lunes, 2 de febrero de 2009

Solidaridad mexicana

¿Ya les tocó la interrupción en la tele de los juegos de futbol, del Superbowl o de cualquier otro programa de su interés, para obligarnos a ver en combo un trío de comerciales de partidos políticos promoviendo a sus candidatos a legisladores? Y lo sorprendente es que esta macroestupidez ha conseguido lo que no se había logrado en cerca de tres años de polarización política: que todos los mexicanos, adeptos a López Obrador o a Calderón, nostálgicos del PRI o vanguardistas de los partiditos, nos unamos sin la menor duda a cambiar de canal, durante los mismos tres minutos que dura la intromisión. En consecuencia, en muchos se está reafirmando la decisión de no votar por absolutamente nadie en los siguientes comicios. Lo maquiavélico del plan es que entonces las legislaturas se decidirán por votos duros, porque la gente sin intereses o pasiones políticas específicas mostraremos nuestro repudio a la clase política con una vigorosa abstención. ¿Así es el plan, no? ¿Y cómo beneficiará a los partidotes y a los partiditos? ¿Cómo se repartirán los cotos de poder gracias a esa flaca caballada de votos que lograrán, por todos los que estamos irritados por sus ostentaciones de prepotencias?
Me recordó alguna de las campañas contra el abstencionismo de las elecciones pasadas, que tenía un lema infame por lo bienintencionado: "Si no votas, cállate". Y me recuerdo que mi amiga Rosa y cuatro que cinco amigos suyos más, se inventaron unas playeritas con las que asistieron a un concierto de rock auspiciado por ese lema. Sus playeras decían: "No voto y no me callo". La cuestión sería: ¿cómo se participa políticamente sin participar partidistamente? ¿Cómo hacer el juego cívico/político sin hacerles el juego partidista?
Una medida inútil pero espontánea está siendo cambiarle de canal a la tele cuando aparecen estos comerciales (¿hay forma de medir cómo baja el raiting durante esos tres minutos, un indicador que muestre lo que está ocurriendo en cada casa cuando ocurre esto?). Lo interesante sería saber si se puede capitalizar ese repudio en otras formas de organización que no tengan que ver con el "ingenio" de los partidos y el IFE. Lo preocupante sería que esas formas de organización en realidad se conviertan en tribus anárquicas. Si para algo servían los partidos, era para contener, dar cauce, representar los intereses de los distintos sectores del país. Pero ahora, que de representación genuina no tienen nada y que se han convertido en los enemigos a vencer, ¿quiénes ocuparan sus sitios?
Esto es menos realista y más cabalístico, pero también me preocupa que viene el 2010, y el simbolismo de los años 10 en la historia mexicana es fuerte, y hasta parece que los gobernantes y los partidos están abonando con entusiasmo para que en el siguiente año patrio sí pasen cosas. La ley antitabaco, el toque de queda alcohólico, las sutiles promociones de imagen (pienso en Ebrard y Peña Nieto), todo eso nos está irritando. ¿Nos quieren irritar? ¿Para qué? ¿Para los festejos del 2010? Ya sé que esto suena fumado por lo simbólico, pero los símbolos también son importantes.
Por lo pronto, los partidos y el IFE lograron lo imposible: la unión, la solidaridad del país, hasta antes atomizada: todos prestos a cambiar el canal de la tele. ¿A qué otras formas de solidaridad nos van a obligar?

miércoles, 28 de enero de 2009

El curioso caso de David Fincher


Los buenos poetas nacen viejos y mueren jóvenes. Quien lo dude, que corra por una antología de Neruda o Paz y se dará cuenta que sus versos de juventud son pagos de factura con las escuelas anteriores inmediatas (el modernismo alambicado en el caso del primero; el cosmopolitismo simbolista que le llegó, vía Contemporáneos, al segundo), y que el hallazgo de sus voces los obligó a una reelaboración/depuración/simplificación de lo que aprendieron de adolescentes con gran solemnidad.
No sé si sea el mismo caso de los cineastas. Hace unos meses pensaba que las primeras películas de un director debían ser aproximaciones, de baja producción o de intenciones fallidas, a los trabajos importantes de su madurez creativa. Un amigo me hizo ver que muchos de los grandes cineastas solían arrancar su carrera con alguna propuesta fuerte, y que esto se debía a la otra vocación del cine, la de atracción de feria, que obligaba al creador a buscar desde el inicio el impacto demoledor, el argumento/planteamiento estético/ paradigma, que removiera "lo anterior a él". Contra la serenidad que piden otras artes, el cine es una nerviosa antena parabólica que aprehende el pulso de su tiempo y lo traduce en una fábula que responde a las inquietudes de los espectadores. El director oficioso o convencional lograría comunicar lo obvio aunque no necesariamente trillado; el gran director se adelantaría a su actualidad y propondría lo que ocurrirá (de ahí la crispación del cineasta por mostrar a la Nueva Diva, o formular el Plano Secuencia del Futuro, o acuñar La Frase de los próximos cotilleos cafeteros, o reinventar El Héroe, La Persecución, etc.)
A David Fincher le ha tocado ser alguno de los visionarios más socorridos de las últimas dos décadas. Solamente el poderoso panfleto (que algunos han asumido como ideología) de El club de la pelea le daría este honor, pero quien quisiera revisar más películas suyas encontraría material persuasivo en Alien 3, Seven o Zodiaco. Su influencia es tal que basta su nombre para garantizar un delirio nihilista en cada película; ya se trata de un sello de autor del que pocos directores se podrían ufanar. Pero aquí viene el bordado fino: a pesar de su supuesto riesgo ideológico, Fincher no cumplió con los ritos de iniciación que pedirían periodos independientes de bajo presupuesto; siempre ha sido parte del cine industrial y, lo insólito, desde él ha podido articular constantes/poéticas/rasgos de identidad importantes.
Sin embargo, el pago de facturas a su contexto es inevitable, y en El curioso caso de Benjamin Button salda el costo de combinar el mercado con la audacia, el impulso mercadotécnico con la formalidad de estilo, el bombardeo mediático con un punto de vista genuino, propio y original.

***

Basado en un cuento de Scott Fitzgerald, empanizado con el ideario forrestgumpesco del guionista Eric Roth, El curioso caso... quiere mantener los tonos lúgubres de las películas fincherianas, pero no puede evitar caer en el melodrama ramplón hollywoodense, obligado para que Fincher logre la cada vez más dudosa gloria del muñequito dorado.
La anécdota ya es de todos conocida: Benjamin Button nace anciano, y al revés de las formas normales del crecimiento humano, conforme pasa su vida se va haciendo más joven, hasta que sus días crepusculares los vive como niño. La original premisa le sirve a Scott Fitzgerald para describir las relaciones de este insólito personaje con la sociedad norteamericana de principios de siglo (sobre todo con su padre, su esposa y su hijo) en una versión del mundo del revés que tanto se usó en las caricaturas de finales del siglo XIX con propósitos de sátira social. En el "Benjamin Button" de Fitzgerald poco hay de subjetividad o psicologismo: el personaje vuelca su personalidad insólita hacia lo externo mundano y el autor se divierte al proponer los estropicios que puede causar este "crecimiento en reversa" en una comunidad norteamericana exageradamente reglamentada en las convenciones y los protocolos de vida. El cuento original es despiadado y sarcástico, no hay clemencia ni para Benjamin ni para sus compañeros de ruta y la soledad termina experimentándose como una condición obligada por el contexto social, que no por la condición insólita del personaje principal.
Cuando Fincher intenta trasladar este juego del revés de Fitzgerald al cine y a la actualidad, su primer error es dejar el guión en manos de Roth, quien fácilmente decide hacer de Benjamin Button la versión sombría de Forrest Gump. Ya se han encargado en otros espacios de evidenciar las coincidencias, que a veces juegan a constantes y a veces a plagios; si es cierto que son el mismo argumento, valdría más la pena reconocer sus diferencias: Forrest Gump es la gran épica al chiripazo del idiota norteamericano, su encanto nace de aceptar el contrato cínico de Zemeckis: Estados Unidos es un país de tal generosidad (por llamarle de alguna manera a la estupidez), que cualquier retrasado mental promedio podría hacerse camino y participar de los grandes momentos de la historia norteamericana. El encanto -la eficiencia- de Forrest Gump se encuentra en esta constante sorpresa del burro que tocó la flauta; la innecesaria "filosofía de vida" que se desprende de este juego humorístico es la que volvió chocante una película que había logrado ser eficiente (y lo peor: asumir esa "filosofía de vida" como neta y conveniente, es lo que acaso generó la estupidez crónica gringa que les permitió tener un Forrest Gump Senior en la presidencia durante ocho años, aunque esa es una historia que rebasa esta bonita composición escolar).
Quien sabe si se pensó que Benjamin Button era un idiota de semejante estirpe, para hacerle repetir la dosis de paseo-por-la-historia-gringa, y sin embargo los giros de tuerca argumentales aquí no son sorpresivos o inspirados, sino predecibles y pretenciosos. El maravilloso personaje potencial que es Benjamin Button se desperdicia, al situarlo en una condición de testigo secundario de la historia, a lo que se une cierta actitud de inseguridad, que lo hace equivalente a Forrest, pero sin su chispa involuntaria. Más aún, cuando se hubiera pedido una extraña amalgama de ingenuidad/sabiduría, candidez/desencanto inteligente, se prefiere hacer de Benjamin Button un inadaptado poco audaz, que como su primo idiota, se limita a ser testigo de su época sin intervenir en ella.
Pero lo más torpe de El curioso caso de Benjamin Button también es lo más celebrado por la audiencia: una historia de amor que se sublima en la romantiquería suspiradora y que, aunque logra ser resuelta con decoro por Brad Pitt y Cate Blanchett, no consigue crecer desde el guión. Los amantes transitan por distintos periodos de su vida, enfrentan con preocupación sus destinos desincronizados, pero donde se pide heroísmo amoroso la historia decrece hasta parecer un comercial de seguro de vida sin gloria ni fascinación.
Y es que si la primera parte de Benjamin Button tiene su chiste por los efectos especiales y la ambientación de tonos pardos y objetos vetustos, la segunda parte (la adultez y la juventud de Button) se va convirtiendo en un estudio fotográfico-fílmico de la belleza de Brad Pitt y vulgariza la premisa hasta convertirla en dilema casero estilo "Lo que callamos las mujeres". El original personaje se disuelve en un ciudadano común sin el menor atributo, con la única preocupación sensiblera de conseguirle un padre de a de veras a su hija. Cuando lo hace, viaja sin sentido por el mundo, con un tono de comercial de Benetton que no explota el supuesto bagaje de vida que debería tener este joven/anciano viejo/adolescente que pudo haber sido Benjamin Button. ¿Y la sátira de Fitzgerald? ¿Y la fábula decadente con que abre la película? ¿Y las preocupaciones nihilistas que habían atormentado a los mejores personajes de David Fincher? Pero es que entonces se teme lo peor: que Fincher en realidad esté más cercano a este cine de la sensiblería, que a las enormes películas anarquistas de años atrás.
Cuando vi Hijo del hombre, pensé que la película obligaba a replantear los personajes de Alfonso Cuarón desde ésta, su obra mayor. El miedo estaría en que El curioso caso de Benjamin Button fuera la piedra de toque para redefinir el cine de Fincher; imaginar entonces que su realidad más auténtica es el melodrama complaciente, el canto al gringo promedio que a veces bravuconea (El club de la pelea), se obsesiona (Zodiaco) o se hace el místico (Alien 3), pero que su realidad más plena es la de un Forrest Button que nace lúgubre para morir alambicado e inofensivo.
Los poetas nacen viejos y mueren jóvenes. Los cineastas inician como adolescentes insolentes y la industria los domestica hacia maquiladores convencionales. ¿Será El curioso caso de Benjamin Button la entrada de Fincher a la complacencia oscura, la cursilería mohosa, el canto a la vida en imágenes tipo video de Smell like a teenager de Nirvana? El final, semejante al insufrible poema del bloqueador solar, parecería cercenar de tajo toda la filmografía de Fincher y hacerlo tan vulgar y ninguneable como el Benjamin Button de la segunda mitad.
Todo esto hace muy probable que El curioso caso de Benjamin Button sea ganador fuerte de Oscares, y genere trivias del público villamelón e inspiración para pequeños videos superacionales de youtube.

PD: Agradezco el comentario de cineto en el post anterior, donde aclara que el texto de "La vida según Quino" es en realidad un apócrifo. Pero aunque no sea de él, ¿a poco no condensa con más sencillez y fortuna las casi tres horas del insufrible bodrio de Fincher?

También: tengo el cuento original de Scott Fitzgerald. No sé subirlo en forma zippeada para que lo bajen y lean. Pero también se me hizo un exceso ponerlo todo por acá (son cerca de 30 páginas). Pero si la duda y las peticiones son muchas, el post que sigue podría ser un vulgar copy-paste del cuento para que puedan chismearlo. Ora sí que estoy al pendiente de si les interesa.

lunes, 26 de enero de 2009

El curioso caso de Quino Button


¿Para qué tanta película oscareable con Brad Pitt en caramelo sexy-azotado cuando Quino lo hizo mejor en una hoja de papel?
Luego lo escribo en serio, nomás quería mostrar que nada nuevo hay bajo el sol.

jueves, 22 de enero de 2009

La gripe y la escritura

Me dio la gripe. La misma que se posponía desde octubre o noviembre. Suelo darle a su retardo una explicación new age: como aquellos fueron días movidos, mi cuerpo no aceptó contaminarse por completo. Un estornudo, un acceso de tos, y de inmediato aparecía la alarma recordando lo mucho que todavía había qué hacer y entonces el síntoma se aletargaba hasta nuevo aviso. Pero entre el apoteósico fin de año y los desangelados porvenires de las chambas y el odioso frío que siempre me pone incómodo y de malas, las defensas bajaron y la gripe se dejó venir con todo. Y con la gripe vinieron cosas rarísimas. Alucinaciones. Sueños muy angustiosos donde repasé mi lista de reproches y reconciliaciones con todas mis ex. Autoflagelaciones. Protestas de todos los textos que dejé escritos a medias y eran como los clones de la comandante Rippley en Alien 4, horrendos en calidad de aborto de seis cuartillas, más balbuceantes que comunicativos, desesperados por su incapacidad de realizarse; una caterva de minusválidos con gangrena que gimen de forma horrorosa, y sin Lucerito que les llore. Y tocarlos es que se deshagan y me dejen las manos viscosas y malolientes.
Pensé también en las benditas responsabilidades. Entregar una fichita para la otra semana. Claro que sí. Una reseña en tres días. Por supuesto. La entrevista a las ocho de la mañana. De acuerdo. Acudir a tal otro evento (edecanes sonrientes e impenetrables regalando botones y gorras). Haz de cuenta que ya estoy ahí. Y uno se atomiza en quince objetivos urgentes y simultáneos, y neta sí tiene su emoción pelear contra los deadlines, pero también desgasta, y después queda uno exprimido y con la única consigna de mirar a las chicas que se untan gelatinas en los infomerciales. ¿Y los proyectos diuno? ¿Ah, qué, existían? Y basta asomarse un poco al muladar de los textos a medias para entender que cierta parte de uno está muy muy podrída (la otra está igual de podrida pero se finge eficiente por su urgencia en aceptar tareas, emprenderlas, entregar recibos, cobrar cheques, mandárselos al diabético de Cartens y a su jefe el viudo Calderón).
Hay otros proyectos que sin ser propios, uno querría volverlos propios, pero las circunstancias impiden meterse de lleno. Bah, mas en concreto. Para mal o para pior, estoy enredado con tres proyectos de programas de tele. Los tres SEGURO que se van a hacer: ya están: up up: corriendo: todo está dado: es decir: de los tres tengo serias dudas que lleguen a realizarse y no me atrevo a apostar por completo por ellos. Cada uno a su modo, los tres me interesan: de uno me gusta su ritmo y que bien escrito podría ser una buena sitcom (el lío es que los escritores aún no hemos bebido juntos como para hacernos amigos y encontrar el tono; tons, hay algo ahí que no está fluyendo); el segundo puede ser profundo, muy sobrio, pediría guiones elípticos y tensos, que significarían un gran reto; el tercero sería una bomba por lo original del argumento, combinación extraña de Watchmen, Cuéntame cómo pasó y Lost (por cierto, úrgeme un asesor financiero para platicar de él).
El tema es que con los tres proyectos se ha hablado poco de su escritura y mucho de lo que rodea a su escritura: Fechas. Dineros. Producción. Casting. Protagonismos. Jerarquías. Porcentajes. Grupo A contra Grupo B contra Grupo C. Ejercer Contrapesos. Imponerse Sobre Otros. No Dejarse Pisar. Y empieza a volverse angustiante que, antes de garrapatear la primera línea del primer guión, ya existe toda una galería de intrigas que están dejando al último lugar lo que más debería interesar de todo, los personajes, lo que hacen, la forma en que los vamos a matar. Y bueno, además acá viene la confesión horrenda (total que para eso son los blogs, y más cuando se escriben de noche, para sacar lastres miedos confesiones inquietudes): no me siento de lo más preparado para escribir guión. Lo hice hace mucho, con resultados discretos. Lo hice hace poco, pero todo se enrareció por la mucha grilla que rodeó a aquella producción. Y ahora estoy situado entre empezar a escribir-esperarme para escribir-necesito dinero para escribir-¿Cómo carajos se crea, entre tantas especulaciones, un ambiente de concentración casi hipnótica para ponerse a escribir?
En ese contexto, aparece una llamada perdida de una de mis jefas, quien seguro me propondrá hacer unas entrevistas soporíferas con cinco corbatudos egocéntricos, y como será lo más aterrizado de todo lo que está flotando, seguro le diré que sí. ¿Se entiende lo frustrante entre lo que se desea y lo que se puede hacer? ¿Cómo todo son burbujas especulativas y lo triste real es corbatitas sonriente diciendo: "Hemos desarrollado un modelo de negocios sin igual en el país (y bla y bla y bla)"?
Obviamente, la gripe y los delirios y el inicio de las Danzas de las Pretensiones me traen malencarado y con fastidio. Hace diez años hubiera escrito: es como si marcara el final y el inicio de algo y me llevara a tomar decisiones y emprender cambios. Pero nomás ya no me sale la Oda al Empeño Enjundioso; seguro que cuando termine de aliviarme, la única diferencia será que todo estará atrasado, y las tres series chisporrotearán su originalidad, osadía y genio antes de asentarse en el desesperante limbo del stand by ejecutivo. Mejor así. No, no es cierto. Ojalá alguna elevara el nivel del reto. Ora sí, a escribir, cabrón. Y que las angustias siguieran, pero al menos ya fueran de otro tipo.

***
Ah, y por cierto, los que esperaban el post de Rudo y cursi, mil disculpas, nunca me salió redactar sobre el festival de la autocomplacencia realizado por el Club Charolastra (Diego y Gael of course, pero también Alfonso y Carlos Cuarón), que quiere inventar el star system rancherito mexicano (algo así como el Jorge Negrete y Pedrito, aunque más bien les salió Viruta y Capulina), pero que como en el reino de los ciegos el tuerto es rey, Rudo y cursi hasta parece una joya de la comedia mexicana contemporánea (y podría serlo si se piensa que su competencia es Cansada de besar sapos o Divina confusión), pero que si se piensa en su previsible futuro de película estelar de domingo en la tarde del Canal de las Estrellas, hasta el Chanfle 2 la supera con las manos en la cintura, pero que lo peor no era su limitadísima ambición, sino el mecanismo de humor elegido, la denigración del provinciano-payo-paisano, la ambigüedad kitsch que parece admirar y en realidad humilla a los que no compartimos la estetica de la cagado goei, este festival irónico de lo kitsch que detrás de su aparente desenfado carga una desagradable discriminación (y esa nos hace reírnos del video del Tatto, y del cuadro religioso 3D, y del lenguaje rarito pero cagado de Gael y Diego, que así demuestran que saben actuar requetebien). Nomás no pude escribir que justamente la estética de lo cagado es lo que da ligereza y justificación a Rudo y cursi, y que bajo semejante fórmula uno puede elevar el churrito a Joya Posmo, y si no lo hace, total que Carlitos Cuarón ya nos regañó a todos por no ser argentinos, por no tener librerías en cada esquina, por escribir "artículos bastante esquizofrénicos" que no lograban descifrar el portento de sus intenciones. En estos tiempos de dudar de todo lo que pienso, me cuesta afirmar nada de Rudo y cursi, acaso imaginarla como lo que ya es, el éxito del youtube, el chiste cagado en la cantina, la cancioncita desentonada que se oye por todos lados y que opera bajo esa engañosa fórmula de que de tan mala es buena (¿por qué estaré extrañando las obras que simplemente de tan buenas eran buenas? ¿Será el invierno, las amígdalas inflamadas, la edad?)
Ora sí me voy por mi Theraflú.

miércoles, 31 de diciembre de 2008

Tenga para que se entretenga

Pronto subiré mis exabruptos contra Rudo y cursi, mientras tanto, desperdicien su tiempo leyendo las negligencias que redacté por aquí:

martes, 23 de diciembre de 2008

Vicky Cristina Barcelona otra vez

Addenda: reseña explicada o corregida, es reseña que no sirve. Ergo, acepto los insultos que traigan este agregado a la composición de abajo. Este post emergente, entonces, es para autoflagelarme por la sarta de lugares comunes (¿Bardem y Cruz poderosos? ¿el bagaje aflamencado de lo hispano? ¿a quién carajos se le ocure escribir estupideces así?) que redacté antes. También contar que por circunstancias amistosas volví a ver la peli dos días después, y recordé elementos que nomás no supe cómo meter en la pobre redacción de ayer. Ejemplo:

1) La condición del viaje turístico/académico: que hace de cualquier persona un ente artificial, porque se desmarca de quien es en su lugar de orígen, pero tampoco le permite reinventarse del todo en el sitio nuevo. El tema da para un post, pero mejor después. Para este caso, enfatizar que Vicky y Cristina son artificiales porque se encuentran en ese tránsito. Un tránsito cool, pero que no les permite arraigar: ni en los estudios patito de Vicky, ni en el efímero deseo de Cristina de deshacerse de la vida puritana y materialista de Estados Unidos y apostar a la bohemia. Dos viajeras frente a una experiencia que limitaron a aventura.

2) El cuidado de Allen para mostrar a Barcelona, no desde la escenografía (la catedral de Gaudí, el parque, los escenarios no son tan importantes), sino desde los personajes. Desde ahí, el mejor personaje es el padre de Juan Antonio, que parece sacado de los viejos poetas de la Generación del 27.

3) Enfatizar que las conversaciones de Juan Antonio y María Elena son callejeras, excesivas, vulgares. De ahí su poder. Pero también, de ahí lo decepcionante que podrían resultarle a la nice Cristina, quien quizá espera más glamour y menos arrabal. Y Cristina se aleja porque estos catalanes ruidosos no está a la altura de su modelo preciosista de la vida.

4) Nomás porque me llama la atención: Scarlett habla igual que Woody Allen y Mia Farrow y todos los protagónicos de Allen: atropellado, tartamudeante, balbuceante. Eso me parece mérito del director. ¿Cómo le hace para que todos sus actores trastabillen igual que él?

5) Hadaza: claro que me gustó la película. Con sus asegunes. Encuentro alguna trampa en su hedonismo para el espectador. Se ve la película y se ve un mundo agradable. Quizá porque el efecto esperado es acompañar a Vicky y Cristina en el viaje, compartiendo vino, gastronomía cachonda y construcciones alucinantes. Y desde ahí, ¿quién no tiene ganas de seducir/ser seducido por Javier Bardem y Penélope Cruz, en un escenario bohemio y muy lifestyle? Pero en esta trampa se encuentra el principal mérito de Allen: hacer una película agradable con un trasfondo desolado: lindo viaje, lindo galán, impactante esposa, pero finalmente, nada de eso se queda: las gringas y el marido regresan a Nueva York como si no hubiera existido nada, como si no hubiera valido la pena filmar esta peli. Ahí se encuentra su encanto: un doble fondo que revela absurdas a las encantadoras gringas viajeras (enlazando con el post anterior y el tema de Henry James: las nietas de Daisy Miller perdieron en pasión lo que ganaron en traveler checks). Creo que los comentaristas la han visto con simpatía de obra mediana, pero intuyo: la película mejorará con su añejamiento. Y sí, será refrescante versión de lo que las grandes películas de Allen (Annie Hall, Manhattan, Hannah y sus hermanas) mostraron entre rascacielos y jazz.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Vicky Cristina Barcelona. Las nietas de Daisy Miller


La noticia más sabida de Woody Allen era su condición de cadáver fílmico, con excepción del decoroso canto de cisne (entonces así lo creíamos) que había sido Match Point, sobrio ejercicio de adulterios y crímenes que se espejeaba con Dostoievsky. A la decorosa peli se unían dos novedades: que Allen se alejaba de su emblemático Nueva York, y que adoptaba como nuevo alter ego femenino a Scarlett Johannson. Cuando la chica repitió en Spoon se supo que encarnaría un nuevo periodo del cineasta, y se especuló si le quedaría grande el saco que dejaron Diane Keaton y Mia Farrow. Más que discutir esta trivia, vale destacar que Johannson va encarnando en la filmografía de Allen a la neoyorkina viajera, privilegio que no tuvieron la Keaton (apenas un pichurriento viaje a Los Angeles en Annie Hall) y mucho menos Mia Farrow.
Una gringa viajando por Europa también es tema recurrente de otro norteamericano, éste renegado de su patria, Henry James. El escritor de la conciencia y el punto de vista, en varias ocasiones recurrió a la anécdota básica de la norteamericana joven, liberal y osada, que removía la sociedad vetusta de Europa. Con ese argumento se insinuaba un simbolismo mustio: el de la joven Norteamérica removiendo el pensamiento acartonado de Europa, pero también al revés: un Estados Unidos caprichoso y frívolo de tan joven, que no tiene paciencia para reconocer las formas reposadas, cansinas, de la vieja Europa. Quien quiera leer ejemplos: Daisy Miller, con final épico-intimista (¿se puede eso?) en el Coliseo romano. Quien quiera ver a James en la pantalla: Las alas de la paloma y Retrato de una dama, donde además Nicole Kidman aprendió a actuar.
Entre las chicas descocadas de James y las programáticamente liberadas Vicky y Cristina, han pasado cien años: dos guerras mundiales, la transición de Estados Unidos de nación próspera a imperio hegemónico, feminsimo, píldoras anticonceptivas, hippies, Gaudí y el mismo Woody Allen. ¿Las Daisy Millers del siglo XXI provocarían los mismos escándalos de sus bisabuelas literarias?
Una voz en off al borde de ser excesiva las describe: Vicky (Rebecca Hall) hace difusos estudios sobre la identidad catalana, es pragmática, segura de sí misma y está a punto de casarse con un yuppie neoyorkino. Cristina (Scarlett Johannson) filmó una película de doce minutos sobre la imposibilidad del amor, prefiere los romances excéntricos, quiere "expresarse" y no sabe lo que quiera, pero sí sabe lo que no quiere. El viaje de verano por Barcelona tiene las características nice ilustradas de un par de gringas primermundistas viviendo el sueño del Otro Primer Mundo emergente: un hospedaje de revista de decoración, harto Gaudí y Miró, barecitos con espléndido vino, la bohemia catalana.
En una exposición conocen al artista plástico Juan Antonio (Javier Bardem), quien tiene la leyanda oscura de haber vivido un matrimonio violento con María Elena (Penélope Cruz). El pintor las invita a Oviedo, a conocer construcciones, comer y beber bien, y hacer el amor apasionadamente. Vicky se niega porque está comprometida, a Cristina se le cuecen las habas y arrastra a la amiga a la aventura.
A partir de aquí, la película se desdobla en romances a la Allen, diálogos trastabilleantes a la Allen y su humor socarrón de ironías y paradojas. Por un lado, el descubrimiento de Cristina de la fotografía, a la vez que se encama de lo más sabroso con el catalán y con la esposa. Por el otro, la desangelada vida de recién casada de Vicy, atisbando de soslayo el amor salvaje que no se atreve a consumar.
Amor salvaje es un cliché que funciona de lo más bien en este ejercicio de estereotipos: contra lo programado gringo, lo pasional europeo; contra la hiperautorreflexión neoyorkina (que acaso inventó el mismo Allen), el hedonismo primitivo catalán; contra la experiencia turística artificial de las gringuitas, la tensión creativa del pintor y su padre poeta y el terruño.
Las bisnietas de Daisy Miller, menos crazy girls y más hijas medrosas de las atribuladas Keaton y Farrow, emprenden la aventura del viaje con reticencias y asombro light. Es la inversión de los valores jamesianos: ahora Europa es la provocadora y Estados Unidos el medroso. Aunque habría que aclararse que de Europa, Allen elige a la menos europea (la más africana) de las ciudades. Entonces Barcelona tambien aporta su estereotipo: ciudad bohemia, apasionada, en la que ahora ocurre el arte del mundo: Esta historia no habría funcionado en Berlín o en Londres, por ejemplo. Y en París hubiera corrido el riesgo de transformarse en penosa secuela de Amelie. Por eso valdría ser específico: con Barcelona se permite la inclusión de lo latino (esa odiosa nomenclatura que nos reduce a todos los hispanoparlantes a espectadores de Don Francisco) al universo Alllen. Y el uso de los dos nuevos divos latinos, Bardem y Cruz, refuerzan modas y estereotipos. Y aún así, si algo salva a la película de ser una feria del cliché, son precisamente estos dos actores, que se despliegan a sus anchas y hacen creaciones poderosas. Se ha hablando mucho del buen macho bragado picassiano que es aquí Javier Bardem; vale insistir en la gloriosa resurrección de Penélope Cruz como diva hermosa, fuerte y apasionada. Como una Luna amarga más bullanguera que extrema, Juan Antonio y María Elena son personajes enigmáticos y cachondos, que hacen avizorar a las gringas un universo más complejo que el de sus bien portadas indagaciones.
En Barcelona, Woody Allen busca una expresión del arte más vívida y menos intelectual que la experimentada en otras de sus películas (pienso en el crítico de arte Elliot, de Hannah y sus hermanas), que quizá solamente se corresponde con el intuitivo gángster dramaturgo Cheech (Chazz Palminteri) de Balas sobre Broadway. Pero el tono de comedia de aquellas películas aquí se resuelve en experiencia de vida. Es una experiencia semejante a la de los triángulos amorosos de los años setenta de las primeras películas de Woody Allen; la diferencia es que aquí se vive desde el bagaje apasionado aflamencado de lo hispano, y no desde los supuestos anglosajones, constantemente conversados y autoanalizados.
El resultado de la experiencia puede tener dos lecturas: desde el lado hispano, es el fracaso de Vicky y Cristina por participar de un universo hedonista que les pide facturas altas, y que ellas no pueden pagar; desde el punto de vista de las gringas, es la levedad (odio usar el término kunderiano pero no se me ocurrió otro) que impide transformar en experiencia de vida lo que se había prometido como actividad vacacional. Desde Barcelona, solamente fue la aventura de dos gringas que llegaron a calentar las pollas de una comunidad que recibirá cada fin de semana a un nuevo dúo de gringas más; desde Vicky y Cristina, es la aventura, compleja de sentimientos, que termina en cuento veraniego para relatar a los nietos (a las tataranietas de Daisy Miller). Imposible no pensar en los ejecutivos de Quémese después de leer (Coeh, 08), cuando deciden que de toda la experiencia no se aprendió nada. Vicky y Cristina tampoco parecieron haber aprendido nada de la aventura catalana. O sus miradas últimas, las del regreso al aeropuerto de Nueva York, acaso advierte que sí aprendieron algo, pero no saben descifrarlo. O les da miedo hacerlo.