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jueves, 4 de octubre de 2012

Psicoterapia Telcel

 Por supuesto, iba indignado. Y listo para recitar todas las formas lentas en las que creo que debe morir Carlos Slim. Ella lo sabía y por eso me dejó desahogar.
-Porque el puto Slim BLA BLA BLA al infierno con su BLA BLA BLA, putos monopolios de mierda que BLA BLA BLA, pero nos estamos organizando BLA BLA BLA; yo también soy 132 aunque sea de espíritu BLA BLA BLA, el que no brinque es Peña (y juro que brinqué: así era mi indignación).
La vendedora de Telcel me pidió mi número, tecleó rápidamente, constató que, en efecto, era momento de renovar mi contrato y cambiar de equipo.
-Yo le compré este cacharro -le enseñé el iPhone- a una chica por la mitad del precio que lo venden ustedes, le cambié el chip y aun con lo lento tuve el mundo que ustedes me negaban al alcance de mi mano: seduzco muchachas por Whatsapp, comparto a qué hora voy al único café al que voy en Foursquare, le tomo fotos a mis vasos de Starbucks y lo subo al Instagram. ¿Y ustedes qué han hecho por mi? Dime, menciona una sola cosa que ustedes hayan hecho por mí.
-Con sus puntos azules y su renta fija no puedo ascenderlo al iPhone 4 pero le alcanza para los Androids de esta hoja, revise y me dice cuál le interesa.
-Le diré qué me interesa -y mis ojos se inyectaron de sangre- me interesa una renta más barata, que limite mi red de datos porque quiero volver a salir a la calle y ver la vida: respirar el pasto, mirar los árboles, las ardillas y las mujeres en tacones, quiero pagarles menos para tener más calidad de vida, ahora seré yo quien los limite a ustedes y volveré a ser dueño de mi existencia.
- Renta más barata, de acuerdo. Mire estos Galaxys, tan bonitos, uno de ellos le puede servir.
-Me sirve volver a leer a Tácito, a Séneca, a Herodoto, esos pequeños placeres que he perdido por culpa de ustedes.
-Hay una aplicación muy amigable que se llama Alkido, ahí puede almacenar sus ebooks.
-¡No me interesa almacenar nada en estos artefactos! -bufé espuma rabiosa- ¡Quiero el olor del papel, del pan y la tierra mojada después de la lluvia! ¡Ya no me interesa seguir con este espejismo de la vida virtual!
-Estoy viendo que con la renta que quiere más bien le alcanza para estos Motorola, son más modestos pero con muy buena conectividad.
Y no entendí lo que me explicó de los pixeles de la cámara, la duración de la batería, el almacenaje de canciones, pero en la propaganda lo mostraba una rubia increíble y acepté. La vendedora siguió tecleando mientras yo trataba de explicarle con más detalle lo que me ocurría.
-No sé dónde quedó la vida, no sé dónde la perdí en esta borrachera del mundo 2.0. Entonces tomé decisiones: limitarme la conectividad para conectar mejor conmigo. Leer, escribir, escuchar álbumes completos y no sucumbir a las veleidades del shuffle; hablar con gente real y no con avatares de chichis que hacen daño y dan pena y se acaba por llorar.
-Firme acá y le entrego.
El aparatejo, más grande que el iPhone, sobrevivirá menos a la obsesión vintage pero por eso mismo será una suerte de delicatessen vintage. Pero no sucumbí a los recuerdos futuros, acepté la máquina con displicencia. Y ya preparaba los insultos de despedida cuando me dijo la mujer:
-Y no se preocupe que ya también le hice el cambio de chip. En pocos minutos su iPhone no funcionará más.
Palidecí. Un abismo insondable se abrió a mis pies. Sentí el vértigo del adiós y el olvido.
-¿CAMBIÓ EL CHIP? ¿CUÁNDO COÑOS LE PERMITÍ CAMBIARLE EL CHIP?
-Es para mejorar su conectividad. Cortesía de la empresa.
-Pero... ¿Y todo lo que tengo en el iPhone? ¿Contactos, mensajes, canciones que me dedicaron y dediqué, emoticons de cervezas y ligueros que prometían cervezas y ligueros reales? ¿Todo eso a dónde irá?
-Todo eso nunca existió. ¿Y no que quería deshacerse de todo eso?
-Sí, pero yo quería ser quien decidiera cuándo.
-¿Entonces vino a gritar sus bravuconerías solamente para compadecerse a sí mismo y no crearse un compromiso firme de cambiar?
-Mis fotos... la de la noche aquella en el Hotel Marlowe...
-Quítese la costra rápido, joven. Así duele menos. Digo, le duele ahorita, pero mañana que ya le entienda al Android estará listo para nuevas pics.
Me recargué en el mostrador y la miré intensamente a los ojos.
-Me siento patético. Es un teléfono de mierda, nada más eso. Nunca he endiosado a Apple, no compré la biografía de Jobs ni vi sus discursos en Youtube. Para mí esto -agité el iPhone- es un celular, y un celular es como una licuadora. Prefiero la licuadora, hace salsas, son reales, pican. El iPhone no. Pero cambió el chip y sentí un vacío. Sentí que perdía un hogar, ahora soy un damnificado, peor que el que vive un terremoto en Haití. Me siento muerto, me siento sin nada. No puedo creer que me esté pasando esto a mí.
Ella suspiró.
-Mire a su alrededor joven. Primero las propagandas: muchachos en una carretera. Muchachos en un globo. Muchachos en una fogata. Muchachos en un puente. Ahora vea a los demás clientes: ¿dónde está la carretera, el globo, la fogata, el puente? Vea sus gestos ansiosos, cómo disimulan sus carencias, cómo disfrazan sus miserias con arrogancia geeks. ¿Cree que vienen por teléfonos? Vienen por las montañas pero sólo tendrán recámaras polvosas. Vienen por el mar porque ya no escuchan cómo gotea la llave de agua en la cocina. Pero no lo saben y por eso buscan lo que usted ya supo que es falso: las fotos, las canciones, las promesas, las alianzas. Usted ya lo sabe, pero todavía no sabe cómo deshacerse de todo esto. Por eso le doy un Android. Cuando esté listo para la renuncia podrá regresar a los orígenes, el Nokia monocromático 1200.
-Pero los mensajes, señorita...
-No tenga miedo, va por buen camino. Ande, Telcel le regala un termo para cuando regrese al ejercicio.
Salí arrastrando los pies, hombros caídos, mirada perdida. Frente a mí pasó una anciana jamona que eructaba chorizo. La vida, me dije. También me di cuenta que me hacían falta cigarros.



martes, 18 de octubre de 2011

Tabucchi, Pitol, simios y muchas otras cosas

La semana pasada estuvo movidita, no era buen momento para ponerse a leer una novela. Por eso elegí un libro de cuentos que heredé hace siglos de una novia y nunca le había hecho mucho caso. El juego del revés, de Antonio Tabucchi. Leí tres cuentos, después lo he abandonado por otros asuntos. Pero los tres cuentos que leí eran bastante buenos. El segundo, "Cartas desde Casablanca", tiene un final espectacular, que me recordó las novelas de Sergio Pitol. Recordé que Tabucchi y Pitol son amiguitos de piquete de ombligo, es común encontrar elogios recíprocos en prólogos, ensayos, conferencias. En los cuentos encontré, también, afinidad de temas. El personaje bien portado o pudoroso que las circunstancias lo obligan a manifestar alguna identidad oculta, y entonces salta la cabaretera en el cuento, así como saltan los ritualistas snob-escatológicos del novelista al final de Domar a la divina garza. Pero además, coinciden en la descripción de una alta burguesía en decadencia que se hace la discreta hasta que estallan por cualquier absurdo, dejando de manifiesto la fragilidad de una clase social que quisiera ser aristocracia, que aborrecería reconocerse en la miseria y evaden sus horrores entre migrañas y lamentos afectados. Es el mentado grotesco bajtiniano que le achacan a Pitol, como recurso natural para hablar de ciertos personajes que se revelan desde lo aparente-sublime y la vergüenza de su condición real.
Vino otro recuerdo, cuando hace diez años estaba embobado con El desfile del amor de Pitol y pensaba en una novela que emulara su estructura. Esto es: presentación episódica de personajes a través de una indagación seudodetectivesca, lo que ocurrió con uno se va sumando al testimonio del siguiente, puntos de vista contradictorios, que complementan pero no como lo quisieran los personajes, porque lo más importante, lo "real" de los acontecimientos no está en lo contado, sino en el cómo se cuenta: en las opiniones maldicientes de unos y otros, en los desdenes elegantes, en las justificaciones para las mezquindades propias, en la fragilidad que el personaje nunca quisiera mostrar pero el narrador la desliza con cierta malaleche. Para que pudiera darse este doble nivel de los discursos -que sea tan importante lo que se cuenta y el cómo se cuenta- Pitol eligió el estilo libre indirecto, que permite campechanear opiniones casi textuales de los personajes con algún comentario más "impersonal" o "elegante" del narrador. La maleabilidad de la prosa se hace entonces espléndida, las primeras páginas piden cierto esfuerzo del lector, pero ya entrados en las reglas pitolianas se vuelve de un humor y una versatilidad impresionantes. ¿Quién no quiere experimentar con un recurso así?
Y ahí voy, a las eternas novelas inconclusas, treinta páginas de un grupo de treintones neuróticos abrumados porque acabaron a gritos y sombrerazos su periodo de preparatoria, con cierre de la escuela, sacrificio simbólico de su líder, resquemores acendrados (saludos, loyolos) (abrazo, pero no de priísta, jefe Job) (ok, saludines también al @martiniseco) y un chismerío sabrosón que terminaría cuando esta decena de ridículos saltara al edificio abandonado de la escuela para descubrirse a sí mismos como cadáveres patéticos. El proyecto apenas llegó a su quinta parte, lo que escribí se perdió entre archivos de Word 97, 2000 y XP, y hasta hace poco quise releer alguna parte que según yo, era de los mejores momentos: cuando un tipo rudo, jugador de futbol americano, va eligiendo volverse gay porque piensa que es más divertido el carnaval homosexual que el compromiso arisco y desconfiado de los heterosexuales (pésimo argumento, ya sé, pero déjenme terminar). Hallé el texto, releí, fue una enorme decepción por lo afectado de las frases, el manierismo de los diálogos, la forma prefabricada de ir agregando anécdotas en el relato central. Pensé en treinta y cinco cosas, treinta y cuatro tienen que ver con mi fracaso y la mejor forma de suicidarme, la treinta y cinco es la que importa: que por alguna razón, esta técnica de Pitol, este prodigio de excesos expresivos; muletillas, requiebros pudorosos en las referencias, justificaciones absurdas, elegancia en los insultos, aparente objetividad en el escarnio -joterías, pues- le quedaban bien al mundo narrativo, entre aburguesado y decadente, de Pitol, donde el aprendizaje de los buenos modales y la diplomacia se presta para un habla sinuoso, que pide varias interpretaciones ("escribe esta carta pero con mucha mano izquierda", me pedía Anamari, tan pitoliana como jefa mía en el INBA, cuando debía redactar rechazos o negativas pero con buena-ondita); pero no funcionaba con mis oficinistas de sobacos sudados que se vuelven locos cuando consiguen un descuento 2x1 en un bar rascuache de gomicheladas.
Me quedé con una intuición incómoda, más porque sería ir en contra de todas las clases de creación literaria que tan bonitamente nos enseñan el arte del buen escribir: es que la elección de una técnica narrativa también procede de una visión del mundo, y que es falso que todo se puede escribir de todas las maneras posibles, siempre y cuando seas "dueño de tus herramientas" (el McGyver narrativo, pues). Hay otra idea más fácil: que Pitol es Pitol y uno, pues malamente es uno, pero con esa idea simplista se terminan las averiguatas sobre el dominio del propio oficio. Compongamos: Pitol tenía más claro qué quería contar y eso lo llevó con cierta naturalidad a crear el artificio que le permitiría hacerlo; yo estaba en la copia de un estilo, y aunque él mismo dice al inicio de El mago de Viena que: "El futuro escritor debía transformarse en un simio con alta capacidad de imitación", más adelante aclara que este mono mimético debe saber cuándo desligarse del estilo elegido para intentar el propio.
Supongo que desligarse de la imitación para hallar la escritura personal implicaría reconocerse en los temas, los espacios, la originalidad, el fraseo, las inflexiones que uno ha tenido desde siempre, pero este cliché tan como de libro de Coehlo suena huequísimo, y suena así porque el "reconocerse" quisiera ser poética de plenitudes cuando, menos resplandeciente, también podría asumirse como inventario de miserias. Lejos de armar leyendas prodigiosas de escrituras, exquisitas cuando son burguesas, desgarradas y salvajes cuando provienen de la insubordinación y el resentimiento social, me reconozco en silencios pasmosos, en el reciclaje de un mundo más bien pueril: más cercano de El libro vacío de Josefina Vicens que de cualquier gesta, impresionante o prescindible, de los novelistas que ahora importan.
Aunque no parezca, el párrafo anterior era optimista, reconocía personajes más chejovianos que de altos vuelos, aunque el medio tono de los universos suele confundirse con una ejecución menor. Ahí es cuando de nuevo se reciclan las angustias: ¿sigue valiendo la pena intentar la historia de un oficinista promedio, bebiendo en un bar de Sanborns, cuando las moditas literarias hablan de "novelas intelectuales" de "científicos atormentados" "alemanes" "que se llaman Klingsor" "por ejemplo"? El taller literario dice que sí porque le gusta reclutar cronopios; yo me pierdo entre temas y estilos porque también avizoro -aunque esto ya se alargó demasiado- que la lectura contemporánea no tiene mucho que ver con una escritura aprehendida aprendida en esa engañosa edad de oro de los noventa, con jornadas semanales y construcciones tardías de hombres nuevos, y que a las nuevas lecturas les urgen subgéneros no importa si parodiados chafamente, polémicas narcopolíticas, ardides cosmopolitas-hipsters, metarreferencias de novelistas que hacen novelas, y entonces me angustia no tener claro en qué espacio de todos esos ubicarme.
Menos azote: este post se trataba de que: leí a Tabucchi, pensé en Pitol, lo recordé como modelo y entendí que ya no me hallo mucho en él. Y que, imagino, eso debe ser una evolucion. Y el inicio de una toma de posturas. Rayos, todo cabía mejor en un tuit. Ese es otro tema: lo breve, lo efímero, lo inmediato, el desencuentro de todo lo que ya no se queda en nosotros. Y lo anquilosado que muchas veces me siento. Ya me enredaré con eso en otro post.

martes, 16 de agosto de 2011

El Cuatro y la envidia como acicate creativo

Alguien me ha mostrado (y me trae en chinga con) los eneagramas, una tipología de las personalidades que tiene su origen en la filosofía sufí y que la psicología contemporánea ha retomado para estudiar cómo se conforma el comportamiento de los individuos: sus rasgos fuertes, sus debilidades, sus retos esenciales. Se divide en nueve tipos, es largo de describir, si a alguien le interesa asómese por acá. El "traerme en chinga" ha consistido en querer hacerme consciente de que soy un Cinco, es decir, una persona observadora, analítica, encerrada en sus pensamientos y un tanto insensible, que prefiere la soledad y se siente incómodo en grandes grupos porque su hiperpensadera le vuelve torpe para desplegar rasgos sociales prácticos, como comentar acertadamente sobre política, convencer a un jefe de que soy La Mejor Opción o saber guiñarle el ojo a la muchacha que se alisa con nervios su faldita. Me obviaré la discusión que tuve -rabieta, me dijeron- por negarme a ser algo tan repelente -por lo autista- como un Cinco, ni siquiera la lista de los Grandes Cincos de la historia me conmueve -que si Nietzche, que si Einstein, que si Kafka.... -¡Puro maldito asocial atormentado!, reclamé; -¡Kubrick, we, Kubrick!; -¡Siempre me ha cagado la Frialdad Perfeccionista Inconmovible de Kubrick!, volví a pelear (y de paso siento alivio de soltar un exabrupto tan hereje y honesto, así es, no me hallo mucho con Kubrick y qué y qué y qué). Al cabo de los días me he ido conciliando con el famoso Cinco, más a partir de -vergüenza- dos Cincos más bien pop que sí me gustan para reflejarme. Uno es Sherlock Holmes y el otro, su actualización médica, Gregory House. Apenas me confirmaron que ellos eran Cincos, se me desplegó todo un mundo de personalidad y glamour: jalé mi lupa, mi gorra de cuadros con lengüetas, mi bastón wild on, mis Vicodín y mi sarcasmo socarrón que dicen es hasta sexy. 

***

Pero el espejeo con los eneagramas ha continuado, reconocerse como un Ocho, un Tres o un Siete no es fácil, todos tenemos un poco de todos los tipos, y también, los matices en los comportamientos hacen que un Uno pueda confundirse con un Tres, o un Siete con un Dos (ya les dije, quien quiera entrarle al tema vaya acá). De modo que: quien me atormentó con el Cinco de pronto me soltó que muy probablemente podía ser un Seis ¿?, ansioso, escéptico, indeciso, cauteloso; lo cual suena pior que el autista analítico visionario del Cinco.
La lectura del libro El eneagrama. ¿Quién soy? de Andrea Vargas me ha hecho llegar antes al eneatipo Cuatro, "creativo, emotivo, romántico, temperamental". Sonaría tan cliché que casi se elimina de inmediato. Pero sigo leyendo y me cosquillea malsanamente el Cuatro, no por sus virtudes y puntos fuertes, sino por sus defectos y mucho más, su Punto Ciego, el rasgo de personalidad que lo jode esencialmente, que en este caso es La Envidia. 
Como magdalena de Proust, con la palabra de inmediato se me vino encima un inventario vergonzoso de personas, situaciones, pensamientos, que he interpretado desde la envidia. Novias que no tuve, talentos que no exploté, casas que jamás habitaré, ideas que por qué carajos no se me ocurrieron antes, habilidades sociales que caricaturizo porque a mí no me sale ni la mitad de la gran sonrisa embaucadora del pelafustán aquél. De ninguna manera consuela reconocerse como envidioso, es como tirar por la borda una infraestructura de supuesta modestia, generosidad, empatía, comunión con los otros; pero el libro sabe explicar cómo es el proceso de esta envidia. De inicio, hay un convencimiento profundo de que uno es diferente a los demás. Que la ropa excéntrica, las ideas delirante, los libros leídos o los conceptos engullidos, dan un plus con respecto a otras personas menos interesadas en resaltar sus diferencias. Y mientras quede en un convencimiento íntimo no hay lío. El tema es cuando a esas otras personas, las comunes, que en un arranque de soberbia hasta podrían considerarse inferiores, les va mejor que a uno. ¿Por qué mierda ese imbécil de chistes idiotas gana más plata que yo? ¿Por qué ese tipo que lo vi redactar oraciones sin pericia, ahora hace novelas visionarias y hasta se le considera un prospecto de Gran Literato? Y luego había un fulano aburridísimo, sí claro, con toda la plata, pero aburridísimo, que traía de pareja a una rubia divertida, delgada y perfecta, se asoleaba en Tepoztlán en casa de Carlota y la rubia era tan bella que la risa boba del novio agraviaba al universo entero. ¿Por qué no se daba cuenta que mi figura desgarbada, torpe, titubeante pero sagaz cuando menos se espera, podía dejar como incapacitado mental a su badulaque financiero?

***

Lo que sigue es más penoso de confesar: durante varios años tuve mucha envidia de mi amigo Juan Manuel. No me pondré a contar con detalle porque esto no es ningún diván para despepitar monstruosidades, me quedo con una imagen que de tanto en tanto se me viene a la cabeza, y en la que han de basarse un par de cosas insospechadas: y éramos todos de veintimedios años, y correteábamos por alguna estación del metro, debíamos ir: Rafa con Mireya, Ramsés (neta, así se llamaba), yo con mi nube negra de introspección especuladora, y por supuesto, en primera fila Juan Manuel y la novia en turno, María Luisa. Juan Manuel es un tipo sobresalientemente atractivo, los ojos profundos, la nariz fina, labios sensuales, el copetito le caía a un costado como protoemo que le tomó prestada filosofía de a de veras a Kundera y a otros existencialistas tardíos. Pero no sólo era atractivo, también inteligente y sabía usar su inteligencia como arma de seducción. Lograba embaucar de verdad. Miraba a la muchacha a conquistar con ojos entrecerrados, le preguntaba dos cosas insignificantes, la tercera pregunta era directa e incómoda, la resolvía con una interpretación amable y media sonrisa perfectamente estudiada, para entonces la muchacha ya tenía mojados sus calzoncitos y ya le urgía que Juan se los quitara y los pusiera a secar. Luego él se hacía el atormentado y la muchacha lo compadecía y lo salvaba; luego Juan leía en secreto un libro que "le estaba revelando cosas importantes" y a los tres días la muchacha ya estaba con el libro, en un intento por descifrar los secretos de Juan Manuel. Claro, ahora que escribo voy entendiendo: lo que cautivaba de Juan era el misterio que prometía de sí mismo, las muchachas se enamoraban por su interés en descifrarlo, lo más peligroso es que, en contra del cliché que diría que al mirar al fondo encontraban algo vacío, con Juan Manuel no era así: tenía la suficiente sensibilidad, inteligencia, contradicción poética, para que la muchacha en turno quedara gratificada de sus merodeos. 
Pero pierdo la imagen: la estación del metro, Rafa, Mireya, Ramsés, Juan Manuel, María Luisa, yo y mi nube negra de introspección. Corríamos por el metro Chilpancingo como los personajes de Bande à part de Godard por el Museo de Louvre. Y la escena en concreto se resolvería mejor en cine que en limitada narrativa: Juan dio un brinco ostentoso en los torniquetes del metro, jalaba de la mano a María Luisa, pero ella traía vestido y no había forma de brincar, se quedó trabada, torpemente, entre los tubos. Juan volteó. El copetito poético voló con un viento que no existía, los movimientos para salvar a María Luisa fueron finos, perfectos. Movió el torniquete con delicadeza, logró que María Luisa pasara. Ella, como acto reflejo, apenas se sintió liberada, lo abrazó. Su falda se movió con el mismo viento inexistente, tensó sus pantorrillas cuando se puso en puntillas para alcanzar los labios de él. Porque obvio, junto con el abrazo vino un beso, pequeño, que hasta para ellos debió parecer imperceptible, una imagen que si leyeran Juan y María Luisa les sorprendería que alguien la hubiera recordado. Como escena objetiva no tiene sentido, fue la torpeza de Juan haciéndose el atlético y saltando mientras llevaba como trapo a la otra pobre, después rectificar el error, voltear, gentilmente ayudarla a pasar. Pero atrás iba yo y veía la escena como metáfora de algo extraordinario, el bravo caballero que corre sin saber que deja atrás a su dama, que de pronto lo recuerda y va por ella y la salva, el beso como culminación de una gesta heroica entre la pericia, la salvación, la ternura compartida, e insisto, en colores de Amelie y con personajes así causaría aplausos, júbilo y conmoción. 
Lo que mi nube negra transformó en envidia fue la certeza de que yo nunca podría representar una escena similar. Porque de hecho la he intentado: correr por el metro con la novia hasta donde me permite el tabaquismo, intentar el salto por el torniquete arrojando por la boca mis chiclosos pulmones, dejar a la pobre muchacha atorada, "liberarla" mientras ella protesta, estás loco, qué te pasa, en vez del beso su ceño emputado y la justa mueca por mi desconsideración. 

***

No a todos les toca la suerte de ser Juan Manuel y María Luisa. Podría agregar que a casi nadie le toca la suerte de ser Juan Manuel y María Luisa. Y más allá -y perdonen la soberbia-: ni siquiera ellos mismos supieron que fueron tanto Juan Manuel y María Luisa: fue mi mirada la que los hizo ser tan ellos, la imagen que habrán olvidado y yo a veces pienso, y una lástima que se configure desde la envidia, porque desde una mirada menos perniciosa podría quedarse en la poesía y su inefabilidad. Pero lo que sigue es revelador: si envidié a Juan y María Luisa, es que ellos me representaron una imagen de cierta, al menos, ensoñación; y entonces se va descubriendo que esta envidia malsana ocurre porque también es un ejercicio creativo. No se envidia sin imaginación, no se exagera la maravilla del lugar donde no se ha estado, del éxito que no se ha tenido, de la oportunidad que se ha perdido, sin esa imagen seductora que uno fraguó con detalles morosos, en la cual hay perfección, grandeza, plenitud -y que probablemente, si uno la viviera realmente se le volvería común y hasta pedestre; la envidia es asumir como grandeza lo que en los otros es normalidad. Y ese relato que uno se hace de los otros es un cuento insano pero vívido, de todos los que podría ser, de todo lo que yo podría tener o crecer, si fuera un poco más semejante a los otros.
La envidia entonces se revela como la diversidad de los yos que no soy y quisiera ser yo: el del trabajo gratificante, el de la economía holgada, el de la novia guapa, el de los viajes constantes. No evado la parte horrenda de la envidia, el retortijón angustioso cuando uno se pregunta, por qué no soy esta otra persona, y también queda claro que estas malformaciones de la imaginación se despliegan en cosas horrendas, el resentimiento social, el orgullo, la inflexibilidad, todas primas hermanas de la estupidez. Pero si valiera regodearse en la envidia, ¿no hay en ella, también, un juego sugestivo de creación? ¿Un entrenamiento de imaginar otros mundos, otras realidades, de anhelarlos, desearlos, de fijarnos en una búsqueda, capaz infructuosa, pero que en su camino deja alguna certeza, al menos alguna intuición? Acá es donde viene el terapeuta y me pide que deje de especular tanto y me plante en mi realidad, le haré caso pero que antes me dé chance de acabar el poust. En el que la envidia, consciente, asumida, "autorregulada", puede ser una maliciosa cómplice para armar tramas, escenas; que una envidia domesticada, contenida, podría ser incluso condición necesaria para crear, la delectación morosa que sublimada podría funcionar como acicate para la imaginación. 
De tan poético, a veces hasta podría perderse que el lamento de Pessoa -He soñado más que lo que hizo Napoleón./ He estrechado contra el pecho hipotético más humanidades que Cristo,/ he pensado en secreto filosofías que ningún Kant ha escrito./ Pero soy, y quizá lo sea siempre, el de la buhardilla- podría ser una envidia serena, cansada, ontológica de todo lo que existe dentro de mí pero por alguna razón no soy yo.
***
Además, ¿cuál envidia?, si soy Cinco. O -dicen- Seis. Sigo investigando.

martes, 1 de junio de 2010

Y los cigarros se van diez pesos más caros

El nuevo chisme es que los diputados legislarán para que a los cigarros les aumenten diez pesos. Así dejaremos de fumar quienes fumamos. Nos agarrará un proceso de conscientización económica (ja) bien cabrón y cada vez que tengamos ganas de un cigarro optaremos por comernos una lechuga. Hace días me dieron otra versión más tenebrosa: "los suben porque saben que no dejaremos el vicio y que lo pagaremos. Y seguirán creciendo los bolsillos de los diputados y toda esa gente."
Más allá de lo redituables que estamos resultando los contribuyentes para el gobierno (quesque) y las legislaciones (quesque) y demás alimañas con poder, lo que me trae desalentado es ese aire de constante regaño que ha marcado a este sexenio. Vean comerciales, oigan discursos, revisen legislaciones. Los gobiernos en curso, locales o federales (incluyendo la cosa esa que encabeza Calderón), parecerían asumirse como Padres Mayores y Ejemplos A Seguir de una ciudadanía imperfecta y viciosa a la que se le dirige regulando sus deficiencias.
Véase si no el bonito esquema de buenas costumbres que estamos aprendiendo: ley de criminalización a los fumadores, después el cierre de los antros a tempranas horas, y luego la cruzada contra los obesos -no discriminación, sí tema de salud-, y el fantástico espectáculo protozombie con tapabocas para evitarnos la influenza el año pasado, y ni hablar del narcotráfico y su cruzada puritana que considera menos onerosas las muertes violentas que las causadas por sobredosis, y por supuesto que el regaño del cinemex por tener papas pidatas, y ya entrados en gastos, los regaños ceñudos de los carlos marines y los ciros gómez leyvas por tanta chacota tuitera.
¿No se sienten ahora más criminales que, digamos, el sexenio pasado? ¿Por fumadores, por trasnochadores, por hedonistas, por tragones, por besucones, por dicharacheros, por el pecado -digo, ya para hablar con los términos adecuados- de haber nacido y ser seres humanos? Y ojo que el lugar común es achacarle toda la culpa a la ideología panista, pero qué frustración reconocer que muchas de estas acometidas también han venido del Gobierno del Distrito Federal, como para convencer al electorado que cuando es necesario pueden ser impopulares, y entonces ya se han puesto más papistas que el Papa (¿o más maoístas que Mao, pa' no andar mezclando catecismos?) El tema no es izquierda o derecha, el tema es de péndulos restrictivos o permisivos, y tal parece que la competencia consiste en mostrar quien ostenta mayor autoridad. Lo que trae (intuyo) un tema en el fondo político: seguimos discutiendo la legitimidad de Calderón. Y como en ese fondo político ni él mismo ni sus mismos correligionarios se lo creen, tal parecería que la forma de reafirmarse consiste en adoptar porte y tono de padrastro regañón: no soy quien debe estar, pero te aguantas y además te cojo con el IETU; ya sé que el elegido era el otro, pero de populismo tan peligroso que ora te chingas con mi sobriedad (en el discurso, otro día hablamos de sus costumbres etílicas) expresiva; en realidad, este sexenio se ha tratado de pagar nuestro error de no creer que el presidente es él. Violencia del narco, impuestos onerosos, restricciones en los hábitos sociales y personales, estigmatización de costumbres poco ejemplares. Bienvenidos a la expiación de nuestros errores electorales. Y al regreso de la edad adolescente de toda la población. Se oye en los discursos, en las campañas de medios, en las nuevas medidas "para vivir mejor": la gente, la ciudadanía, somos pubertos berrinchudos y hay que guiarnos sabiamente. ¿Alguna vez estuvimos cerca de la mayoría de edad? ¿Cuándo sacamos al PRI de Los Pinos? ¿Pero dejamos en entredicho la madurez ciudadana al elegir, en su lugar, a ese chiste con botas que fue Vicente Fox?
Lo más cagante del tema es que la misma gente ha hecho suyo ese discurso incriminador y culpígeno. Es común que ante cualquier tema de corrupción o ilegalidad, de inmediato se nos cobra factura a las mismas "personas de a pie" (como nos llaman esos analistas políticos que Conacyt les regaló carro para que puedan hacer ese distingo, tan académico, de nosotros): si hay problemas en la distribución de agua, es que nosotros no le cerramos a la llave; si el tránsito de las ciudades es un desmadre, es que somos conductores o peatones irresponsables y faltos de la más mínima educación civil; si las calles son un asco, es que nosotros tiramos toda la basura en todos los lugares posibles; carajo, hasta si pierden esos ineptos de la selección nacional, es que nosotros no los apoyamos como se debe y cometemos el reprochable ejercicio de ser críticos. Y es cierto que la gente es gente, y como tal no es la mejor gente posible, y por supuesto que siempre somos susceptibles de mejorar en nuestros hábitos, formas de relacionarnos, modos de acoplarnos a los otros o a las leyes o al medio ambiente, pero tan constante regaño, tanta insistencia en recriminar y reformarnos, ¿no tiene esa sospechosa tendencia de hacernos perder el otro foco, y que la estupidez, la ineptitud, la frivolidad, la estrechez de miras de los gobiernos debería ser el verdadero factor a vigilar?
Veo con envidia cómo se festejan los otros bicentenarios en Latinoamérica, y no me chupo el dedo, tengo claro que la Sra. Kirchner es una enorme decepción para Argentina, el regreso de la derecha al gobierno chileno desconcierta y aturde, el primer triunfo del candidato uribista a la presidencia de Colombia descoloca.... pero también veo en la gente el ánimo de sentise bien plantados en sus países, de sentirse cómodos para opinar, criticar, tirar mierda, de saberse dueños de derechos y libertades; dueños finalmente, de sus naciones. ¿De qué nos vamos a sentir dueños los serviles mexicanos? ¿De los cuarenta pesos por cajetilla, del estigma de las llantitas, de la docilidad ante la masacre institucionalizada del gobierno -llamémosle de alguna forma- de Calderón?
Todo va junto, desde la falta de gol de los ineptos verdes, hasta la autosuficiencia del diputadete del Panal que legisló contra los fumadores. De la falta de legitimidad del señor que vive en Los Pinos, al circo mediático de Tercer Grado y su arrogancia adoctrinadora.
Este país ahora no me gusta, me costaría trabajo pensar que alguien le encuentre algún encanto. Quizá, finalmente, sí seamos culpables de algunas elecciones. Y estemos pagando culpas por mestizos, por agachones, por el por favor y el mande, por no haber abandonado el latifundio del Señor Patrón.
Viva México, pues.

miércoles, 17 de marzo de 2010

San Remo Café

¿Han notado que en las cajas de los Oxxos y los cafés de franquicia, cuando les dan su vuelto, debajo les dan el papelito de la nota y que es el acto más estorboso e inútil del mundo, porque el papelito se enreda entre las monedas y los dedos y además no sirve para nada y luego uno se ve torpe y estando así se trastoca el orden del universo y provoca un inicio de agrura que con poco cuidado podría transformarse en severa úlcera gastrointestinal? ¿No se les antoja entonces decirle al cajero que no les interesa el papelito y cuando ellos insisten no les dan ganas de restregárselos en las narices y después sacar un cuerno de chivo y acribillarlos y después destruir la franquicia y los jardines adyacentes y ya entrados en gastos propiciar algo semejante a una espantosa hecatombe nuclear?
En cosas así pienso cuando estoy en la caja del San Remo Café de Plaza Universidad, antes de sentarme a escribir hermosos pensamientos sobre la humanidad y su sagrada misión en el mundo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Los diputados, la comunicadora y el tuitero

Aquí está el chisme: (escuchad pacientes antes de seguir, total que está bonito y hasta didáctico es) (los que no tengan audio o les de flojera escucharlo todo, acá viene la nota donde se resume el bonito show)

Primero hay que dejar claro un par de cosas:

1) @robot2xl, o Oscar García, se portó de una manera soberanamente imprudente en el programa de radio.

2) Entre su argumentación burda y rabiosa, y el bordado fino y bien entrenado de los diputados, hay un abismo insondable (lo que es ser profesional de la oratoria y el ).

3) @robot2xl hace lo imposible por protagonizar y lo logra de maneras que de botepronto resultan desagradables.

4) Su forma de increpar e insistir en tener su espacio, representa de manera vergonzosa a quienes pudieran considerarse parte de la comunidad bloguera, tuitera, feisbuquera o demás formas de vagancia virtual.

Pero también vale destacarse que:

1) La comunicadora, Yuriria Sierra, no tuvo la mejor forma de corregir o resolver el ataque directo contra su jefe. Y ante la opinión pública pierde credibilidad.

2) El zafarrancho demostró que los diputados ya no dicen nada: ningún argumento fue tan claro, decisivo, contundente, como el del furibundo robot2xl

3) Hay una división obvia entre el círculo de poder (los diputados), el círculo rojo (Sierra) y la "gente de a pie": los primeros (legisladores y periodista) son dueños de un lenguaje eufemístico rico y poderoso, mientras el segundo se expresa con la rabia colmada y la necesidad de querer expresar agravios netos.

4) robot2xl es grosero, los diputados educados; robot2xl es directo, los diputados retuercen soliloquios; robot2xl sabe que malamente le darán diez segundos y vomita sus denuncias sin concierto, los diputados es enamoran de sí mismos escuchándose y hasta lanzan florituras como: "no veo por qué debatir si estamos de acuerdo en tantas cosas". Los diputados usan la diplomacia que necesitan para la vida diaria en la cámara, para las siguientes elecciones, para los siguientes cargos: robot2xl habla desde la única oportunidad que podría tener para ser escuchado (y quizá la desperdicia, se vale especular).

5) Cuando Fernández Noroña dice que le parece correcto debatir con sus compañeros diputados porque "si no no sabías francamente con quién ibas a debatir, hay anonimato en tuiter, es válido, no lo critico, así funciona", se categoriza al usuario de la red social como ese ente oscuro, indeterminado, semejante al que acusan de tratas de blancas en los comerciales de la tele, o al cuasiviolador que la Sra. Granados dijo que era de mala salud para su hijo y que además no existía (el violador, el tuitero, valga aclarar).

6) Cuando se presenta Corral, el diputado panista, éste saluda a la comunicadora, a sus compañeros en específico, y se refiere a robot2xl en otra categoría, hablando en masa de "los tuiteros" sin dirigirse concretamente a él. Ojo que la agresión burda del tuitero responde a este elegante menosprecio legislativo. Si los diputados hubieran considerado a robot2xl, quizá habrían tenido a un interlocutor más dispuesto a argumentar que a denunciar.

Y concluyendo: es cierto que en los siguiente días vendrán chismes varios y harto sabrosos: adhesiones y repudios; la agresión contra @robot2xl, que exagerada o no, él se encargará de hacerla rentable en términos políticos o simplemente protagónicos; el descrédito como comunicadora de Yuriria Sierra, la pobre tan agarrada en curva; el raspón de Fernández Noroña, que a juicio de algunos guardó demasiado las formas porque lo hubieran querido paladín de los tuiteros rabiosos; la propagación incómoda del artículo que evidencia la evasión fiscal de los Vázquez Raña (dueños de la radiodifusora donde trabaja Yuriria); el procrastineo grillero de los tuiteros, quienes podrían hacer de éste un nuevo capítulo que siga al voto nulo y al #internetnecesario.
Pero más allá de todo este chisme me interesa una cosa, el uso del lenguaje. Y para qué fatigarme interpretándolo, si el Monsi lo describió tan bien cuando hablaba del debate entre el CEU y las autoridades de la UNAM, en el movimiento estudiantil de 1986:
En ningún momento del debate los funcionarios son naturales, los sorprende más la existencia que las razones de sus opositores. En cambio, y sin glorificar a la representación del CEU que paga el inevitable tributo al populismo y al discurso de efecto inmediato y concesiones sarcásticas, lleva ventaja porque carece de rodeos expresivos y habla a nombre de las exigencias vitales de decenas de miles.
El éxito de los ceuístas se debe en gran parte a que rechazan las "buenas maneras" y el respeto prefabricado a quienes nos antecedieron en el uso del currículum. (...) los representantes del CEU van a combatir razonamientos administrativos y a difundir señales utópicas, y en el camino hallan un aliado: la falta de verdadero entrenamiento ideológico de una burocracia que combina la sagacidad del memorándum con el desdén por cualquier uso apasionado de las ideas, y que fue arrastrada, sin su consentimiento íntimo, en el maremágnum de las reformas del rector Carpizo.
("¡Duro, duro, duro! El Ceu: 11 de septiembre de 1986/17 de febrero de 1987", en Entrada libre, del Monsi, claro, p. 265)
Cambien ceuístas por @robot2xl; cambien autoridades de la UNAM por diputados y comunicadora; lo que se escuchó en el programa de radio fue una representación 0.2 de esta división: el eficiente pero falso training de los representantes de los círculos de poder; el burdo y apasionado delirio del tuitero argüendero que llegó a conmover un debate más sensato que cierto. Y ya dije que @robot2xl fue imprudente, protagónico, burdo, grosero, limitado, pero su rabia y su cinismo me representaron mucho mejor. ¿Y a ustedes?

pd una hora después: ash, por los zafarranchos estos se me olvidó que quería tratar Cosas Importantes:

MAMAAAAAAAAAAAA!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!




Y ya, chau.

domingo, 24 de mayo de 2009

La sonrisa beatífica de Sammy

El chisme se olvidará en dos semanas: en el programa de concursos de humor "Hazme reír" que pasan los domingos en las tardes en el canal 2, las actrices buenotas Galilea Montijo y Roxana Castellanos le hacen una broma al cándido y torpe de Sammy, un personaje que surgió de los programas de Eugenio Derbez y que su "encanto" radica en su torpeza para hablar, su incapacidad para relacionar dos ideas y lo simples y trastabilleantes de sus comentarios. El chiste repetido de Derbez era enviar a Sammy a hacer entrevistas que estaban más allá de su habilidad intelectual, y que lo hacían decir una cantidad de dislates impresionantes, que provocaban la risa.
En consonancia con esa torpeza ya reconocible de Sammy, ahora la broma consistió en encerrarlo con las dos actrices, quienes fingiendo hacerle un casting para conducir un programa, en realidad lo provocaban con ropas menudas y roces envidiables (maldito Sammy). Después llegaba un fingido elemento de seguridad de Televisa que reprendía a Sammy, él se ponía nervioso, después del nerviosismo de ver tanta carne y tan buena y tan cercana, y después se le revelaba la broma, risas y aplausos y se regresaba al estudio.
La polémica inició cuando Rafael Inclán, jurado del concurso, dijo que era una falta de respeto tratar así a una persona con discapacidades mentales. Galilea respondió que la falta de respeto era de Inclán, por considerar como discapacitado a alguien como Sammy, a quien ella considera una persona "cándida" pero "normal". La discusión siguió un par de minutos mientras Sammy, entre el público, con su playera del Chapulín Colorado, sonreía beatíficamente.
La broma se habría quedado en chismorreo para programas de Televisa, de no ser porque el viernes pasado, un grupo de buenas conciencias mandó una carta a Televisa donde manifestaban su protesta por la broma:

porque en dicha “broma” se falta el respeto y a la dignidad de una persona con signos visibles de discapacidad intelectual moderada, y porque hay una utilización deliberada y un abuso de su discapacidad para provocar lo que el programa pretende que sea un asunto cómico, una “broma”, cuando en realidad no es sino una burla ofensiva y humillante.

La carta la firman instituciones de derechos humanos, asociaciones que trabajan con individuos con discapacidades y las buenas conciencias de siempre. Por alguna razón que todavía no acabo de encontrar, en las notas del periódico se señala a Katia D'Artigues como alguna de las líderes de los abajofirmantes. No sé porque me queda la sensación que tanto denigra a Sammy la broma de Galilea y Roxana, como la carta defensora de Katia e intelectuales que la acompañan. Es entrar en una polémica ociosa pero incómoda de medir en Sammy qué tanto es o no un discapacitado mental, evidenciar su "(a)normalidad" y ponerlo en el centro de una discusión de intereses televisivos o político-sociales que lo rebasan, pero que irremediablemente lo sitúan como la rata de laboratorio a diseccionar. Quisiera creer que él se mantiene con la sonrisa beatífica del programa, que ha cobrado un cheque por su participación en este chismito y que ya lo ha convertido en tortas, vodkas o boletos para el cine.
Lo que sí me provoca, es pensar qué tanto es esto muestra de un sentido del humor a la mexicana, que me parece mucho más horrendo que la anécdota del programa. Un humor que se basa en el escarnio, el racismo y el clacismo, el horror mexicano de reflejarnos como esos mestizos prietos y gordinflones que a muchos nos ha tocado ser. Consecuencia obligada de este fenotipo, estos personajes populares de clases bajas deben ser brutos, esquemáticos, incapaces de reconocer las Buenas Formas de la clase media que sí ha prosperado y sí ha aprendido a ser nice.
El humor de la televisión mexicana es un ejercicio de distanciamiento, evidenciar la brecha entre nosotros, los lindos participantes de los medios de comunicación, contra ustedes, los prietos telespectadores comedores de sabritas. Y algo de urgencia debe haber en marcar esa distancia, cuando todos los programas de revista matutinos o de chismes del corazón (que ya vienen siendo lo mismo) tienen al menos un "personaje popular", de hablar cantadito e ideas retrógradas, buenos salvajes ocurrentes que hacen de su estupidez el motivo del chiste. Teiboleras vulgares, viene-vienes cancherones, trasvestis de peluquerías, choferes de microbuses, lancheros de hablar aspirao, teporochas, imitaciones (una peor que otra) de Cantinflas, ñoras con mandiles y bolsas del mandado, secretarias de medias con encajes que sólo saben estar en el chisme. El sketch recurrente contrapuntea a este personaje pintoresco contra las "normalidades" agraciadas, bien vestidas y bien habladas de los conductores centrales. Ante la asepsia de estos galanes y estas nenas buenonas, los haigas y los sonsonetes chilangos deslumbran por su vulgaridad.
La idea no es nueva, ya le tocó hacerlo a Cantinflas, Tin-Tán, Clavillazo, Resortes, Capulina y varios más de los cómicos nacionales que se me olvidan. Si nos ponemos poéticos y trascendentes, hasta el Charlot de Chaplin arranca de ahí (pero ojo: sólo arranca de ahí) para después deslumbrar con su poética melancólica del clochard a la gringa. La decepción de Cantinflas ocurrió porque en sus primeras películas se ayuda del pelado para evidenciar la farsa de todas las clases sociales, pero cuando le llegó la fama se dedicó a ser bombero, maistro, diputado y barrendero al servicio dócil de aquellos a quienes antes timaba. Capaz y por eso ahora se aprecia tanto a Tin-Tán, porque él, metido en su ácido particular, nunca toma más posición que la de su acelerado protagonismo.
Quizá lo que distinguió a los mejores momentos de estos personajes, es que eran capaces de tener más complejidad que las caricaturas de ahora: podían ser vulgares, torpes, cándidos, pero también sabían darle la vuelta a su condición, sugerir el ingenio como forma de revertir adversidades, tener una postura crítica que sabía evidenciar a aquellos que intentaban degradarlos. Los personajes cómicos actuales sólo se quedan con la primera parte, con aceptar risueños y regocijados el escarnio. Bajo el lema conformista del "así soy y qué", se regodean en su estupidez de clase y su presencia sólo sirve para mostrar lo refinados e inalcanzables que son los otros, las galileas, los pepillos origel, personajes mundanos que más lucen mientras más contrastan con las clases bajas, a las que toleran humorísticamente.
Por ahí estuvo la incomodidad que me causó Rudo y cursi, y que en tiempos de la peli no pude explicar bien: en la configuración de dos personajes populares que sólo serían humorísticos por sus visiones limitadas y su estupidez. Si me costaba "defender" este juicio, era porque también pesaba fuerte el contrargumento que califica a la película de divertimento ligero, y que azotarse con réplicas clasistas era condenarse por denso y resentido (y más con lo pegadora que fue la cantaleta esa del "quero que me queras" del vulgar a güevo de Gael).
Lo más triste es que las mismas personas denigradas por estos personajes, son quienes más se ríen y se identifican. En un ensayo que Monsiváis hizo sobre el personaje del Pirrurris de Luis de Alba (está en el libro Escenas de pudor y liviandad), el cronista se sorprendía de que un personaje tan violento en su racismo, fuera el más querido por el populacho que lo veía en un auditorio de Neza. Y que mientras el Pirrurris más ridiculizaba los usos y costumbres de la clase baja, el público más deliraba, reconociendo al compadre, al hermano, a la cuñada.
¿De qué se reirán los pueblos? ¿De aquello que temen, de lo que les horroriza, de lo que no les gusta ver de sí mismos? Hay un nerviosismo angustioso en estas sonrisas que podemos tener ante las gracias del Vítor o La Chupitos. Pero si nos estamos riendo de esto, debe ser que tenemos una risa muy agria, mezcla de resentimiento y discriminación, diseminada entre lo político, lo social, lo económico y lo histórico. Por eso, es más un ejercicio amargo que de diversión, el ver un programa de televisión cómico mexicano. También por eso deben ser válvulas de escape ideales las declaraciones antimexicanas de extranjeros (las mujeres bigotonas de Tiziano Ferro, el anuncio del mexicano panzón de Burger King); más fácil reprocharles todo a ellos, que al cómico vernáculo televisivo, de alcances limitados, aun cuando sea más cruel en su exposición.
Lo que más me temo es que al final todos debemos estar viendo esto como lo vio el mismo Sammy: con la playera del Chapulín Colorado, con la sonrisa extensa y apacible, sin que se nos mueva la dignidad o el orgullo porque, simplemente, nomás se trata de hacer reír.

domingo, 5 de abril de 2009

Quince días de viaje

Juré que nunca iba a hacer un post explicando por qué tardé tanto tiempo sin postear e intentando reinstaurar mi contrato social con los dos lectores y medio que tan generosamente toleran esta sarta de sandeces, pero heme aquí, entre el desahogo y el intento de recuperar aquel ritmo de escritura que tan bonito se había logrado con la guapachería de la Yuri.
Luego entonces, presumo:
Me fui de viaje. A Baja California y a Puebla.
No tengo cámara digital, luego entonces no pude tomar esas originalísimas fotos que después se suben a un post con comentarios tipo: "ese que se ve chiquititito de playera roja en la punta de la pirámide soy yo", "ese atardecer estaba más chingón en vivo que en la foto pero de todos modos disfrútenlo amiguitos", "aquí estoy con fulano y perengano y mazaguato, con quienes hicimos un grupo fantástico: GRACIAS CHICOS LOS EXTRAÑO".
Tampoco tengo esa prosa de filigrana que me permita labrar párrafos etéreos, de reconocimiento íntimo-existencial-superacional tipo: "y en esa noche estrellada, frente a la playa, sentí la plenitud y el gozo ineludible de ser YO. Resolví a mi regreso hablar con mi exnovia de secundaria e iniciar mi reconstrucción de mimismo. La suave brisa me sonreía juguetona y yo le sonreía a ella".
Sí me tocó playa y me tocó de noche, pero mis reflexiones iban en otros temas más angustiosos: ¿por qué tantas falditas tan fantásticas en provincia y en el puto De Efe nomás no? ¿Por qué vivo donde vivo y no donde ellas viven? ¿Cómo se seduce en dos días de estancia a una chapeada ensenadense que cruza las piernas aceitunadas con desparpajo? Peor: ¿cómo se seduce? Y ahí sí llegué a cuestiones ontológicas: ¿por qué putas madres yo soy yo?
OK, de acuerdo, eso sí: comí todo lo gourmet y todo lo típico que se podía comer; bebí todo el vino y todas las cervezas que se podían beber, grabé a todos los restauranteros y maestros vitivinícolas bajacalifornianos y a todos los bibliotecarios y eruditos poblanos que se podían grabar (ahora debo capturar diez horas de charlas espléndidas, mediocres y regulares, ¿alguien me ayuda?), y resumiendo, traigo como quince kilos de más y un espejo de cuerpo entero me sorprendió con la imagen del ñor gordinflón sedentario que estoy a quince minutos de ser. Consecuencia: ya quité suéteres, pijamas y trapos de cocina de la bicicleta fija que tengo junto a la cama y estoy listo para peladear el retraso de mi vejez. Sin falta, juro que pasado mañana empiezo.
Pero más angustiante que la timba y el gesto decadente, fue la sensación de peón de intereses variados que se entrecruzan cuando a uno le toca viajar en representación de alguna revista. Más claro: voy de reportero de una revista, revista de viajes, que quiere hacerse la linda con el regodeo ocioso del lifestyle y la crónica casual de un viaje envidiable. Pero de pronto ocurre que los patrocinadores de las bacanales y los paseos se cobran cabrón cada platillo y cada copa de vino.
Ejemplo 1: el objetivo en Baja California fue comer y beber. La comida china de Mexicali, los sincretismos mexico-lo-que-sea de Tijuana, los vinos del Valle de Guadalupe, la cerveza de Tecate, la simplona -pero por mucho, lo más sorprendente de cuanto comí- langosta con frijoles y arroz de Puerto Nuevo. Pero en eso, el jefe del jefe del jefe del que es nuestro esforzado y paciente guía, tiene la ocurrencia de que sería muy bueno culminar el reportaje de gastronomía y enología con unas palabras del H. C. Gobernador. ¿Dónde coños está la relación? Pero la sencilla infraestructura de guía, reportero y fotógrafo se violenta precipitadamente para volar a una desangelada oficina de Rosarito donde por speaker debo hacer la entrevista ¿Qué platillo de todos le gusta más Sr. Gobernador? Debo decirle y enfatizarle seriamente que todos y cada uno de los platillos que usted ha degustado son orgullos estatales y vienen a afianzar el sólido compromiso que este gobierno ha establecido con sus gobernados, gente trabajadora y orgullosa, y por qué no decirlo, la más trabajadora y orgullosa de todo el país. De acuerdo, de acuerdo, pero, ¿qué casa de vino le gusta más? Aquí debo reiterarle el sólido compromiso que mi administración tiene con todos y cada uno de los actores sociales de esta generosa región del país, sin lugar a dudas una de las más pujantes y comprometidas del concierto nacional.
El ejemplo 2 podría parecerme más macabro, quizá por tenerlo más fresco (ocurrió ayer). Pues tras el recorrido tan a gusto por iglesias, colegios y bibliotecas antiguas de una ciudad de Puebla soleada y con mujeres de pantorrillas regordetas, de pronto me salen con que hay que entrevistar a un Sr. Secretario de gabinete, el (dicen) delfin del gobernador y (dicen) más probable candidato a las siguientes elecciones para (dicen) tomar la estafeta de gobierno y (dicen) cuidarle las espaldas a las varias tropelías que (dicen) ha cometido el mandatario estatal en curso. Y todo ocurre tan de prisa y tan sin viene viene que antes de poder opinar algo tengo frente a mi a la asistonta del delfinito, estableciendo con astuta precisión la naturaleza de la entrevista: "preferiríamos que no apareciera al lado de otros aspirantes al cargo, para destacarlo a él", "preferiríamos una charla amable y relajada, que muestre el gran impulso y amor que mi jefe tiene por la región", "preferiríamos foto de tres cuartos claroscuros naturales que resalten su temple y decisión" , "preferiríamos enfocarnos en los programas que ha desarrollado con tanto éxito durante la presente administración".
Nada suele darme más lástima que esa adoración burocrática que suelen tener los subalternos del Sr. Secretario, ensayo a la obligada veneración que merecerían estos fulanos si se les llegara a hacer la silla grande. Me da mucha más lástima en las asistontas mujeres (en los asistontos hombres es como putín-pintoresco) porque tiene un resabio de mansedumbre hacia el Macho Alfa que según el caso se camuflajea en gurú, maestro, persona-simpatiquísima, hombre-de-ideas-claras y hasta ahí donde lo ves también es rebuen bailador. Pero más lástima debería darme yo, atendiendo las condiciones de asistonta y sabiendo que debo cumplirlas, que es el cobro por mi transporte-hotel-comidas y folletos de turismo. Mientras se negocia la entrevista, la asistonta llama por su nextel, se entera que el Sr. Secretario estará en tal mercado, o en tal parque, o en tal oficina, que se dignará en darnos cinco o seis minutos de entrevista que nosotros ansiamos (cof cof) publicar. Cuando cuelga nos sonríe: "está ocupadísimo, pero dice que qué padre y se está haciendo tiempo en la agenda para ustedes". Magnánimo trozo de mierda, pienso yo. Nos deslizan al fotógrafo y a mí la posibilidad de que atrasemos nuestro regreso hacia la tarde-noche que se desocupe el Sr. Secretario. Lamentamos no poder hacerlo, pero ya teníamos para la tarde cosas importantes qué hacer. ¿Habrá algo más importante que entrevistar al Sr. Secretario?, querría preguntar la asistonta pero se reprime y vuelve a usar el nextel. ¿Cuántas personas habrá entre la asistonta y el Sr. Secretario? Porque asistonta marca y de inmediato parece extenderse una complejìsima red poblana de comunicaciones, logìsticas y reconsideraciones que intentan consumar el absurdo: que el Sr. Secretario acepte una entrevista que no le interesa aceptar, de un entrevistador que no le interesa entrevistarlo, para una revista que tampoco mostrarìa el menor entusiasmo de publicar los conceptos y las visiones de tan Huidizo Personaje.
Total: terminamos en un acto polìtico más bien desangelado, en el que un pobre gordo de barbas canosas atizaba a una veintena de aburridos acarreados para que le aplaudieran al más bien triste gobernador. La asistonta nos invitó paletas heladas de nanche apenas supo que el Sr. Secretario de ninguna manera llegaría al acto. Sin pedir disculpas (hay que tener bien claro que el Sr. Secretario es el Sr. Secretario), la asistonta cruzó teléfonos conmigo para que haga la entrevista vía telefónica.
Lo peor ocurrió después, cuando ya rumbo al DF (un noble y esforzado comercializador de fraccionamientos residenciales tuvo a bien darnos el raite, después de haberle tomado fotos a su bonito fraccionamiento), llega una llamada de un Tal Sr. Ing. interesado en el curso de nuestro periplo. Habla largamente con el comercializador, parece que en tonos no amables, y parece que el motivo es nuestra negligencia por no haber logrado tener las Pertinentes Declaraciones del Sr. Delfincito Secretario. Tras una larga explicación que acaso de manera sesgada insinúa que posiblemente fuera el Sr. Secretario el culpable de que no se hiciera la entrevista, sin importar (porque eso en realidad no importa) que nos hubiera atrasado el regreso y casi hasta se nos obligara a gritar en el parque un chiquitibum al H. C. Gober., el Ing. pide hablar conmigo, y palabras más, palabras menos, me explica que:

1) Hicieron un esfuerzo impresionante para conseguir que el fotógrafo y yo viajáramos a la ciudad, y tuviéramos abiertos tooodos los espacios posibles para hacer nuestras entrevistas.

2) El Sr. Delfincito Secretario va emprendiendo su aún informalísima campaña, y es un momento ideal para que vierta sus interesantes conceptos en un reportaje... de bibliotecas antiguas.

3) De antemano sabe de la cooperación y el entendimiento de todos nosotros para que las declaraciones del Sr. Delfincito Secretario pueda leerse a lo largo y ancho del país entero, vía nuestra prestigiada publicación.

Como remate, una vez que Sr. Ing. cuelga, el comercializador que nos echa el raite precisa la información: "A ese señor con el que hablaste le debes el hospedaje y las comidas de este viaje".

Supongo que en esos momentos es difícil precisar que, con lo placentero y todo , estos viajes no dejaban de ser trabajo, con horarios precisos y extenuantes, y que aún con lo deliciosas de las comidas y lo magnífico de los lugares que visitamos y lo amables de todas las personas que nos atendieron, era TRABAJO, es decir: improvisar entrevistas, mantener el tono Visitante Distinguido que implica Especializada Formalidad, colaborar en la puntualidad y la discreción... no se nos regaló nada , mis compañeros fotógrafos y yo trabajamos tan profesionalmente como también lo hicieron nuestros guías y nuestros anfitriones. Fueron dos viajes espléndidos, pero fueron de trabajo. No se nos regaló nada.
Pero en lo que son peras o son manzanas, mañana lunes debo estar atento al telefonazo de Delfincito Secretario y escuchar esos conceptos que deberían lanzarlo a candidato a gobernador. Confío en que mi editor tendrá el tacto para que se pueda usar el material de esa entrevista sin que estropeé el espíritu del artículo original. Aunque también puede ser que no (el compromiso es muy grande, ingéniatelas para que quede al menos una declaración).
No deja de haber una sensación muy molesta de ser un peón que se usa para intereses varios, poco dignos, que iría en contra de cierta decencia personal. Ni siquiera hablo de convicción política, es el cómo coños introduces un comercial de campaña política en un reportaje de viaje con otro tono y otra intención. Me siento embarrado de mierda. ¿Sería consuelo pensar que varios amigos están en circunstancias semejantes, cumpliendo los caprichos de Maistros Culturales berrinchudos y prepotentes (la discreción me impide revelar que se trata de Tovar y de Teresa), redactando panfletitos para diputadetes nalgasmiadas (saludos Xiuh), reconociendo la Importante Labor del enanito neurótico que usa la banda presidencial (no hablo del legítimo, hablo del otro)? Es como los narcos: que se huelan sus diarreas entre ellos, que no lo salpiquen a uno.
Hablando de narco: ¿cómo se le puede hacer para asociarse con uno? ¿Por qué presiento que entre ellos hay más decencia y cabalidad?

Y hablando de diarreas, las comidas tuvieron repercusiones lamentables, que ocurrieron al mismo tiempo que un gerentito atildado nos presumía el diseño y la innovación de un hotel boutique de lo más cute. Conceptos postvanguardia, monumentos al descanso de los poderosos, regodeo del ingenio del diseño y en eso me agarró el corre-que-te-alcanzo y volé al baño cute del hotel cute. Y lo juro, lo prometo, lo firmo: serrano y cerril que es uno, nomás no supe dónde estaba el botoncito que jalaba la nauseabunda descarga. O bueno, sí lo encontré, pero estaba tan difícil encontrarlo que hubiera podido pasar como si no. Muerto de pena, tambièn con un orgullo barriobajero de perredista vulgar y nacón, dejé mi contribución a la creatividad del cute hotelito: retrete de diseño veteado en amarillos y ocres orgánicos. Tan ecológico yo.

martes, 3 de marzo de 2009

No correspondidos

Colectivo. El bebé me mira con esa aterradora curiosidad hostigante, el rostro de la madre es felino e hipnótico y sus tetas, meritorias. El bebé me mira, la madre mira que me mira, yo miro las tetas de la madre; el bebé me sonríe, la madre lo mira sonreirme y también sonríe; yo le sonrío al canalillo (los puristas le llaman "el seno") de la madre; la madre baja los ojos para indicarme que más bien debo sonreírle al bebé, pero yo no chambeo de niñero: no le sonrío al bebé y entonces la madre también deja de sonreírme; avanzo por la fila, inevitable pensar: "pinche vida".
Mas atrás del colectivo está la gente de siempre: la ausente, la malencarada, la prejuiciosa. Me siento cómodo entre ellos. Me pongo a leer.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Las venas de las manos

I
Quería escribir un post pitorreándome de los 80 años de Carlos Fuentes: regodearme con tres ideas malechosas, caracterizar a Volpi como un chihuahuense lameculos empeñoso, cimentar un epitafio definitivo contra el vetusto novelista playboy. Pero al ir redactando me daba cuenta que adquiría un tono de tertuliano fantoche y rencoroso, que los argumentos ácidos perdían fuerza al enfrentar mi realidad de lector necio sin Propuesta Constructiva. Más patético: que me convertía en ese tipo de cronista de vieja guardia del periódico El Sol de Villachica, relegado, gástrico, sentencioso, que con un lema lapidario simula su mediocridad campechana. El ejemplo que más al vuelo me vino fue Fernando Nachón, quien gasta renglones y renglones en censurar/burlarse/pontificar contra Conaculta, el Fonca y todas esas financieras de escritores que se fingen institutos de cultura.
Me incomodó mi imagen. Puse mi mano en el mentón, en actitud reflexiva, y reflexioné: a los 20 años hubiera sido incendiario por lo impertinente. Ahora es caduco y previsible. El comandante terminó de sepultarme: ahora la moda es denostar a Fuentes, dijo antes de darle el trago a su Matusalém. Vaya, pensé, por primera vez en mi vida consigo estar a la moda, pero eso no acabó de satisfacerme. Luego me asomé al Canal 22 y revisé cómo Volpi se echaba de panza para que Fuentes se la sobara con sus bien boleados bostonianos. Hice mi ejercicio nocturno de autoflagelación: aquello era real. Canapés y vino fino y frases perfectamente bruñidas sobre la trascendencia de Terra Nostra en la construcción de una literatura donde no suelo reconocerme. Corrijo: donde no suelo divertirme. Reconocerse es una palabra que inventó el existencialismo para justificar la publicación de libros que no tratan de nada. ¿Cuánto tiempo se tardan los escritores en escribir libros que no tratan de nada? Consentía la amargura cuando me habló Josué, tanto tiempo, para pedirme opinión sobre un impresionante proyecto que trae entre manos. Iba a pretextar mucha chamba cuando prometió pagar las chelas. En tiempos de crisis, cualquier peda subsidiada debe ser bienvenida. Acordamos la hora y una cantina a medio camino entre las casas de los dos.

Capítulo dos
Josué estudió conmigo en la UAM Iztapalapa, pero él sí terminó la carrera. Es un güero norteño con ese hablar quedito tan del Norte, como si siempre estuviera revelando indiscreciones. En aquellos tiempos leímos en una clase un soneto, creo que de Boscán, sobre las manos. Josué desapareció ocho días. Al noveno, lo encontré en una tienda cercana a la UAMI, ojeras profundas y una caguama escondida en una bolsa. "Boby" (nunca supe por qué me llama Boby), "¿han avanzado mucho en las clases?" Iba a recitarle los pendientes cuando interrumpió. "Es que Boby, me quedé pensando en las manos. El poema de Boscán, el de las manos. Lo leí la otra noche, y lo leí y veía mis manos. Los huesos, las venas, ¿has visto las venas de tus manos? Porque me las quedé viendo el otro día, y pensaba en el soneto, y pues hay cosas que son bien perronas cuando se trata de tus manos, ¿no crees Boby?" Y mientras lo decía miraba sus manos como si fueran sus enemigas, como si estuvieran invadidas de hormigas o cualquier otra imagen de esas que hubiera inventado Buñuel. Lo angustiante del tema es que Josué desapareció los ocho días solamente por su peregrina obsesión con las manos boscanianas; lo angustioso al doble fue que nunca entendí si entendió algo de lo que no entendía. Porque el cerebro de Josué opera por asociación libre. Cerebro de poeta, me atrevería a decir. De ahí que no sea dado al descuartizamiento lógico de una idea, aunque sabe sorprender con alguna insólita revelación.
Quince años después, Josué reloaded, más rollizo y tan norteño como siempre, me da el gran abrazo fraternal de tanto no vernos y qué gusto que ahora sí. En el lapso de no encontrarnos (¿unos diez años?) él se casó con una amiga, emigraron a Oaxaca, tuvieron dos hijos, se hicieron la vida imposible, se divorciaron; mi amiga regresó a la ciudad antes y en los tres que cuatro cafés que tuvimos hizo balances de su matrimonio, obviamente inclinando la balanza hacia los errores de Josué. Como en temas de parejas más vale no meterse, tomé con reticencia la crónica parcial. De ahí que viera simpáticas las aventuras de Josué y la teibolera, Josué y la peluquera de a treinta pesos el casquete, Josué y su incursión en la política priísta de Sonora. Acepto que de él no tengo "recuerdos ejemplares", de esos que hablan de trabajo, responsabilidad, compromiso y demás alegorías de libro de Arturo Cuyas; en contra puedo presumir que me llevó a los mejores tacos de tripa de la ciudad (en la Morelos, antes pasó a una vecindad y me dejó esperando afuera, diez minutos después salió con un paquete harto sospechoso), que le presté dos meses de sueldo y cuando tuvo el dinero para reponérmelo se lo gastó en el Balalaika (y además le tuve que volver a prestar), y lo que acaso debo reprocharle, cuando por su fáustica invitación para entrarle a mi primer pericazo de coca terminé innecesariamente enamorado de la chica menos adecuada para aquellos momentos.
Confieso que ahora no tenía muchos ánimos para verlo. Pero sé que con Josué siempre nos debemos algo: una chela más, sus aventuras medio falsas/medio reales con narquillos de baja estofa, mis consejos para que asiente cabeza y que siempre me hacen parecer treinta años mayor. Pero ahora la cosa venía distinta: entre el divorcio y algunas malas ondas que vivió, se le había acabado un poco el impulso. Por suerte, su mente sigue su fantástico viaje entre las brumas. Con temas distintos a las manos, claro está: "Es que he pensado en la lectura, Boby. Quién lee, para qué lee, cómo lee. ¿Cuando lees piensas en cómo estás leyendo? Si te lees cómo lees cuando lees, la lectura cambia. Y en eso estoy pensando, Boby. Me preocupa cómo leo lo que hay que leer".

TERCERA PARTE
Si logro ordenar el inmenso campo semántico (qué forma elegante y académica de llamarle al desvarío) de Josué, su proyecto trata de monitorear hábitos de lectura, según alguna didáctica que se fue inventando cuando dio talleres de lectura en una universidad de Oaxaca. Su experiencia tenía conclusiones obvias (mejor lector, mejor redactor) y curiosas (a las estudiantes de Química les gusta, como a ningunas otras, las novelas de amor). Estas revelaciones surgieron entre otras más terribles: la teibolera tenía nalgas de ensueño, pero era demasiado loca y a los diez días no sabía qué hacer con ella. Y el negocio con los priístas sonorense fue pésimo: lo esquilmaron todo, y ni las gracias le dieron. De ahí seguía una conclusión prístina: a los lectores no hay que chiquearlos, hay que ponerlos a leer la Iliada con un garrote encima, sólo así pueden entender. Esto es obvio si se analiza la grilla de las universidades: hubo un vato que quiso hacerle una grilla espantosa, pero Josué estuvo a las vivas y mira: (Josué alzó su dedo medio): les di puro pito y me traje mi proyecto acá. Entre estas cosas más o menos claras, había un almacén de grano, la educación de sus hijos, lo exageradamente bueno que era el libro de Baldor, y la descripción de la amiga que ahora le renta un cuarto ("no es morra, es amiga") por Barranca del Muerto.
Bastaron diez minutos de historias para entender que el proyecto de Josué era un pretexto para encontrarnos y pistear los recuentos de vidas. Y que en esta reconstrucción de su persona, le importaba recuperar amigos, zonas de pisto, chances de chambear en algo, la terca sobrevivencia de los treintones que no supimos (pudimos) (quisimos) afiliarnos a una empresa estable que nos diera aguinaldo y pavos en tiempos de Navidad. Pero parte de esa terquedad de sobrevivencia necesita obsesiones: la de Josué es la lectura. Y lee, y lee lo que leen los otros, y no lo tiene muy claro pero intuye que hay cosas erróneas cuando ve a Fuentes festejado en el Canal 22.
-¿Lo viste Boby? Yo veía al Fuentes, y al García Márquez, y a todos esos batos, y así viéndolos pensaba: no, a estos batos no puedo explicarles lo que he descubierto de la lectura, seguro me batean de inmediato, ¿qué van a entender de mi lectura si leen distinto? Pero además, como son malandrones, tú me entiendes, aunque no me entiendan nada son capaces de robarse mis ideas y después sacar un librito, y después andar diciendo, ah, mira lo que he pensado, qué chingón soy.
Me sorprendió que como yo se asomara a los festejos de Fuentes para reciclar su amargura. Ficción idiota: hasta imaginé que se decidió a llamarme apenas vio en la tele la misma nota de socialitos que vi yo. Aquí debería seguir el lavado de cerebros que moralejeara: "de aquí concluyo que Josué y yo entendemos mejor la lectura y las cosas de la vida que esos cabrones de la televisión", pero obvio que no es cierto, obvio que sería un final barato, y obvio que se vale ser resentido, pero no ramplón. Aunque en justicia a nosotros diré: si hay cantina, y cervezas, y diez años de no verse, y cosas jodidas en esos diez años, entonces, en esa hora y bajo esas circunstancias, es obligado fanfarronear disparates y fingirnos los reyes de los libros hasta que se nos cruce un académico ilustrado y nos diga que dijo la mamá de Fuentes que claro que por supuesto que no.
Pero tampoco había que ser tan obvio. Brindar por los mejores lectores del mundo es tan idiota como publicar fotos en hi5 que se titulen: la mejor banda 4ever nadie nos separará. Preferí el también gastado recurso de los viejos tiempos:
-El soneto de las manos, el de Boscán, ¿te acuerdas Josué?
Él se miró las manos como si ya no tuvieran hormigas. Parecía verlas en dos dimensiones: las dos temporales: la de la tienda de la UAMI, la de la cantina libre de humo.
-El soneto de las manos, claro que me acuerdo, Boby. Las manos, las venas... a veces me veo las venas. ¿Te has dado cuenta que han cambiado las venas? A veces veo las venas y me quedo pensando. Son cosas medio perronas, ¿no?
Vi la hora. Tenía tiempo para otra cerveza. Busqué al mesero, aguantando las ganas de fumar un cigarro.