miércoles, 31 de diciembre de 2008

Tenga para que se entretenga

Pronto subiré mis exabruptos contra Rudo y cursi, mientras tanto, desperdicien su tiempo leyendo las negligencias que redacté por aquí:

martes, 23 de diciembre de 2008

Vicky Cristina Barcelona otra vez

Addenda: reseña explicada o corregida, es reseña que no sirve. Ergo, acepto los insultos que traigan este agregado a la composición de abajo. Este post emergente, entonces, es para autoflagelarme por la sarta de lugares comunes (¿Bardem y Cruz poderosos? ¿el bagaje aflamencado de lo hispano? ¿a quién carajos se le ocure escribir estupideces así?) que redacté antes. También contar que por circunstancias amistosas volví a ver la peli dos días después, y recordé elementos que nomás no supe cómo meter en la pobre redacción de ayer. Ejemplo:

1) La condición del viaje turístico/académico: que hace de cualquier persona un ente artificial, porque se desmarca de quien es en su lugar de orígen, pero tampoco le permite reinventarse del todo en el sitio nuevo. El tema da para un post, pero mejor después. Para este caso, enfatizar que Vicky y Cristina son artificiales porque se encuentran en ese tránsito. Un tránsito cool, pero que no les permite arraigar: ni en los estudios patito de Vicky, ni en el efímero deseo de Cristina de deshacerse de la vida puritana y materialista de Estados Unidos y apostar a la bohemia. Dos viajeras frente a una experiencia que limitaron a aventura.

2) El cuidado de Allen para mostrar a Barcelona, no desde la escenografía (la catedral de Gaudí, el parque, los escenarios no son tan importantes), sino desde los personajes. Desde ahí, el mejor personaje es el padre de Juan Antonio, que parece sacado de los viejos poetas de la Generación del 27.

3) Enfatizar que las conversaciones de Juan Antonio y María Elena son callejeras, excesivas, vulgares. De ahí su poder. Pero también, de ahí lo decepcionante que podrían resultarle a la nice Cristina, quien quizá espera más glamour y menos arrabal. Y Cristina se aleja porque estos catalanes ruidosos no está a la altura de su modelo preciosista de la vida.

4) Nomás porque me llama la atención: Scarlett habla igual que Woody Allen y Mia Farrow y todos los protagónicos de Allen: atropellado, tartamudeante, balbuceante. Eso me parece mérito del director. ¿Cómo le hace para que todos sus actores trastabillen igual que él?

5) Hadaza: claro que me gustó la película. Con sus asegunes. Encuentro alguna trampa en su hedonismo para el espectador. Se ve la película y se ve un mundo agradable. Quizá porque el efecto esperado es acompañar a Vicky y Cristina en el viaje, compartiendo vino, gastronomía cachonda y construcciones alucinantes. Y desde ahí, ¿quién no tiene ganas de seducir/ser seducido por Javier Bardem y Penélope Cruz, en un escenario bohemio y muy lifestyle? Pero en esta trampa se encuentra el principal mérito de Allen: hacer una película agradable con un trasfondo desolado: lindo viaje, lindo galán, impactante esposa, pero finalmente, nada de eso se queda: las gringas y el marido regresan a Nueva York como si no hubiera existido nada, como si no hubiera valido la pena filmar esta peli. Ahí se encuentra su encanto: un doble fondo que revela absurdas a las encantadoras gringas viajeras (enlazando con el post anterior y el tema de Henry James: las nietas de Daisy Miller perdieron en pasión lo que ganaron en traveler checks). Creo que los comentaristas la han visto con simpatía de obra mediana, pero intuyo: la película mejorará con su añejamiento. Y sí, será refrescante versión de lo que las grandes películas de Allen (Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas) mostraron entre rascacielos y jazz.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Vicky Cristina Barcelona. Las nietas de Daisy Miller


La noticia más sabida de Woody Allen era su condición de cadáver fílmico, con excepción del decoroso canto de cisne (entonces así lo creíamos) que había sido Match Point, sobrio ejercicio de adulterios y crímenes que se espejeaba con Dostoievsky. A la decorosa peli se unían dos novedades: que Allen se alejaba de su emblemático Nueva York, y que adoptaba como nuevo alter ego femenino a Scarlett Johannson. Cuando la chica repitió en Spoon se supo que encarnaría un nuevo periodo del cineasta, y se especuló si le quedaría grande el saco que dejaron Diane Keaton y Mia Farrow. Más que discutir esta trivia, vale destacar que Johannson va encarnando en la filmografía de Allen a la neoyorkina viajera, privilegio que no tuvieron la Keaton (apenas un pichurriento viaje a Los Angeles en Annie Hall) y mucho menos Mia Farrow.
Una gringa viajando por Europa también es tema recurrente de otro norteamericano, éste renegado de su patria, Henry James. El escritor de la conciencia y el punto de vista, en varias ocasiones recurrió a la anécdota básica de la norteamericana joven, liberal y osada, que removía la sociedad vetusta de Europa. Con ese argumento se insinuaba un simbolismo mustio: el de la joven Norteamérica removiendo el pensamiento acartonado de Europa, pero también al revés: un Estados Unidos caprichoso y frívolo de tan joven, que no tiene paciencia para reconocer las formas reposadas, cansinas, de la vieja Europa. Quien quiera leer ejemplos: Daisy Miller, con final épico-intimista (¿se puede eso?) en el Coliseo romano. Quien quiera ver a James en la pantalla: Las alas de la paloma y Retrato de una dama, donde además Nicole Kidman aprendió a actuar.
Entre las chicas descocadas de James y las programáticamente liberadas Vicky y Cristina, han pasado cien años: dos guerras mundiales, la transición de Estados Unidos de nación próspera a imperio hegemónico, feminsimo, píldoras anticonceptivas, hippies, Gaudí y el mismo Woody Allen. ¿Las Daisy Millers del siglo XXI provocarían los mismos escándalos de sus bisabuelas literarias?
Una voz en off al borde de ser excesiva las describe: Vicky (Rebecca Hall) hace difusos estudios sobre la identidad catalana, es pragmática, segura de sí misma y está a punto de casarse con un yuppie neoyorkino. Cristina (Scarlett Johannson) filmó una película de doce minutos sobre la imposibilidad del amor, prefiere los romances excéntricos, quiere "expresarse" y no sabe lo que quiera, pero sí sabe lo que no quiere. El viaje de verano por Barcelona tiene las características nice ilustradas de un par de gringas primermundistas viviendo el sueño del Otro Primer Mundo emergente: un hospedaje de revista de decoración, harto Gaudí y Miró, barecitos con espléndido vino, la bohemia catalana.
En una exposición conocen al artista plástico Juan Antonio (Javier Bardem), quien tiene la leyanda oscura de haber vivido un matrimonio violento con María Elena (Penélope Cruz). El pintor las invita a Oviedo, a conocer construcciones, comer y beber bien, y hacer el amor apasionadamente. Vicky se niega porque está comprometida, a Cristina se le cuecen las habas y arrastra a la amiga a la aventura.
A partir de aquí, la película se desdobla en romances a la Allen, diálogos trastabilleantes a la Allen y su humor socarrón de ironías y paradojas. Por un lado, el descubrimiento de Cristina de la fotografía, a la vez que se encama de lo más sabroso con el catalán y con la esposa. Por el otro, la desangelada vida de recién casada de Vicy, atisbando de soslayo el amor salvaje que no se atreve a consumar.
Amor salvaje es un cliché que funciona de lo más bien en este ejercicio de estereotipos: contra lo programado gringo, lo pasional europeo; contra la hiperautorreflexión neoyorkina (que acaso inventó el mismo Allen), el hedonismo primitivo catalán; contra la experiencia turística artificial de las gringuitas, la tensión creativa del pintor y su padre poeta y el terruño.
Las bisnietas de Daisy Miller, menos crazy girls y más hijas medrosas de las atribuladas Keaton y Farrow, emprenden la aventura del viaje con reticencias y asombro light. Es la inversión de los valores jamesianos: ahora Europa es la provocadora y Estados Unidos el medroso. Aunque habría que aclararse que de Europa, Allen elige a la menos europea (la más africana) de las ciudades. Entonces Barcelona tambien aporta su estereotipo: ciudad bohemia, apasionada, en la que ahora ocurre el arte del mundo: Esta historia no habría funcionado en Berlín o en Londres, por ejemplo. Y en París hubiera corrido el riesgo de transformarse en penosa secuela de Amelie. Por eso valdría ser específico: con Barcelona se permite la inclusión de lo latino (esa odiosa nomenclatura que nos reduce a todos los hispanoparlantes a espectadores de Don Francisco) al universo Alllen. Y el uso de los dos nuevos divos latinos, Bardem y Cruz, refuerzan modas y estereotipos. Y aún así, si algo salva a la película de ser una feria del cliché, son precisamente estos dos actores, que se despliegan a sus anchas y hacen creaciones poderosas. Se ha hablando mucho del buen macho bragado picassiano que es aquí Javier Bardem; vale insistir en la gloriosa resurrección de Penélope Cruz como diva hermosa, fuerte y apasionada. Como una Luna amarga más bullanguera que extrema, Juan Antonio y María Elena son personajes enigmáticos y cachondos, que hacen avizorar a las gringas un universo más complejo que el de sus bien portadas indagaciones.
En Barcelona, Woody Allen busca una expresión del arte más vívida y menos intelectual que la experimentada en otras de sus películas (pienso en el crítico de arte Elliot, de Hannah y sus hermanas), que quizá solamente se corresponde con el intuitivo gángster dramaturgo Cheech (Chazz Palminteri) de Balas sobre Broadway. Pero el tono de comedia de aquellas películas aquí se resuelve en experiencia de vida. Es una experiencia semejante a la de los triángulos amorosos de los años setenta de las primeras películas de Woody Allen; la diferencia es que aquí se vive desde el bagaje apasionado aflamencado de lo hispano, y no desde los supuestos anglosajones, constantemente conversados y autoanalizados.
El resultado de la experiencia puede tener dos lecturas: desde el lado hispano, es el fracaso de Vicky y Cristina por participar de un universo hedonista que les pide facturas altas, y que ellas no pueden pagar; desde el punto de vista de las gringas, es la levedad (odio usar el término kunderiano pero no se me ocurrió otro) que impide transformar en experiencia de vida lo que se había prometido como actividad vacacional. Desde Barcelona, solamente fue la aventura de dos gringas que llegaron a calentar las pollas de una comunidad que recibirá cada fin de semana a un nuevo dúo de gringas más; desde Vicky y Cristina, es la aventura, compleja de sentimientos, que termina en cuento veraniego para relatar a los nietos (a las tataranietas de Daisy Miller). Imposible no pensar en los ejecutivos de Quémese después de leer (Coeh, 08), cuando deciden que de toda la experiencia no se aprendió nada. Vicky y Cristina tampoco parecieron haber aprendido nada de la aventura catalana. O sus miradas últimas, las del regreso al aeropuerto de Nueva York, acaso advierte que sí aprendieron algo, pero no saben descifrarlo. O les da miedo hacerlo.

martes, 16 de diciembre de 2008

El día que la Tierra se detuvo... de la güeva


Imagino que en otros espacios adornados con naves espaciales y aliens viscosos podrá leerse la ilustre genealogía de esta historia (clásico de las series B de los años cincuenta, cosa así o semejante); acá yo uso mi congal para el desahogo, porque si todo el mundo aburre con que sus novios las dejaron o que la muchachas no los pelan o que Calderón apesta, ¿por qué no hacer mi versión del hastío proponiendo, por ejemplo, que:?

1. Desde que Pepsi y Motorola y el dentista Jairo Campos le entraron al marketing de las imágenes por computadoras, siempre que veo un derroche espectacular escalofriante como el de la esfera luminosa bajando a Central Park, imagino que de ahí van a salir los duendes de Movi Star o Janet Jackson enseñando las chichis y pues ya no me emociono, o sí, pero de otra manera.

2. Keanu. Eternamente Keanu. Intensamente Keanu. En Matrix y ahora en El día..., me ha tocado ver a Keanu como Divinisimo Feto Elegido, en proceso de cientifiquísima gestación. Y pues según entiendo es requeteemocionante pero pues nomás no me hace ni cosquillas. ¿Cuando tenga un hijo será diferente? Por las dudas, ni me arriesgo

3. ¿Quién decidió que la enorme Kathy Bates (véanla en Misery si no) debía parecer delegada sindical de la ANDA para fingirse la portavoz del Preciso y el Vicepreciso Gabachos? Ni que fueran a agarrarlos a zapatazos, por ejemplo.

4. Nunca pude creerme las chaquetitas filosóficas de Matrix porque salía Keanu vestido de lo más trendy y pos así yo nomás pensaba en catálogos de moda otoño-invierno de Sears, y pues nunca vi un personaje, nomás un figurín. Y ora, tan trajeado, tan vendedor de autos finos, neta que veía y pensaba: ¿tons él va a hacer que se acabe el mundo? ¿Así tan malo tan malo? ¿O, o sea, cómo?

5. No hay cliché más cliché que la comparación, pero se vale de una película Totalmente Cliché como ésta: en El día de la Independencia, en Impacto Profundo, en El día después de mañana, invariablemente salía el Preciso de Gabacholandia y ahí uno sabía que la cosa iba en serio, y que este tipo defendería a la Humanidad Entera (o sea, a Nueva York) con discursos y recuerdos de cuando fue piloto aviador en el Golfo Pérsico y su íntimo compromiso de quedar bien con su hijita (¿ya checaron que los Presis de las pelis gringas siempre tienen hijitas?) La falta de autoridad de la pobre Bates-Mama-De-La-Nana-Fine, convierte en ocurrencia apantallapendejos el asunto de la esfera y el robotsote tan maligno y las amenazas todas que le caen al Mundo Entero (o sea, a Nueva York).

6. El personaje de Jennifer Connelly es madrastra del personaje de Jaden Smith (el hijo de Will), una como actualización de "Blanco & Negro" (de-qué-estás-hablando-Willis), pero tan atinada corrección política lo distraen a uno porque uno se queda haciendo el álgebra: "entonces la Jenni se enamoró de un negro afro y cuando se murió se encargó del niñito sin importarle que fuera negrito afrito porque a fin de cuentas es hijo del buen Will y además con lo de Obama está de moda" y en lo que uno está conscientizándose de lo sensible que debe ser el mundo sensible ya cayó el primer putazo y nomás no se supo dónde cómo a qué horas y por qué.

7. Me caga el rostro hierático-imperturbable-sublimado de Keanu Reeves. El otro día me cortaba la uña de mi dedo gordo del pie y le noté más expresión (a la uña cortada, mi dedo gordo es un actorazo).

8. Y luego el niñito Smith es in-so-por-ta-ble, nomás comparable con Dakota Fanning en La Guerra de los Mundos, cuando hacía su zona de seguridad con los brazos y uno resoplaba de rabia y quería que llegaran todos los monstruos de todas las galaxias a desmembrarla cachito a cachito, y ora este igual, tan terco, tan necio, tan arrogante desde su decálogo de los derechos de los niños, que a uno nomás se le antoja estar cerca para darle sus buenos cates

9. Keanu. Divinamente Keanu. ¿De dónde salió la insistencia/revelación/complacencia de hacer de Keanu el Mesías de los friquis? Lo mismo Neo que Constantine que ahora Klaatu, les toca ser redentores del mundo, entre salvarnos o perdonarnos la vida, y pos como que se le puede pedir perdón a Clint Eastwood, a Humprey, a Jack Nicholson antes de que fuera Jack Nicholson, a Marlon Brando, pero a Keanu, o sea, ¿cómo por qué?

10. Lo mismo en La Guerra de los Mundos que en El día que la Tierra se detuvo, ¿por qué un niño malcayente es más importante que el resto de la civilización? Uno no quiere odiarlos, pero pues se ponen de a pechito...

11. ¿Será cierto que los friquis ponen en el nacimiento a figuritas de Keanu Reeves como Niño Dios?

12. Sí hay algún momento rescatable: cuando Klaatu y el viejo profesor Barnhardt resuelven una complicadísima ecuación matemática como si fuera una pieza musical. Y bueno, Jennifer Connelly siempre es más que rescatable. Lo único que uno se pregunta: ¿por qué hacer esas películas? ¿Por qué?

13. Película de obligadas palomitas, para que al menos eso sea disfrutable. O para esperar a uno de esos domingos lánguidos en que hasta la peor peli es mejor que el lento transcurso del día. Aunque si se puede ver La Academia o Bailando por la Burrada de mis Sueños, pues mucho, mucho mejor.

Update: ya hubo quien nos siguiera al Bufón y a mí con las añoranzas de las muchachas cinematográficas míticas sublimadas, y la onda está buena porque Depto. Editorial habló de Betty Page. Y acá está su comentario. Y videíto y foto. Chido.

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿Por qué las mujeres no son como Holly Golightly?


No quiero conocer Nueva York por sus enormes rascacielos, ni por los sudorosos actores que triunfan en Broadway, ni por sus estresados brokers que cantan la compra y venta de dinero que no existe, ni por sus aprehensivas cuarentonas empedándose con Cosmopolitans mientras no les satisfacen los esfuerzos de ningún galán; quiero conocer Nueva York por el insulso deseo de descender de un taxi un domingo a las siete de la mañana, con un pan dulce y un café tibio, y acompañar en su desayuno a Holly Golightly, mientras vemos la vidriera de Tifanny's con una suave tristeza.
¿Qué es Nueva York sino un eterno desear agobiante? Y por eso, sólo a quienes se nos han agriado los sueños podemos deambularlo de veras, sin gloria ni dignidad. Y Holly lo sabe porque no se atrevió a ser actriz famosa, ni quiso envejecer como ama de casa en un rancho del Medio Oeste profundo, ni supo enfrentar su dulce incesto contra una sociedad gazmoña que nunca suda cuando coge. Holly no pudo sumarse a ninguna gloria, prefirió una discreta labor de puta para ricos que le permitía ser alegre, marginal, protagónica y aérea; todo al mismo tiempo. Personaje ideal de Truman Capote y de sus perfectos años cincuenta: la elegancia al centro y la desolación al fondo, el glamour del american dream de coreografía y el teatro tremendista de Tennessee Williams como sustancia: afuera se baila como Marilyn Monroe en Los caballeros las prefieren rubias; adentro se duda seriamente, como la Marie (Elizabeth Taylor) de La gata en el tejado caliente, porque así eran las historias gringas de aquel medio siglo: la contradicción de opulencia y vacío, de modernidad y atavismos. Entre esos discursos, Holly prende el cigarrillo y lo fuma con su elegante y excéntrica boquilla.
Holy Golightly existe porque ha renunciado a todo, Holly usa hermosos vestidos largos y bisuterías porque sabe que los otros valores se han ido a la mierda, Holly fuma con una larga boquilla porque la vida se le acaba en dos bocanadas y aún hace falta sonreírle a muchos idiotas. Holly quiere un marido rico que pueda servirle martinis cuando el atardecer sea insoportable. Holly es prostituta para ricos, ilusa informadora del estado del tiempo, pésima cocinera que sabe hacer estallar una olla con improvisada gracia. Holly tiene todos los defectos del mundo, menos sus ojos.
Holly, o el espectáculo de las falsas identidades: en realidad se llama Lulamae Barnes; Holly es el nombre trendy para moverse entre rascacielos. Su gato carece de nombre: no merece de uno hasta que ambos se pertenezcan. También le cambia el nombre a Paul (George Peppard) por el de su hermano Fred. No es que todo sea falso o impostor: es que ella lo recrea desde su necesidad de fiesta y compañía; desde la ligereza que le impide (no es su naturaleza) enfrentarse a sí misma, por lo que mejor se evade en la reinvención de un mundo acorde a su tribulación.
Holly tiene su ropa guardada en maletas, como si siempre estuviera a punto de fugarse. Porque aunque nunca fue "contracultura" (ese terminajo dudoso que distingue a los que fuman mota de los que solo la huelen), el linaje de Holly está más cercano de los personajes beats (Ginsberg, Kerouac) que de las sutilezas pequeñoburguesas de Fitzgerald. Holly canta cuando nadie la escucha: "Two drifters off to see the world/ There's such a lot of world to see", quizá esperando que alguien la lleve a las praderas africanas o al carnaval de Río, donde pueda fabricarse otra máscara, para que nadie hiera su melancolía. Holly es hermosa porque le duele el mundo. Por eso, su único momento verdadero, es el de las siete de la mañana, el del café y el pan frente a la vidriera de Tiffany's. A mi me parece el momento más auténtico del Nueva York ambicioso y ebullente. Por eso se quisiera estar ahí, con ella. Y desde las joyas que jamás serán nuestras, desde la calle vacía, empezar a entender el mundo.

PD: Audrey Hepburn es Holly Golightly en Desayuno en Tiffany's película de 1960 de Blake Edwards, basada en la novela corta de Truman Capote. Y hablar de ella es hablar de aquellas mujeres que ya no existen, como alguna otra que ha impactado al Bufón y que la describe en su lugar. En otro momento nos pondremos serios y hablaremos de mujeres valiosas, de esas con discursos importantes, aunque nadie voltee a verles las pantorrillas. Pero si la vida es tan breve, ¿por qué no imaginar que Holly Golightly vive en el departamento cercano al mío, se entromete en la madrugada a mi recámara y me pide que le lea un cuento que le aburre porque no tiene joyas ni pisos alfombrados?

lunes, 8 de diciembre de 2008

Café y cigarros

Me invitaron a participar en un blog colectivo, como no tengo que contar experiencias bucólicas de secundaria ni revelar mis desastrozas historias sentimentales, me pareció interesante. Nomás hay que hablar de café y de cigarros, algo sé de eso. Entonces, de rato en rato también espantaré por aquí.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Las venas de las manos

I
Quería escribir un post pitorreándome de los 80 años de Carlos Fuentes: regodearme con tres ideas malechosas, caracterizar a Volpi como un chihuahuense lameculos empeñoso, cimentar un epitafio definitivo contra el vetusto novelista playboy. Pero al ir redactando me daba cuenta que adquiría un tono de tertuliano fantoche y rencoroso, que los argumentos ácidos perdían fuerza al enfrentar mi realidad de lector necio sin Propuesta Constructiva. Más patético: que me convertía en ese tipo de cronista de vieja guardia del periódico El Sol de Villachica, relegado, gástrico, sentencioso, que con un lema lapidario simula su mediocridad campechana. El ejemplo que más al vuelo me vino fue Fernando Nachón, quien gasta renglones y renglones en censurar/burlarse/pontificar contra Conaculta, el Fonca y todas esas financieras de escritores que se fingen institutos de cultura.
Me incomodó mi imagen. Puse mi mano en el mentón, en actitud reflexiva, y reflexioné: a los 20 años hubiera sido incendiario por lo impertinente. Ahora es caduco y previsible. El comandante terminó de sepultarme: ahora la moda es denostar a Fuentes, dijo antes de darle el trago a su Matusalém. Vaya, pensé, por primera vez en mi vida consigo estar a la moda, pero eso no acabó de satisfacerme. Luego me asomé al Canal 22 y revisé cómo Volpi se echaba de panza para que Fuentes se la sobara con sus bien boleados bostonianos. Hice mi ejercicio nocturno de autoflagelación: aquello era real. Canapés y vino fino y frases perfectamente bruñidas sobre la trascendencia de Terra Nostra en la construcción de una literatura donde no suelo reconocerme. Corrijo: donde no suelo divertirme. Reconocerse es una palabra que inventó el existencialismo para justificar la publicación de libros que no tratan de nada. ¿Cuánto tiempo se tardan los escritores en escribir libros que no tratan de nada? Consentía la amargura cuando me habló Josué, tanto tiempo, para pedirme opinión sobre un impresionante proyecto que trae entre manos. Iba a pretextar mucha chamba cuando prometió pagar las chelas. En tiempos de crisis, cualquier peda subsidiada debe ser bienvenida. Acordamos la hora y una cantina a medio camino entre las casas de los dos.

Capítulo dos
Josué estudió conmigo en la UAM Iztapalapa, pero él sí terminó la carrera. Es un güero norteño con ese hablar quedito tan del Norte, como si siempre estuviera revelando indiscreciones. En aquellos tiempos leímos en una clase un soneto, creo que de Boscán, sobre las manos. Josué desapareció ocho días. Al noveno, lo encontré en una tienda cercana a la UAMI, ojeras profundas y una caguama escondida en una bolsa. "Boby" (nunca supe por qué me llama Boby), "¿han avanzado mucho en las clases?" Iba a recitarle los pendientes cuando interrumpió. "Es que Boby, me quedé pensando en las manos. El poema de Boscán, el de las manos. Lo leí la otra noche, y lo leí y veía mis manos. Los huesos, las venas, ¿has visto las venas de tus manos? Porque me las quedé viendo el otro día, y pensaba en el soneto, y pues hay cosas que son bien perronas cuando se trata de tus manos, ¿no crees Boby?" Y mientras lo decía miraba sus manos como si fueran sus enemigas, como si estuvieran invadidas de hormigas o cualquier otra imagen de esas que hubiera inventado Buñuel. Lo angustiante del tema es que Josué desapareció los ocho días solamente por su peregrina obsesión con las manos boscanianas; lo angustioso al doble fue que nunca entendí si entendió algo de lo que no entendía. Porque el cerebro de Josué opera por asociación libre. Cerebro de poeta, me atrevería a decir. De ahí que no sea dado al descuartizamiento lógico de una idea, aunque sabe sorprender con alguna insólita revelación.
Quince años después, Josué reloaded, más rollizo y tan norteño como siempre, me da el gran abrazo fraternal de tanto no vernos y qué gusto que ahora sí. En el lapso de no encontrarnos (¿unos diez años?) él se casó con una amiga, emigraron a Oaxaca, tuvieron dos hijos, se hicieron la vida imposible, se divorciaron; mi amiga regresó a la ciudad antes y en los tres que cuatro cafés que tuvimos hizo balances de su matrimonio, obviamente inclinando la balanza hacia los errores de Josué. Como en temas de parejas más vale no meterse, tomé con reticencia la crónica parcial. De ahí que viera simpáticas las aventuras de Josué y la teibolera, Josué y la peluquera de a treinta pesos el casquete, Josué y su incursión en la política priísta de Sonora. Acepto que de él no tengo "recuerdos ejemplares", de esos que hablan de trabajo, responsabilidad, compromiso y demás alegorías de libro de Arturo Cuyas; en contra puedo presumir que me llevó a los mejores tacos de tripa de la ciudad (en la Morelos, antes pasó a una vecindad y me dejó esperando afuera, diez minutos después salió con un paquete harto sospechoso), que le presté dos meses de sueldo y cuando tuvo el dinero para reponérmelo se lo gastó en el Balalaika (y además le tuve que volver a prestar), y lo que acaso debo reprocharle, cuando por su fáustica invitación para entrarle a mi primer pericazo de coca terminé innecesariamente enamorado de la chica menos adecuada para aquellos momentos.
Confieso que ahora no tenía muchos ánimos para verlo. Pero sé que con Josué siempre nos debemos algo: una chela más, sus aventuras medio falsas/medio reales con narquillos de baja estofa, mis consejos para que asiente cabeza y que siempre me hacen parecer treinta años mayor. Pero ahora la cosa venía distinta: entre el divorcio y algunas malas ondas que vivió, se le había acabado un poco el impulso. Por suerte, su mente sigue su fantástico viaje entre las brumas. Con temas distintos a las manos, claro está: "Es que he pensado en la lectura, Boby. Quién lee, para qué lee, cómo lee. ¿Cuando lees piensas en cómo estás leyendo? Si te lees cómo lees cuando lees, la lectura cambia. Y en eso estoy pensando, Boby. Me preocupa cómo leo lo que hay que leer".

TERCERA PARTE
Si logro ordenar el inmenso campo semántico (qué forma elegante y académica de llamarle al desvarío) de Josué, su proyecto trata de monitorear hábitos de lectura, según alguna didáctica que se fue inventando cuando dio talleres de lectura en una universidad de Oaxaca. Su experiencia tenía conclusiones obvias (mejor lector, mejor redactor) y curiosas (a las estudiantes de Química les gusta, como a ningunas otras, las novelas de amor). Estas revelaciones surgieron entre otras más terribles: la teibolera tenía nalgas de ensueño, pero era demasiado loca y a los diez días no sabía qué hacer con ella. Y el negocio con los priístas sonorense fue pésimo: lo esquilmaron todo, y ni las gracias le dieron. De ahí seguía una conclusión prístina: a los lectores no hay que chiquearlos, hay que ponerlos a leer la Iliada con un garrote encima, sólo así pueden entender. Esto es obvio si se analiza la grilla de las universidades: hubo un vato que quiso hacerle una grilla espantosa, pero Josué estuvo a las vivas y mira: (Josué alzó su dedo medio): les di puro pito y me traje mi proyecto acá. Entre estas cosas más o menos claras, había un almacén de grano, la educación de sus hijos, lo exageradamente bueno que era el libro de Baldor, y la descripción de la amiga que ahora le renta un cuarto ("no es morra, es amiga") por Barranca del Muerto.
Bastaron diez minutos de historias para entender que el proyecto de Josué era un pretexto para encontrarnos y pistear los recuentos de vidas. Y que en esta reconstrucción de su persona, le importaba recuperar amigos, zonas de pisto, chances de chambear en algo, la terca sobrevivencia de los treintones que no supimos (pudimos) (quisimos) afiliarnos a una empresa estable que nos diera aguinaldo y pavos en tiempos de Navidad. Pero parte de esa terquedad de sobrevivencia necesita obsesiones: la de Josué es la lectura. Y lee, y lee lo que leen los otros, y no lo tiene muy claro pero intuye que hay cosas erróneas cuando ve a Fuentes festejado en el Canal 22.
-¿Lo viste Boby? Yo veía al Fuentes, y al García Márquez, y a todos esos batos, y así viéndolos pensaba: no, a estos batos no puedo explicarles lo que he descubierto de la lectura, seguro me batean de inmediato, ¿qué van a entender de mi lectura si leen distinto? Pero además, como son malandrones, tú me entiendes, aunque no me entiendan nada son capaces de robarse mis ideas y después sacar un librito, y después andar diciendo, ah, mira lo que he pensado, qué chingón soy.
Me sorprendió que como yo se asomara a los festejos de Fuentes para reciclar su amargura. Ficción idiota: hasta imaginé que se decidió a llamarme apenas vio en la tele la misma nota de socialitos que vi yo. Aquí debería seguir el lavado de cerebros que moralejeara: "de aquí concluyo que Josué y yo entendemos mejor la lectura y las cosas de la vida que esos cabrones de la televisión", pero obvio que no es cierto, obvio que sería un final barato, y obvio que se vale ser resentido, pero no ramplón. Aunque en justicia a nosotros diré: si hay cantina, y cervezas, y diez años de no verse, y cosas jodidas en esos diez años, entonces, en esa hora y bajo esas circunstancias, es obligado fanfarronear disparates y fingirnos los reyes de los libros hasta que se nos cruce un académico ilustrado y nos diga que dijo la mamá de Fuentes que claro que por supuesto que no.
Pero tampoco había que ser tan obvio. Brindar por los mejores lectores del mundo es tan idiota como publicar fotos en hi5 que se titulen: la mejor banda 4ever nadie nos separará. Preferí el también gastado recurso de los viejos tiempos:
-El soneto de las manos, el de Boscán, ¿te acuerdas Josué?
Él se miró las manos como si ya no tuvieran hormigas. Parecía verlas en dos dimensiones: las dos temporales: la de la tienda de la UAMI, la de la cantina libre de humo.
-El soneto de las manos, claro que me acuerdo, Boby. Las manos, las venas... a veces me veo las venas. ¿Te has dado cuenta que han cambiado las venas? A veces veo las venas y me quedo pensando. Son cosas medio perronas, ¿no?
Vi la hora. Tenía tiempo para otra cerveza. Busqué al mesero, aguantando las ganas de fumar un cigarro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Quémese después de leer




Los Hermanos Coen (algo así como los Hermanos Marx pero en posmoderno) hacen dos tipos de películas: las pretenciosas y las estúpidas. En el primer rubro intentan la reelaboración, estilizada y mordaz, de los géneros cinematográficos clásicos, con resultados estupendos (De paseo a la muerte sigue siendo su mejor película; Sin lugar para los débiles, la que se asentará en las enciclopedias del cine), memorables (El apoderado Hudsucker, Barton Fink, El hombre que nunca estuvo) y prescindibles (El amor cuesta caro); en el segundo se regodean en la exposición meticulosa de un nutrido grupo de idiotas hasta estallar en comedias agrias, sin gags memorables pero con nerviosa tensión dramática. Allí están Simplemente sangre, Educando a Arizona, El gran Lebovski y ahora, Quémese después de leer.
Reto a que cualquiera trate de explicar de qué se trata Quémese después de leer y al medio minuto sentirá que está contando puras idioteces. ¿Qué sentido tiene explicar el despido de un agente de la CIA de quinta categoría, el adulterio de su esposa con un hipocondriaco que se dedica al bricolage de sillas pornográficas, la obsesión de una instructora de gimnasio por hojalatearse el cuerpo y el regodeo de Brad Pitt interpretando a Brad Pitt? Pero entonces los Coen utilizan una de sus mejores fortalezas: construir una trama intrincada, llena de pequeños detalles que van desperdigando cabos sueltos, más peripecias que revelaciones, más confusión que sentido, hasta que a media película irremediablemente se obliga a la pregunta: ¿qué rayos estoy viendo?, ¿por qué rayos lo estoy viendo? Y ahí se condensa lo genial de los Coen estúpidos: evidenciar el absurdo de su relato y evidenciar lo absurdos que son quienes lo ven, y sonreír sardónicamente ante tal experiencia del sinsentido. Y pobre quien intente interpretar algo (moraleja, estética, pensamiento, paradoja, premisa). Hoyo total.
Aún así me atrevo a abismarme al hoyo, al sugerir que el andamiaje de Quémese después de leer en algo se compadrea con todas estas películas de mosaico que hemos estado presenciando de unos veinte años a la fecha. Desde la versión altmaniana de los cuentos de Raymond Carver en Shortcuts, a la epifanía langostina de Magnolia de Paul Thomas Anderson, a los dulces con néctar de sacarina de Realmente amor de Richard Curtis, al trío del accidente de González Iñarritu (la efectista Amores perros, la efectiva 21 gramos, el exceso Soy Totalmente Globalizado Babel) y hasta a la mediocre Cuando Sea Grande Quiero Ser Amores Perros de Dos abrazos, de Enrique Begné. En todas ellas, la multiplicidad de historias responde (no debo decir a la moda no debo decir a la moda no debo decir a la moda) a la moda postmoderna que desprecia las historias únicas y redondas, y creen que la Verdad de la Ficción se encuentra en la fragmentación de varios relatos y en los juegos irónicos-paradójicos-complementarios que vienen de la comparación anecdótica (o: mira tú cómo es rara la vida que en un mismo choque a Cate Blanchet le dan un balazo y Benicio del Toro se hace religioso y Hugh Grant se hace primer ministro y a Tom Cruise le llueve un ejército de langostas).
En estas películas, algún elemento simbólico-azaroso (choques, amores, cruces de personajes, temblores, plagas bíblicas) unifica a las historias y les daría un Sentido Supremo que podría ir desde la moraleja ramplona hasta una visión más sustanciosa e intrincada. Los Coen se burlan de este macropropósito al resolverlo con las juntas de oficina entre dos altos ejecutivos de la CIA, que "unifican" el recuento de tonterías al revisarlo solamente para confirmar su inutilidad. Nada más lejano de los Coen estúpidos que querer dejar un mensaje, pero si algo semejante hubiera, sería asentar el regodeo de la inutilidad del mensaje. Contra las poéticas de las otras pelis que antes puse de ejemplo, la poética de los Coen indicaría que los humanos y la fragmentación de sus historias tampoco sirve para nada, y que el mentado Efecto Mariposa ("el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo", recita la wikipedia) se va a la mierda si aparece Brad Pitt con su ipod queriendo agandallar información confidencial. Por eso resultan tan afortunados los diálogos finales de la película ("¿Qué aprendimos de toda esta historia?" "No aprendimos nada"); moraleja cínica de un par de cineastas que no quieren llegar a ningún lado, pero para eso realizan acrobacias ingeniosas, que a pesar de ellos ofrece una visión: la de lo insensato del género humano y lo insensato del cine como educador/conscientizador/intelecto.
Si tuviera paciencia y habilidad para buscarlo, concluiría el comentario con alguna cita (que debe existir) que dijera algo así como: "Dios creó a los humanos porque necesitaba aburrirse con un reality show previsible y demente". Imagino que la cita sería de algún humorista judío. Y no me extrañaría que la firmara alguien que se apellidara Coen, por ejemplo.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La crisis me sienta bien

Ya me cayó el primer chahuistle de la crisis. En un lugar donde me daban un sueldo base me cambiaron la jugada y se inventaron una argucia cotorrona para que, a cambio del triple de trabajo, gane (en el mejor de los casos) hasta un 20% menos de lo que gané hasta antier. Al menos no me echaron, fue el magro consuelo. Ya voy viendo que por ahí irán los otros empleos. Al final, quedará el canto al trabajo duro y tenaz y edificante. En contra, cheques irrisorios (pero otros ni eso tienen, dirían las mamás que te obligan a comer la horrenda crema de chayote) y la sensación de que mi proverbial estancamiento se ha modificado y ahora dará pasos hacia atrás.
Pero metidos a las ideas derrotistas, volteo al pánico precrisis y en el aviso del desastre al menos veo tensión dramática, violentas asunciones de identidades, asomos a los abismos, desesperadas transformaciones , incomodidad, y eso es movimiento y el movimiento es más atractivo que el aborregado Estado Hipotecado de dos años atrás. Además acepto cierta fascinación por el desastre. Nerón fue inmensamente más feliz cuando vio a Roma incendiarse que cuando gobernó su "perfección" corrompida pero bien aceitada; la peli del Titanic es más interesante cuando el barco empieza a valer madres que cuando Di Caprio y la Winslet hacen su videoclip de Celine Dion, y la voz (las piernas) de Shirley Manson are only happy when it rains (y por más que uno quiera no puede quitarse lo nonagentero, ni modo).
Intuyo que estamos al borde de cierta solidaridad que se había olvidado, y para nada es la solidaridad ramplona del Teletón o los Ya Basta mediáticos de la Marcha Blanca y sus velitas; es la solidaridad umbrosa de sabernos todos jodidos y aprender a observarnos desde nuestras miserias. Esa macabra pero a fin de cuentas acogedora compañía se perdió con el festín de créditos en el foxismo, que artificiaba el estatus a la vez que dictaba una moral del trabajo y la productividad, justificada con la nueva hipoteca del auto y la casa (ir haciéndonos de nuestras cositas, suspiran los recienes casados).
No se me olvida alguna comida familiar, en los tiempos álgidos de las elecciones Calderón-López Obrador, en que después de las manidas discusiones, un primo político tintineó con su tenedor el vaso de Coca Cola, se levantó de su silla y discurseó:
-Yo sólo quiero invitarlos a que piensen bien su voto. Piensen en nuestro futuro. Aquí Pelos (que así llama a mi prima) y yo estamos a mitad del pago del auto, están a punto de aprobarnos la hipoteca de una casita, tenemos el comedor y la salita de la casa en la última mensualidad. Y todo se vendría abajo si ese terrorista accede al poder. Entonces, de verdad (y volteó a verme) tendrían que reflexionar seriamente, dejar de un lado las ideas inmaduras y otorgar el voto a quien nos va a dar seguridad que todo eso se podrá pagar.
Dicho el dicho regresó a su silla con templada autoridad.
Aplausos, por favor.
Juro que fue la única vez en que se tambaleó mi voto. Mierda, tan inconsciente. ¿Qué harían Pelos y su marido sin ese auto que con tanto esfuerzo, y con apenas tres tabiques de la añorada casa, y con sólo medio sofá y tres sillas del ansiado comedor?
Por esa época releía Los demonios de Dostoievski y acepto que encontré similitudes en los excesos anarquistas de Verkhovensky y Stavrogin con las huestes del Mesías Tropical (diría el sensatísimo Krauze). Y son tan monstruosos los personajes del ruso, y sus resoluciones llegaban a tales grados de infamia, que al seguir las equivalencias entendí a la cruzada del Peje como una bravata romántica que podría no acabar bien. Pero pensaba en los otros personajes y veía al Richelieu Gordillo, al mediocre Luis Calderón XIII y a la pérfida Lady Fox Winter, de la saga mosquetera de Dumas. Y todo terminó siendo una elección literaria. ¿Dostoievsky o Dumas? Y saquen las cuentas.
La digresión a esas ya aburridas historias de 2006 viene a colación porque justo ahora, que se viene la crisis, repienso con angustia en Pelos y su hombre: ¿habrán logrado el carrito? ¿la casita? ¿la salita? ¿O estarán ahogados de incertidumbre, sin saber qué hacer? Ya sé que no es para burla. Ya sé que unos meses después, cuando termine de caerme el payaso por completo, seré incapaz de referirme a estos temas con ironía. Y ya sé que tras mi panfleto se encuentra un nauseabundo licuado de derrotismo, resentimiento, venganza, sarcasmo, amargura (Hola Nenas: He Aquí El Hombre Ideal). Pero también siento que se romperá el dique de la conveniencia y fluirá la libertad de quien no tiene mucho que perder, y que en todo caso, remueve mentalmente sus ajustes de presupuesto para mantener lo importante: cervezas, libros, cigarros (no he dejado de fumar, Xiuh Tenorio), la membresía del Cinemex.
Me he preguntado quien es más monstruoso, si el marido de Pelos o yo. Concluyo que sería un error confiar en el egoísmo de cualquiera de los dos. Pero entre palabras como Enganche, Desarrollo, Productividad, Puntos Premia; o Hecatombe, Incertidumbre, Revelación, Aquelarre, prefiero las segundas. Son más literarias. Y quien sabe por qué, pero la crisis aleja los buenos tratados de superación y acerca los claroscuros desvaríos literarios. Y sí, tras tanto debraye me queda claro: me gusta la crisis porque será más literaria. Porque hará recuperar a los Prometedores Ejecutivos sus rostros humanos (¿quién dijo que lo humano es sinónimo de bondad? ¿por qué no se acepta que el "rostro humano" es una mueca de contradicción y demencia?). Y porque en el carnaval sombrío que se viene, existirán espacios, no elegantes, sí confortantes, donde acaso reaprenderemos a tomarnos las manos y bailar la Danza de la Muerte, como en esa escena tan tétrica y esperanzadora del buen Bergman.

jueves, 23 de octubre de 2008

El reflejo de Jack Bauer

¿Qué ve Jack Bauer cuando se refleja en el espejo?

Así como Rambo lo fue para la era Reagan, Jack Bauer es el héroe gringo de la década 00 de George W. Bush. Los siete días moviditos de la serie de TV 24 han hecho del agente de la CTU un emblema de la valentía, la tenacidad, el estoicismo, la temeridad, el patriotismo (agréguenle más, ya me cansé) de los norteamericanos, desde que el famoso 9/11 supieron que su misión como país era ser policías del mundo y masacrar a cuanto peligrosísimo terrorista musulmán se les apareciera en el camino. Y por supuesto, los tercermundistas emergentes vemos esta misión como una bravata fascistoide y nos paramos de pestañas y renovamos nuestro resentimiento hasta que Fox anuncia el inicio de la nueva temporada de 24 y entonces, inyección de adrenalina , corremos a la tele para atestiguar el nuevo día en el Extraño Mundo de Jack. Y ni modo, lo disfrutamos, sufrimos con él, creamos la empatía y para qué desgastarme en más loas a Bauer, si Mario Vargas Llosa ya hizo un artículo rebonito del tema, que se puede leer por acá.
Lo cierto: la creación del agente Jack a la vez renovó y encasilló al actor Kiefer Shuterland, quien después de una carrera más bien discreta, con este personaje se asentó en el inconsciente colectivo del gabacho. Tan así, que por eso su anterior película, The Sentinel (Johnson, 06) no dejó del todo convencidos a los comedores de palomitas. ¿Por qué carajos estaba Shuterland de secundario, atrás de un inepto como Michael Douglas? ¿Por qué era tan torpe la solución del conflicto, cuando sabíamos que bastaba con que Jack sacara su fusca y dijera Damn it!, para que las cosas se solucionaran?
Shuterland mostró que era un desperdicio tenerlo de secundario cuando ya exige protagonismos de balaceras y explosivos. Por eso Aja se regodea con él en Espejos siniestros, pero no sólo presume a su estelar neurótico: juega con su figura en una serie de acertijos que podrían leerse políticamente (ajá ajá, el debraye acaba de empezar).

El chiste del principio: la presentación del personaje de Shuterland, Ben Carson, es con un reloj digital que da las exactas 8:00 am (como los inicios de 24). Sigue la danza de coincidencias: Ben es policía, más modesto que Jack, pero también impulsivo, violento, con serios problemas de autocontrol. Como Jack, el contrapeso a esta actitud cuasisociopata es su relación con la familia (La Buena Familia Gringa, empiezo a inventarme autos sacramentales). Contra los malos malosos se puede acribillar, cercenar, deshollar, electrocutar; la familia es el ámbito amable para jugar ajedrez (así se presenta a Jack en la primera temporada, dejándose ganar por la deslumbrante aunque pendeja Elisa Cuthbert), o jugar con un auto a control remoto, como en Espejos siniestros. En ambos casos, la sobresaliente neurosis del personaje le impide hacer una vida normal con la familia. Desarraigado que a pesar de su marginalidad, respeta con estoicismo la Verdad y la Justicia de su Patria.
Cuando Ben Bauer acude a su nuevo empleo arranca la acción y también los guiños políticos. El lugar que Jack Carson debe vigilar es un centro comercial que se ha incendiado misteriosamente, y que tiene el nombre de Mayflower, como el barco de los primeros anglosajones que llegaron a Massachusets. Más obvio, entre los altorrelieves que ilumina la lámpara del vigilante, puede verse alguna alusión a los "Padres Fundadores". El ambiente del lugar es desolador, entre las ruinas se puede apreciar cierto ambiente lujoso de los años veinte. Inevitable pensar: ¿así quedó el lugar tras el crack del 29? ¿Y esto tiene algo que ver con las actuales hipotecas subprimes?
Un Ben Carson vigilando con pistola y lámpara los extraños fenómenos del centro comercial incendiado, es como un Jack Bauer merodeando por su América derruida a pesar de tanta inteligencia policiaco-militar. Aunque formalmente se trata de una película de horror, son inevitables las concesiones al personaje Bauer, que con su clásica pistola a dos manos amenaza gente, presiona confesiones, escudriña habitaciones en ruinas y hace berrinches de balazos ante espejos que no se rompen.
El tema de la película son los espejos, sus reflejos demenciales que muestra historias horrendas del pasado. Ya sé que no se vale relatar con detalle el argumento, pero sí se puede insistir en que los enfrentamientos del personaje de Shuterland con los espejos podrían leerse como el enfrentamiento del ícono gringo con su reflejo aterrador. El héroe de la peli se mira y mira los espíritus malignos que marca el guión. Pero el héroe de 24 se mira y acaso mira la demencia de la década Bush: la invasión a Irak, la paranoia de los aeropuertos gringos, la frivolidad ante los temas ecológicos, el terror que se adivina tras las oscuras miradas musulmanas, las hipotecas subprimes que acabaron de derrumbarlo todo.
Me llama la atención que, así como en The Happening, en Espejos siniestros la solución de la trama inicia en medio de un bosque inhóspito, lovecraftiano, condensación de los horrores más guardados del ideario gringo. Quien quiera aventarse una tesis filmicosociológica, acá le va el tema: ¿de dónde viene el interés del cine gringo de encontrar sus claves en lo que ellos llaman la America Profunda? Si en The Happening el encuentro de los fugitivos de la ciudad con la ermitaña desconfiada "ayuda" a resolver la trama; en Mirrors el encuentro de los ermitaños con Ben Carson hunde al personaje en lo más siniestro de su reflejo. Podría asegurar que el héroe de 24 nunca tuvo tanto miedo (ni cuando viajó con una bomba atómica, ni cuando enfrentó una guerra bacteriológica, ni cuando fue secuestrado por los chinos) como en esa casa perdida de Pensylvannia, donde el misterio de los espejos se resuelve en una historia de dudosa esquizofrenia.
Jack Bauer estará esperando su octavo día de televisión, Ben Carson resuelve el enigma de los espejos, pero uno y otro coinciden en su actitud fantasmal, inoperante, que ya no tienen razón de ser en los nuevos Estados Unidos deprimidos económicamente. A continuación debería venir ese entusiasta canto al final del capitalismo, que compense, rencoroso, aquella fiesta por el fin del socialismo que se dio en los años noventa. Pero sería más elegante atestiguar con discreción los derrumbes.
El último chiste que se avienta Alexandre Aja: cuando en la última escena de la peli, con casi todo resuelto, salvo la fantasmagórica identidad del héroe, la cámara se abre para mirar una calla donde todo transcurre con engañosa normalidad. En algún punto de esta panorámica se mira un minisuper. Con luces neón, anuncia: Open 24 hours. El diálogo de la peli con la serie también es el diálogo de una película que tras su horror sobrenatural vislumbra los horrores reales de Norteamérica, contra una serie de TV energética, pero también complaciente de la frivolidad estúpida de George W. Bush.

viernes, 17 de octubre de 2008

Radio Reloj: Cinco de la mañana



No me gusta esta canción por su sonsonete infantil; me gusta por algo más simple.
Apenas va iniciando, locutores de radios solitarias dan la hora:

Doce de la noche en La Habana Cuba
Once de la noche en San Salvador, El Salvador
Once de la noche en Managua, Nicaragua

Entonces imagino carreteras. Casas de paja y ladrillo entre maleza y caminos de terracería.
Dos amigos, o dos amantes, o dos desconocidos, bebiendo mate o cerveza o un café tibio mientras se les despereza la vida.
Charlas que explican todo al describir: qué calorcito, que ya cayó el fresco. Lo demás silencio. El locutor contando:

Doce un minuto

David contaba que ciertas noches se tumbaba sobre el cofre de su auto, fumaba despacio y pensaba angustiado en su vida. Ahora David tiene un consultorio dental y colecciona chucherías de Spiderman. ¿Le gustará su vida? Muchas veces quisiera decirle que su vida vale por las noches que se acostaba en el cofre de su auto.

Radio Reloj: Una de la mañana

También pienso en algún pueblo de la Pampa Argentina, compartiendo el mate con la mujer que amaba, harto de acariciar sus piernas, escuchando su admiración por tres canciones de Sui Generis. Cuando saliera el sol ella tendría que ir a su trabajo de cajera y yo debía acompañar al supermercado a su madre. Como la perspectiva era insoportable, le pedí que se casara conmigo para estar juntos toda la vida. No hubo quien nos explicara que toda la vida debía durar lo que faltaba de la noche.

Qué horas son mi corazón
Qué horas son mi corazón

Hubo un impresionante cuarto de hotel de Los Cabos donde me hospedaron para hacer un reportaje mamón. En la mesa del centro había un frutero con uvas, manzanas y una tremenda botella de vino. Tenía esperanzas en que ocurrieran cosas nuevas. Cuando todo estaba oscuro, me senté con una novela maltratada y la botella a mirar el Pacífico. En el balcón de al lado se asomó una mujer tan bella como triste. Envidió mi botella de vino pero no mi postura impenetrable. Regresó a su cuarto y la escuché gemir el resto de la noche.

Cuatro de la mañana
A la bim a la bam a la bim bom bao
A la bim a la bam a la bim bom bao

Otro hotel, más humilde, en Cartagena Colombia. Al otro lado de la calle, dos prostitutas que difícilmente serían mayores de edad. Menudas, mulatas, se golpeaban con sus bolsos y reían por algo muy tonto. Las ganas de bajar, negociar con ellas, abandonar el grupo de periodistas carroñeros de desayunos continentales y liarme a puños con su chulo. Una noche después bajé por arepas. Las putitas se reían porque yo las veía tímido. Un escuincle tres meses mayor que ellas intentó venderme un collar y llevarme a un burdel con hembras reales (más risas de las putitas). Yo tenía una novela a medias, viáticos reducidos, Colombia y Ecuador estaban al borde de la guerra. Me llegó el amanecer avergonzado por no seguirlos, bebiendo una cerveza del minibar que en el hotel me cobraron al triple.

Cuatro de la mañana

Y le he dicho a varias personas que ésa es una canción triste, y sólo uno o dos lo han compartido. Tengo pendiente amanecer con ellos, aletargando las cervezas. Un radio viejo sigue dando la hora.

No todo lo que es oro brilla
Radio Reloj: cinco de la mañana

miércoles, 8 de octubre de 2008

Espurio

Me pareció sensato que Calderón evitara las provocaciones de López Obrador y se mantuviera al margen de las reyertas postelectorales. Había un tono de prudencia y elegancia cuando no respondía a los exabruptos desesperados del otro. Ciertamente, la estrategia ayudó a que se estigmatizara más a López Obrador (ni modo, se ponía tan de a pechito), mientras la postura discreta de Felipito lo dotaba de una imagen bien templada.
Pero la sensatez se le ha vuelto un pelín arrogancia cuando ha evitado tratar los temas de la elección y su muy dudosa legitimidad como presidente. La gente que comulga con él se ha contagiado de esa arrogancia: contra la chafa estridencia de sus opositores, ellos se autoconciben como un monolito de respeto y formalidad. Los otros, los nacos, los inadecuados, los groseros, los excesivos, los ordinarios, se manifiestan en las calles de maneras escandalosas y siempre reprobables. Nosotros, los educados, los sensatos, los dignos, los bien formados, los elegantes, los prácticos, los que sí-queremos-al-país, evitamos desfiguros y transitamos por vía directa a lo productivo, lo competitivo, lo primermundista clase premier (Déjense de mamadas y pónganse a trabajar!!!!).
El cambio en el formato del informe de gobierno parecería participar de esta sensatez: evitar el circo y darle al acto la formalidad requerida. Al no asistir al Congreso y en vez de eso mandar su informe por escrito, Calderón neutralizó los ramalazos de sus adversarios y todo el gasto de energía y declaraciones previas al 1 ° de septiembre; los centradísimos y sobrios analistas políticos celebraron que terminara la escenificación del Día del Presidente y se optara por una rendición de cuentas práctica y eficiente. Como para que no se olvidara que supuestamente existe un presidente, el hombrecito saltaba a la hora que uno menos esperaba en la tele (como Chávez, pero en bien nacido), en medio del reality show, de la película, de la telenovela, para atestarnos convenientes cápsulas de todo lo que su administración ha realizado.
Lo curioso es que la insistencia por evitar el protagonismo (para eso tenemos al Peje), ha derivado en hieratismo. Si el contrincante es populista, excedido, estridente, Calderón se erige solemne, adecuado, rígido, formal. El aspecto de un gobernante eficiente. Más solemne en tanto más dudosa es su legitimidad. ¿Alguien recuerda al valiente secretario de Energía despedido porque se atrevió a destaparse como candidato antes de los tiempos electorales? ¿O al sorprendido y espontáneo precandidato que sin saber cómo le estaba dando la vuelta al precandidato oficial, Santiago Creel? Felipe Calderón está atrapado en la imagen de todos los que dudamos de su investidura. Los seguidores de Calderón también están atrapados en ese reducido margen de acción, porque se saben gobernantes y vencedores y dignos de desdeñar a los adversarios, pero también se saben altamente proclives de toda sospecha.
Lo más importante del grito de “espurio” de Andrés Gómez en Palacio Nacional, no fue el ejercicio de la libertad de expresión, ni la actualización (40 años y un día después) del alma del 68, ni el regalo político-mediático que le significó al perredismo, ni la “presentación en sociedad” de una generación que -dicen- será más crítica y combativa que los lamentables treintañeros y cuarentones hipotecados, que se hicieron adeptos de los buenos valores del panismo. Lo más importante fue arrancar la costrita, volver a evidenciar el error de origen, actualizar el estigma que el hierático Calderón siempre llevará consigo: es espurio, no porque lo haya dicho López Obrador o Andrés Gómez, sino porque él mismo se ha mostrado así al no cantar su triunfo, al no asentar su legitimidad, al no enfrentar a los adversarios dando la cara en un informe de gobierno, al no relajar su figura templada y declararse a sí mismo ganador de las elecciones, al permanecer con esa imagen de acartonamiento vergonzosa por la Silla prestada a la mala.
Hablando de coincidencias onomásticas: qué peligrosamente se está pareciendo a otro hierático de terribles recuerdos, paranoico, inseguro de su posición política, siempre sintiéndose amenazado por fuerzas externas perniciosas, como Gustavo Díaz Ordaz. El peligro será que esa inmovilidad termine endureciendo, y que llegue el momento en que Orden y Seguridad le sean sinónimos (a él y a quienes lo siguen) de Intolerancia, Represión y Ajusticiamiento.

PD: El buen Lear (que se le extraña, pues) siempre está desmarcado y aun así (o por eso) acierta: ayer me dijo que independientemente de su carga política, está bueno regresar/refrescar a la vida diaria una palabra tan linda como espurio, que hasta antes de estos tiempos había quedado un tanto empolvada en el diccionario. De ahí intentamos inventarnos algún post de palabras que los políticos reutilizan o inventan (chachalaca, globalifóbicos, sospechosismo, solidaridad), pero eso ya es una investigada para después. Me voy a comer.

jueves, 2 de octubre de 2008

El 2 de octubre y la íntima tristeza reaccionaria

No fue a propósito, pero sin darme cuenta me tocó estar en CU hoy, dos de octubre. Cuando terminé mi trabajo en la hemeroteca vi que en la sala principal había una pequeña exposición del movimiento estudiantil del 68. A pesar de la eterna urgencia por llegar a casa a seguir la chamba, me asomé a ver. No había mucho más de lo que ya se conoce: las fotos de las marchas, notas de periódicos denostando el movimiento, los carteles olímpicos reelaborados con granaderos y la cara de simio de Díaz Ordaz. Si acaso, me entusiasmó encontrar volantes originales que invitaban a los actos, y algo más que se me hizo excesivo, un disco donde se escuchan los discursos del rector Javier Barros Sierra.
Empecé a mirar con escepticismo, después me di cuenta que no había testigos que pudieran balconearme y me puse a disfrutarlo de verdad.
Porque aquí vendrían dos confesiones que parecerían vergonzosas en estos tiempos calderonistas-convenientes-timoratos del 2008: me gusta el tema del 68, y me gusta de disfrutarlo, de haber querido estar ahí, sin importarme demasiado -sin darle la dimensión fúnebre- a la matanza de Tlatelolco.
Es decir, el final trágico del 2 de octubre no me puede tanto como los ambientes festivos de las brigadas, las bravatas en las marchas, imaginar la sabrosa interrelación de estudiantes encauzados en el objetivo común. Seguro que sería motivo suficiente para mi linchamiento preferir el carnaval que la tragedia; el matiz Kevin Arnold que las otras interpretaciones del 68. Y es curioso: de este punto de vista depende la interpretación del 68 en el presente: quienes lo asumen como una tragedia, acartonan los semblantes hasta obligarnos a compartir la culpa de Díaz Ordaz y Echeverría; quienes lo vemos como una fiesta estamos condenados a consumir Bob Dylands y horas de Los Beatles hasta nuestra lenta muerte por melancolía.
Yo me habré enterado del movimiento en la infancia, hacia los ocho años; un tío tenía en su recámara el libro de Juan Miguel de Mora T 68 (Tlatelolco 68): ¡por fin toda la verdad! Me sorprendió el tono amarillista de la contraportada, debía decir algo así como "la realidad de un México sanguinario que nadie quiere contar". Pero me sorprendió más que cuando le pregunté al tío de qué se trataba, me contestó que no estaba en edad de saberlo y que era de esas cosas que debían hablarse en voz baja. El tono clandestino de la advertencia me hizo percibir realidades distintas a mi realidad. Algo ocurría normalmente en la sala de la casa, en la televisión, en los Aurrerá. Y otra cosa, más lúgubre, pantanosa, indecible, ocurría en algunos libreros o en lo que se escondía en los cajones. Debe ser por eso que nunca terminó de impresionarme Lovecraft. El verdadero horror cósmico ocurría en lo que no se podía decir, en lo que pasaba cuando la gente empezaba a charlar en susurros. Pero ese tema está más bueno para alargarlo en otro post.
Mi encuentro directo con el 68 ocurrió hacia los quince años, cuando encontré un número especial de Nexos dedicado al tema, se llamaba "Pensar el 68", estaba coordinado por Gilberto Guevara Niebla y Raúl Álvarez Garín, dos de los líderes del movimiento (después, ese número se editó en libro, en Cal y Arena, y creo que es relativamente fácil de conseguir). Había una cronología acuciosa del movimiento, desde finales de julio hasta diciembre que se disolvió por completo el CGH, y lo leía de lo más impresionado, era espeluznante pensar que algo tan memo como un tochito en La Ciudadela pudiera crecer como bola de nieve hasta convertirse en un movimiento que tuviera en vilo al país, y que amenazara instituciones tan pétreas como el Sr. Presidente. Me daba cuenta que eran expresiones inéditas contra la obediencia sin cuestionamiento a la que yo estaba acostumbrado. Me asombraba pensar que quince años antes de mi momento se pudiera ser tan valiente y renegón.
Que esta revista se publicara hacia los mismos tiempos en que Cuauhtémoc Cárdenas iniciaba su movimiento contra el PRI (el que a la larga terminó en la fundación del PRD) enlazó ambas eras y probablemente sea el momento más rabioso del 68. Lo que tanto se ha dicho: que el movimiento estudiantil hace un puente directo con los movimientos antipriístas de los ochenta y (acá viene el cliché político) "ayudó a construir la democracia" bla bla bla.
No diré que me volví un fan iracundo del 68, de apañarme todas las memorabilias posibles, pero sí iba siguiendo las notas, los libros, los comentarios alrededor del tema. En mis tiempos de intensito sufrí horrores porque mataban a los hijitos de Hécto Bonilla en Rojo amanecer (después padecimos peor que los hermanitos Bichir siguieran vivos en tooodas las películas nacionales) y obviamente fui a cuatro que cinco marchas conmemorativas, como si asistiera a un rito iniciático, con la cabeza gacha y el pesar estallando en la mirada (así de excesivo, si no se iba de otra forma, ¿para qué se iba?).
Después se han dado, simultáneamente, las glorificaciones y satanizaciones; al tiempo que la derecha procura relativizar la pertinencia del movimiento, la izquierda lo enarbola hasta convertirlo en un dogma religioso francamente chocante. En este momento, entrarle al tema del 68 suena a lugar común acartonado, que se defiende o se desdeña con más demagogia que inteligencia.
Supongo que aquí sigue la parte en que debo dar el consejo: "por eso no debemos olvidar el 68, debemos regresar a él y conmemorarlo con hartísima devoción, porque El México Moderno está hecho de los niñitos héroes de Chapultepec y los otros niños rabiosos de Tlatelolco", pero la verdad es que de tan gastado, el tema está condenado en caer más y más en lo simbólico y menos en su realidad. A fin de cuentas, las peticiones del 68 de alguna manera están cumplidas: se puede marchar cuanto se quiera y como se quiera, los granaderos siguen existiendo pero están nulificados a su mínimo poder, justamente para contrarrestar su tradición de represión e intransigencia; los canales de libre expresión están dados, su manipulación ahora es más sutil y perversa (gracias Fox), a lo que se agrega una expresión política mucho más estúpida (gracias Peje).
Es decir: el 68 logró sus objetivos a largo plazo, pero sin saber que el resultado sería la creación de una sociedad estúpida y agachona, inflada de hipotecas, comerciales de Valores (de los de tienes el valor o te vale) y festivales blancos con velitas para horario estelar de televisión.
El 68 ya no existe ni sirve: perdió su pertinencia y está más que listo para mirarse en vitrinas de museos, para escucharse en hallazgos arqueológicos de folk sesentero y para que Alfonso Cuarón haga una peli que venderá muchas palomitas el próximo año. Imagino que era su destino. Y que con él, va el destino de quienes encontramos en aquel movimiento cierto sentido. Nos tocará seguir revisando su memorabilia en solitario, con cierta vergüenza reprimida, con (como diría López Velarde) la íntima tristeza reaccionaria.

martes, 23 de septiembre de 2008

Se solicita diseñador/a gráfica/o

que me ayude a hacer un cartel semejante a éste:



pero con esta nueva foto:



Las letras altas deben decir: POETA OCTAVIO PAZ

El comentario entrecomillado: "Hombre, árbol de imágenes,/palabras que son flores que son frutos que son actos. "

Y las letras a mano con la flecha dirián: YO SÉ QUE NO TERMINÓ NINGUNA LICENCIATURA DE LETRAS. NO LE CREAS NADA

Después los logos de No Te Calles Alza La Voz, Consejo Nacional de la Publicidad y todo lo que sigue.

(PD: Obviamente la persona que ayudara a hacer el cartel tendría que estar debidamente graduada en diseño gráfico, mandar archivos certificados de sus diplomas y cédulas profesionales. Honestamente lo necesitamos)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La hormiga y la cigarra. Un ejercicio hermenéutico en el Ermita-Mixcoac

Subió en Insurgentes. Cuarenta y varios años, mentón afeitado con descuido, camisa amarilla, lentes de armazón grueso.

"Amigos y amigas - Ediciones Gómez y Gómez me envía de representante- tengo el gran gusto de presentarles el libro de las fábulas y las leyendas - las fábulas son algo así como historias - o mejor dicho son historias - o historietas - donde los animales nos hablan y nos enseñan cosas de la sabiduría de la vida - porque está comprobado científicamente que los animales saben cosas que serían de gran utilidad a los hombres - los griegos lo sabían y por eso escribieron estas historias - porque los griegos son los padres de la humanidad - y por eso escribieron estas historias"

Divagué en tonterías y le escuché leer la fábula de La Hormiga y La Cigarra. La Hormiga afanosa mientras La Cigarra güevonea. La Hormiga invitando al trabajo y La Cigarra despreciándolo. El invierno y La Cigarra titiritando de frío. La Cigarra pidiéndole ayuda a La Hormiga y ésta negándoselo. La Hormiga advirtiendo que debió prever trabajando. La Hormiga cerrando la puerta. La Cigarra enfrentada al inhóspito frío.

"Como todos ustedes podrán advertir - esta fábula al final da un consejo - un consejo que es mejor conocido como moraleja - Y, ¿cuál es la moraleja de La Hormiga y La Cigarra? - Pues que hay que ahorrar para no estar pidiendo favores a hormigas pendejas - Porque las hormigas nomás trabajan y acumulan y no van más allá de eso - Lo que las convierte básicamente en unas pendejas - perdonando la expresión pero es que sí son unas pendejas - mezquinas - el trabajo las hace mezquinas - los que trabajan son mezquinos porque han sufrido desperdiciando su vida y quisieran que todos las desperdiciáramos como ellos - y por eso cuando encuentran cigarras sufren terriblemente - inclementemente - piensan en la primavera y en el sol y que ellas estaban arreando como mulas mientras la cigarra tocaba su guitarra - y básicamente por eso nos odian - por eso cuando pueden vengarse lo hacen y dicen cosas mordaces - que el trabajo dignifica porque solo así pueden sentirse dignas de tanto desperdicio de vida - pero en realidad no pueden evitar que nadie nos haya quitado lo bailado - y ellas odian saber que nunca jamás nos quitarán lo bailado - y peor - que ellas no bailaron - entonces su venganza es pequeña pero es venganza - porque adoctrinan - porque se vuelven ejemplo - porque no te tiran ni media tortilla - tienen el alma tan fruncida que no les alcanza ni para tortillas - por eso esta fábula nos dice la moraleja que yo les digo - tengan una cuenta de ahorros - tengan un fondo de retiro - cuando les caiga una buena lana métanla a un fondo de inversiones - usen la tarjeta para darse gusto, pero dense cuenta cuándo podría sobregirarse para que no les pase y no tengan que pedirle nada a ninguna hormiga pendeja - para no molestarlas - para no perturbarlas - para dejar que se mueran solas y en silencio - aburridas pero en paz consigo mismas - imaginando que en su granero un día podrían juntarse muchas hormigas a tocar la guitarra - guitarras solas sin calor en las venas - mirándose desde sus sillas y preguntándose quien saca a bailar a quien primero - pero básicamente aburridas - aturdidas - sabiendo que nunca podrán hacerlo - básicamente porque nunca lo aprendieron - porque el alma no les alcanzó para eso - estupefactas mirándose unas a otras, tan llenas de granos y sin ninguna guitarra - y aunque no lo sepan ésa es la venganza de la cigarra - que ella sí sabe tocar guitarra - pero que si la otra no le lanza ni medio taco - la cigarra nunca tampoco se lo va a enseñar - porque saber tocar guitarra es un misterio - que ellas no entenderán - son misterios de la vida que ocurren solamente cuando se tiene la guitarra - pero que de otra forma y a almas tan pendejas, difícilmente se les puede enseñar"

Finalizaba el discurso y yo lloraba conmovido. Carajo, tres meses intentando este post y él resolviéndolo en tres patadas. Eso es sabiduría y no pedazos. Le compré su edición de las fábulas, pero nunca tuvo su impulso, su sapiencia. Por suerte estuvo barato. Me alcanzó también para un curso rápido para tocar guitarra.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Jacobo y La Marcha

No tenía muy claro por dónde entrarle al tema de La Marcha Contra la Delincuencia; el respeto a tanto asesinado y secuestrado se peleaba con el recelo de ver a todos esos personaje conmovidos -el Juan José Origel y la Claudia Lizaldi, la Hania Novell y los niños patéticos de la última Academia, las lágrimas tan indescriptibles de Adal Ramones, las pelotas inmaculadas de los partidos de fut, las portadas con veladoras de todos los periódicos, el enorme listón blanco en el pretencioso edificio del periódico Reforma- tan oportunamente blanqueados de blanquísima blancura. El reclamo se me hace pertinente, desconfío mucho de su ejecución.
Tenía tanto resquemor que preferí evitar la ironía in situ y, como dirían los P. Mosh, vi la revolución desde mi televisor. Después la tele me regañó y me dijo que no se trataba de una revolución naca pinchona revoltosa perderrista, sino de unir voces en un grito desesperado (Cfr. Carlos Cuauhtémoc Sánchez) para expresar un contundente Ya Basta a la impunidad y a las ineficaces autoridades del país. Perdóname, tele, le dije arrepentido a la tele y me concentré en mirar.
Después me limité a leer las opiniones a favor o en contra, sin intención de abundar. Hasta que en la tarde del lunes, mientras comía unos tacos de guisado que están casi enfrente de la Cineteca, pasó un auto y desde su radio escuché esa voz inconfundible, de micrófono trabado en la laringe. Los años setenta y ochenta mexicanos no pueden entenderse sin ella. Y sin la figura flemática, acartonada, de Jacobo Zabludowsky al frente de 24 Horas, su noticiero de Televisa.
Lo inmediato fue pensar qué habrá dicho sobre la marcha en su programa de radio. Y la otra pregunta, más especulativa: ¿cómo habría hecho la crónica de la marcha del sábado anterior?

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A Jacobo le tocó ser el periodista de la censura priísta, el entrevistador en exclusiva de los candidatos del partidazo, el fustigador de los movimientos políticos alternativos (PAN, PC, PSUM después derivado al Frente Cardenista del 88 y al PRD) al todopoderoso tricolor. Y no es casual que su estrella televisiva decayera al tiempo que la hegemonía priísta se desquebrajara. Después, desde la radio, ha intentado posturas críticas e incluso sorprendió cuando en las elecciones de hace dos años tuvo un claro sesgo proPeje. Quienes lo conocíamos de antes supusimos en esta postura una forma de lavar culpas. Esta expiación también la ha mostrado en entrevistas, cuando ha declarado que su postura parcial era obligada por las políticas de la empresa donde trabajaba.
Por este periodismo sesgado fue víctima de las burlas y caricaturizaciones de los opuestos a su exempresa. Hasta Caifanes le hizo una rola que se quería ojete y les quedó más bien pinchona. Pero intentando justificarlo: Jacobo no pudo ser mucho más de lo que su momento histórico le permitió. Y de ahí sigue un intento de apología: y con eso poco que podía hacer, logró convertirse en el cronista más solicitado del México que se vivió en la televisión. Hizo relatos emocionantes de diversos momentos de la vida mexicana: él declaró la muerte de Colosio, él hizo las crónicas de las visitas del Papa, él entrevistó a los santones de esos tiempos (Salvador Dalí, María Félix, Cantinflas, Octavio Paz), él siguió todos los informes de gobierno de todos los presidentes de su época (De Díaz Ordaz a Ernesto Zedillo: treinta años con seis sinvergüenzas no es poca cosa) y quien siga dudando de sus habilidades no podrá negarse a reconocer lo estremecedora de su crónica, en tiempo directo, del terremoto de septiembre del 85.

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Tras su salida de Televisa y con su incursión a la radio, la apuesta periodística de Jacobo se ha acentuado hacia la remembranza (el cliché convertido en nicho) del México que se fue. Jacobo entrevista taxistas, meseros, dueños de pequeños negocios, boleros o expertos de oficios vetustos que ahora sólo existen como rarezas. El intento es recuperar una ciudad anterior a todas las crisis: las económicas, las políticas, las sociales, las policíacas y de justicia de ahora. Una ciudad anterior incluso a la nefasta influencia del propio Jacobo como comunicador.
La ciudad que no se cansa de evocar Jacobo en columnas, entrevistas y crónicas radiales: un Centro Histórico sin vendedores ambulantes, una Zona Rosa con intelectuales y artistas en innovación continua, clases medias dignas que habitaban las colonias Narvarte y Del Valle, los ricachos de Polanco y Las Lomas como emprendedores suertudos que consiguieron amasar fortuna gracias a su esfuerzo y a que les hizo justicia la Revolución. Una ciudad movida con una doble moral eficiente, bien engrasada, en la que pobres y ricos conviven en una injusta pero armónica fraternidad. Sólo eso hace posible que el Jefe Jacobo llegara todas las mañanas a las afueras de Televicentro y platicara animadamente con quien le bolea los zapatos; Jacobo le habla del clima y el bolerito de las changuitas del dancing club donde él baila; Jacobo le promete que le conseguirá un autógrafo del mismísimo Chente Fernández y el bolerito le presumirá que también le bolea los zapatos a él.
La utopía tiene forma de ciudad: existen ricos y pobres, pero unos y otros están muy satisfechos de su condición. El distingo entre Nosotros los pobres y Ustedes los ricos nomás sirve para que un hijo del pueblo como Pedrito le cante a su chorreada con un miserabilismo conmovedor. Porque hay que aceptarlo, el nivel social va acompañado del nivel moral: el rico es fruto de su esfuerzo, su tesón, alguna simpática trampilla que tiene más que ver con su astucia (el lobo de los negocios) que con su probable (Dios nos libre) infamia. El pobre no sólo es pobre porque quiere, además se siente muy contento de serlo. ¿Huelgas de ferrocarrileros, campesinos? Gente ignorante que se deja llevar por ideologías extranjerizantes. ¿Partido Comunista, guerrilla? Impacientes que no permiten que la riqueza y las oportunidades lleguen a ellos cuando naturalmente se desborde la economía hacia abajo. Por fortuna, la gran mayoría de la sociedad mexicana es eso que llaman gente buena, sencilla, generosa, trabajadora, que describe con su inigualable picardía la guapura de López Mateos y la fealdad de Díaz Ordaz.
Jacobo ha ilustrado ese edén citadino, imperfecto pero entrañable, cuando presume su infancia en La Merced, cuando jugaba futbol con el hijito del arbano tendero Slim (sí, jugaba con Carlitos) y otros peladitos que ya no se recuerda el nombre pero eran de lo más simpáticos.
Después, cuando le tocó hacer la crónica de los setenta y ochenta mexicanos, mucho de su acartonamiento iba permeado por el azoro de no entender ese país y esa ciudad que se le estaba yendo de las manos entre devaluaciones, explosiones demográficas, oposiciones al priísmo idílico cada vez más nutridas y sólidas, y voces que ya no se conformaban con su hermosa ciudad armónica.

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Jacobo contempló sin entenderlo la transformación de una ciudad-un país- degradados por la mala distribución de la riqueza, con gobiernos ilegítimos que se esfuerzan en justificarse (pensaba en Salinas, incapaz de imaginar otros fraudes), con desdén hacia los esfuerzos de sobrevivencia de las clases medias lumperizadas, las cuales encontraron vías de escape en dobles empleos-subempleos-mercados-negros que originaron poderes paralelos (y he ahí el origen de las mafias, Cfr. Historia de la Mafia, de Guiseppe Carlo Marino), con clientelismo tricolor y amarillo (los azulitos no le hacen a prácticas tan nacas, prefieren negocios chonchos y legales aunque no éticos, Cfr. el metrosexy Mouriño), con matanzas como Acteal, Ciudad Juárez o Aguas Blancas convertidas en panfletos culturales de nuestros artistas consentidos (tan bonita la Bauché interpretando a una asesinada comprometida), con monopolios de globos aeroestáticos (y la ostentación imperialista: Todo México es territorio Slimcel), con accidentes que evidencian la indefensión de cualquier trasnochador común y corriente, con el recelo contra el otro, con estilos de vida contra vidas sin estilo y el cinismo disfrazado de declaración oficial. En ese contexto, ¿cómo carajos no se va a dar el secuestro, el asesinato, el narcotráfico, la impunidad, la vulnerabilidad? ¿Qué tejido social sano existe para impedir la bonanza del crimen organizado?
La pobreza no es causa de la criminalidad, explica el sociólogo ITAM que sopesa la posibilidad de la pena de muerte. Y no, la pobreza no lo es, pero sí lo es el tejido social destruido, que obviamente abarca la pobreza, pero también la indiferencia, la polarización, la farsa política que se finge gobierno, el enriquecimiento ambiguo que no irradia a toda la población, la tolerancia a capos circenses como Ulises Ruiz o el gober precioso, la hipocresía doblemoralina de los medios que hace más conmovedora la muerte del niño Martí que la de los niños New's Divine, la martirización que hace de Fernando Martí su conscientizador-padre al lanzar sus frases tan brillantemente ochocolumneras ("si no pueden renuncien" me gusta para camiseta, pero "tenía una misión: despertar a México" me choca (asusta) (si fuera Fernando Martí vuelvo a morirme) por su oportunismo redentor).

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Este... ya me enredé, ¿qué tenía que ver Jacobo con todo esto? Ah, ya. Que el lunes, mientras comía tacos, lo escuché y lo pensé describiendo la marcha. Y lo pensé reencontrando ese México idílico de tanta gente unida, ropita blanca y veladora mística, en el grito perentorio del Ya Basta. Y pensaba que ahí él volvería a contemplar su niñez variopinta en La Merced, el Mexiquito bucólico de ricos y pobres conviviendo como en comedia musical, el monolito revolucionario institucional que no se desquebraja (es un decir) en corrupción y racismo, la expresión genuina y ciudadana de frases sencillas (pero qué miedo: también lapidarias) pidiendo mano dura y orden y justicia, el cursi acompañamiento de las televisoras llorosas y un poco regañonas a quienes no asistimos al acto.
Pero también pensé que se encontraría con una ficción. Un montaje mediático basado en el chantaje sentimental. Una teatralización de ciudadanía que se cuida de no parecer partidista aunque sus reclamos tengan trasfondos anti-lo-que-no-soy-yo. Un espectáculo de luz y sonido perfectamente fotografiado, con mensajes sucintos, pero que por eso se niegan a interpretaciones más complejas. Un festival de la indignación sublimada en velas y ecos religiosos. La prefabricación televisiva de un momento histórico, como el final de La Academia, la presentación del hijo de Luismi o el inicio de la séptima temporada de 24. Artificial de tantas ganas de ser auténtico. Sospechoso de tanto énfasis en hacerlo bonito.
Si Jacobo validara emocionado esta marcha, ¿tendría que validar la menos linda de los 500 pueblos encuerados? ¿La de los oaxaqueños revoltosos? ¿La del otro reality show, tan menoscabado, del sup Marcos y sus encapuchados? ¿O esas pertenecen al México que no entiende, aunque sean de un México que corre paralelo a este México blanco? ¿Qué hace esta marcha superior a las otras? ¿Por qué esta sí merece cobertura especial y otras no? ¿Por qué esta marcha es ciudadana y la otra de acarreados, de raza, del pueblo, de nacos? ¿Por qué las otras son de acarreados si ésta tuvo el acarreo más sutil (ni siquiera tortas y refrescos, chale) de los medios y el alcahuete feisbuk? ¿Qué hizo de esta marcha prefabricada, higienizada, un acontecimiento tan especial?
Me atrevo a decir: no la mercadotecnia tan efectiva que aplicaron sus organizadores, ni la pertinencia política de quienes tienen intereses en "dar mensajes", pero tampoco (mucho menos) su tan mentada espontaneidad. Esta marcha funcionó por la nostalgia. La nostalgia de un México que ya no existe, que quizá nunca ha existido. El México Huapango de Moncayo que se estiliza en ropa blanca y veladoras como si fuera un ballet folklórico, un videoclip de los muralistas mexicanos, un rebozo de bolita que puede pasarse por un anillo. La nostalgia de ese México de estampita, y no otra cosa, fue la que iluminó tan artificiosamente el centro del país.

miércoles, 20 de agosto de 2008

Por una ciudad de minifaldas

Mi idea de la desgracia: una ciudad sin minifaldas. Luergo entonces: el DF es una ciudad desgraciada. Por supuesto que ya me sé todos los argumentos de las muchachas para no usar minifaldas: las miradas lascivas, los acosos burdos, lo incómodo de tanto gandalla, la depilación y lo comodísimo de unos jeans simplones apenas insinuando lo que en otro caso se adoraría. Por supuesto que tomo nota de los agravios, y estúpido que soy, cargo a cuestas todas las culpas de mi género y cuando alguna chica aparece de mini evito la mirada obvia y me asalta la vergüenza y de soslayo atisbo y sonrío y me susurro El Mundo Es Bueno. Porque tan escasitas son las falditas en el DF, que cuando una chica se atreve la sorpresa es doble: porque de verdad qué lindas piernas tienes y porque de verdad, qué atrevida de usarla en una ciudad tan culpígena en su erotismo.
La desgracia inicia con las palabras: la hembra
provoca y el macho es incontenible. Y hay algo de cierto en la mujer que quiere atraer y el hombre que se exalta, pero los términos -provocar/no contenerse- vuelven horrendo lo que debería tener más poesía: Ella florece y Él idolatra; Ella ilumina y Él resplandece; Ella es el centro y Él gravita, baila, imagina, recita, seduce a la seductora y el mundo tendría sentido si amaneciéramos juntos en un cuarto con una botella de vino y el olor a sudor del enpierne satisfecho.
Pero el DF realiza esto desde la culpa, lo no dicho, lo prohibido. Los chilangos no nos seducimos: negociamos la seguridad de nuestros acostones. Ella tiene un tesorito y Él debe hurtarlo como trofeo de guerra; Ella se entregará si Él asegura trabajo duro auto hijos comidas domingueras con sus papis; Ella hará muecas si Él sugiere hurgamientos sin garantías de futuros; Ella está atrapada en su doncellez inmaculada; Él desespera en su chaqueta intraducible.
La separación en el metro de mujeres y hombres es la alegoría más triste de nuestra sexualidad miserable: quien quiera entender el fracaso del erotismo chilango debe contemplar esos rediles tensos de vacas y bueyes en la estación Pino Suárez: hembras desválidas de tanto paternalismo; machos estigmatizados como violadores potenciales; desconfianza y resentimiento, sobreprotección y rencor: quien quiera entender la eyaculación precoz y la anaorgasmia, sólo debe asomarse a la segregación de los vagones naranjas.
"Pero es que sí se pasan de lanza", "pinches viejas, calzones apretados", "estúpidos imbéciles babosos", "chale, ni que estuvieran tan buenas".
Los equilibradísimos estudios de género indicarían que Ellos deberían educarse. ¿Ellas deberían educarse también? ¿Conocer al otro como un sujeto tan imperfecto como ellas, y no solamente ver en él al patán o al violador? Mientras se debate el huevo o la gallina, la ciudad florece con sus pants de motitas y sus suéteres holgados sin imaginación. Como si no fuera suficiente, los sexistas autobuses del transporte Atenea insisten en hacer más misterioso el misterio femenino, más inaccesible a los trogloditas que desde lejos miran a las mujeres que no se merecen. Nos atisbamos desde lejos como cabrones y fruncidas, como garañones y putas, porque no existen los espacios y los riesgos para vernos/desearnos/cortejarnos como personas. Mientras se insista en el paternalismo hacia las mujeres y la estigmatización hacia los hombres, seguiremos siendo islas que nos sublimamos en páginas porno y
chick flicks.
(Aquí debería seguir la parte donde hablo con pedantería de ciudades decentes -Mi Buenos Aires Querido, y dicen que también Barcelona, y hartas falditas mulatas que vi en Cartagena, y Budapest tan gimnasta y tan gloriosa, y obvio que Nueva York obvio, y Tokio tan benditamente manga, y agréguenle casi casi cualquier ciudad más-, donde la minifalda no es misterio, donde las mujeres se afirman y se gozan ostentando el chamorro y los hombres titubean pero les invitan un trago y si se gustan se bailan y si se bailan se besan y si se besan siguen más y más allá, pero mejor me guardo la pesada presunción primermundista y mejor concluyo con sentencias excesivas: una ciudad con minifaldas sería una ciudad con un erotismo maduro):
Una ciudad con minifaldas sería una ciudad con erotismo maduro. Una ciudad con minifaldas sería una ciudad de hombres y mujeres que han superado el miedo y la ebullición del impulso y han aprendido que la falda corta es un festejo que pide vino, charlas en susurros y roces de labios en los cuellos. Una ciudad con minifaldas no le temería a la putería, al gozo del cuerpo, al baile trasnochado, a la mano larga sin tabúes, a la cachetada con arrestos. Y una ciudad con minifaldas ebulliría con botas largas, medias caladas, tacones hirientes, tangas furtivas... pero bueh, esto es el DF, y si la vida es en el DF, a tolerarlo, pues. Por lo pronto yo me voy al Hi5 a ver a las rumanas.

UPDATE: EN EL QUE SE EXPLICA DE LO QUE SE SUPONE QUE ORIGINALMENTE DEBERÍA TRATARSE ESTE POST: De la ley que les prohíbe a las muchachas sinaloenses a usar minifaldas en las prepas, quesque para prevenir de acoso y violencia. Y creo que el post debía odiar esa decisión tan pinche, porque tan bonitas las sinaloenses y de pronto obligadas a las murgas burocráticas, en vez de garantizarles seguridad, respeto, y más bien tener a los chamacos rijosos a régimen de cubetadas de agua fría pa' que se acostumbren a no enloquecer (ay, Dios, qué dificil) ante tanto contoneo carnavaleando tan meritorios muslos. Pero de ahí quien sabe por qué acabé concentrándome en el triste, triste, triste antiminifaldismo de esta triste ciudad.

UPDATE QUE SE QUIERE POLÍTICO: Desde que el cabo Totó ganó tan pristinamente la presidencia de este rancho me prometí no volver a votar en mi vida, pero corrijo: votaría por quien prometiera generar el ambiente propicio para que más muchachas usaran minifaldas en la ciudad. Porque insisto: apostar por la minifalda es apostar por la madurez sexual. Por una educación sexual que rebase el uso de los hulitos y la deconstrucción de las cigüeñas. Una educación sexual efectiva sería aquella que también validara el placer de las miradas y los tactos y los tragos y el vengase pa'cá. ¿Feminismo? ¿Machismo? Hedonismo. La vida es una y demasiado corta como para fingir beneplácito por las mezclillas y los pants.

UPDATE QUE CONVOCA: A las lectoras de este congalito, para que manden sus fotos de minifaldas al correo del perfil y sean publicadas como Proclama Del Derecho A Decidir Sobre El Cuerpo y todas esas zarandajas feministas. La minifalda fue la prenda política de los sesenta: regresemos a esa altísima forma de expresión social y cultural. Hagamos política con nuestros cuerpos. Con nuestras identidades (ja, ¿alguien creyó en mi elocuencia nomás pa' chismearles el piernaje? Aún así, quien contribuya...).

UPDATE ARREPENTIDO. Ya es retarde, por eso escribo tanta tontera. Mejor me voy a ver los clavados de Paola Espinosa. Sí-se-puede-sí-se-puede. Splash.