miércoles, 14 de abril de 2010

Los demonios, de Heimito von Doderer

Miedo reseñar uno de esos libros que se anuncian como grandes summas literarias, porque así se presume a Los demonios de Heimito von Doderer, que suelen equipararlo a El hombre sin atributos de Musil, La montaña mágica de Mann y A la búsqueda del tiempo perdido de Proust; y siempre habrá comentarios mejor documentados porque conocen más al autor, o a Viena o a los tiempos -los años veinte- en que transcurre la ficción; pero tres meses de lectura (¡y 1662 páginas!) deberían merecer aunque sea tres parrafitos; entonces, como burro que se va haciendo ducho en eso de tocar la flauta, ahí les voy:

1. Acá está la biografía de Heimito von Doderer, flojera repetirla. Destaco lo que me sirve para el rollo: hijo de la aristocracia astrohúngara, vive el momento incierto, posterior a la Primera Guerra Mundial, en que el gran imperio se desmembra y crea a las frágiles naciones de Austria y Hungría. De entrada pienso en otro escritor que ha situado sus historias en esta época, el húngaro Sándor Márai; ambos comparten el sentimiento de melancolía por el derrumbe del imperio y lo incierto de la reconfiguración de la nueva sociedad, ahora austriaca y húngara. Tiempos de transiciones y no de consolidación, porque además ocurre en esos veinte años de entreguerras, tenso puente entre el fallido Tratado de Versalles y la creación de los sistemas totalitarios de Alemania e Italia. Los felices veintes, los treinta en aprendizaje festivo de intolerancia, frivolidad y enajenación que tras la Segunda Guerra condenaríamos culpable, pero antes, ¿quién carajos iba a saber que la indiferencia charlestoneada derivaría en confrontación?

2. El historiador Neuberg pavonea su inteligencia ante la bella Friederik Ruthmayr y sin querer suelta alguna de las claves de
Los demonios, cuando dice que "cualquier texto histórico que realmente lo sea es historia del presente, aunque se ocupe de la época romana, de la Alta Edad Media o de cualquier otro periodo. No, no se puede concebir el pasado como algo establecido de una vez para siempre, lo reformamos continuamente. Los hechos, con su colosal envergadura, no son nada; en cambio, nuestra forma de entenderlos lo es todo; por eso cada época ha de escribir de nuevo la historia y al hacerlo habrá de despertar e inspirar vida a los hechos muertos del pasado, un pasado concreto cuyo retorno traerá ciertos gestos que nos serán afines y nos conmoverán por dentro". Obviamente, una novela va más allá del puro registro histórico, pero en este caso su centro -la reinterpretación histórica- se encuentra ahí. Los demonios concluye con el incendio del Palacio de Justicia de Viena el 15 de julio de 1927, que encumbra al incipiente nacionalsocialismo austriaco (y de ahí ya se sabe: el vínculo con el nazismo alemán, y la anexión, y la guerra) y esta pequeña trampa reformula toda la trama: las muchas historias amorosas, las alianzas y enemistades, el melodrama decimonónico que se estorba con la subjetividad del siglo XX, los personajes oscuros que llegan a su redención o las brillantes personalidades de quienes presenciamos su declive, son reformuladas a partir del último capítulo y de paso reformula toda la concepción de la novela: Los demonios es la historia que ocurre entre La Historia. Fundación de un mundo inestable porque no sabe que se avecina su casi inmediato final. De ahí que, sorpresa, las más de 1600 páginas se revelan inútiles ante su encontronazo con la Gran Historia. Entonces, ¿vale la pena leerla? ¿Por qué?

3. En concreto:
Los demonios son las crónicas que ha juntado el jubilado jefe de sección Geyrenhoff sobre una época concreta de su vida, que va del invierno de 1926 al verano de 1927. Para la escritura de estas crónicas se ha valido de varios informantes, de distintos estratos sociales de la ciudad de Viena. El colaborador más cercano -y presumiblemente, el último redactor de gran parte de estas memorias- es el escritor Kajetan von Schlaggenberg. El punto de partida es la mudanza de Geyrenhoff , del centro de la ciudad, al barrio extrarradio de Döbling, que se ha ido volviendo lugar de intelectuales, artistas y bohemios. También son una nueva clase social que busca contrastarse con la vieja aristocracia y alta burguesía del imperio. Lejos de mostrar respeto por las tradiciones, buscan confrontarlas y generar nuevos estilos de vida. Si el centro de la ciudad de Viena todavía es ópera y títulos nobiliarios decadentes, en Döbling se ostentan los nuevos autos deportivos, las relaciones amorosas libres y farras bulliciosas. Geyrenhoff suele referirse a esta comunidad como "Los Nuestros", galería de personajes de inocente decadencia: René von Stangeler, veterano de la Gran Guerra que sobrevive sin mucho éxito a su profesión de historiador, Kajetan von Schlaggenberg, recién separado de su mujer y entregado a la bebida, la hermosa hermana de Schlaggenberg, Charlotte, apodada por todos Renacuajo, ejecutante de violín en pos de figurar como solista en una orquesta, el noble alemán von Eulenfeld, tan millonario como alcohólico, el diplomático húngaro Géza von Orkay, el dibujante y conspirador Imre von Gyurkicz. En tertulias pretenciosas consolidan una identidad no exenta de fisuras. Lo importante, en todo caso, es la apología de esta comunidad que sería lejana parienta de los vagabundos beats, las comunas hippies y hasta las banditas virtuales de la actualidad. En las fisuras, los distintos objetivos, las alianzas o confrontaciones del grupo, se va gran parte de la novela.

4. Si algo hubiera en común en la trama de los personajes más importantes de la novela (y esto lo robo del comentario que hace Juan García Ponce en su más bien regular ensayo:
Ante los demonios. A propósito de una novela excepcional. Los demonios de Heimito von Doderer) es que todos se confrontan a lo que Stangeler denomina la "segunda realidad": fantasías, perversiones, sueños informes, que improvisan sus personalidades. Parecería que una forma eficiente de retrasar las tomas de conciencia reside en la creación de un objetivo disparatado que además les ayuda a sobrevivir a ese tiempo incierto. Así, Schlaggenberg lanza su manifiesto para enamorar mujeres gordas, el obrero Leonhard Kakabsa se obsesiona con aprender latín, como forma de reelaborar su idioma vulgar hacia otro más culto, o el industrial Jan Herzka busca hacerse erudito en el tema de la quema de brujas en la Edad Media, para sublimar sus fantasías sadomasoquistas que busca realizar con su sensual secretaria. Entre la segunda realidad y la cotidianidad casi impresionista se decanta la novela, con enredados argumentos al estilo decimonónico, que incluyen herencias escondidas, hijas bastardas que descubren a sus verdaderos padres, algunos jugueteos eróticos y un fondo político que rara vez se evidencia pero suele sobreentenderse en los oficios, las opiniones y las metas de los personajes. Imposible resumir y comentar en un solo post todas las hazañas, aunque valdría apuntar que pocas son de un dramatismo exacerbado. La tomada de pelo de Los demonios estaría en su gratuidad: nada parecería demasiado importante. Reuniones exquisitas, deliciosos vinos, descripciones preciosistas de bosques y calles, el transcurso del tiempo se antoja lento y placentero. Quizá porque el guiño de Doderer está en someter las segundas realidades de los personajes a una enorme segunda realidad de la totalidad de la novela: este tiempo de candor también es ficticio. El contrapunto con los personajes de las clases bajas -taberneros, gángsters, prostitutas, conspiradores políticos- impide engaños: las jornadas bucólicas están rodeadas de amenazas y las inocencias burguesas parecen absurdas cuando alrededor se teje el verdadero poder fascista.

5. La diferencia entre el autor convencional y el gran novelista que es Doderer, estaría en la paciencia para postergar los enfrentamientos entre la futilidad burguesa y el amargo resentimiento fascista. Doderer no quiere dar una clase de historia o moral, y denunciar la felicidad -la ignorancia- cortesana de "Los Nuestros". Respetuoso de los motivos de su cronista Geyrenhoff, prefiere acompañarlo en la descripción entrañable, a veces irónica, de la comunidad. E incluso acepta sus puntos de vista conservadores y muchas veces espantados. De ahí la utilidad del contrapunto que establecen los extractos de crónica relatados por Schlaggenberg, que obligan a desconfiar de las apreciaciones candorosas del maduro jefe de sección.

6. Desde los personajes cronistas,
Los demonios es una historia de restauraciones: las formas en que los personajes parten de su caos individual -sus segundas realidades-, y cómo en el transcurso de sus historias van solucionando sus conflictos, vía candorosos deus ex machina (empleos, herencias, romances inverosímiles, felices coincidencias). De ahí que podría parecer chocantes los supuestos finales felices, con casorios, trabajos bien remunerados y amistades que se revelan bondadosas hacia el final de la historia. Pero sobre los cronistas se encuentra la malicia del novelista Doderer, quien sí se sabe contando la novela después de la Segunda Guerra Mundial (wikipedia chismea que esta novela se escribió en los años cincuenta) y desde ahí insinúa lo relativo de los finales felices: lo efímero de "Los Nuestros" también es lo efímero de los años veinte, de la sociedad vienesa que no podía reconocer -(¿de pronto adivinar?)- el terror de la siguiente década, de una visión del mundo incapaz de imaginar el violento giro de tuerca que se viene. Los demonios es, entonces, el triunfo del novelista riguroso, que rehúye del efecto para concentrarse en la alusión. De ahí la complejidad de la novela, cuya placidez apenas se desmiente al interior del texto, pero requiere de la desconfianza extraliteraria del lector para comunicar su mensaje más amplio.

7. Nomás como aclaración o consejo: antes dije que el ensayo de Juan García Ponce era regular, porque uno esperaba más interpretación y el novelista más bien se limita a contar la trama de la novela. Eso decepciona cuando uno sabe lo agudo y rico que podía ser un comentario más reposado de García Ponce, aunque también se le agradece esta suerte de "guía rápida" que puede ayudar a no perderse en el tremendo monstruo argumental que es
Los demonios. También me hace suponer que una glosa de esta novela requeriría otro libro igual de gordo. Seguro en Alemania y Austria ya existe esa glosa. Ojalá nos llegue pronto. Ojalá pronto haya comentarios más detallados de esta gran novela. Yo nomás toco la flauta, como el burro. Y sugiero: mucha inquietud, también mucha paciencia, para quien quiera hincarle el diente. Mi siguiente post será del dolor que me causa mi uña enterrada, para aligerar la textura. Sale, pues.