sábado, 26 de marzo de 2011

Los Huaraches de Zapata


Los Huaraches de Zapata está en la calle de Flores, atrás del Walmart de Plaza Universidad. Venden -obviamente- huaraches, pero también tacos, gorditas, quesadillas, sincronizadas, refrescos y aguas de frutas naturales. Es un lugar barato, apreciable para quienes perseveramos en el hambreado oficio del free lance. Hasta hace poco lo atendía un tipo desgarbado, de preguntas hurañas y ejecución pronta. Apuntaba los pedidos con una letra atormentada, se los pasaba a la fritanguera y tachaba con furia las comandas atendidas. El equipo total de Los Huaraches de Zapata era de tres personas: este amigo desgarbado, la diligente fritanguera y una tercera muchacha que pelaba tomate verde con mucha lentitud porque la televisión le exigía su concentración total.
Era un buen equipo. Me causaba curiosidad, sobre todo, el amigo desgarbado y su gran eficiencia al tomar la orden, cortar limones, rellenar las cazuelitas de salsa, hacer las aguas de melón, sandía, naranja y alfalfa con piña y guayaba. Tenía el pragmatismo de quien ha perdido toda esperanza: por eso se movía mecánicamente, echaba agua y fruta en el vaso de la licuadora casi sin fijarse y se sonrojaba con las clientas bien maquilladas, vendedoras nerviosas de ropa de niño en Suburbia.
A mí me tocó presenciar justo el parteaguas en Los Huaraches de Zapata. Alguna tarde que pedí mi religioso huarache con huevos rancheros -estrellados, uno con salsa verde y el otro con salsa roja, para darle sabrosura y vistosidad-, el amigo desgarbado estaba con una señora: fácil deducir que era su mamá. Bien maquillada y con el pelo color jamaica, tenso en un chongo de Señorita México cuando buscan respetabilidad. Era de ese tipo de señoras que desde jóvenes habían querido ser guapas y, aunque nunca lo consiguieron, al menos habían aprendido a sonreir con cierta gracia. El hijo, a trompicones, le explicaba lo importante de la comanda, de tachar lo ya entregado, de cómo envolver las quesadillas para llevar en papel aluminio. La señora lo oía a medias y a todo contestaba: sí, cielo, sí, cielo, entiendo, cielo, así se hará, cielo. Cielo inició una explicación muy complicada sobre las cubetas para las salsas y las cubetas para las frutas, que de ninguna manera debían confundirse porque la mezcla de los sabores podría ser funesta, a medio lamento por los hipotéticos comensales agraviados, la señora lo atajó, enfatizó:
-Yo voy a salir adelante, cielo. Tú no te preocupes. Tú asoléate y haz jogging en la playa. Acá todo va a estar bien.
Y Cielo bajó los ojos con fatalismo y su mamá, como si se sintiera obligada a darme explicaciones, abundó:
-Se va a trabajar a Puerto Escondido. Seis meses, por lo pronto. Yo le digo que le eche ganas para que se quede más.
Al instante, Cielo me preguntó si necesitaba otra cosa. Mi cuenta. Garabateó sus números desesperados, saqué el billete, me dio cambio, eso ocurrió hace cuatro meses y desde entonces las cosas han cambiado dramáticamente. Ahora la señora te recibe con una sonrisa que parece canción de Save Ferris, muestra un menú que ella misma habrá confeccionado: con un Zapata de lentes new wave, piñas y guayabas contentísimas, un Cantinflas satisfecho que muestra el pulgar porque qué encabronadamente bien se come aquí. La señora pregunta qué tal te ha ido, te hace opinar sobre lo hermoso que está el día y entrega su menú como si fuera su boleta de calificaciones. El problema es que con todos hace lo mismo y, según el juego que le haga cada persona -yo le hago poco- se extiende en más o menos chácharas -por lo común más- antes de que uno pueda ordenar. La mujer que antes pelaba tomates verdes, ahora mira catálogos de zapatos Andrea y suele interrumpir a la señora para indicarle: "mire, mire estos huarachitos, qué lindos están". Con la misma concentración con que saluda, la señora voltea a ver el catálogo y dictamina: "pero esos los vi más baratos y más bonitos en el mercadito que te conté". La del catálogo entonces le explica que en realidad le gustan más los huarachitos del otro catálogo, lo busca y se lo enseña, la señora compara y precisa: "también hay de estos en el mercadito, el domingo vamos"; con la misma se acuerda que saludaba y tomaba las órdenes, y como si no estuviera segura de haber saludado antes, vuelve a sonreír, a comentar lo sabroso que se siente el calor. Por suerte, la fritanguera sigue siendo tan fría y eficiente como antes. Se ha converido en el factor secreto para que no termine de caerse el lugar.



La señora se ríe, apunta la orden, se ríe, descubre que se le está cayendo el barniz de las uñas, se ríe, arregla su chongo color jamaica y vuelve a reírse. En ineptitud total. Y la comida que uno antes despachaba en 20 minutos ahora se ha extendido hasta los tres cuartos de hora; es como comida con show incluido: comedia de dislates y digresiones con efectos desesperantes.
Mientras le doy al huarache y al refresco -renuncié al agua de melón desde que la señora tarda poco más de media hora para hacerla- suelo pensar qué tal le estará yendo a Cielo en Puerto Escondido. la primera idea, la irónica, parece ruego: ojalá en verdad se haya asoleado y esté haciendo jogging en la playa todas las mañanas, es más: ojalá me lo esté zarandeando una turista europea, rubia y colorada, para que valga la pena la decadencia de su negocio en la ciudad. Pero la segunda idea es pesimista: lo imagino arrumbado tras la barra de un bar cutre, sirviendo margaritas y martinis con su pragmatismo desolado, incapaz de sostenerle la mirada a cualquier cliente con tono de rumba. Incluso concluyo mientras rompo la yema fría -quince minutos en llegar- del huevo estrellado del huarache: quien de verdad debía estar en la playa, sonriendo y recibiendo clientes, riéndose de sus chistes e improvisando otros para corresponderles, debería ser la madre y no él. Y entonces odio mi determinismo social, tan de naturalismo decimonónico, pero cuando la cuenta tarda diez minutos porque la divina señora está haciéndole gestos y aplausos al niñito que llevó un cliente, la sentencia es inevitable: que hay gente gris y desgraciada, que nunca debería moverse del sitio oscuro donde su monotonía
funciona más. La incompetencia social de Cielo se traducía en servicio eficiente y satisfacción de sus clientes; su dramática transformación como persona, tan improbable, tampoco ha traído beneficios en los hambrientos y angustiados comensales que colmamos nuestra paciencia con el show de la madre.
Se me ocurre otra certeza, que ya se escapa del propósito de esta historia: que la madre y su pelo jamaica en chongo, y su distracción y su amabilidad circense, es la única de todo el cuadro que sería feliz aquí, en los Huaraches de Zapata, o en el bar de Puerto Escondido, o en Las Vegas, o en Montecarlo, o en Ctulhú. Y que quizá todos los demás deberíamos aprenderle algo a ella.

Aprendamos algo de la señora del pelo color jamaica:

17 comentarios:

chavatore dijo...

Piiiiiiinche rufles, qué gran texto. Más de estos, por favor.

Martha dijo...

me reí durante un buen rato, sin duda me dan ganas de ir a ver el gran show de la señora del chongo de jamaica :), y quizá de paso pruebe los famosos Huaraches de Zapata...

Lourdes Meraz dijo...

Sabroso y desencarnado. Justo como me gustan.

Esquina Tijuana dijo...

excelente narración ☺

Jo dijo...

asi si motivas
me reí mucho... creo que agradeciendo la recomendación es básicamente saber que cada quien puede tener una percepción super particular sonbre las fritangas, los pintorescos personajes y hasta el tinte de cabello

:)

Rodrigo Hombre Cactus dijo...

Es un gran texto el tuyo, realmente grande. Tendrías que empezar a recopilar tus Aguafuertes defeñas.

Diana F. dijo...

Quiero hacer un comentario así bien grandilocuente pero estoy comiendo hamburguesas al carbón y pues no. Solo digo que como todos tus pousts me parece genial. Rispect.

La Rosy dijo...

Cada que un fritanguero se muda de la ciudad... pues no pasa nada, pero si es una gran tragedia gastronomipersonal.

¡Gran texto!

Anónimo dijo...

Ahi estaba el secreto de Don Carmelo, no tenia madre que le hundiera el negocio. Muy bueno lo tuyo.

Ocairi Mayén dijo...

jaja Es la actitud totalmente, me hiciste el día! y de ser vdd lamento que tus blanquillo lleguen fríos ójala q Cielo pronto vuelva!

Montserrat Algarabel dijo...

Rufián, es usted una cosa maravillosa. Que mal que Cielo se fue a Puerto Escondido, pero que bien que la madre del chongo jamaica tomo el negocio: así pudimos leerle a usted un texto fenomenal :D

Botica Pop dijo...

no sé porqué me estoy riendo si en realidad me parece infinitamente triste...

Carlos Shue dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Carlos Shue dijo...

Fortuna la mía haber llegado de manera inexplicable a tu blog.

María dijo...

Amé tu texto!! Por favor obséquianos con una antología de El Rufián Melancólico y los personajes de su vida...

Borchácalas dijo...

Alguien debería de castigarme por tardarme más de un mes en leer este gran post.

Debería darme pena.

Dib dijo...

Esos huevos con salsa roja y verde se llaman "huevos divorciados" ¿no?

Sea como sea, el texto está a toda madre y la neta se me antojó un huarache.