cerraron su propia escuela para sumarse a la huelga estudiantil. Hace poco circuló por las redes el artículo desencantado que proponía a los jóvenes actuales como una apática Generación Zoé. El video de los 131 iberitas también le contesta.



domingo, 6 de mayo de 2012

De esto se trata The Avengers



De las telenovelas mitológicas-patrioteras del Capitán América y Thor porque tienen Patria Legado Linaje pesadísimos qué respetar, contra el pragmatismo neoliberal de Tom Stark (Robert Downey Jr. sobreactuado el 95% de las veces; efectivo el 80%) asegurando que él no movería un alambre para ayudar a cruzar pero sí lo cortaría, y sobre todo del prodigioso Hulk como antihéroe existencialista, para reflexionar sobre la identidad escindida o sobre la falta de té de tila en la despensa, incómodo con el new age hindú hasta que lo mandan llamar para chambear del héroe que no quiere ser, y resolverlo con un tajante-pragmático NoStesChingando que se lo merece una y quince veces el SebasThor Rully tan peleonero con su hermano porque así le indicaron en la escaleta.
Scarlett Johansson amarrada e indefensa se ve igualita que en mis sueños eróticos más recurrentes y Cobie Smulders debería dejar la aburrida historia de cómo conoció Ted Mosby a la madre de sus hijos para ofrendar su rostro más días, más horas, de manera más urgente, a la pantalla grandotota.
Y palomitas y coca y hot dogs y no vayan al cine el domingo, es fatigoso.
Cinco estrellas y medio menos tres más Mejor Rentarlo en BlockBuster si en tres meses sigue existiendo.

jueves, 3 de mayo de 2012

Mi generación se está divorciando

Planeábamos con Jorge, Mariana y Pedro cómo rearmar los podcast de La vida imaginaria y a la hora de fijar nueva reuníón (no lo olviden amiguitos, mañana viernes a las cuatro en casa) Pedro se excusó de no poder estar una tarde, soltó con amargura que un amigo se casaba y debía ir a su boda. Tan veinteañero como Mariana, se pusieron ambos a lamentarse de los amigos que se casaban, de lo solos que empezaban a quedarse, de la tristeza contenida que simula sonrisa serena para felicitar y desear toda la suerte del mundo.
Recordé amarguras similares mías a sus edades y como trailer de una película larga y fastidiosa se precipitó el collage de la gente de mi edad, de aquellos que hace quince años estaban dale que dale con sus casorios, y me fui sorprendiendo: más avanzados unos, más melindrosos otros, algunos con aire festivo y otros en franco tono catastrófico, varios se están divorciando. Entonces también entendí por qué los he estado evadiendo: las charlas que me han tocado con ellos se han convertido en consultorías sentimentales con énfasis en el desencanto. Entender y no entender por qué no funcionó el matrimonio. Soltar sapos y culebras contra ese cabrón o esa pinche vieja. Confesar ambiguamente alguna canita al aire que les permitió reformular muchas cosas. Fumar compulsivamente. Recitar agobiantes contabilidades de pensiones alimenticias, rentas de cuartos lóbregos y automóviles que nomás no se sabe cómo dividirlos. Son charlas ríspidas, con voces fatigadas, que también piden de uno cierta sobriedad: no soltar lo que de verdad se piensa de esa bruja o ese culero porque ya se sabe que a la hora de la hora te salen con que siempre regresaron y luego qué cara les pones cuando te invitan a cenar.
Pero los amigos en tránsito de separarse parecen pedir un poco de eso. Complicidad. Empatía. Solidaridad. Y lo curioso: que les cuentes la otra parte de la historia, la que no reconocieron cuando estaban en su burbuja virtuosa del matrimonio. ¿De verdad siempre te pareció tan posesiva? ¿Por qué no me hiciste ver cuando se pasó de gandalla en esa fiesta? En aquel viaje que hicimos empezó el declive, ¿te acuerdas cómo se portó en los tacos? Tú que la ves de fuera, por ejemplo, en el cumpleaños de mi hijo, ¿qué tal te pareció su actitud? Hay una historia que no conoce el casado y que presenció quien estaba fuera del matrimonio, así como existen las otras historias, la silenciosa de la intimidad, la tensa de los desayunos, la desencantada de las expectativas cumplidas a medias, que el de afuera apenas las atisbo en los gestos fastidiados de supuesto cansancio. Se cuentan momentos nimios que ahora resultan claves: la primera vez que entré a su casa presentí algo. No me dio confianza cómo miró a mi amiga, pero lo dejé pasar. Debí sospechar cosas desde que la vi doblar la ropa. Dijo que era un poco nervioso, un poco, ¿quién iba a pensar que terminaría así? En alguna parte de Tu rostro mañana Javier Marías dice que desde que se conoce a una persona ya se sabe cómo terminará esa historia, si habrá lealtad o traición, si será un vínculo fuerte o deshilachado, de qué manera se volverá doloroso lo que al inicio es placentero, y que todo lo posterior de la relación es el esfuerzo de conjurar la disolución que ya se ha intuido. De modo que las charlas con quienes se están separando tienen un poco de epifanía: hablan y hablan de los agravios para hurgar en el pasado y encontrar el momento justo del deterioro, reinterpretan sus historias como forma de darle cuadratura al desencuentro que enfrentan todas las noches en casa.
Pero me perdí en la teoría literaria cuando en realidad quería hurgar en los chismes vitales. Es decir: que junto a esta parte cansina, amarga, de detallar -novelizar- la disolución -no deja de ser un duelo, es como enterrar a alguien, describió Guapóloga mientras me echaba raite a mi casa- también viene la ansiedad del reinicio, ahora cuéntame cómo ha sido tu vida, qué hiciste de nuevo, ¿sacó disco nuevo Madonna? Tienes que actualizarme porque desde hace tres pelis que le perdí el norte a Wenders (y cómo explicarle que justo desde hace cinco pelis perdió el norte el mismo Wenders). Y aquí viene lo divertido. La urgencia de echar unos tragos en el Pasagüero. Su planeación compulsiva de un fin de semana en la playa. ¿Conoces un galán, una chamaca, que me puedas presentar? ¿Pero por qué tan cansado, si apenas son las ocho de la noche y pues hay que buscar otro antro?, necesito recuperar el tiempo perdido.
Yo hice el chiste hace años: cásense, ahí los espero a que se divorcien, aunque ahora que regresan con el divorcio a cuestas traen consigo (traemos, que también está lo mío) los raspones que suelen mostrarse como heridas de guerra: el recelo, el sarcasmo, la poca tolerancia como resúmenes ejecutivos de tantos domingos o viernes malhabidos. Pero aun con toda la angustia a cuestas, lo interesante del divorciado es la adquisición de cierto nivel superior de conciencia, como si se hubieran metido una pasta para un trip fatigoso que les duró tres, siete, diez, quince años, y del que salen con una mirada tan cruel como transparente. Ahora entiendo muchas cosas, dicen, y el lamento íntimo es por no haberlo entendido hace tres, siete, diez o quince años. Desde ahí creamos un código secreto: ¿también divorciado?, y se precipitan charlas en clave que apenas requieren palabras concretas para afianzar entendimientos: suegros, hermanos, hijos, su nueva fulana, el placer de haber tirado ese tapetito cursi que nomás nunca no.
No sé por qué quería hacer un post chacotero y me quedó más bien amargoso, capaz para provocar la compasión de Mariana y Pedro, cachetada con guante blanco por mi ligereza ante ellos y su temporada de bodas. En el post que imaginé había adquisición de mascotas exóticas, cursos intensivos de cerámica, tutoriales para poner repisas y hasta los Timbiriches como forma lamentable de educación. En otro chance, con otro tono, le entramos a esto. Ahora me voy al café a ver a quien encuentro para hablarle de mi divorcio. O a ver The Avengers. Deflectar.

jueves, 26 de abril de 2012

Propongo a mis tías Auro y Chelo como promotoras de lectura

Yo le agarré gusto a la lectura desde el morbo, por eso me cuesta trabajo sumarme a eso de los universos extraordinarios de la imaginación, la devoción dogmática a la palabra y la experiencia enriquecedora de los significados múltiples y reflexivos. Mis familias, materna y paterna, tenían -tienen- un par de lectores desordenados y concupiscentes que, así como algunos se zampan una BigMac después de un carpaccio de salmón, así pasaban de Morris West a García Márquez y de Luis Spota a Leon Tolstoi sin el menor pudor. Y yo aprendí a hacerle así y devoré con el mismo descaro a Tom Sawyer, Irving Wallace, Sherlock Holmes y, ¿cómo se llamaba el autor ese del libro del No-Nacido?, y también Mafalda y El Libro Vaquero y las novelitas románticas y hartamente calenturientas de Bianca y Julia y Jazmín y Jorge Ibargüengoitia y Flaubert. Lecturas apuradas sin más criterio que lo entretenido o esto me aburrió (después la posmodernidad le llamó eclecticismo y así me salvó del ridículo). Y luego por eso me cuesta trabajo llamarle gustos culpables a esas lecturas misceláneas que revisa con la ceja alzada el canon-literario-trascendente-naiz. Porque obviamente, cuando llegó la adolescencia y el compromiso con El Ejercicio Arduo De La Literatura, aprendí a recitar lo que sí y lo que no: Borges sí, Benedetti no; Rulfo sí, Laura Esquivel no; Balzac sí, Agatha Christie últimamente ya tantito por aquello del revisionismo del subgénero vintage goe. Y ante esa bastardía de los best sellers, los manuales zodiacales, las metafísicas de Connie Méndez y las historias ocultas del HAARP, también aprendí a fruncir la nariz altivamente, como ñora de Coyoacan que se extasía con la prosa de intensidades de Alberto Ruy Sánchez.
Pero hay otra deformación: nunca me tragué mucho esto del libro como forma de enriquecimiento personal, por lo mismo que nadie se lo traga: un tío me regaló un libro de Buenos Ejemplos y Mejores Virtudes, se llamaba Hace falta un muchacho de Arturo Cuyas, era insufrible y lo sigo creyendo el mejor antídoto contra cualquier campaña de promoción a la lectura. Tampoco ayudó demasiado cuando de niño viajábamos rumbo a Ixhuatlán con la prima Rochi y en la parte trasera de su auto llevaba Azteca de Gary Jennings y el ladrillote se veía tan gordo y apetecible que naturalmente lo jalé para enterarme de las aventuras de Tiléctic-Mixtli, pero a las cinco páginas la prima me lo quitó. Precavida, no quería que me enterara de cómo les frotan chile serrano a las muchachas en sus cositos para que les arda y se les quiten las ganas de tocarse (años después encontré grupos de Yahoo que hacían lo mismo y aunque la experiencia redundó en pica-pica pude comprender muchas cosas de la naturaleza humana). Contra la novela, me compraron en el siguiente pueblo una historieta del Pato Donald que se olvidaba antes de empezar a leerse. En contra hubieron más tíos o primos o gente que me dejó libros al alcance de la mano. Pero si quiero precisar quien  definió mi interés (si se vale agregar, la personalidad) en la lectura, fueron las tías Aurora y Chelo, que son como las hermanas Patty y Selma de Los Simpson.
Tampoco se trata de despepitar todo el halo tenebroso de las tías Auro y Chelo, aunque si alguien lo pagara, con ellas podríamos hacer una buena peli de horror y devastación. Baste decir que visitarlas era hacer un viaje a la desesperanza, soportable vía el cinismo. Odiaban -odian- al gobierno, las telenovelas, los transportes, sus trabajos, la alimentación sana, la alimentación insana, en consecuencia a mis padres, a mi hermano y a mí. Apenas había la amabilidad funcional necesaria para establecer que uno existía, comentarios afectuosos como Quítese Chamaco, Te Sientas y Te Callas, e imagino que sentían mucho alivio cuando dejábamos su casa. Pero en perspectiva me queda seguro que no solamente había desprecio, también tenían sentimientos de maldad y destrucción hacia nosotros.
Eso se hacía evidente cuando llegaban los cumpleaños. Mientras el resto de los parientes hacían los festejos del caso -el pastel, los gorritos, el juego de las sillas- las tías fumaban y fumaban, hablaban de sus pretendientes rechazados y afilaban la lengua para burlarse de algún comentario bien nacido de algún otro invitado a la fiesta. Pero lo especial fueron sus regalos. Contra la parafernalia disneyana de muchos, y las ropas insípidas de los otros, ellas se decantaron en regalar... libros. Y qué libros: Demian Bajo la rueda de Herman Hesse, La metamorfosis de Kafka, La madre de Máximo Gorky, Crimen y castigo de Dostoyewsky. Que pasados los años pueden tratarse de un canon bastante convencional -y agradecible- de grandes novelas, pero que sigo pensando si a los ¿ocho años? eran las mejores lecturas. Ni siquiera Sherlock, o Verne, o las boberías pueblerinas de Tom Sawyer. Eran libros que contenían una transgresión poderosa, reconocer escenarios lascivos que obligaban a reconfigurar el mundo más bien ñoño y seguro del Pato Donald y demás universos infantiles. Porque ahora lo que sigue: favor de imaginarme en medio de la noche, con linterna bajo la cama, los ojos pelones y la boca entreabierta, sorprendido porque el pobre Gregorio Samsa quedó convertido en cucaracha o porque el atormentado Raskolnikov mataba fríamente a la anciana usurera para justificar algo tan oscuro e inasible como una premisa filosófica personal. Recuerdo esas lecturas y en realidad tenían poco de placer: eran descubrimientos perversos del mal, o la deshumanización, o la injusticia, o los abismos turbulentos de la naturaleza humana. Ojo que lo perverso a la vez se hacía delicioso. Estaba lejos del humor ramplón de Donald, leía asombrado e incluso recuerdo cierta incomodidad cuando se combinaban esos libros con la presencia de mis padres. Como si lo que estuviera en esas páginas cimbrara lo que estaba ocurriendo a la hora del desayuno e hiciera claroscuras las felices relaciones del jugo de naranja y los huevos con jamón.
Yo sigo creyendo que mis tías me enseñaron a leer desde el mal, desde cierto gusto infame por remover a la familia y hacer del escuincle baboso que yo era, un ser torvo, atormentado por las transformaciones del otro atormentado, el Demian de Hesse. Y eso hizo de mi relación con la lectura una complicidad casi delincuente, porque desde chico supe que leer no hacía mejor el mundo, pero sí que lo hacía más complejo por su halo tenebroso.
Lo que sigue ya es propio de adolescente, pero bien afincado con los regalos de las tías. Porque los excesos de Bukowsky o Burroughs, las francachelas sexuales de Henry Miller o Juan García Ponce, para mí tienen su fundamento en los relatos oscuros que regalaban las sarcásticas tías al tiempo que otros regalaban juguetes, libros de virtudes, ropa estúpida o caramelos.
De ahí que ahora, cuando me da por regalar algún libro, pienso en Chelo y Aurora, y me imagino como un ser libinidoso que comparte susurros impropios, proposiciones indecorosas o guiños para apurar los pecados. Lo cual debería culminar en un consejo: cuando les regalo un libro no estoy dándoles algo precisamente valioso o fraterno: se trata de un pacto malicioso, semejante al que en su día hicieron mis tías.
Y ahora que caigo en cuenta, yo sólo sé regalar libros. Creo que debo ser una mala persona.

jueves, 19 de abril de 2012

Manuel Cruz tiene duende

No puedo contar -es material para la revista- de qué trató la plática con el artesano Agustín Cruz Tinoco, creador de candorosas figuras de madera, especializado en nacimientos, que tiene su taller en San Agustín de las Juntas, a quince minutos de la ciudad de Oaxaca. A lo mejor valdría describir el colorido de sus imágenes y lo mucho que me gustó su versión libre de un nacimiento en un jeep, con José, Jesús, María y los Reyes Magos como si fueran hippies en pos del sueño californiano. Aunque él y sus hijos insistieran que sus figuras parecían todo menos hippies. Pero chéquese nomás:


Lo que sí quería consignar: el taller de Agustín Cruz es familiar, los hijos tallan la madera, la esposa pule, las hijas pintan, y aunque preservan un estilo único, también se van notando diferencias que individualizan la expresión de cada miembro. El que más me impresionó: el hijo menor, Manuel, que andaba de playera sin mangas y con gorro muy hip hop, y no es que se hiciera el rebelde, pero ante la calidez sin dobleces de la familia, él agregaba cierta gandallez; ojo que en ningún momento fue grosero pero sí parecía querer dejar clara su diferencia.
Y de pronto veo estas figuras, y eran producto de la expresión genuina, personalísima, de Manuel.


Ojos vacuos, gemido lastimero, violencia ritual en un cuchillo que no se encuentra en la obra del padre.


Las imágenes de la familia describen sociedades festivas. Las figuras, aun con lo incipientes, de Manuel, son dramáticas, tienen obsesiones, consignan personajes, individuos con destinos irrepetibles y paradójicos.


Manuel me contó que él quería recuperar un tema que su padre había abandonado, el de "las muertes", piezas de madera únicas, diferentes a las muchas pequeñas figuras que crean todo el universo de los nacimientos o las festividades. Y uno que le anda buscando referencias postmamertas a todo, quería que Manuel me dijera que conocía El grito de Munch, o los muñecos de Tim Burton, o ya de perdida algunas de estas esculturas de superhéroes de resina que venden en las tiendas de comics. Pero no, con todo y su gorrito hiphopero, Manuel abreva más en las tradiciones y leyendas de su pueblo, pero con un talento tan personalísimo que desde la artesanía va sabiendo acercarse a un tono que aún sería temerario sugerir propio de un artista.


"Tus figuras tienen angustia", le dije. Los hermanos se echaron a reír. "Es el angustiado de la familia", y a Manuel no le quedó sino reír también. Al final lo convencieron para que se pusiera su camisa oaxaqueña para la foto oaxaqueña de la familia artesana oaxaqueña. Me despedí intrigado de su diferencia. Diría García Lorca: "tiene duende". Además, usa gorrito tipo hip hop.

jueves, 5 de abril de 2012

Viajes


1. Apenas Ana regresó de España llegó corriendo a mi casa a ponerme borracho y a platicarme su viaje. Además de haberse metido una tacha y haber conocido las leyendas de Becquer en Toledo, reafirmó su desesperanza salvadoreña, reinterpretó la estulticia mexicana y describió conmovedoramente la rebeldía de los Indignados gachupas. El hombre que la enamoraba, por ejemplo, estaba a punto de ser despedido por sus convicciones, y con su revolucionaria indemnización primermundista iría un mes a Japón a reflexionar sobre su quehacer político y su idealismo. Aún con la burla, le extrañó lo amables que habían sido los españoles con ella, porque los testimonios que Ana tenía

(acá va una digresión ociosa en la que Olga interpreta a una mesera española que la trató de la chingada; en el performance Olga azota todo lo que hay alrededor y da mucho miedo, por eso mejor le damos por su lado y nos lamentamos de su mala fortuna)

era de unos fanfarrones-nuevos-ricos-groseros y en realidad le tocó gente agradable, que disfrutaron conocer a la escritora salvadoreña con las chapitas rojas y carcajeante. Quizá, imaginaba Ana, se debía a que le tocó convivir con el sector progre, postposthippies alivianados que buscan causas para creer en ellas y fraguar así una personalidad buena-ondita. Regresamos a comparar con Olga y supusimos que ella había viajado como turista, además sudaca, y le tocó un sector fastidiado de atender viajeros, de trato parco y rutinario, más cordiales mientras más mullida es la cartera del cliente. De inmediato le platiqué de algo que tiempo atrás habíamos cafeteado con Jorge:

2. Que cuando se viaja mucho por trabajo termina hartando, y Jorge no sabía entenderlo muy bien. Le explicaba: no solamente es tener la cara de la revista que representas en cada desayuno-comida-cena-traslado-entrevista, las 24 horas del día. Se agrega cierta realidad desoladora que vas aprendiendo conforme estás en uno y otro y otro sitio, y es que siempre visitas el mismo lugar. No importa si se trata del Caribe tan colorido o de Hermosillo tan desértico y parco, si se trata de un lugar arrogante como San Miguel de Allende o de otro de humildad mal disimulada como Pachuca. Siempre se va al mismo sitio, con las mismas iglesias, los mismos restaurantes fusión y los mismos hoteles boutique.

(acá revelo una charla telefónica con una amiga, cuando le protestaba porque en TODOS lados se les hacía de lo más nice agasajarnos con el mejor... sushi de cada ciudad. Y olvidemos que no me vuelve loco el sushi, hagámonos mundanos: delicioso, venga el tepanyaki, el terumiki y el tetrapacky, pero cuando conoces El Mejor Sushi De Los Cabos, El Mejor Sushi De Puebla, El Mejor Sushi De Cozumel y El Mejor Sushi De Aguascalientes, o algo no está funcionando o todavía no sabemos que el sushi es la comida típica mexicana de oficina transnacional)

Todos los hoteles acostumbran el mismo desayuno continental o el buffete con la misma fruta picada, el mismo pan bimbo ligeramente tostado, los mismos frijoles refritos y los mismos huevos con jamón. En todos los sitios la gente es cálida y amable, todos tienen la más importante construcción colonial de su región y todos están a punto de detonar como el principal destino turístico de México, sólo les falta un pequeño impulso que por fortuna ha establecido como prioritario el Sr. Gobernador. Esto explica que sean tan aburridos los artículos de viaje oficiales: pronto se acaban adjetivos como señorial, magnífico, cautivador, entrañable y cristalino. Y lo que uno verdaderamente vio en el viaje no se puede poner. Porque es un efecto curioso: lo original de cada destino no se encuentra en sus virtudes, sino en sus defectos, en lo que los turistólogos nativos querrían ocultar. Sus verdaderas opiniones sobre el gobierno, la inseguridad en la belleza del sitio, los manglares destruyéndose, la pretensión de sus burguesías: la tensión propia de cada región, que lo vuelve en un territorio verdaderamente vivo, donde pulsan sus problemas y sus prodigios en una contradicción que, esa sí, es la que los hace enigmáticos.

3. Los que viajan por trabajo van al mismo hotel más funcional que elegante; los que viajan para beber visitan los mismos antros con las mismas cubetas de seis chelas por cien pesos; quienes viajan al paquete turístico aburren con sus mismas fotos en el feisbuk del Hospicio Cabañas o el Templo de Santo Domingo; quienes visitan a su familia: pues tías y primos y hermanos y bebés originales -ningún niño de su edad hace lo que él- con fondo de árbol de Navidad que no se ha quitado desde hace cinco meses. Pero, ¿qué tal si un viajero tiene la oportunidad de hacer todo eso en un solo viaje? ¿Tener una comida de negocios, ponerse borracho con un grupo bullanguero, visitar parientes lejanos y ya por no dejar tomarse la foto frente al mololote más famoso del lugar? El viaje al mismo sitio extendido a los muchos mismos sitios. Porque de ahí se entiende: una ciudad no se conoce por sus tres monumentos y sus cinco hoteles, sino también por su boulevard menos agraciado, por la forma en que se ligan sus muchachos de prepa o por el tono tan semejante o local que tienen sus putas para ofrecer sus servicios. Un viaje vende los tres atractivos de su folletería, pero el viaje real ocurre detrás, al lado, de donde se tomó la primorosa foto.

(que no se me olvide aquella anécdota jocosa: cuando Lilián y Olga viajaron casi al mismo tiempo, Lilián para reencontrarse con sus raíces sudamericanas (jojojo) y Olga para reencontrarse con sus raíces europeas (jojojo) mientras el pobre Gezeta viajaba cada ocho días de Puebla al DF a conocer tuiteros, a olvidar un amor malogrado y a preguntarse qué quería hacer con su vida. No me pondré de odioso a desdeñar las revelaciones existenciales de Lilián y Olga frente a Cuzco-La-Sagrada-Familia-Corrientes-Castillo-de-Praga, pero sí era rechispa que en el TimeLine, debajo de tanta epifanía, Gezeta preguntaba quién le invitaba un desayuno -estaba en la Juárez- o quien le pichaba el café -ahora caminaba por San Angel- y si habría alguno que le ofreciera un sillón para pasar la noche -y que le dijera cómo llegar de Avenida Vallejo a Cuajimalpa-. Porque entonces, el viaje de Gezeta, con todo y lo humilde, era al menos tan complejo e interesante como el de Lilián y Olga: menos kilómetros pero la misma búsqueda, el mismo ejercicio introspectivo y un tanto angustiado, reelaborado en calles, personas, bancas de parque, gente desconocida). 

El viaje podría, ser, incluso, a la ciudad propia, y eso va más allá del paquete turístico del gobierno: no se trata de jalar mi bicicleta hipster-poco-contaminante para admirar la iglesia perdida en la delegación Iztacalco, tal vez importa más conocer la nevería que está al lado de la iglesia, seguir la ruta del papá y el hijo que compran un agua de cebada, asomarse a lo que dejan ver las cortinas de las casas e imaginar cómo podría ser la vida que ocurre allí. Aprehender el día a día hasta que queda flotando el tono único, ese que sí distingue a un sitio de otro. Quitar los oropeles del folleto para reconocer los matices grises del habitante ajeno al brochazo turístico. De lo que se intuye: capaz el viajero es un ser menos impresionante que como lo pinta su mismo libro de viaje: el viajero auténtico no delira cautivado, se aburre. El viaje real no vive de la sorpresa, sino del hastío. Pero en esa costumbre sin folclor se vislumbra otra realidad, pesada y hermosa, del transcurso de la vida a pesar de su barniz mercadotécnico. Entonces, viajar pierde en espectáculo lo que gana en otra sustancia, más oscura pero también más sugerente.

jueves, 29 de marzo de 2012

Paseo al Walmart

La confusión inicia porque usa un gorro de vigilante o policía, lo que le da el aspecto respetuoso de la autoridad. Y no es muy seguido, pero a uno de pronto le da por la generosidad con el prójimo, entonces se le ve en la silla de ruedas, luchando por cruzar la avenida, sudor en las sienes y fatiga en el pecho, y lo sensato fue correr a ayudar.
-Yo puedo solo.
-Déjeme ayudarle.
-Le digo que yo puedo.
-Ya está, lo cruzo y usted sigue.
Y lo llevé al otro lado de la avenida. Y ya lo había dejado ahí cuando volteé y el pobre chocaba las ruedas de su silla contra la acera. Pensé en esos regaños políticos a favor de los discapacitados, me ganó el chantaje civil y regresé.
-¿A dónde va?
-Al Walmart. Ahí dan más dinero.
-Déjeme llevarlo.
-No se moleste.
-Son tres cuadras, además voy al café que está junto.
Lo empujé. Más esqueleto que persona. Más barba a medio crecer que rostro. Ojos con consistencia de ostiones. Labios delgados. El gorro de policía me hizo pensar historias ejemplares, la vida al servicio del cumplimiento de la ley, incluso algún tufo moralino. En eso me dijo:
-Yo si te cogía hasta por las narices.
-¿Perdón?
-Eres de los que me gustan. Morenitos serios. Pero les pasas fierro y se vuelven locos.
Y me miró como catando.
-Claro, más joven, ya no sirves ni para media encamada. Cómo habrás sido a tus dieciocho...
Y me hice el amable, el mundano.
-Le gustan adolescentes, jefe.
-Que sepan poco de la vida, que tengan entusiasmo. Luego se lo chupas, el entusiasmo. Y todas las demás cosas.
Me guiñó el ojo y su gorro de agente de la ley se volvió de Village People.
-Lástima de la sífilis. Por eso estoy así. Aunque todavía al que se deja, se la mamo.
¿Cuánto faltaba para el Walmart? Cuadra y media. Pero si  ya había iniciado el camino...
-Antes se las metía. Ya sabiéndome enfermo. Me encantaba. Los estaba cogiendo, se volvían locos, y pensaba: "no sabe los bichos que le estoy metiendo..."
-No suena amable...
-Pero a mí también me lo hicieron. No las mamadas esas de las películas, que te dejan el aviso en un espejo. A mí me lo dijo el cabrón, cuando terminamos: "Ya tienes SIDA". Empecé a golpearlo, me agarró del cuello y volvimos a coger. Todavía lo vi tres o cuatro veces.
-¿Sífilis y SIDA?
-Lo que sé. Ya no he querido más exámenes. Prefiero pensar que soy un misterio.
-Es un tipo indigno.
-Lo sé -volvió a sonreír-, por eso merezco esta silla y estar mendigando. Pero me gusta, ¿sabe? Saber quien he sido. Quien soy. Nadie me cuenta payasadas.
 Y justo ahí estábamos cruzando otra calle y mi reacción inmediata fue dejarlo en medio, a la deriva, que lo mate un colectivo al cabrón. Pero también me sentí imbécil. ¿No quiere uno personajes como éste para escribir historias? ¿Y lo dejas a la deriva porque te espanta lo que te está contando?
-Y, ¿como a cuantos... infectó?
-Cuando estás buscando el placer no cuentas, coges. ¿A poco cuentas las veces que te coges a tu esposa?
-No tengo esposa.
-A una puta...
-He ido dos veces con putas.
-¿Putos?
Me vio el gesto, me sonrió compasivo.
-Tú crees que soy repulsivo, yo creo que eres mediocre. Por eso yo estoy en la silla y tú estás solo.
-Usted también está solo.
Pasó las manos por su torso.
-Estoy lleno de mugre. Son recuerdos de chicos que me amaron. ¿Cuánta mugre tienes en el cuerpo tú?
Iba a empezar el inventario mental de novias-esposas-ligues cuando me pareció asqueroso relacionarlas con este bicho. Y ya habíamos llegado al Walmart y ya podía dejarlo solo con su mierda, pero en ese momento él ya tenía el poder.
-Esta esquina no me gusta. Me queda mejor la de allá. Si quisiste ayudar, ayuda bien.
Y lo empujé a la otra esquina.
-Yo podía llegar solo, pero insististe.
-Podría agradecer que alguien le ayude. Apreciar la generosidad.
-Nunca la aprecié, no está en mi naturaleza. ¿Por qué hacerlo ahora?
Obviamente para entonces ya lo odiaba. También le tenía compasión.
Llegamos a su esquina. Todavía cuidé que quedara en una posición cómoda para su limosna.
-Si acabando tu café quieres, vamos a tu casa y te la mamo.
-¿Ya quedó bien? Ahora váyase a la mierda.
-Piénsalo -todavía me dijo-. Acá voy a estar hasta que saque lo del taco.
Y lo he seguido viendo cruzar la avenida con gran esfuerzo, la mayor parte de las veces solo, a veces otro incauto lo empuja. He tenido la tentación de volver a ayudarlo, oír más historias, maravillarme y repugnarme.  Pero luego se me ocurre que hay algo épico, pese a lo miserable, en su recorrido. Que su vida está hecha para cruzar con grandes trabajos la avenida. Que debo respetar la fidelidad de su esfuerzo. Esa es su naturaleza.

jueves, 22 de marzo de 2012

Mad Men: la mirada de Sally Draper

A muchos les da miedo la mirada de Sally Draper, la hija de Don y Betty, protagonistas de la serie Mad Men. Lo que sabe su mirada podría desbordar el mundo como se conoce. Semeja los ojos de otra chica aterradora, la hija de el Sueco, Merry Levov,  que ha descendido al muladar de la indigencia por convicción e ideología, en la novela de Philip Roth Pastoral americana. Ambas se abisman a ese juego salvaje que son los años sesenta, a su experiencia tan vitalista como autodestructiva: a su cima libertaria, de descarnada reinvención y viajes de la conciencia, pero también a su sima de desasosiego, incertidumbre y (qué difícil) a la asunción de un destino propio, que se realiza en cada decisión personal, en orfandad total.
En la mirada de Sally Dreper se condensa el tema y el magnetismo soterrados bajo el despliegue preciosista de la serie Mad Men. Repito la sinopsis que trae cualquier portal de entretenimiento: la historia de un grupo de publicistas, y sus esposas, y sus familias, a lo largo de la década de los sesenta. Ingenioso discurso de género que prefiere la ironía en vez del panfleto, ejercicio de memorabilia conmovedor sobre la cultura gringa, guiones gandallas por sus diálogos pero más por sus sugerencias, y habría que precipitar párrafos elogiando la fuerza de sus personajes y lo sobresaliente de las interpretaciones (y los fans de Don Draper, Joan Holloway o Peggy Olsen abren foros para drenar hormonas), o el cuidado moroso en su dirección de arte: la espléndida reinvención de una época que nos ha llegado de rebote en cine clásico, novelas y cuentos, revistas amarillentas y relatos de los abuelos.

II
Pero aunque parece lo más atractivo, el fastuoso despliegue de producción no es lo más importante de Mad Men. Junto a él viene una idea que gobierna a toda la serie, la que hace posible la tensión argumental aun con la lentitud de su ejecución. Y semeja a lo que suelen decir los críticos sobre la obra del cuentista Raymond Carver: la inclusión de algo amenazante, terrible, subyacente a la cotidianidad. Parecería sorprendente, pero podría compararse a Mad Men con una novela gótica, donde una sombra inasible constantemente parece precipitarse sobre los brillantes personajes. El humo negro de Lost es una broma idiota frente a lo que no alcanza a definir la mirada de Betty Draper: es la sombra del tiempo que viene sobre los personajes, que el espectador conoce y por eso lo inquieta más, porque los entes de la pantalla lo ignoran.
La serie inicia en 1960, aún con la inercia de la década anterior: con la culminación del american dream que la cándida iconografía de la época resuelve en adquisición de autos, lavadoras y vestuarios primorosos -por lo gallardos para los hombres; por lo ensoñadores para las mujeres-. Es el momento de la familia nuclear (el padre proveedor, la madre administradora, los hijos que se crían para perpetuar los moldes) en un ecosistema de bienes asombrosos (la comparación de cada nuevo electrodoméstico con la ciencia ficción suele ser de risa loca). Universo tan perfecto, que sería blasfemo sugerir su derrumbe. Pero la escena está llena de fisuras, contradicciones, verdades a medias, insatisfacciones apenas maquilladas por la obligación de cumplir con el estereotipo. Es justo en el punto de quiebre de la sociedad occidental como se conocía, cuando el paradigma, en apariencia insuperable, del sueño americano, amenaza desbordarse, las grietas se miran en cada fotografía amorosa de familias que prueban electrodomésticos o miran tele con sus hijos en armonía. La disección de Mad Men se encarga, justamente, de evidenciar las fisuras.
No es gratuito que el primer capítulo de la primera temporada trate un conflicto en apariencia inocuo, pero que será la primera alerta del cambio de los tiempos: cuando un reporte del Selecciones del Reader Digest's confirme el daño del tabaco a la salud y y lo acuse de potencial causante de cáncer. Agobiado, Don Dreper debe crear una campaña publicitaria para Lucky Strike que revierta la noticia. Desde aquí se va marcando la amenaza con la que irán viviendo los personajes a lo largo de la historia. La perversión está en que ellos no saben qué enfrentarán en los años venideros. Los espectadores, desde nuestra perspectiva histórica, sí reconocemos el desmantelamiento de sus formas de vida y la instauración de una nueva sociedad, a la que ellos deberán adaptarse o aceptarse rebasados. Viene el rock, los hippies y la contracultura, el feminismo, los derechos civiles de los negros, la guerra de Vietnam, liberación sexual, la desintegración de la familia tradicional, la conquista del espacio, el advenimiento de un hedonismo igualitario -en consecuencia, escandaloso- que contrasta con la doble moral que practican los varones y toleran las mujeres. La agencia de publicidad Sterling & Cooper no será la misma en la primera temporada que cuando termine la historia (siete temporadas, según ha anunciado su creador Mathew Weiner). Los hombres de traje y sombrero Stetson que toman su trago de whisky en la oficina y fuman a la menor provocación, las secretarias sumisas, casi decoración de lobby, serán rebasados por una generación que los observa agazapados, que poco a poco deja sentir su presencia en la serie.
Mad Men es la apología nostálgica del mundo de los abuelos, pero también es una morosa elegía a ese universo en el que la virilidad y la feminidad fungían como valores absolutos, y que paulatinamente irán siendo cuestionados y devastados ante las ideas de quienes les sucedan. Sin saberlo, el genio creativo Don Draper, sus jefes Roger Sterling y Bert Cooper, el advenedizo Pete Campbell y la etérea Betty Draper, se irán convirtiendo en seres anquilosados mientras perpetúan su presente de aparente perfección. Mad Men semeja entonces una travesía sinuosa, un malestar latente, que se va desgranando y confronta a los personajes a los límites de vivir al borde de los tiempos. ¿Los personajes mejor preparados para ese cambio? La secretaria ascendida a copywriter Peggy Olsen, los hijos de Don Draper, la empoderada jefa de secretarias Joan Holloway y otros secundarios.
Pero si esta amenaza de los nuevos tiempos es el gran tema de Mad Men, su ejecución está revestida de humor. La perspectiva histórica  hace posible la ironía, los hábitos y costumbres que ellos viven como cosa cotidiana al espectador contemporáneo le provoca risas por su absurdo, su anquilosamiento o su crueldad.

III
Mad Men también hace suyas distintas tradiciones literarias y cinematográficas norteamericanas. Los recuerdos de Don Draper parecen sacados de las novelas de Faulkner, las andanzas de Peggy están cerca del Truman Capote contracultural, el universo de Betty Draper alude a John Cheever, la personalidad de Don parecería tomar prestada la de El Gran Gatsby de Fitzgerald, y algunas aventuras de los personajes se enmarcan en escenarios que corresponden a los grupos beatniks, existencialistas o de la contracultura warhorliana; mientras que las coreografías, las iluminaciones, los encuadres, dialogan con el melodrama, el screwball y hasta la comedia musical clásicos norteamericanos. Pero además, el poder de la alusión, el planteamiento de escenas que sugieren más de lo que dicen, también avientan su lazo hacia los cuentos contenidos de Richard Yates y su alumno destacado, el antes mencionado Carver. En Mad Men se condensa la cultura norteamericana del siglo XX, guiña hacia el pasado y hasta nuestros presente, es una summa narrativa equivalente a la trilogía U.S.A. de John Doss Passos, pero -y ahí la novedad- concebida para un auditorio de televisión. Si no existieran antes Los Soprano, si no pidieran su turno otras series como Roma o Boardwalk Empire, si no se pararan de pestañas los Lost-fans, podría presumirse a Mad Men como la primera serie de televisión de autor. Y sin quitar su peso a los otros proyectos, éste gana desde la necedad suprema de Mathew Weiner, su demiurgo, que ha debido pelear férreamente con las televisoras para conseguir las condiciones ideales para lograr una obra perfecta en cuanto a valores de producción.
La misteriosa mirada de Sally Draper es la contraparte a la angustiosa caída del hombre de corbata (¿Don Draper, se vale intuir?) que abre cada programa. Son dos formas distintas de experimentar la vida: la de Don, el vértigo del éxito; la de Sally, la incertidumbre de la libertad. Entre estas coordenadas transitan los publicistas, y las esposas, y las familias, de los madmens. A lo largo de siete temporadas -el siguiente domingo 25 de marzo inicia la quinta- se recorren los años sesenta, esos que tanto terror le causan a Roth, y que tanto inspiran a Dylan, Warhol, Joplin, Sontang: los nuevos madmen que vigilan agazapados.

TAMBIÉN

  • El tema da para tanto que seguro habrá más posts de Mad Men porque ahora es inevitable esa sensación de quedarse corto en el comentario.
  • El post va dedicado a la Ana, a la Virjinia, a la Lilians y algunas otras personas con quienes hemos compartido la pasión Mad Men y que estamos muy nerviosos por lo que ocurrirá el siguiente domingo.
  • Yo quería escribir más o menos lo que acá hizo mejor y con más gracia Lilians.
  • En otro post hago una lista más sabrosa de las muchas páginas y de las muchas formas (ropa, códigos de conducta, bebidas, modelo de negocios, filosofía empresarial) en que han recreado el interés por Mad Men. Que acaso confirme el exceso: Mad Men es un mundo que rebasa los casi 50 minutos, que nos está atañiendo de manera más profunda de lo que imaginamos.



jueves, 15 de marzo de 2012

Esquema para un post que algún día escribiré sobre Luis Miguel

  • Iniciar que hace semanas hubo en tuiters un hashtag aguachentito celebrando los 30 años de carrera de Luis Miguel, que me di cuenta cuán hipster soy porque prácticamente nadie de mi TL lo usó, pero que la efeméride fue como una magdalena proustiana sabor grito destemplado de Malagueña Salerosa:
  • Después vendría ese párrafo insustancial pero evocativo que explica que todos en México, desde los nacidos en los setenta hacia delante, tenemos alguna relación con Luis Miguel.Odio y admiración, calzones de niñas mojaditos y desdenes de machos envidiosos, todos conocemos aunque sea la trivia básica de dos o tres de sus novias y por mucho que lo neguemos ciertas noche de briaga hemos cantado alguna de sus canciones.
  • Seguiría la descripción con risa loca de esos años pubertos en que Luismi usaba pantalones entubados ultragay muy Freddy Mercury, después el post debería amodorrarse en describir su evolución hasta llegar al personaje que es hoy, y que debe haber creado hacia finales de los ochenta e inicio de los noventa: el traje elegantísimo, los modales educados, contenidos, la sonrisa amplia, tan hueca como llena de esperanzas.
  • Para darle cierto gustito morboso, recordar aquellos rumores no confirmados y más bien diluidos (lo cual deben hacerlos enormemente ciertos) de la golpiza que mandó darle el presidente Salinas de Gortari porque se puso a galantear a su hijita, que supuestamente lo tuvo hospitalizado unas buenas semanas y que acaso sea lo que motivó su ostracismo posterior. No poner en el post (ni modo) otro bonito chisme: que en el Colegio de México está su biografía, la que escribió Claudia de Icaza, y que es de los libros que más sacan los colmequitas para hacerse los eclécticos.
  • Hasta acá empezaría la sustancia del post, pero acá también me trabaría porque qué chocante lanzar la pregunta tipo Historias Engarzadas: ¿Qué simboliza Luis Miguel? Desdeñar (¿o desarrollar?) la respuesta obvia: que es el crooner mexicano, el epígono mejor logrado en América Latina de Frank Sinatra, o Elvis Presley, o ya jodidos Julio Iglesias (y hasta hizo un videoclip donde parece su hijo no reconocido) (y aquí no viene al caso agregar que las alpargatas sin calcetines de Julio Iglesias siempre me han dado asquito). Insistir que ni la gran habilidad coreográfica de Ricky Martin o Chayanne, o la intuición animalesca de Sandro de América, cuantimenos los Jefes, pero siempre demasiado ñores, de José José, José Luis Rodríguez El Puma o el vanguardista de a mentiritas de Emmanuel, lograron reunir ese balance perfecto entre la elegancia, la gallardía, el virtuosismo vocal y su atractivo (dicen) superlativo (califican). 
  • Pasar rápido por su música pop, tan efectiva porque es justamente predecible y respetuosa del molde, como por sus boleros, asépticos y por eso tan recomendables para ambientar cualquier oficina. ¿Valdría la pena sugerir que la carrera de Luismi viene de la mano del desarrollo de la tecnocracia, más joven que los yuppies pero coetáneo de los panistas itameros, sonrisa de fluoruro trimestral, bronceado de weekends caribeños, cortes de pelo tan perfectos como la infalibilidad de sus valores y convicciones? ¿Y que de los distintos modelos-símbolos-estereotipos que se han seguido en México -Pedrito, tan campechano, Tin-Tán, tan gandalla; borrachín pero existencialista, el José Alfredo, borrachín pero sentimental, José José- Luis Miguel es quien más arriba deja la vara, porque los otros apelaban a la autocompasión, la bonhomía, la granujada, la mediocridad, el fatalismo, pero ninguno a la perfección por default?
  • Y sin embargo valdría hacer el contrapunto, resaltar que la apostura de Luis Miguel va acompañada de trágicos enigmas -el paradero de la madre, la ambigüedad de sus amoríos, lo reservado de sus aficiones (¿le gusta el futbol? ¿A qué equipo le va? ¿Qué música prefiere? ¿Tiene alguna opinión política? ¿Un grupo de rock favorito? ¿Algún escritor?)- que parecerían requisito para su éxito. Luis Miguel no participa de los programas de variedad habituales, solamente hace conferencia de prensa cuando saca un disco, y con preguntas debidamente tamizadas para evitar meterlo en aprietos; Y aquí  podría deslizarse la cizañosa cizaña: ¿y qué tal que más que enigma, lo que Luis Miguel cuida es una carcaza detrás de la cual no hay absolutamente nada? 
  • Y en este momento el post debería encarnizarse en la pobreza de personalidad que se esconde tras el fasto de personalidad que exhibe Luis Miguel. Hay que revisar en youtube sus entrevistas para reconocer a un interlocutor pobre, de frases acartonadas y poco inteligentes, sin mucha idea de un concepto musical (porque las trompetas de sus arreglos, estilo comercial de la Secretaría de Turismo de Guerrero, nomás no da para armar demasiadas ideas), cariños y bendiciones al público pero rara vez una reflexión que trascienda su compromiso de maniquí cantante. No importa, dirían sus fanses, canta como los dioses y puede hacer lo que sea porque finalmente es Luis Miguel. Puede sentarse cómodamente en sillones de ratán, cruzar la piernita con casimir de lo más cuco, eludir preguntas y escoger las que combinen con el diseño de su enigma, porque eso es Luis Miguel: como en pocos cantantes, en el se decanta al máximo el concepto de diseñar un artista. Es la perfección que conjunta músicos, compositores, cirujanos plásticos, dermatólogos, expertos en modas y en técnicas de bronceado, nutriólogos, estrategas de la comunicación, escenógrafos e ingenieros de sonido, moldeando y afinando con detalle un objeto hueco, sonriente, tan afinado como impersonal en su ejecución vocal, incapaz de tropezarse pero diestro en alzar la patita salvajemente (¡nomás no te me descoyuntes, Luis Miguel!) cuando cierra su show espectacular con No Culpes A La Noche Será Que No Me Amas. 
  • Y sin embargo, cuando está forzado a participar con un interlocutor más maleable, hagamos de cuenta Adal Ramones en entrevista que se quería chispa y quedó más bien sosa, Luis Miguel no sabe cómo hacer crecer los chistes que el otro siembra: mira nervioso al lado, seguro preguntándole a algún asistente cómo salir elegante del reto (tampoco sobresaliente) que le impone el entrevistador. Y se ríe exagerado, y juega la mano sobre la rodilla ansioso, no sabe cómo seguir siendo él ni cómo complacer la necesidad de humor del otro. Entonces describir cómo, cuando por fin recupera cierta calma, lo único que se alcanza a reconocer en su mirada es angustia. 
  • Y aquí creo que se desviaría el post a cosas que no tienen que ver pero me quedaría con la espinita de no mencionarlo: Luis Miguel como centro -o actualización- de esa figura reconocible en las clases altas: el lagartijo, el junior, el pirrurris, el niño Ibero, que no por nada se ha rebautizado como el Mirrey (de Luis Mirrey), con página que ha evolucionado de la burla al orgullo y vuelve (oh, los giritos posmodernos) jactancia lo que se quería mostrar como grotesco. Comentario que podría pasar por frívolo de no ser porque el candidato del PRI a la presidencia de México es justamente otro producto decantado del mirreyazgo. Si se quiere interpretar los errores personales, pero el éxito mercadotécnico que será Peña Nieto, deberá espejearse constantemente con el ídolo de Las Incondicionales (y ya sería rizar mucho el rizo hacer la equivalencia: entre aquella Incondicional que Luis Miguel "no supo amar no sé por qué" y la disculpa desdeñosa del candidato por "no ser la señora de la casa"). (ya luego aviéntate otro post: los electores de Peña Nieto como Las Incondicionales, las mismas de ayer, las que no esperan nada, etc.)
  • Más romántico evocativo -por ser lo más humano que he sabido del artista- alguna anécdota que ya no recuerdo dónde me contaron: que en las madrugadas, en el estacionamiento de un centro comercial de Acapulco, el divo le pedía permiso al vigilante para andar un rato en bicicleta. Llegaba de sudadera con capucha para no ser reconocido, por supuesto que el vigilante pronto se hizo cómplice y permitió que el otro diera vueltas, solo, entre los cajones vacíos de los autos.    
Y ya, por puro morbazo, terminaría con el que creo el producto más decantado (aunque es cierto, ya un poco cliché) del síndrome Luis Miguel:


Algo así sería el post. Un día me pondré.