lunes, 25 de octubre de 2010

Thalía y su unplugged y en general por qué me cagan los unpluggeds (excepto el de Charly García)

Al televisor de la fondita se le arruinó la antena y por eso, durante la semana pasada, en vez de Atínale al precio hemos visto dvds piratas cuidadosamente seleccionados por la patrona. El viernes pasado nos tocó el Unplugged de Thalía.
Convengamos que para toda una generación chochentera-nonagentera, Thalía chapoteó en nuestros sueños húmedos con sus chicheros de peluche y su look de lolita de diseño, cantaba eso de chúpalo arrástralo muérdelo y nos ocurrían cosas que por decoro no describiré con toda su viscosidad. Además era novia del hijo de Gustavo Díaz Ordaz y eso hacía más perverso todo, el cuento enfermo de la nenita buenona y el hijo del poderoso sanguinario y de fondo el 2 de octubre no se olvida; además no tiene dos costillas y por eso se le acentúa la cintura, y sus muslos siempre deben estar en cualquier antología de muslos arañables. Pero también es cierto que su talento musical se agota en medio minuto de canción, como le ocurren a todos los timbirichos y demás niños televisos de aquellos tiempos (y de estos y de los que vendrán). Tras el (quesque) escándalo de sus canciones "Sudor" "Saliva" "Sangre" nadie recuerda nada que le valga la pena, nomás algunos enfermos sexuales revisamos con nostalgia su videíllo equisón del "Amor a la mexicana" porque ahí salía de
latin femme fatale más o menos codiciable. Luego se casó con Tommy Mottola, el no-mames-tás-cabrón de la industria discográfica gringa, luego se pelea cada seis meses con Paulina Rubio y luego hace negocios de revistas, perfumes, ropa interior y lentes que, creo, casi siempre fracasan.
En sus intentos -imagino- angustiosos por liberarse del estigma televiso, Thalía ha procurado transformar la imagen sexosa hacia otra, igualmente artificial, de Intensa Enamorada de la Música. Sus entrevistas de los últimos tiempos merodean este cliché: ella vibra cuando siente el ritmo que le hace contonear el cuerpo, no le interesa innovar ni sorprender, solamente sacar todo eso que se desborda de su espíritu, la mercadotecnia es estúpida al lado de su deseo genuino de expresarse, y su expresividad ultragenuina (tan indie, se adivina) parecería excusar los excesos plásticos de sus primeros tiempos. Su música sigue siendo igual de mala y predecible (quizá peor: más simplona) pero tiene el escudo de la autenticidad. Sin vestiditos sinuosos (buuu) ni desplantes espectaculares, Thalía se hace la Eddie Brickell latina, jeans y playerita, y lo simple-hermoso-esencial de su música.

***

Para este artificio nada mejor que un programa de Unplugged, que desde su desconecte promueve ideas semejantes: la música como lo esencial, los instrumentos sin cables dan testimonio de su verdad verdadera, y la cercanía con un auditorio reducido finge la misma intimidad que podríamos tener una caterva de borrachos cuando nos juntamos con el que sabe tocar la guitarra y berreamos canciones de Ricardo Montaner y Mocedades.
El estilo Unplugged suele parecerme aburrido e hipócrita. Prueba de alto rendimiento para demostrar que el artista sí canta y sí toca la lira; que la banda, desnuda de artificios, tiene la oportunidad de presumir virtuosismo y acoplamiento; que incluso se revela el genio al reformular hits en frases sencillas, vocales y musicales, que desde su simpleza vuelven a manifestar su encanto.
Díganme arcaico y convencional, pero para mí el poder de una gran canción está en el momento en que existe con todos los recursos que le da la grabación en el estudio, es su real prueba de fuego, incluso sus recubrimientos tecnológicos la hacen esa canción y no otra, porque ahí están las intuiciones o las malicias de los músicos que las producen; ahí está el espíritu de su época, sus errores y sus hallazgos. Juan Ramón Jiménez dixit: “así es la rosa “.
Por supuesto que después se valen, y mucho, las variaciones en los conciertos, todos los covers posibles y que incluso algunos mejoren con creces la versión original, pero el despegue, el impacto primero, se ha logrado en ese disco en estudio; al menos es su "presentación estelar" (porque cierto: muchas bandas, sobre todo en sus inicios, graban muchas veces una misma canción, con variaciones que la van perfeccionando, y ahí vienen las discusiones de los fans from hell al cotejar versiones y decidir que la del EP es superior a la del álbum oficial, pero esto, en todo caso, son ejercicios de filología musical, como la que hace el estudioso de un poeta cuando muestra versiones previas al poema definitivo).

La trampa unplugged se encuentra, en todo caso, en un discurso falso del talento vía la simplicidad. Se desmonta la canción y se simplifica para que ilumine desde su esencia, sin considerar que su esencia también son sus recursos adquiridos desde la consola de sonido. Y muchos artistas, además, tienen como parte esencial de su obra el manejo de estos artificios. Habría que ver, por ejemplo, el fracaso de un Kraftwerk desenchufando todo el montaje electrónico que los hace ser ellos.

***
El Unplugged, por lo demás, tendría cierto interés cuando celebra largas trayectorias, que pueden coronarse con esta armazón de la simplicidad. Por eso resultan valiosos programas como los de Eric Clapton (y su hiperfamosa versión de "Tears in Heaven" proviene, justamente, de uno de los primeros programas Unplugged), el delirio genial -olvidaba las letras- de Charly García, y hasta ese extraño y lúgubre testimonio de un Kurt Cobain cansado, a poco tiempo de suicidarse, que desde una mecedora parece enterrar a todo el grunge noventero, y lo que es peor, a todo el entusiasmo que pudo haber tenido todo el grunge noventero.
Pero entonces, obviamente, todo mundo quiere hacer su unplugged, como si en todos los cantantes y músicos, rockeros, cumbiancheros o baladistas, convencionales o de avanzada, fuera necesaria la celebración de sus trayectorias. Porque parte del chiste del unplugged es ése: la consagración de una carrera, la exposición íntima, por supuesto que reflexiva, del artista que parecería hacer un alto en el camino para desplegar quién ha sido y cómo lo ha sido, una suerte de ajuste de cuentas con su auditorio-jurado-sinodal en el que demuestra, desde la simpleza del piano o la guitarra, su frágil pero exaltado espíritu.
Entonces, ahí me tienen en la fondita (por fortuna la sopa siempre la sirven caliente), viendo a Thalía de jeans y playerita, relajada y despeinada como secre eficiente de una distribuidora de tuppewares, hartamente fervorosa de sí misma, ama indiscutible de su música y de la intensidad de su interpretación. Por supuesto que la primera idea es morbosa (¿y la faldita? Bu, ¿quién quiere ver a Thalía sin una faldita?), la segunda idea desdeña (y además, ¿la música de Thalía qué? ¿Habrá alguien en todo el planeta Tierra que se sepa una canción completa de la Thalía?) y la tercera escudriña, sin pasión pero no queda de otra, el más bien desangelado recital. Que debe admitirse, la casi-diva afronta con enjundia. Thalía y su música parecerían compenetrados como silicón y teta, y de nuevo los engaños del desconectado: la simpleza de los arreglos, paradójicamente revestidos del fausto de un grupo de viento (debe ser la pesadilla de todo músico, estudiar queriéndose concertista y terminar hueseándole baladitas a una poperita light) o de una bandita cumbianchera, le sacan brillo a las rolitas ramplonas hasta hacerlas parecer joyas de las tradiciones tropicales o poperas o váyase a saberse de qué. Y llega una tristísima idea, que casi hermana con la Ñora de Mottola: que hay tradiciones que se hacen solas, o tradiciones que se fincan a güevo, desde la ruptura (y bien paciano que se hace el comedor del arroz rojo), y otras tradiciones más, esas sí íntimas porque a nadie le interesan, en la que la artista, sabedora de una fanaticada más bien pequeña y gazmoña (porque comparando: Thalía no fue lo que sí fue Gloria Trevi, o Shakira, por pensar en otras poperas de su rodada), se arma la "fiesta musical" para celebrar con sus poquísimos seguidores, que es muy seguro, la mayoría asistieron al concierto porque fue la penúltima de sus opciones -les regalaron boletos, tienen amigos gays con estéticas, se equivocaron de sala y quién le hace el feo a unas guitarras y unos timbales- y celebran el armado de un numerito que dentro de su mediocridad es, al menos, decoroso.
Creo que seguía una gastada idea generacional, porque Thalía es maso de mi edad y eso orilla a la comparación con los coetaneos, la lúgubre idea de que la mayoría estamos así, con los pequeños hits de nuestras vidas, celebrados entre cuatro o cinco gatos claudicados; por suerte entonces llegó la carne de cerdo en chile pasilla con frijolitos bayos y así las penas son menos. Pero Thalía agachada en el escenario, para más cercanía con el público, o Thalía sentada en la periquera, ojos apretadísimos para escuchar con fruición la expresivísima ejecución de su guitarrista, o Thalía palmeando las manos contra sus muslos, como lo hace la gente que vive y disfruta y transpira la música, hace tenerle cierta simpatía, deslavada y endurecida, alguna identificación vergonzosa, como no hubo en los tiempos de sus chicheros de peluche y sus canciones seudoporno: y pues es, que lo seguimos intentando. Y que nadie cree en su música o en su gloria, ni en la valía de su trayectoria, pero al menos se podría creer en su angustia. Porque el unplugged de Thalía, en el fondo, se trataba de la angustia: la angustia de no haber sido Salma Hayek, o Jennifer Lopez, cuantimenos Lady Gaga o Britney Spears, y qué angustia debe sentir cuando ya la amurallan sus nuevas versiones vernáculas, Belinda o Danna Paola, aunque no tendría que preocuparse de ellas: en veinte años harán desconectados semejantes, nostalgias evasivas de quienes quisieron y no supieron ser.
La inesperada simpatía con Thalía me hizo comer el postre lentamente, escuchando con desgano y emoción alguna canción más. Me fui cuando apareció un "invitado", un muchacho bonito con el que mientras cantaban se miraban a los ojos hipnóticamente, como si antes del concierto hubieran cogido con gozo y lasitud.
El único aprendizaje de todo esto es que la doña de la fondita debe arreglar cuanto antes la antena de su tele, los autos de Marco Antonio Regil son mucho menos desolados y quienes se los ganan brincan y se abrazan con una felicidad mucho más confortante.
A quien le gane el morbo, puede ver alguna de las canciones de la tristeza ésta:



Y ya, como sé que se ponen reexigentes y engreídos, les dejo alguno de los que fueron de a de veras:



Porque además, para más desgracia de Thalía, su concierto ni siquiera fue un MTV Unplugged con toda ley. Fue un programa "Primera fila" que capaz se lo inventó su marido Mottola para que ella no lo fastidiara en el desayuno. Así de tristes deben ser los matrimonios, pues.

18 comentarios:

Paxton Hernandez dijo...

De mis entradas favoritas del año en toda la blogósfera. ¿Quién dijo que esta muerta?

Felicitaciones y un abrazo.

Paxton Hernandez dijo...

*está

dèbora hadaza dijo...

ya extrañaba tanto dolor y desencanto, saludos mi rufían

La Rosy dijo...

Excelente reviú. "vendedora de tuperware" priceless
Lo que hace uno por comer. (hablo de Thalía, no de ti que no es tu culpa que da doña no tenga cable.)

Anónimo dijo...

Ja, para colmo, intente ver el susodicho video de Thalia, morbosamente, debo admitir. Y para mi fortuna recibi un mensaje que dice:

This video contains content from Sony Music Entertainment. It is restricted from playback on certain sites.

Es una excelente ironia. El unplugged de Clapton si se puede ver.

Estoy en Madison, Wisconsin.

Anónimo dijo...

Buenísimo post.

Ojalá que pronto arreglen la antena porque la comida no es comida sin ver atínale al precio.

Saludos. :)

Mujer Maravilla a la Mexicana dijo...

Tu enojo no es con los Unplugged, más bien con el "Unplugged" que le quitó un poco de sabor a esa carnita en chile pasilla.

Me quedó con: la que quiso ser y no supo ser. Entiendo porque en ese momento en lugar de que se atoré el bocado por el enojo de ver ese espectáculo, no te acaba de pasar la comida por una empatía o entendimiento.

Saludos

Unknown dijo...

Qué post tan maravilloso.

Rodrigo Hombre Cactus dijo...

Primero uno suscribe completamente y después uno te aplaude el gran texto con enormes frases.

Unknown dijo...

Mis lentes son marca Thalía.

:P

Alejandro Megah dijo...

¡Uf, qué calor!

Unknown dijo...

Simplemente excelente.

Lilián dijo...

1. Yo era FAN del sudor-sangre-saliva-demás fluidos corporales. Está mal decirlo... mmm, no, no creo. Tenía como ocho años y sé que no se imaginan así a la pequeña Lilián y sé que yo misma prefiero imaginarla con look mortuorio à la Merlina Adams, pero en realidad me gustaba bailotear sin sentido. Y lo que es más: ese disco lo teníamos en LP. Su discote de acetato bien bonito y original y comprado en Gigante. Alguna vez, una amiga me cachó en la bailada cuando cayó a mi casa por sorpresa y me obligó a bailarle otro rato. Nada cachondo sucedió ahí, aunque ummm...

2. El resumen de la gloria perdida aplica a todos los ámbitos. Eso es lo que lo hace tan pinche triste. Y lo más triste es que Thalía PUDO TENERLO, pudo ser histórica, inscribir su nombre en el muro dorado del pop, fue joven, rica y bella, ¿qué pudo salir mal? Sí, que no tenía talento. Verdad indiscutible. Ese es el temor. EL temor, con mayúscula.

Borchácalas dijo...

Yo digo que el próximo va a ser Arjona. A menos que ya haya hecho uno y entonces por eso estamos del carajo.

O algo así.

Anónimo dijo...

La doña va a perder clientes... no hay sazón que aguante tanta desolación.
Y sin embargo, nos dió esta entrada, que ya se extrañaba esta pluma (teclado), Gracias.
Javier, DF

Botica Pop dijo...

No sé cómo decirte que es un gran post sin que suene simplón. Tal vez me robo el "qué post tan maravilloso" de Freud Chicken y ya.

Neurotic Marianita dijo...

best post ever!!!

caí de casualidad a tu blog, pero me hice seguidora con este sentido y desconectado post :)

saludos

annie lollipop dijo...

Tú nomás opinas así de las tocaditas esas porque nunca viste la de panda.
Nomás no aprendes, Rufián.

http://www.youtube.com/watch?v=3lm4qBOab4k