domingo, 3 de julio de 2011

Elba Esther y mi papá


La semana pasada mi madre se fue a Veracruz a atender a una tía enferma y de paso se le cruzó un velorio, una boda, unos quince años y no tengo claro cuántos festejos más. Por eso el domingo tocó atender a mi papá. La rutina fue sencilla: mi hermano lo llevó a resolver pendiente y medio al Centro, hacia las dos de la tarde los alcancé en el Corona y vimos el empate a ceros de Venezuela y Brasil.
Cuando venían a dejarme a la casa, mi hermano (pinche crudo) cabeceó en un cruce y el auto rozó con un camellón, se nos hizo peligroso que siguiera manejando así. Sugerí que durmiera media hora en mi casa. Me puso incómodo saber que entrarían a este bastión impenetrable de cucarachas y manzanas podridas que es mi casa, pero no se podía hacer otra cosa. Mi hermano tardó
más en tirarse en el sofá-cama que en roncar. Yo hice café para mi padre y para mí. Venía lo incómodo: que me preguntara sobre mis perspectivas de vida y mis negocios audaces (ja). Serví las tazas, tomé aire. Él le dio un sorbo a su taza, revisó que el café hubiera quedado bueno (quedó bueno), empezó a preguntar:
-¿Qué te parecieron las declaraciones de Elba Esther?
Fue como preguntar mi opinión sobre la selección nacional de squash de Eslovequia. Ni siquiera sabía que recientemente hubiera hecho declaraciones importantes. Improvisé lo obvio: deleznable su capacidad de intriga, ambiciosa, voraz y acomodaticia, el siniestro parecido con Chucky que le había dejado tanto bisturí estético, sus artes maquiavélicas que ayudaron con el fraude de Calderón han destruido sistemáticamente al país. Mi padre le dio otro sorbo al café y miró unos cincuenta años hacia atrás.
-Pinche Elba. Es una cabrona la Elba.
Esperé la historia que siempre sigue a cualquier evocación de Elba: ella adolescente, en la fiesta de graduación de sexto año, en Comitán, Chiapas, hacía una espléndida ejecución oratoria y justo recitaba algunos versos de "México creo en ti" cuando todo el auditorio la vio escupir su dentadura postiza (semanas antes había oído decir a otra persona que los chiapanecos sufrían mucho con su dentadura, quisiera imaginar que en aquellos años cincuenta más tempranamente debían recurrir a los postizos). Con el mismo temple que ahora arrea a miles de sindicalizados del SNTE, Elba Esther interrumpió el poema, recogió sus dientes del suelo y terminó de recitar con gran convicción. Y es que Elba Esther Gordillo y mi padre estuvieron juntos en la misma primaria, y aunque mi padre interrumpió los estudios de secundaria, siguió viéndola en Comitán mientras ella cursó la secundaria, la vio irse a la capital para estudiar en la Normal y la vio regresar de tanto en tanto a la ciudad.
Después mi padre intenta demostrarme con toda su evidencia posible -la de las palabras y la memoria- cuán cercano estuvo de Elba Esther en la niñez y la adolescencia. Mi abuelo y su padre compartieron alipuces. El padre de Elba Esther tenía una alberca donde iban toda la chamaquera a nadar y tirar rostro, Elba vendía cuartitos de jabón zote y refrescos, y a los que no llevaban dinero les fiaba (después era tenaz para cobrar los créditos). Para más: mi padre me describe una genealogía enredada en la que yo podría ser sobrino en segundo grado de la lideresa, aunque siendo más honestos, recompone mi padre, los Gordillo de Elba Esther no son los mismos Gordillo de tu abuela, aunque nunca se sabe, "las formas en que se relacionaron las personas en Comitán son formas que... vete tú a saber".
-Pero estoy seguro que si consiguiera el teléfono de Elba y le llamara y le dijera quien soy, me respondía a la llamada y me hablaría con mucho gusto. Porque Elba será lo que quieras pero siempre se portó bien conmigo.
Y siguió la otra historia que siempre cuenta de Elba: cuando ya mi padre bien afianzado en el DF, a finales de los años setenta, trabajaba en una empresa de telas y dirigía en alguna calle de Polanco a unos cargadores para que trasladaran mercancía de un camión a una bodega. En pleno trajín escuchó que gritaban su nombre, volteó y la sorpresa fue ver a Elba caminando muy eufórica hacia él.
-Ella fue quien me gritó, no yo a ella. Para entonces ya traía unos señores tras ella, imagino que guaruras, ya debía de andar de novia de Jongitud, pero todavía no estaba tan cabrona como ahorita.
Se saludaron, se abrazaron, se dijeron que no habían cambiado nada, se preguntaron qué era de sus vidas. Mi padre le habló de su matrimonio, de los dos hijos; Elba contó cosas vagas: "la política, paisa, ya sabes, la política".
Elba le dio una tarjeta con sus teléfonos. "Todavía la tengo por ahí. Ya no debe tener los mismos teléfonos, pero probar es probar".
-¿Y si llamas y te atiende qué vas a hacer?
Mi hermano dio uno de esos ronquidos salvajes que parecerían destruir todo su aparato respiratorio. Mi papá jugaba con hojitas de apuntes que estaban regadas en mi mesa. Encontró un boucher de Gandhi. Alzó las cejas como cuando no entiende que se puedan gastar 600 pesos en libros y no en zapatos.
-Pues.. platicar, recordar esos tiempos, yo creo que a ella le gustaría. ¿A poco a ti no te gustaría conocer a Elba Esther?
Imaginé los bonitos linchamientos procrastinadores del Tuiter. El tal @rufianmelancoli sube su foto al lado de Elba Esther y de inmediato se le evidencia su amistad infame con Kahwagi, Salinas, Peña Nieto y PauRubio. Pero también imaginé cuánto no daría cualquier periodista profesional por tener un encuentro así, con El Monstruo: lejos de las coyunturas políticas y las obligaciones a ser crítico, escudriñando el perfil más privado del personaje controvertido. Si se permite la comparación y la distancia: la crónica semejante que hubiera querido hacerse de Hitler, Videla, Pablo Escobar, El Chapo. ¿Qué le preguntaría a Elba Esther si la tuviera de frente, sin reflectores ni necesidad de defensas políticas, con un café como el que ahora tomábamos con mi padre, ella olvidada por unas horas de sus parcelas de poder, de sus felonías, de sus argucias políticas, de la joda que le ha puesto a la educación nacional, entregada a los recuerdos infantiles de una ciudad entre cerros y marimbas?
Terminamos el café, mi padre necesitaba comprar medicinas en Wal-Mart y podíamos ir al de Zapata, darle veinte minutos más de jeta al crudo. Y suele ocurrir que cuando se cambia de ambientes se cambia de charlas. Ora sí vienen mis planes de vida y mis fabulosos negocios fracasados. Pero cruzamos Cuauhtémoc y mi padre seguía ya se verá dónde:
-En una de esas le caes bien y te da una chamba.
-¿Una chamba? ¿De Elba Esther? Papá, no jodas...
-No una chamba-chamba de esas vergonzosas. Pero pensaba: que te vendieras bien y le hicieras una biografía.
-Ya hay mil biografías de ella.
-¿Y qué cuentan esas biografías? Lo de Jongitud. Lo del sindicato. Sus chingaderas. No no no, yo pensaba una biografía distinta. Que la humanizara.
-Una biografía oficial. Justificar las chingaderas. Además, seguro ya tiene quién se la haga. Y un enjuague así, ps nomás no.
-Es que mira, hijo. Yo sé todo, oigo el radio, no me hago pendejo. Sé lo que hace. Pero siempre que lo hace nomás pienso, Pinche Elba. Porque me acuerdo de quién era. Y de quién es ahora. Se me hace raro. Pensar quiénes fuimos y quienes llegamos a ser.
El Wal-Mart los domingos es insufrible. Estuvo fácil comprar las medicinas, más complicado saltar las colas y salir. De regreso a casa empecé a explicar lo conveniente y no de hacer la despensa en un super tan cercano: ruta muy corta como para tomar un taxi con ocho bolsas llenas, pero si las cargas caminando se vuelve eterno. Mi padre entendió pero recobró.
-¿Sí sabes que Elba tiene un solo riñón? En todo Comitán se supo. Estaba casada con un maestro, en Puebla. El hombre se enfermó y le urgía la donación. Elba de inmediato se hizo operar. Pero el cuerpo del esposo rechazó el riñón de Elba y murió. Luego Elba quiso cobrar la pensión y no pudo porque apareció otra esposa del maestro, la única y verdadera. Y fue como en las películas. Que cuando pasan esas cosas, te cambia la personalidad.
-La falta de un riñón la llevó al lado oscuro... -hice el chiste Star Wars pero mi padre no lo entendió.
-Elba nunca fue guapa, en aquellos tiempos había muchachas más guapas y ella lo sabía. Pero creo que lo compensaba siendo dura. Haciéndose la mujer de gran temple. Y mira al paso del tiempo, cómo son las cosas. También a qué costos. No sé cómo sea eso de escribir historias, pero échale una pensadita a esa. Yo no sé. Cuando pienso en ella y las cosas que se escriben, siempre pienso que por ahí debe haber algo.
Para entonces ya estábamos en mi casa, mi hermano sentando a la mesa, apenas llegamos me dijo que no mamara, que gastar seiscientos pesos en libros era una barbaridad. Ofrecí más café pero les entró la prisa, se venía la lluvia y mejor manejar en calma. Todavía cuando fui a despedirlos mi papá insistió: "Si te interesa vemos cómo y la buscamos. Seguro que le digo quien soy y le da gusto y me da una cita. Y a ver qué ocurre, nunca sabes donde salta algo que valga la pena".
Al otro día empezaron los dimes y diretes de Elba Esther Gordillo con Miguel Ángel Yunes. Mientras los tuiteros despotricaban por el cinismo de ambos contrincantes, yo quería imaginar a la Elba que conoció mi padre, la que le hace esbozar media sonrisa culpable y le hace decir Pinche Elba. Regiones insospechadas en las que ella debe seguir vendiendo cuartos de jabón zote, recogiendo su dentadura que cae al suelo, cometiendo el épico disparate de donarle su riñón a un marido fraudulento.

*La foto es de la revista Vértigo. Si tienen líos que la use la cambio por otra. Total que de la maistra hay mogollón.