miércoles, 31 de diciembre de 2008

Tenga para que se entretenga

Pronto subiré mis exabruptos contra Rudo y cursi, mientras tanto, desperdicien su tiempo leyendo las negligencias que redacté por aquí:

martes, 23 de diciembre de 2008

Vicky Cristina Barcelona otra vez

Addenda: reseña explicada o corregida, es reseña que no sirve. Ergo, acepto los insultos que traigan este agregado a la composición de abajo. Este post emergente, entonces, es para autoflagelarme por la sarta de lugares comunes (¿Bardem y Cruz poderosos? ¿el bagaje aflamencado de lo hispano? ¿a quién carajos se le ocure escribir estupideces así?) que redacté antes. También contar que por circunstancias amistosas volví a ver la peli dos días después, y recordé elementos que nomás no supe cómo meter en la pobre redacción de ayer. Ejemplo:

1) La condición del viaje turístico/académico: que hace de cualquier persona un ente artificial, porque se desmarca de quien es en su lugar de orígen, pero tampoco le permite reinventarse del todo en el sitio nuevo. El tema da para un post, pero mejor después. Para este caso, enfatizar que Vicky y Cristina son artificiales porque se encuentran en ese tránsito. Un tránsito cool, pero que no les permite arraigar: ni en los estudios patito de Vicky, ni en el efímero deseo de Cristina de deshacerse de la vida puritana y materialista de Estados Unidos y apostar a la bohemia. Dos viajeras frente a una experiencia que limitaron a aventura.

2) El cuidado de Allen para mostrar a Barcelona, no desde la escenografía (la catedral de Gaudí, el parque, los escenarios no son tan importantes), sino desde los personajes. Desde ahí, el mejor personaje es el padre de Juan Antonio, que parece sacado de los viejos poetas de la Generación del 27.

3) Enfatizar que las conversaciones de Juan Antonio y María Elena son callejeras, excesivas, vulgares. De ahí su poder. Pero también, de ahí lo decepcionante que podrían resultarle a la nice Cristina, quien quizá espera más glamour y menos arrabal. Y Cristina se aleja porque estos catalanes ruidosos no está a la altura de su modelo preciosista de la vida.

4) Nomás porque me llama la atención: Scarlett habla igual que Woody Allen y Mia Farrow y todos los protagónicos de Allen: atropellado, tartamudeante, balbuceante. Eso me parece mérito del director. ¿Cómo le hace para que todos sus actores trastabillen igual que él?

5) Hadaza: claro que me gustó la película. Con sus asegunes. Encuentro alguna trampa en su hedonismo para el espectador. Se ve la película y se ve un mundo agradable. Quizá porque el efecto esperado es acompañar a Vicky y Cristina en el viaje, compartiendo vino, gastronomía cachonda y construcciones alucinantes. Y desde ahí, ¿quién no tiene ganas de seducir/ser seducido por Javier Bardem y Penélope Cruz, en un escenario bohemio y muy lifestyle? Pero en esta trampa se encuentra el principal mérito de Allen: hacer una película agradable con un trasfondo desolado: lindo viaje, lindo galán, impactante esposa, pero finalmente, nada de eso se queda: las gringas y el marido regresan a Nueva York como si no hubiera existido nada, como si no hubiera valido la pena filmar esta peli. Ahí se encuentra su encanto: un doble fondo que revela absurdas a las encantadoras gringas viajeras (enlazando con el post anterior y el tema de Henry James: las nietas de Daisy Miller perdieron en pasión lo que ganaron en traveler checks). Creo que los comentaristas la han visto con simpatía de obra mediana, pero intuyo: la película mejorará con su añejamiento. Y sí, será refrescante versión de lo que las grandes películas de Allen (Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas) mostraron entre rascacielos y jazz.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Vicky Cristina Barcelona. Las nietas de Daisy Miller


La noticia más sabida de Woody Allen era su condición de cadáver fílmico, con excepción del decoroso canto de cisne (entonces así lo creíamos) que había sido Match Point, sobrio ejercicio de adulterios y crímenes que se espejeaba con Dostoievsky. A la decorosa peli se unían dos novedades: que Allen se alejaba de su emblemático Nueva York, y que adoptaba como nuevo alter ego femenino a Scarlett Johannson. Cuando la chica repitió en Spoon se supo que encarnaría un nuevo periodo del cineasta, y se especuló si le quedaría grande el saco que dejaron Diane Keaton y Mia Farrow. Más que discutir esta trivia, vale destacar que Johannson va encarnando en la filmografía de Allen a la neoyorkina viajera, privilegio que no tuvieron la Keaton (apenas un pichurriento viaje a Los Angeles en Annie Hall) y mucho menos Mia Farrow.
Una gringa viajando por Europa también es tema recurrente de otro norteamericano, éste renegado de su patria, Henry James. El escritor de la conciencia y el punto de vista, en varias ocasiones recurrió a la anécdota básica de la norteamericana joven, liberal y osada, que removía la sociedad vetusta de Europa. Con ese argumento se insinuaba un simbolismo mustio: el de la joven Norteamérica removiendo el pensamiento acartonado de Europa, pero también al revés: un Estados Unidos caprichoso y frívolo de tan joven, que no tiene paciencia para reconocer las formas reposadas, cansinas, de la vieja Europa. Quien quiera leer ejemplos: Daisy Miller, con final épico-intimista (¿se puede eso?) en el Coliseo romano. Quien quiera ver a James en la pantalla: Las alas de la paloma y Retrato de una dama, donde además Nicole Kidman aprendió a actuar.
Entre las chicas descocadas de James y las programáticamente liberadas Vicky y Cristina, han pasado cien años: dos guerras mundiales, la transición de Estados Unidos de nación próspera a imperio hegemónico, feminsimo, píldoras anticonceptivas, hippies, Gaudí y el mismo Woody Allen. ¿Las Daisy Millers del siglo XXI provocarían los mismos escándalos de sus bisabuelas literarias?
Una voz en off al borde de ser excesiva las describe: Vicky (Rebecca Hall) hace difusos estudios sobre la identidad catalana, es pragmática, segura de sí misma y está a punto de casarse con un yuppie neoyorkino. Cristina (Scarlett Johannson) filmó una película de doce minutos sobre la imposibilidad del amor, prefiere los romances excéntricos, quiere "expresarse" y no sabe lo que quiera, pero sí sabe lo que no quiere. El viaje de verano por Barcelona tiene las características nice ilustradas de un par de gringas primermundistas viviendo el sueño del Otro Primer Mundo emergente: un hospedaje de revista de decoración, harto Gaudí y Miró, barecitos con espléndido vino, la bohemia catalana.
En una exposición conocen al artista plástico Juan Antonio (Javier Bardem), quien tiene la leyanda oscura de haber vivido un matrimonio violento con María Elena (Penélope Cruz). El pintor las invita a Oviedo, a conocer construcciones, comer y beber bien, y hacer el amor apasionadamente. Vicky se niega porque está comprometida, a Cristina se le cuecen las habas y arrastra a la amiga a la aventura.
A partir de aquí, la película se desdobla en romances a la Allen, diálogos trastabilleantes a la Allen y su humor socarrón de ironías y paradojas. Por un lado, el descubrimiento de Cristina de la fotografía, a la vez que se encama de lo más sabroso con el catalán y con la esposa. Por el otro, la desangelada vida de recién casada de Vicy, atisbando de soslayo el amor salvaje que no se atreve a consumar.
Amor salvaje es un cliché que funciona de lo más bien en este ejercicio de estereotipos: contra lo programado gringo, lo pasional europeo; contra la hiperautorreflexión neoyorkina (que acaso inventó el mismo Allen), el hedonismo primitivo catalán; contra la experiencia turística artificial de las gringuitas, la tensión creativa del pintor y su padre poeta y el terruño.
Las bisnietas de Daisy Miller, menos crazy girls y más hijas medrosas de las atribuladas Keaton y Farrow, emprenden la aventura del viaje con reticencias y asombro light. Es la inversión de los valores jamesianos: ahora Europa es la provocadora y Estados Unidos el medroso. Aunque habría que aclararse que de Europa, Allen elige a la menos europea (la más africana) de las ciudades. Entonces Barcelona tambien aporta su estereotipo: ciudad bohemia, apasionada, en la que ahora ocurre el arte del mundo: Esta historia no habría funcionado en Berlín o en Londres, por ejemplo. Y en París hubiera corrido el riesgo de transformarse en penosa secuela de Amelie. Por eso valdría ser específico: con Barcelona se permite la inclusión de lo latino (esa odiosa nomenclatura que nos reduce a todos los hispanoparlantes a espectadores de Don Francisco) al universo Alllen. Y el uso de los dos nuevos divos latinos, Bardem y Cruz, refuerzan modas y estereotipos. Y aún así, si algo salva a la película de ser una feria del cliché, son precisamente estos dos actores, que se despliegan a sus anchas y hacen creaciones poderosas. Se ha hablando mucho del buen macho bragado picassiano que es aquí Javier Bardem; vale insistir en la gloriosa resurrección de Penélope Cruz como diva hermosa, fuerte y apasionada. Como una Luna amarga más bullanguera que extrema, Juan Antonio y María Elena son personajes enigmáticos y cachondos, que hacen avizorar a las gringas un universo más complejo que el de sus bien portadas indagaciones.
En Barcelona, Woody Allen busca una expresión del arte más vívida y menos intelectual que la experimentada en otras de sus películas (pienso en el crítico de arte Elliot, de Hannah y sus hermanas), que quizá solamente se corresponde con el intuitivo gángster dramaturgo Cheech (Chazz Palminteri) de Balas sobre Broadway. Pero el tono de comedia de aquellas películas aquí se resuelve en experiencia de vida. Es una experiencia semejante a la de los triángulos amorosos de los años setenta de las primeras películas de Woody Allen; la diferencia es que aquí se vive desde el bagaje apasionado aflamencado de lo hispano, y no desde los supuestos anglosajones, constantemente conversados y autoanalizados.
El resultado de la experiencia puede tener dos lecturas: desde el lado hispano, es el fracaso de Vicky y Cristina por participar de un universo hedonista que les pide facturas altas, y que ellas no pueden pagar; desde el punto de vista de las gringas, es la levedad (odio usar el término kunderiano pero no se me ocurrió otro) que impide transformar en experiencia de vida lo que se había prometido como actividad vacacional. Desde Barcelona, solamente fue la aventura de dos gringas que llegaron a calentar las pollas de una comunidad que recibirá cada fin de semana a un nuevo dúo de gringas más; desde Vicky y Cristina, es la aventura, compleja de sentimientos, que termina en cuento veraniego para relatar a los nietos (a las tataranietas de Daisy Miller). Imposible no pensar en los ejecutivos de Quémese después de leer (Coeh, 08), cuando deciden que de toda la experiencia no se aprendió nada. Vicky y Cristina tampoco parecieron haber aprendido nada de la aventura catalana. O sus miradas últimas, las del regreso al aeropuerto de Nueva York, acaso advierte que sí aprendieron algo, pero no saben descifrarlo. O les da miedo hacerlo.

martes, 16 de diciembre de 2008

El día que la Tierra se detuvo... de la güeva


Imagino que en otros espacios adornados con naves espaciales y aliens viscosos podrá leerse la ilustre genealogía de esta historia (clásico de las series B de los años cincuenta, cosa así o semejante); acá yo uso mi congal para el desahogo, porque si todo el mundo aburre con que sus novios las dejaron o que la muchachas no los pelan o que Calderón apesta, ¿por qué no hacer mi versión del hastío proponiendo, por ejemplo, que:?

1. Desde que Pepsi y Motorola y el dentista Jairo Campos le entraron al marketing de las imágenes por computadoras, siempre que veo un derroche espectacular escalofriante como el de la esfera luminosa bajando a Central Park, imagino que de ahí van a salir los duendes de Movi Star o Janet Jackson enseñando las chichis y pues ya no me emociono, o sí, pero de otra manera.

2. Keanu. Eternamente Keanu. Intensamente Keanu. En Matrix y ahora en El día..., me ha tocado ver a Keanu como Divinisimo Feto Elegido, en proceso de cientifiquísima gestación. Y pues según entiendo es requeteemocionante pero pues nomás no me hace ni cosquillas. ¿Cuando tenga un hijo será diferente? Por las dudas, ni me arriesgo

3. ¿Quién decidió que la enorme Kathy Bates (véanla en Misery si no) debía parecer delegada sindical de la ANDA para fingirse la portavoz del Preciso y el Vicepreciso Gabachos? Ni que fueran a agarrarlos a zapatazos, por ejemplo.

4. Nunca pude creerme las chaquetitas filosóficas de Matrix porque salía Keanu vestido de lo más trendy y pos así yo nomás pensaba en catálogos de moda otoño-invierno de Sears, y pues nunca vi un personaje, nomás un figurín. Y ora, tan trajeado, tan vendedor de autos finos, neta que veía y pensaba: ¿tons él va a hacer que se acabe el mundo? ¿Así tan malo tan malo? ¿O, o sea, cómo?

5. No hay cliché más cliché que la comparación, pero se vale de una película Totalmente Cliché como ésta: en El día de la Independencia, en Impacto Profundo, en El día después de mañana, invariablemente salía el Preciso de Gabacholandia y ahí uno sabía que la cosa iba en serio, y que este tipo defendería a la Humanidad Entera (o sea, a Nueva York) con discursos y recuerdos de cuando fue piloto aviador en el Golfo Pérsico y su íntimo compromiso de quedar bien con su hijita (¿ya checaron que los Presis de las pelis gringas siempre tienen hijitas?) La falta de autoridad de la pobre Bates-Mama-De-La-Nana-Fine, convierte en ocurrencia apantallapendejos el asunto de la esfera y el robotsote tan maligno y las amenazas todas que le caen al Mundo Entero (o sea, a Nueva York).

6. El personaje de Jennifer Connelly es madrastra del personaje de Jaden Smith (el hijo de Will), una como actualización de "Blanco & Negro" (de-qué-estás-hablando-Willis), pero tan atinada corrección política lo distraen a uno porque uno se queda haciendo el álgebra: "entonces la Jenni se enamoró de un negro afro y cuando se murió se encargó del niñito sin importarle que fuera negrito afrito porque a fin de cuentas es hijo del buen Will y además con lo de Obama está de moda" y en lo que uno está conscientizándose de lo sensible que debe ser el mundo sensible ya cayó el primer putazo y nomás no se supo dónde cómo a qué horas y por qué.

7. Me caga el rostro hierático-imperturbable-sublimado de Keanu Reeves. El otro día me cortaba la uña de mi dedo gordo del pie y le noté más expresión (a la uña cortada, mi dedo gordo es un actorazo).

8. Y luego el niñito Smith es in-so-por-ta-ble, nomás comparable con Dakota Fanning en La Guerra de los Mundos, cuando hacía su zona de seguridad con los brazos y uno resoplaba de rabia y quería que llegaran todos los monstruos de todas las galaxias a desmembrarla cachito a cachito, y ora este igual, tan terco, tan necio, tan arrogante desde su decálogo de los derechos de los niños, que a uno nomás se le antoja estar cerca para darle sus buenos cates

9. Keanu. Divinamente Keanu. ¿De dónde salió la insistencia/revelación/complacencia de hacer de Keanu el Mesías de los friquis? Lo mismo Neo que Constantine que ahora Klaatu, les toca ser redentores del mundo, entre salvarnos o perdonarnos la vida, y pos como que se le puede pedir perdón a Clint Eastwood, a Humprey, a Jack Nicholson antes de que fuera Jack Nicholson, a Marlon Brando, pero a Keanu, o sea, ¿cómo por qué?

10. Lo mismo en La Guerra de los Mundos que en El día que la Tierra se detuvo, ¿por qué un niño malcayente es más importante que el resto de la civilización? Uno no quiere odiarlos, pero pues se ponen de a pechito...

11. ¿Será cierto que los friquis ponen en el nacimiento a figuritas de Keanu Reeves como Niño Dios?

12. Sí hay algún momento rescatable: cuando Klaatu y el viejo profesor Barnhardt resuelven una complicadísima ecuación matemática como si fuera una pieza musical. Y bueno, Jennifer Connelly siempre es más que rescatable. Lo único que uno se pregunta: ¿por qué hacer esas películas? ¿Por qué?

13. Película de obligadas palomitas, para que al menos eso sea disfrutable. O para esperar a uno de esos domingos lánguidos en que hasta la peor peli es mejor que el lento transcurso del día. Aunque si se puede ver La Academia o Bailando por la Burrada de mis Sueños, pues mucho, mucho mejor.

Update: ya hubo quien nos siguiera al Bufón y a mí con las añoranzas de las muchachas cinematográficas míticas sublimadas, y la onda está buena porque Depto. Editorial habló de Betty Page. Y acá está su comentario. Y videíto y foto. Chido.

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿Por qué las mujeres no son como Holly Golightly?


No quiero conocer Nueva York por sus enormes rascacielos, ni por los sudorosos actores que triunfan en Broadway, ni por sus estresados brokers que cantan la compra y venta de dinero que no existe, ni por sus aprehensivas cuarentonas empedándose con Cosmopolitans mientras no les satisfacen los esfuerzos de ningún galán; quiero conocer Nueva York por el insulso deseo de descender de un taxi un domingo a las siete de la mañana, con un pan dulce y un café tibio, y acompañar en su desayuno a Holly Golightly, mientras vemos la vidriera de Tifanny's con una suave tristeza.
¿Qué es Nueva York sino un eterno desear agobiante? Y por eso, sólo a quienes se nos han agriado los sueños podemos deambularlo de veras, sin gloria ni dignidad. Y Holly lo sabe porque no se atrevió a ser actriz famosa, ni quiso envejecer como ama de casa en un rancho del Medio Oeste profundo, ni supo enfrentar su dulce incesto contra una sociedad gazmoña que nunca suda cuando coge. Holly no pudo sumarse a ninguna gloria, prefirió una discreta labor de puta para ricos que le permitía ser alegre, marginal, protagónica y aérea; todo al mismo tiempo. Personaje ideal de Truman Capote y de sus perfectos años cincuenta: la elegancia al centro y la desolación al fondo, el glamour del american dream de coreografía y el teatro tremendista de Tennessee Williams como sustancia: afuera se baila como Marilyn Monroe en Los caballeros las prefieren rubias; adentro se duda seriamente, como la Marie (Elizabeth Taylor) de La gata en el tejado caliente, porque así eran las historias gringas de aquel medio siglo: la contradicción de opulencia y vacío, de modernidad y atavismos. Entre esos discursos, Holly prende el cigarrillo y lo fuma con su elegante y excéntrica boquilla.
Holy Golightly existe porque ha renunciado a todo, Holly usa hermosos vestidos largos y bisuterías porque sabe que los otros valores se han ido a la mierda, Holly fuma con una larga boquilla porque la vida se le acaba en dos bocanadas y aún hace falta sonreírle a muchos idiotas. Holly quiere un marido rico que pueda servirle martinis cuando el atardecer sea insoportable. Holly es prostituta para ricos, ilusa informadora del estado del tiempo, pésima cocinera que sabe hacer estallar una olla con improvisada gracia. Holly tiene todos los defectos del mundo, menos sus ojos.
Holly, o el espectáculo de las falsas identidades: en realidad se llama Lulamae Barnes; Holly es el nombre trendy para moverse entre rascacielos. Su gato carece de nombre: no merece de uno hasta que ambos se pertenezcan. También le cambia el nombre a Paul (George Peppard) por el de su hermano Fred. No es que todo sea falso o impostor: es que ella lo recrea desde su necesidad de fiesta y compañía; desde la ligereza que le impide (no es su naturaleza) enfrentarse a sí misma, por lo que mejor se evade en la reinvención de un mundo acorde a su tribulación.
Holly tiene su ropa guardada en maletas, como si siempre estuviera a punto de fugarse. Porque aunque nunca fue "contracultura" (ese terminajo dudoso que distingue a los que fuman mota de los que solo la huelen), el linaje de Holly está más cercano de los personajes beats (Ginsberg, Kerouac) que de las sutilezas pequeñoburguesas de Fitzgerald. Holly canta cuando nadie la escucha: "Two drifters off to see the world/ There's such a lot of world to see", quizá esperando que alguien la lleve a las praderas africanas o al carnaval de Río, donde pueda fabricarse otra máscara, para que nadie hiera su melancolía. Holly es hermosa porque le duele el mundo. Por eso, su único momento verdadero, es el de las siete de la mañana, el del café y el pan frente a la vidriera de Tiffany's. A mi me parece el momento más auténtico del Nueva York ambicioso y ebullente. Por eso se quisiera estar ahí, con ella. Y desde las joyas que jamás serán nuestras, desde la calle vacía, empezar a entender el mundo.

PD: Audrey Hepburn es Holly Golightly en Desayuno en Tiffany's película de 1960 de Blake Edwards, basada en la novela corta de Truman Capote. Y hablar de ella es hablar de aquellas mujeres que ya no existen, como alguna otra que ha impactado al Bufón y que la describe en su lugar. En otro momento nos pondremos serios y hablaremos de mujeres valiosas, de esas con discursos importantes, aunque nadie voltee a verles las pantorrillas. Pero si la vida es tan breve, ¿por qué no imaginar que Holly Golightly vive en el departamento cercano al mío, se entromete en la madrugada a mi recámara y me pide que le lea un cuento que le aburre porque no tiene joyas ni pisos alfombrados?

lunes, 8 de diciembre de 2008

Café y cigarros

Me invitaron a participar en un blog colectivo, como no tengo que contar experiencias bucólicas de secundaria ni revelar mis desastrozas historias sentimentales, me pareció interesante. Nomás hay que hablar de café y de cigarros, algo sé de eso. Entonces, de rato en rato también espantaré por aquí.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Las venas de las manos

I
Quería escribir un post pitorreándome de los 80 años de Carlos Fuentes: regodearme con tres ideas malechosas, caracterizar a Volpi como un chihuahuense lameculos empeñoso, cimentar un epitafio definitivo contra el vetusto novelista playboy. Pero al ir redactando me daba cuenta que adquiría un tono de tertuliano fantoche y rencoroso, que los argumentos ácidos perdían fuerza al enfrentar mi realidad de lector necio sin Propuesta Constructiva. Más patético: que me convertía en ese tipo de cronista de vieja guardia del periódico El Sol de Villachica, relegado, gástrico, sentencioso, que con un lema lapidario simula su mediocridad campechana. El ejemplo que más al vuelo me vino fue Fernando Nachón, quien gasta renglones y renglones en censurar/burlarse/pontificar contra Conaculta, el Fonca y todas esas financieras de escritores que se fingen institutos de cultura.
Me incomodó mi imagen. Puse mi mano en el mentón, en actitud reflexiva, y reflexioné: a los 20 años hubiera sido incendiario por lo impertinente. Ahora es caduco y previsible. El comandante terminó de sepultarme: ahora la moda es denostar a Fuentes, dijo antes de darle el trago a su Matusalém. Vaya, pensé, por primera vez en mi vida consigo estar a la moda, pero eso no acabó de satisfacerme. Luego me asomé al Canal 22 y revisé cómo Volpi se echaba de panza para que Fuentes se la sobara con sus bien boleados bostonianos. Hice mi ejercicio nocturno de autoflagelación: aquello era real. Canapés y vino fino y frases perfectamente bruñidas sobre la trascendencia de Terra Nostra en la construcción de una literatura donde no suelo reconocerme. Corrijo: donde no suelo divertirme. Reconocerse es una palabra que inventó el existencialismo para justificar la publicación de libros que no tratan de nada. ¿Cuánto tiempo se tardan los escritores en escribir libros que no tratan de nada? Consentía la amargura cuando me habló Josué, tanto tiempo, para pedirme opinión sobre un impresionante proyecto que trae entre manos. Iba a pretextar mucha chamba cuando prometió pagar las chelas. En tiempos de crisis, cualquier peda subsidiada debe ser bienvenida. Acordamos la hora y una cantina a medio camino entre las casas de los dos.

Capítulo dos
Josué estudió conmigo en la UAM Iztapalapa, pero él sí terminó la carrera. Es un güero norteño con ese hablar quedito tan del Norte, como si siempre estuviera revelando indiscreciones. En aquellos tiempos leímos en una clase un soneto, creo que de Boscán, sobre las manos. Josué desapareció ocho días. Al noveno, lo encontré en una tienda cercana a la UAMI, ojeras profundas y una caguama escondida en una bolsa. "Boby" (nunca supe por qué me llama Boby), "¿han avanzado mucho en las clases?" Iba a recitarle los pendientes cuando interrumpió. "Es que Boby, me quedé pensando en las manos. El poema de Boscán, el de las manos. Lo leí la otra noche, y lo leí y veía mis manos. Los huesos, las venas, ¿has visto las venas de tus manos? Porque me las quedé viendo el otro día, y pensaba en el soneto, y pues hay cosas que son bien perronas cuando se trata de tus manos, ¿no crees Boby?" Y mientras lo decía miraba sus manos como si fueran sus enemigas, como si estuvieran invadidas de hormigas o cualquier otra imagen de esas que hubiera inventado Buñuel. Lo angustiante del tema es que Josué desapareció los ocho días solamente por su peregrina obsesión con las manos boscanianas; lo angustioso al doble fue que nunca entendí si entendió algo de lo que no entendía. Porque el cerebro de Josué opera por asociación libre. Cerebro de poeta, me atrevería a decir. De ahí que no sea dado al descuartizamiento lógico de una idea, aunque sabe sorprender con alguna insólita revelación.
Quince años después, Josué reloaded, más rollizo y tan norteño como siempre, me da el gran abrazo fraternal de tanto no vernos y qué gusto que ahora sí. En el lapso de no encontrarnos (¿unos diez años?) él se casó con una amiga, emigraron a Oaxaca, tuvieron dos hijos, se hicieron la vida imposible, se divorciaron; mi amiga regresó a la ciudad antes y en los tres que cuatro cafés que tuvimos hizo balances de su matrimonio, obviamente inclinando la balanza hacia los errores de Josué. Como en temas de parejas más vale no meterse, tomé con reticencia la crónica parcial. De ahí que viera simpáticas las aventuras de Josué y la teibolera, Josué y la peluquera de a treinta pesos el casquete, Josué y su incursión en la política priísta de Sonora. Acepto que de él no tengo "recuerdos ejemplares", de esos que hablan de trabajo, responsabilidad, compromiso y demás alegorías de libro de Arturo Cuyas; en contra puedo presumir que me llevó a los mejores tacos de tripa de la ciudad (en la Morelos, antes pasó a una vecindad y me dejó esperando afuera, diez minutos después salió con un paquete harto sospechoso), que le presté dos meses de sueldo y cuando tuvo el dinero para reponérmelo se lo gastó en el Balalaika (y además le tuve que volver a prestar), y lo que acaso debo reprocharle, cuando por su fáustica invitación para entrarle a mi primer pericazo de coca terminé innecesariamente enamorado de la chica menos adecuada para aquellos momentos.
Confieso que ahora no tenía muchos ánimos para verlo. Pero sé que con Josué siempre nos debemos algo: una chela más, sus aventuras medio falsas/medio reales con narquillos de baja estofa, mis consejos para que asiente cabeza y que siempre me hacen parecer treinta años mayor. Pero ahora la cosa venía distinta: entre el divorcio y algunas malas ondas que vivió, se le había acabado un poco el impulso. Por suerte, su mente sigue su fantástico viaje entre las brumas. Con temas distintos a las manos, claro está: "Es que he pensado en la lectura, Boby. Quién lee, para qué lee, cómo lee. ¿Cuando lees piensas en cómo estás leyendo? Si te lees cómo lees cuando lees, la lectura cambia. Y en eso estoy pensando, Boby. Me preocupa cómo leo lo que hay que leer".

TERCERA PARTE
Si logro ordenar el inmenso campo semántico (qué forma elegante y académica de llamarle al desvarío) de Josué, su proyecto trata de monitorear hábitos de lectura, según alguna didáctica que se fue inventando cuando dio talleres de lectura en una universidad de Oaxaca. Su experiencia tenía conclusiones obvias (mejor lector, mejor redactor) y curiosas (a las estudiantes de Química les gusta, como a ningunas otras, las novelas de amor). Estas revelaciones surgieron entre otras más terribles: la teibolera tenía nalgas de ensueño, pero era demasiado loca y a los diez días no sabía qué hacer con ella. Y el negocio con los priístas sonorense fue pésimo: lo esquilmaron todo, y ni las gracias le dieron. De ahí seguía una conclusión prístina: a los lectores no hay que chiquearlos, hay que ponerlos a leer la Iliada con un garrote encima, sólo así pueden entender. Esto es obvio si se analiza la grilla de las universidades: hubo un vato que quiso hacerle una grilla espantosa, pero Josué estuvo a las vivas y mira: (Josué alzó su dedo medio): les di puro pito y me traje mi proyecto acá. Entre estas cosas más o menos claras, había un almacén de grano, la educación de sus hijos, lo exageradamente bueno que era el libro de Baldor, y la descripción de la amiga que ahora le renta un cuarto ("no es morra, es amiga") por Barranca del Muerto.
Bastaron diez minutos de historias para entender que el proyecto de Josué era un pretexto para encontrarnos y pistear los recuentos de vidas. Y que en esta reconstrucción de su persona, le importaba recuperar amigos, zonas de pisto, chances de chambear en algo, la terca sobrevivencia de los treintones que no supimos (pudimos) (quisimos) afiliarnos a una empresa estable que nos diera aguinaldo y pavos en tiempos de Navidad. Pero parte de esa terquedad de sobrevivencia necesita obsesiones: la de Josué es la lectura. Y lee, y lee lo que leen los otros, y no lo tiene muy claro pero intuye que hay cosas erróneas cuando ve a Fuentes festejado en el Canal 22.
-¿Lo viste Boby? Yo veía al Fuentes, y al García Márquez, y a todos esos batos, y así viéndolos pensaba: no, a estos batos no puedo explicarles lo que he descubierto de la lectura, seguro me batean de inmediato, ¿qué van a entender de mi lectura si leen distinto? Pero además, como son malandrones, tú me entiendes, aunque no me entiendan nada son capaces de robarse mis ideas y después sacar un librito, y después andar diciendo, ah, mira lo que he pensado, qué chingón soy.
Me sorprendió que como yo se asomara a los festejos de Fuentes para reciclar su amargura. Ficción idiota: hasta imaginé que se decidió a llamarme apenas vio en la tele la misma nota de socialitos que vi yo. Aquí debería seguir el lavado de cerebros que moralejeara: "de aquí concluyo que Josué y yo entendemos mejor la lectura y las cosas de la vida que esos cabrones de la televisión", pero obvio que no es cierto, obvio que sería un final barato, y obvio que se vale ser resentido, pero no ramplón. Aunque en justicia a nosotros diré: si hay cantina, y cervezas, y diez años de no verse, y cosas jodidas en esos diez años, entonces, en esa hora y bajo esas circunstancias, es obligado fanfarronear disparates y fingirnos los reyes de los libros hasta que se nos cruce un académico ilustrado y nos diga que dijo la mamá de Fuentes que claro que por supuesto que no.
Pero tampoco había que ser tan obvio. Brindar por los mejores lectores del mundo es tan idiota como publicar fotos en hi5 que se titulen: la mejor banda 4ever nadie nos separará. Preferí el también gastado recurso de los viejos tiempos:
-El soneto de las manos, el de Boscán, ¿te acuerdas Josué?
Él se miró las manos como si ya no tuvieran hormigas. Parecía verlas en dos dimensiones: las dos temporales: la de la tienda de la UAMI, la de la cantina libre de humo.
-El soneto de las manos, claro que me acuerdo, Boby. Las manos, las venas... a veces me veo las venas. ¿Te has dado cuenta que han cambiado las venas? A veces veo las venas y me quedo pensando. Son cosas medio perronas, ¿no?
Vi la hora. Tenía tiempo para otra cerveza. Busqué al mesero, aguantando las ganas de fumar un cigarro.