viernes, 25 de junio de 2010

Toy Story 3: variaciones sobre el tema

El momento más emotivo de la -hasta ahora- trilogía de Toy Story ocurre cuando se cuenta la historia de la Vaquera Jessie y su dueña Emily, esa historia de amor entre la niña y su juguete que termina cuando la niña crece y la muñeca queda arrumbada bajo la cama. En ese momento ocurre lo que tanto cuidan evitar los pedagogos y creadores infantiles políticamente correctos: que los espectadores -se asume, en mayoría niños- conozcan el dolor. El dolor de la pérdida, del abandono; el crecimiento y la incertidumbre por el paso del tiempo. Ahí está la verdadera clave del éxito de Pixar, en no tener miedo a ser cruel con tal de contar cabalmente una historia. Se me ocurre que ese pequeño cuento, inserto en la segunda película, tiene el equivalente emocional de muchos otros momentos dolorosos para los infantes, como la muerte de la mamá de Bambi, del papá de Simba, o en la televisión teledramones del tipo de Remi (tanto moridero, en retrospectiva, hasta causa risa) o la famosa caída del caballo de Anthony en Candy, Candy. Más que la muerte, lo que congela es la orfandad, no sentirse apoyado por aquella figura de experiencia (figuras paternas, mentores) y atisbar la urgencia de tomar decisiones propias y crecer. No extraña que entonces, el antídoto al dolor de las pérdidas sea la amistad. Por eso importa tanto la declaración de principios entre Buzz y Woody hacia el final de la segunda cinta: si los tiempos cambian, si su dueño Andy crece y ellos dejan de ser necesarios, la única certeza que conforta es saberse unidos para enfrentar el reto.
Toy Story 3 parte de esta premisa. Andy crece, los juguetes han sido arrumbados y surge el momento de darles un nuevo destino. Sigue lo que ya se sabe: un poco equívocos y otro poco corretizas, Buzz en tono ridículo y Woody recomponiéndole la plana, la mayoría de los chistes buenísimos y mucho más los que tratan de Barbie y Ken. Se atisba un tema dejado al garete: una sociedad clasista de juguetes, con tendencias gangsteriles, obvios enemigos del grupo protagonista. Y hay un buen momento en la trama, la fuga de los juguetes de la guardería-reclusorio, que podría semejar fragmentos de películas de espías o robos de banco, al estilo Ocean´s Eleven o Misión Imposible. Pero más allá del gran espectáculo visual, esta tercera parte no hace sino alargar el cuento de Jessie y Emily. Por supuesto, los resultados son conmovedores y son varios quienes apresuran el lagrimeo ante esta despedida de dos horas del adolescente Andy. Pero quien se haya abismado con conciencia en la orfandad que causa la historia de la vaquera y su dueña, encuentra diluida esta variación del tema en dos horas. Lo conmovedor de aquello aquí es lacrimógeno, lo revelador del cuentito acá se hace reiterativo, y claro que es efectivo, pero no iluminador.
Toy Story 3 es una buena película y colma las expectativas. Pero no es una gran película, como su antecesora. Ojalá hasta ahí quede el gran cuento de Woody y Buzz y Jessie y demás alimañas. Sería triste atestiguar su agotamiento en una cuarta parte.

sábado, 19 de junio de 2010

Quesque se murió el Monsi

Juro que es cierto: para un texto atrasado que me urge entregar (el lunes sin falta, Ary) hace dos horas veía la película Él de Luis Buñuel y mientras atestiguaba la gradual locura de Francisco Galván (genial, el maldito Arturo de Córdova) pensaba, "claro, de un personaje de este tipo habla Monsiváis en Amor perdido". Y acabandito la película me fui por el libro de marras y encontré la crónica del Monsi sobre Genaro Fernández McGregor, funcionario y escritor mediano que se atrevió a redactar sus memorias El río de mi sangre y que las publicó el Fondo de Cultura. Y Monsi, con ese humor socarrón carente de chistes pero insistente en la cábula, hace su crónica con esa prosa abigarrada e incisiva que ya le conocemos, y sorprende que un artículo de los años setenta sea tan contemporáneo para describir a animales semejantes a McGregor:

El retrato del conservador mexicano está casi concluido: pesimismo orgánico, actitud escéptica ante las renovaciones, creencia en un ser nacional eterno, desprecio por las mayorías, resignación complacida ante las dictaduras. Falta un detalle: el idioma elegido. Al conservador, la tradición nunca se le manifiesta como el cadáver de las ideas; es, de modo inalterable, el único presente concebible. De acuerdo a eso, el lenguaje debe ser arcaizante o se estará traicionando la visión del mundo. El manejo de la sintaxis no es una mera técnica: es un ejercicio ideológico, una indispensable lealtad intelectual.


Y leyendo pensaba en el personaje de Buñuel pero también en esa sabiduría atemporal de los panistas, y en libros como
Hace falta un muchacho y en comerciales como los de Tienes El Valor O Te Vale, y en los regaños del Papa Pidata del cine y las resoluciones del SCJN, tan irreprochables en su lógica jurídica pero tan frustrantes en el sentido de la justicia. Es decir, que era como platicar con Monsi en el café, decirle que claro que es cierto, que qué punzante escribir ese texto que años atrás no hacía tanto sentido y ahora parece una radiografía impecable de nuestra mediocre actualidad.
Y entonces abro el internez, encuentro la nota del fallecimiento del Monsi, y de verdad que no lo tomé por el lado de la elegía (eso déjenselo a los dolientes de Saramago) sino del pragmatismo: No, no es cierto, no estás muerto, si te acabo de leer. Y si además, me quedé envidiando esa tensión de tu prosa, esa aparente exuberancia que obliga a la lectura atenta y entonces va tomando un sentido múltiple, generoso y siempre virulento. Si los chistes del Monsi piden paciencia para irlos descifrando, y también exigen una cultura distinta de la Kultura; un reconocimiento de dichos y sabiduría popular, champurrados de sociología y filtreos con la poesía, buen olfato para lo irónico y un entrenamiento previo de historia mexicana que permita reconocer suspicacias perdidas entre datos certeros.
Pero además, yéndome más lejos, pensaba en Monsi como en esos autores que siempre están por ahí, para ensalzarlos o denostarlos. Hay juicios obvios e incontrovertibles:
Pedro Páramo, la mejor novela mexicana; García Márquez, qué grande es y qué pasado de moda también, Borges es eterno; Volpi, como escritor, ha resultado un excelente director de Canal 22. Pero Carlos Monsiváis ha logrado esa división de opiniones que me resulta envidiable, porque ahí es donde se distingue la vitalidad del cronista: quienes aseguran que ya se repite y no vale la pena seguirlo leyendo, quienes lo acabaron de ver en la marcha del 2 de octubre y se quejan de sus filiaciones ideológicas, los que lo vieron en la tele y estuvieron de acuerdo o no, pero aceptan que su estilo tan mesurado y chinga-quedito contrapunteaba rebien el protagonismo de sus compañeros de panel; los que ya se fastidiaron de verlo como gurú de la cultura popular y buscan afanosos quien lo reemplace en la crónica de lo contemporáneo nacional. Incluso, lugar común de los grupos de escritores incipientes: se piensa hacer la Típica Revista Literaria Independiente y para que tenga impacto, en el primer número siempre sería bueno tener un artículo de Carlos Monsiváis. Tan es así que cuando empezó a salir la revista La Mosca, el chiste que aparecía en sus portadas era: En esta revista TAMPOCO hay un artículo de Carlos Monsiváis.
Porque también ocurre que a Monsi se le ve hasta en la sopa. Se hizo personaje de caricaturas y grabó discos, lo mismo rescató a Chanoc que al Santos, sus artículos aparecieron en la revista erótica Caballero o en la muy fufurufa Vuelta; prologó colecciones de fotos, historietas, memorias, correspondencias; era el primero de los abajosfirmantes y opinante obligado de cualquier monserga noticiosa. Discutió con todos hasta el punto de volverse chocante, conocemos a sus gatos y su escritorio atestado de papeles y de figuritas de luchadores; las presentaciones de libros se retardaban porque todavía no llega Monsi, y la decepción venía cuando alguien informaba que dijo Monsi que lo disculparan porque a la hora de la hora no iba a llegar. La figura de Monsi es chabacanamente omnipresente: avala, deslumbra, confirma, fastidia; Monsiváis es el más actual de los escritores mexicanos, no sé si por lo innovador de sus últimas aportaciones, seguro que por su presencia, tan machacona.
Monsiváis está en el café y entre las chelas, sus libros adornan las casas de los izquierdosos, la sarcástica documentación del optimismo es un ejercicio que nos ha impuesto siempre que abrimos el periódico, y si anota el Chicharito, o si se incendia una guardería, necesitamos que el Monsi haga un comentario, para suscribirlo, rebatirlo; para saber que Monsi no se podía quedar callado.
Lo de la muerte de Monsi es anecdótico; lo real es que pueden conseguir sus libros en Gandhi y en el Fondo y en los puestitos de Balderas y de afuera de la Facultad, y que todos hemos leído tres o cuatro títulos pero también nos falta leer dos o tres. Yo me espero a que pasen tus exequias, Monsi, para conseguir los que no tengo. Leerte no es homenaje (qué flojera hacerte OTRO homenaje), es necesidad de diálogo y de prosa canalla y de ser contemporáneo. Seguro te estoy leyendo pronto. A ver qué dices ahora.

Y EL MONSI NO SE CANSABA DE HACER AGREGADOS COMO ÉSTE: Que ya no sigan buscando La Novela del 68; esa novela es el libro
Dias de guardar, que aunque formalmente crónicas, en realidad consigue en su fragmentación redondear toda la experiencia de aquellos aciagos tiempos olímpicos

Y NOMÁS PARA LA REMEMBRANZA: su mejor momento televisivo fue en
El Calabozo, cuando el facho de Esteban Arce y el otro patiño le preguntaron qué opinaba del programa. Y Monsi respondió: "es una gran experiencia encontrarme en lo que considero la esencia de la televisión mexicana".

Y PARA DOCUMENTAR EL OPTIMISMO: El Cuau dice que la Selección ora sí está lista para ganar el Mundial Sudáfrica 2010. El Monsi, ¿qué opinará?

martes, 1 de junio de 2010

Y los cigarros se van diez pesos más caros

El nuevo chisme es que los diputados legislarán para que a los cigarros les aumenten diez pesos. Así dejaremos de fumar quienes fumamos. Nos agarrará un proceso de conscientización económica (ja) bien cabrón y cada vez que tengamos ganas de un cigarro optaremos por comernos una lechuga. Hace días me dieron otra versión más tenebrosa: "los suben porque saben que no dejaremos el vicio y que lo pagaremos. Y seguirán creciendo los bolsillos de los diputados y toda esa gente."
Más allá de lo redituables que estamos resultando los contribuyentes para el gobierno (quesque) y las legislaciones (quesque) y demás alimañas con poder, lo que me trae desalentado es ese aire de constante regaño que ha marcado a este sexenio. Vean comerciales, oigan discursos, revisen legislaciones. Los gobiernos en curso, locales o federales (incluyendo la cosa esa que encabeza Calderón), parecerían asumirse como Padres Mayores y Ejemplos A Seguir de una ciudadanía imperfecta y viciosa a la que se le dirige regulando sus deficiencias.
Véase si no el bonito esquema de buenas costumbres que estamos aprendiendo: ley de criminalización a los fumadores, después el cierre de los antros a tempranas horas, y luego la cruzada contra los obesos -no discriminación, sí tema de salud-, y el fantástico espectáculo protozombie con tapabocas para evitarnos la influenza el año pasado, y ni hablar del narcotráfico y su cruzada puritana que considera menos onerosas las muertes violentas que las causadas por sobredosis, y por supuesto que el regaño del cinemex por tener papas pidatas, y ya entrados en gastos, los regaños ceñudos de los carlos marines y los ciros gómez leyvas por tanta chacota tuitera.
¿No se sienten ahora más criminales que, digamos, el sexenio pasado? ¿Por fumadores, por trasnochadores, por hedonistas, por tragones, por besucones, por dicharacheros, por el pecado -digo, ya para hablar con los términos adecuados- de haber nacido y ser seres humanos? Y ojo que el lugar común es achacarle toda la culpa a la ideología panista, pero qué frustración reconocer que muchas de estas acometidas también han venido del Gobierno del Distrito Federal, como para convencer al electorado que cuando es necesario pueden ser impopulares, y entonces ya se han puesto más papistas que el Papa (¿o más maoístas que Mao, pa' no andar mezclando catecismos?) El tema no es izquierda o derecha, el tema es de péndulos restrictivos o permisivos, y tal parece que la competencia consiste en mostrar quien ostenta mayor autoridad. Lo que trae (intuyo) un tema en el fondo político: seguimos discutiendo la legitimidad de Calderón. Y como en ese fondo político ni él mismo ni sus mismos correligionarios se lo creen, tal parecería que la forma de reafirmarse consiste en adoptar porte y tono de padrastro regañón: no soy quien debe estar, pero te aguantas y además te cojo con el IETU; ya sé que el elegido era el otro, pero de populismo tan peligroso que ora te chingas con mi sobriedad (en el discurso, otro día hablamos de sus costumbres etílicas) expresiva; en realidad, este sexenio se ha tratado de pagar nuestro error de no creer que el presidente es él. Violencia del narco, impuestos onerosos, restricciones en los hábitos sociales y personales, estigmatización de costumbres poco ejemplares. Bienvenidos a la expiación de nuestros errores electorales. Y al regreso de la edad adolescente de toda la población. Se oye en los discursos, en las campañas de medios, en las nuevas medidas "para vivir mejor": la gente, la ciudadanía, somos pubertos berrinchudos y hay que guiarnos sabiamente. ¿Alguna vez estuvimos cerca de la mayoría de edad? ¿Cuándo sacamos al PRI de Los Pinos? ¿Pero dejamos en entredicho la madurez ciudadana al elegir, en su lugar, a ese chiste con botas que fue Vicente Fox?
Lo más cagante del tema es que la misma gente ha hecho suyo ese discurso incriminador y culpígeno. Es común que ante cualquier tema de corrupción o ilegalidad, de inmediato se nos cobra factura a las mismas "personas de a pie" (como nos llaman esos analistas políticos que Conacyt les regaló carro para que puedan hacer ese distingo, tan académico, de nosotros): si hay problemas en la distribución de agua, es que nosotros no le cerramos a la llave; si el tránsito de las ciudades es un desmadre, es que somos conductores o peatones irresponsables y faltos de la más mínima educación civil; si las calles son un asco, es que nosotros tiramos toda la basura en todos los lugares posibles; carajo, hasta si pierden esos ineptos de la selección nacional, es que nosotros no los apoyamos como se debe y cometemos el reprochable ejercicio de ser críticos. Y es cierto que la gente es gente, y como tal no es la mejor gente posible, y por supuesto que siempre somos susceptibles de mejorar en nuestros hábitos, formas de relacionarnos, modos de acoplarnos a los otros o a las leyes o al medio ambiente, pero tan constante regaño, tanta insistencia en recriminar y reformarnos, ¿no tiene esa sospechosa tendencia de hacernos perder el otro foco, y que la estupidez, la ineptitud, la frivolidad, la estrechez de miras de los gobiernos debería ser el verdadero factor a vigilar?
Veo con envidia cómo se festejan los otros bicentenarios en Latinoamérica, y no me chupo el dedo, tengo claro que la Sra. Kirchner es una enorme decepción para Argentina, el regreso de la derecha al gobierno chileno desconcierta y aturde, el primer triunfo del candidato uribista a la presidencia de Colombia descoloca.... pero también veo en la gente el ánimo de sentise bien plantados en sus países, de sentirse cómodos para opinar, criticar, tirar mierda, de saberse dueños de derechos y libertades; dueños finalmente, de sus naciones. ¿De qué nos vamos a sentir dueños los serviles mexicanos? ¿De los cuarenta pesos por cajetilla, del estigma de las llantitas, de la docilidad ante la masacre institucionalizada del gobierno -llamémosle de alguna forma- de Calderón?
Todo va junto, desde la falta de gol de los ineptos verdes, hasta la autosuficiencia del diputadete del Panal que legisló contra los fumadores. De la falta de legitimidad del señor que vive en Los Pinos, al circo mediático de Tercer Grado y su arrogancia adoctrinadora.
Este país ahora no me gusta, me costaría trabajo pensar que alguien le encuentre algún encanto. Quizá, finalmente, sí seamos culpables de algunas elecciones. Y estemos pagando culpas por mestizos, por agachones, por el por favor y el mande, por no haber abandonado el latifundio del Señor Patrón.
Viva México, pues.