jueves, 23 de octubre de 2008

El reflejo de Jack Bauer

¿Qué ve Jack Bauer cuando se refleja en el espejo?

Así como Rambo lo fue para la era Reagan, Jack Bauer es el héroe gringo de la década 00 de George W. Bush. Los siete días moviditos de la serie de TV 24 han hecho del agente de la CTU un emblema de la valentía, la tenacidad, el estoicismo, la temeridad, el patriotismo (agréguenle más, ya me cansé) de los norteamericanos, desde que el famoso 9/11 supieron que su misión como país era ser policías del mundo y masacrar a cuanto peligrosísimo terrorista musulmán se les apareciera en el camino. Y por supuesto, los tercermundistas emergentes vemos esta misión como una bravata fascistoide y nos paramos de pestañas y renovamos nuestro resentimiento hasta que Fox anuncia el inicio de la nueva temporada de 24 y entonces, inyección de adrenalina , corremos a la tele para atestiguar el nuevo día en el Extraño Mundo de Jack. Y ni modo, lo disfrutamos, sufrimos con él, creamos la empatía y para qué desgastarme en más loas a Bauer, si Mario Vargas Llosa ya hizo un artículo rebonito del tema, que se puede leer por acá.
Lo cierto: la creación del agente Jack a la vez renovó y encasilló al actor Kiefer Shuterland, quien después de una carrera más bien discreta, con este personaje se asentó en el inconsciente colectivo del gabacho. Tan así, que por eso su anterior película, The Sentinel (Johnson, 06) no dejó del todo convencidos a los comedores de palomitas. ¿Por qué carajos estaba Shuterland de secundario, atrás de un inepto como Michael Douglas? ¿Por qué era tan torpe la solución del conflicto, cuando sabíamos que bastaba con que Jack sacara su fusca y dijera Damn it!, para que las cosas se solucionaran?
Shuterland mostró que era un desperdicio tenerlo de secundario cuando ya exige protagonismos de balaceras y explosivos. Por eso Aja se regodea con él en Espejos siniestros, pero no sólo presume a su estelar neurótico: juega con su figura en una serie de acertijos que podrían leerse políticamente (ajá ajá, el debraye acaba de empezar).

El chiste del principio: la presentación del personaje de Shuterland, Ben Carson, es con un reloj digital que da las exactas 8:00 am (como los inicios de 24). Sigue la danza de coincidencias: Ben es policía, más modesto que Jack, pero también impulsivo, violento, con serios problemas de autocontrol. Como Jack, el contrapeso a esta actitud cuasisociopata es su relación con la familia (La Buena Familia Gringa, empiezo a inventarme autos sacramentales). Contra los malos malosos se puede acribillar, cercenar, deshollar, electrocutar; la familia es el ámbito amable para jugar ajedrez (así se presenta a Jack en la primera temporada, dejándose ganar por la deslumbrante aunque pendeja Elisa Cuthbert), o jugar con un auto a control remoto, como en Espejos siniestros. En ambos casos, la sobresaliente neurosis del personaje le impide hacer una vida normal con la familia. Desarraigado que a pesar de su marginalidad, respeta con estoicismo la Verdad y la Justicia de su Patria.
Cuando Ben Bauer acude a su nuevo empleo arranca la acción y también los guiños políticos. El lugar que Jack Carson debe vigilar es un centro comercial que se ha incendiado misteriosamente, y que tiene el nombre de Mayflower, como el barco de los primeros anglosajones que llegaron a Massachusets. Más obvio, entre los altorrelieves que ilumina la lámpara del vigilante, puede verse alguna alusión a los "Padres Fundadores". El ambiente del lugar es desolador, entre las ruinas se puede apreciar cierto ambiente lujoso de los años veinte. Inevitable pensar: ¿así quedó el lugar tras el crack del 29? ¿Y esto tiene algo que ver con las actuales hipotecas subprimes?
Un Ben Carson vigilando con pistola y lámpara los extraños fenómenos del centro comercial incendiado, es como un Jack Bauer merodeando por su América derruida a pesar de tanta inteligencia policiaco-militar. Aunque formalmente se trata de una película de horror, son inevitables las concesiones al personaje Bauer, que con su clásica pistola a dos manos amenaza gente, presiona confesiones, escudriña habitaciones en ruinas y hace berrinches de balazos ante espejos que no se rompen.
El tema de la película son los espejos, sus reflejos demenciales que muestra historias horrendas del pasado. Ya sé que no se vale relatar con detalle el argumento, pero sí se puede insistir en que los enfrentamientos del personaje de Shuterland con los espejos podrían leerse como el enfrentamiento del ícono gringo con su reflejo aterrador. El héroe de la peli se mira y mira los espíritus malignos que marca el guión. Pero el héroe de 24 se mira y acaso mira la demencia de la década Bush: la invasión a Irak, la paranoia de los aeropuertos gringos, la frivolidad ante los temas ecológicos, el terror que se adivina tras las oscuras miradas musulmanas, las hipotecas subprimes que acabaron de derrumbarlo todo.
Me llama la atención que, así como en The Happening, en Espejos siniestros la solución de la trama inicia en medio de un bosque inhóspito, lovecraftiano, condensación de los horrores más guardados del ideario gringo. Quien quiera aventarse una tesis filmicosociológica, acá le va el tema: ¿de dónde viene el interés del cine gringo de encontrar sus claves en lo que ellos llaman la America Profunda? Si en The Happening el encuentro de los fugitivos de la ciudad con la ermitaña desconfiada "ayuda" a resolver la trama; en Mirrors el encuentro de los ermitaños con Ben Carson hunde al personaje en lo más siniestro de su reflejo. Podría asegurar que el héroe de 24 nunca tuvo tanto miedo (ni cuando viajó con una bomba atómica, ni cuando enfrentó una guerra bacteriológica, ni cuando fue secuestrado por los chinos) como en esa casa perdida de Pensylvannia, donde el misterio de los espejos se resuelve en una historia de dudosa esquizofrenia.
Jack Bauer estará esperando su octavo día de televisión, Ben Carson resuelve el enigma de los espejos, pero uno y otro coinciden en su actitud fantasmal, inoperante, que ya no tienen razón de ser en los nuevos Estados Unidos deprimidos económicamente. A continuación debería venir ese entusiasta canto al final del capitalismo, que compense, rencoroso, aquella fiesta por el fin del socialismo que se dio en los años noventa. Pero sería más elegante atestiguar con discreción los derrumbes.
El último chiste que se avienta Alexandre Aja: cuando en la última escena de la peli, con casi todo resuelto, salvo la fantasmagórica identidad del héroe, la cámara se abre para mirar una calla donde todo transcurre con engañosa normalidad. En algún punto de esta panorámica se mira un minisuper. Con luces neón, anuncia: Open 24 hours. El diálogo de la peli con la serie también es el diálogo de una película que tras su horror sobrenatural vislumbra los horrores reales de Norteamérica, contra una serie de TV energética, pero también complaciente de la frivolidad estúpida de George W. Bush.

viernes, 17 de octubre de 2008

Radio Reloj: Cinco de la mañana



No me gusta esta canción por su sonsonete infantil; me gusta por algo más simple.
Apenas va iniciando, locutores de radios solitarias dan la hora:

Doce de la noche en La Habana Cuba
Once de la noche en San Salvador, El Salvador
Once de la noche en Managua, Nicaragua

Entonces imagino carreteras. Casas de paja y ladrillo entre maleza y caminos de terracería.
Dos amigos, o dos amantes, o dos desconocidos, bebiendo mate o cerveza o un café tibio mientras se les despereza la vida.
Charlas que explican todo al describir: qué calorcito, que ya cayó el fresco. Lo demás silencio. El locutor contando:

Doce un minuto

David contaba que ciertas noches se tumbaba sobre el cofre de su auto, fumaba despacio y pensaba angustiado en su vida. Ahora David tiene un consultorio dental y colecciona chucherías de Spiderman. ¿Le gustará su vida? Muchas veces quisiera decirle que su vida vale por las noches que se acostaba en el cofre de su auto.

Radio Reloj: Una de la mañana

También pienso en algún pueblo de la Pampa Argentina, compartiendo el mate con la mujer que amaba, harto de acariciar sus piernas, escuchando su admiración por tres canciones de Sui Generis. Cuando saliera el sol ella tendría que ir a su trabajo de cajera y yo debía acompañar al supermercado a su madre. Como la perspectiva era insoportable, le pedí que se casara conmigo para estar juntos toda la vida. No hubo quien nos explicara que toda la vida debía durar lo que faltaba de la noche.

Qué horas son mi corazón
Qué horas son mi corazón

Hubo un impresionante cuarto de hotel de Los Cabos donde me hospedaron para hacer un reportaje mamón. En la mesa del centro había un frutero con uvas, manzanas y una tremenda botella de vino. Tenía esperanzas en que ocurrieran cosas nuevas. Cuando todo estaba oscuro, me senté con una novela maltratada y la botella a mirar el Pacífico. En el balcón de al lado se asomó una mujer tan bella como triste. Envidió mi botella de vino pero no mi postura impenetrable. Regresó a su cuarto y la escuché gemir el resto de la noche.

Cuatro de la mañana
A la bim a la bam a la bim bom bao
A la bim a la bam a la bim bom bao

Otro hotel, más humilde, en Cartagena Colombia. Al otro lado de la calle, dos prostitutas que difícilmente serían mayores de edad. Menudas, mulatas, se golpeaban con sus bolsos y reían por algo muy tonto. Las ganas de bajar, negociar con ellas, abandonar el grupo de periodistas carroñeros de desayunos continentales y liarme a puños con su chulo. Una noche después bajé por arepas. Las putitas se reían porque yo las veía tímido. Un escuincle tres meses mayor que ellas intentó venderme un collar y llevarme a un burdel con hembras reales (más risas de las putitas). Yo tenía una novela a medias, viáticos reducidos, Colombia y Ecuador estaban al borde de la guerra. Me llegó el amanecer avergonzado por no seguirlos, bebiendo una cerveza del minibar que en el hotel me cobraron al triple.

Cuatro de la mañana

Y le he dicho a varias personas que ésa es una canción triste, y sólo uno o dos lo han compartido. Tengo pendiente amanecer con ellos, aletargando las cervezas. Un radio viejo sigue dando la hora.

No todo lo que es oro brilla
Radio Reloj: cinco de la mañana

miércoles, 8 de octubre de 2008

Espurio

Me pareció sensato que Calderón evitara las provocaciones de López Obrador y se mantuviera al margen de las reyertas postelectorales. Había un tono de prudencia y elegancia cuando no respondía a los exabruptos desesperados del otro. Ciertamente, la estrategia ayudó a que se estigmatizara más a López Obrador (ni modo, se ponía tan de a pechito), mientras la postura discreta de Felipito lo dotaba de una imagen bien templada.
Pero la sensatez se le ha vuelto un pelín arrogancia cuando ha evitado tratar los temas de la elección y su muy dudosa legitimidad como presidente. La gente que comulga con él se ha contagiado de esa arrogancia: contra la chafa estridencia de sus opositores, ellos se autoconciben como un monolito de respeto y formalidad. Los otros, los nacos, los inadecuados, los groseros, los excesivos, los ordinarios, se manifiestan en las calles de maneras escandalosas y siempre reprobables. Nosotros, los educados, los sensatos, los dignos, los bien formados, los elegantes, los prácticos, los que sí-queremos-al-país, evitamos desfiguros y transitamos por vía directa a lo productivo, lo competitivo, lo primermundista clase premier (Déjense de mamadas y pónganse a trabajar!!!!).
El cambio en el formato del informe de gobierno parecería participar de esta sensatez: evitar el circo y darle al acto la formalidad requerida. Al no asistir al Congreso y en vez de eso mandar su informe por escrito, Calderón neutralizó los ramalazos de sus adversarios y todo el gasto de energía y declaraciones previas al 1 ° de septiembre; los centradísimos y sobrios analistas políticos celebraron que terminara la escenificación del Día del Presidente y se optara por una rendición de cuentas práctica y eficiente. Como para que no se olvidara que supuestamente existe un presidente, el hombrecito saltaba a la hora que uno menos esperaba en la tele (como Chávez, pero en bien nacido), en medio del reality show, de la película, de la telenovela, para atestarnos convenientes cápsulas de todo lo que su administración ha realizado.
Lo curioso es que la insistencia por evitar el protagonismo (para eso tenemos al Peje), ha derivado en hieratismo. Si el contrincante es populista, excedido, estridente, Calderón se erige solemne, adecuado, rígido, formal. El aspecto de un gobernante eficiente. Más solemne en tanto más dudosa es su legitimidad. ¿Alguien recuerda al valiente secretario de Energía despedido porque se atrevió a destaparse como candidato antes de los tiempos electorales? ¿O al sorprendido y espontáneo precandidato que sin saber cómo le estaba dando la vuelta al precandidato oficial, Santiago Creel? Felipe Calderón está atrapado en la imagen de todos los que dudamos de su investidura. Los seguidores de Calderón también están atrapados en ese reducido margen de acción, porque se saben gobernantes y vencedores y dignos de desdeñar a los adversarios, pero también se saben altamente proclives de toda sospecha.
Lo más importante del grito de “espurio” de Andrés Gómez en Palacio Nacional, no fue el ejercicio de la libertad de expresión, ni la actualización (40 años y un día después) del alma del 68, ni el regalo político-mediático que le significó al perredismo, ni la “presentación en sociedad” de una generación que -dicen- será más crítica y combativa que los lamentables treintañeros y cuarentones hipotecados, que se hicieron adeptos de los buenos valores del panismo. Lo más importante fue arrancar la costrita, volver a evidenciar el error de origen, actualizar el estigma que el hierático Calderón siempre llevará consigo: es espurio, no porque lo haya dicho López Obrador o Andrés Gómez, sino porque él mismo se ha mostrado así al no cantar su triunfo, al no asentar su legitimidad, al no enfrentar a los adversarios dando la cara en un informe de gobierno, al no relajar su figura templada y declararse a sí mismo ganador de las elecciones, al permanecer con esa imagen de acartonamiento vergonzosa por la Silla prestada a la mala.
Hablando de coincidencias onomásticas: qué peligrosamente se está pareciendo a otro hierático de terribles recuerdos, paranoico, inseguro de su posición política, siempre sintiéndose amenazado por fuerzas externas perniciosas, como Gustavo Díaz Ordaz. El peligro será que esa inmovilidad termine endureciendo, y que llegue el momento en que Orden y Seguridad le sean sinónimos (a él y a quienes lo siguen) de Intolerancia, Represión y Ajusticiamiento.

PD: El buen Lear (que se le extraña, pues) siempre está desmarcado y aun así (o por eso) acierta: ayer me dijo que independientemente de su carga política, está bueno regresar/refrescar a la vida diaria una palabra tan linda como espurio, que hasta antes de estos tiempos había quedado un tanto empolvada en el diccionario. De ahí intentamos inventarnos algún post de palabras que los políticos reutilizan o inventan (chachalaca, globalifóbicos, sospechosismo, solidaridad), pero eso ya es una investigada para después. Me voy a comer.

jueves, 2 de octubre de 2008

El 2 de octubre y la íntima tristeza reaccionaria

No fue a propósito, pero sin darme cuenta me tocó estar en CU hoy, dos de octubre. Cuando terminé mi trabajo en la hemeroteca vi que en la sala principal había una pequeña exposición del movimiento estudiantil del 68. A pesar de la eterna urgencia por llegar a casa a seguir la chamba, me asomé a ver. No había mucho más de lo que ya se conoce: las fotos de las marchas, notas de periódicos denostando el movimiento, los carteles olímpicos reelaborados con granaderos y la cara de simio de Díaz Ordaz. Si acaso, me entusiasmó encontrar volantes originales que invitaban a los actos, y algo más que se me hizo excesivo, un disco donde se escuchan los discursos del rector Javier Barros Sierra.
Empecé a mirar con escepticismo, después me di cuenta que no había testigos que pudieran balconearme y me puse a disfrutarlo de verdad.
Porque aquí vendrían dos confesiones que parecerían vergonzosas en estos tiempos calderonistas-convenientes-timoratos del 2008: me gusta el tema del 68, y me gusta de disfrutarlo, de haber querido estar ahí, sin importarme demasiado -sin darle la dimensión fúnebre- a la matanza de Tlatelolco.
Es decir, el final trágico del 2 de octubre no me puede tanto como los ambientes festivos de las brigadas, las bravatas en las marchas, imaginar la sabrosa interrelación de estudiantes encauzados en el objetivo común. Seguro que sería motivo suficiente para mi linchamiento preferir el carnaval que la tragedia; el matiz Kevin Arnold que las otras interpretaciones del 68. Y es curioso: de este punto de vista depende la interpretación del 68 en el presente: quienes lo asumen como una tragedia, acartonan los semblantes hasta obligarnos a compartir la culpa de Díaz Ordaz y Echeverría; quienes lo vemos como una fiesta estamos condenados a consumir Bob Dylands y horas de Los Beatles hasta nuestra lenta muerte por melancolía.
Yo me habré enterado del movimiento en la infancia, hacia los ocho años; un tío tenía en su recámara el libro de Juan Miguel de Mora T 68 (Tlatelolco 68): ¡por fin toda la verdad! Me sorprendió el tono amarillista de la contraportada, debía decir algo así como "la realidad de un México sanguinario que nadie quiere contar". Pero me sorprendió más que cuando le pregunté al tío de qué se trataba, me contestó que no estaba en edad de saberlo y que era de esas cosas que debían hablarse en voz baja. El tono clandestino de la advertencia me hizo percibir realidades distintas a mi realidad. Algo ocurría normalmente en la sala de la casa, en la televisión, en los Aurrerá. Y otra cosa, más lúgubre, pantanosa, indecible, ocurría en algunos libreros o en lo que se escondía en los cajones. Debe ser por eso que nunca terminó de impresionarme Lovecraft. El verdadero horror cósmico ocurría en lo que no se podía decir, en lo que pasaba cuando la gente empezaba a charlar en susurros. Pero ese tema está más bueno para alargarlo en otro post.
Mi encuentro directo con el 68 ocurrió hacia los quince años, cuando encontré un número especial de Nexos dedicado al tema, se llamaba "Pensar el 68", estaba coordinado por Gilberto Guevara Niebla y Raúl Álvarez Garín, dos de los líderes del movimiento (después, ese número se editó en libro, en Cal y Arena, y creo que es relativamente fácil de conseguir). Había una cronología acuciosa del movimiento, desde finales de julio hasta diciembre que se disolvió por completo el CGH, y lo leía de lo más impresionado, era espeluznante pensar que algo tan memo como un tochito en La Ciudadela pudiera crecer como bola de nieve hasta convertirse en un movimiento que tuviera en vilo al país, y que amenazara instituciones tan pétreas como el Sr. Presidente. Me daba cuenta que eran expresiones inéditas contra la obediencia sin cuestionamiento a la que yo estaba acostumbrado. Me asombraba pensar que quince años antes de mi momento se pudiera ser tan valiente y renegón.
Que esta revista se publicara hacia los mismos tiempos en que Cuauhtémoc Cárdenas iniciaba su movimiento contra el PRI (el que a la larga terminó en la fundación del PRD) enlazó ambas eras y probablemente sea el momento más rabioso del 68. Lo que tanto se ha dicho: que el movimiento estudiantil hace un puente directo con los movimientos antipriístas de los ochenta y (acá viene el cliché político) "ayudó a construir la democracia" bla bla bla.
No diré que me volví un fan iracundo del 68, de apañarme todas las memorabilias posibles, pero sí iba siguiendo las notas, los libros, los comentarios alrededor del tema. En mis tiempos de intensito sufrí horrores porque mataban a los hijitos de Hécto Bonilla en Rojo amanecer (después padecimos peor que los hermanitos Bichir siguieran vivos en tooodas las películas nacionales) y obviamente fui a cuatro que cinco marchas conmemorativas, como si asistiera a un rito iniciático, con la cabeza gacha y el pesar estallando en la mirada (así de excesivo, si no se iba de otra forma, ¿para qué se iba?).
Después se han dado, simultáneamente, las glorificaciones y satanizaciones; al tiempo que la derecha procura relativizar la pertinencia del movimiento, la izquierda lo enarbola hasta convertirlo en un dogma religioso francamente chocante. En este momento, entrarle al tema del 68 suena a lugar común acartonado, que se defiende o se desdeña con más demagogia que inteligencia.
Supongo que aquí sigue la parte en que debo dar el consejo: "por eso no debemos olvidar el 68, debemos regresar a él y conmemorarlo con hartísima devoción, porque El México Moderno está hecho de los niñitos héroes de Chapultepec y los otros niños rabiosos de Tlatelolco", pero la verdad es que de tan gastado, el tema está condenado en caer más y más en lo simbólico y menos en su realidad. A fin de cuentas, las peticiones del 68 de alguna manera están cumplidas: se puede marchar cuanto se quiera y como se quiera, los granaderos siguen existiendo pero están nulificados a su mínimo poder, justamente para contrarrestar su tradición de represión e intransigencia; los canales de libre expresión están dados, su manipulación ahora es más sutil y perversa (gracias Fox), a lo que se agrega una expresión política mucho más estúpida (gracias Peje).
Es decir: el 68 logró sus objetivos a largo plazo, pero sin saber que el resultado sería la creación de una sociedad estúpida y agachona, inflada de hipotecas, comerciales de Valores (de los de tienes el valor o te vale) y festivales blancos con velitas para horario estelar de televisión.
El 68 ya no existe ni sirve: perdió su pertinencia y está más que listo para mirarse en vitrinas de museos, para escucharse en hallazgos arqueológicos de folk sesentero y para que Alfonso Cuarón haga una peli que venderá muchas palomitas el próximo año. Imagino que era su destino. Y que con él, va el destino de quienes encontramos en aquel movimiento cierto sentido. Nos tocará seguir revisando su memorabilia en solitario, con cierta vergüenza reprimida, con (como diría López Velarde) la íntima tristeza reaccionaria.

martes, 23 de septiembre de 2008

Se solicita diseñador/a gráfica/o

que me ayude a hacer un cartel semejante a éste:



pero con esta nueva foto:



Las letras altas deben decir: POETA OCTAVIO PAZ

El comentario entrecomillado: "Hombre, árbol de imágenes,/palabras que son flores que son frutos que son actos. "

Y las letras a mano con la flecha dirián: YO SÉ QUE NO TERMINÓ NINGUNA LICENCIATURA DE LETRAS. NO LE CREAS NADA

Después los logos de No Te Calles Alza La Voz, Consejo Nacional de la Publicidad y todo lo que sigue.

(PD: Obviamente la persona que ayudara a hacer el cartel tendría que estar debidamente graduada en diseño gráfico, mandar archivos certificados de sus diplomas y cédulas profesionales. Honestamente lo necesitamos)

miércoles, 10 de septiembre de 2008

La hormiga y la cigarra. Un ejercicio hermenéutico en el Ermita-Mixcoac

Subió en Insurgentes. Cuarenta y varios años, mentón afeitado con descuido, camisa amarilla, lentes de armazón grueso.

"Amigos y amigas - Ediciones Gómez y Gómez me envía de representante- tengo el gran gusto de presentarles el libro de las fábulas y las leyendas - las fábulas son algo así como historias - o mejor dicho son historias - o historietas - donde los animales nos hablan y nos enseñan cosas de la sabiduría de la vida - porque está comprobado científicamente que los animales saben cosas que serían de gran utilidad a los hombres - los griegos lo sabían y por eso escribieron estas historias - porque los griegos son los padres de la humanidad - y por eso escribieron estas historias"

Divagué en tonterías y le escuché leer la fábula de La Hormiga y La Cigarra. La Hormiga afanosa mientras La Cigarra güevonea. La Hormiga invitando al trabajo y La Cigarra despreciándolo. El invierno y La Cigarra titiritando de frío. La Cigarra pidiéndole ayuda a La Hormiga y ésta negándoselo. La Hormiga advirtiendo que debió prever trabajando. La Hormiga cerrando la puerta. La Cigarra enfrentada al inhóspito frío.

"Como todos ustedes podrán advertir - esta fábula al final da un consejo - un consejo que es mejor conocido como moraleja - Y, ¿cuál es la moraleja de La Hormiga y La Cigarra? - Pues que hay que ahorrar para no estar pidiendo favores a hormigas pendejas - Porque las hormigas nomás trabajan y acumulan y no van más allá de eso - Lo que las convierte básicamente en unas pendejas - perdonando la expresión pero es que sí son unas pendejas - mezquinas - el trabajo las hace mezquinas - los que trabajan son mezquinos porque han sufrido desperdiciando su vida y quisieran que todos las desperdiciáramos como ellos - y por eso cuando encuentran cigarras sufren terriblemente - inclementemente - piensan en la primavera y en el sol y que ellas estaban arreando como mulas mientras la cigarra tocaba su guitarra - y básicamente por eso nos odian - por eso cuando pueden vengarse lo hacen y dicen cosas mordaces - que el trabajo dignifica porque solo así pueden sentirse dignas de tanto desperdicio de vida - pero en realidad no pueden evitar que nadie nos haya quitado lo bailado - y ellas odian saber que nunca jamás nos quitarán lo bailado - y peor - que ellas no bailaron - entonces su venganza es pequeña pero es venganza - porque adoctrinan - porque se vuelven ejemplo - porque no te tiran ni media tortilla - tienen el alma tan fruncida que no les alcanza ni para tortillas - por eso esta fábula nos dice la moraleja que yo les digo - tengan una cuenta de ahorros - tengan un fondo de retiro - cuando les caiga una buena lana métanla a un fondo de inversiones - usen la tarjeta para darse gusto, pero dense cuenta cuándo podría sobregirarse para que no les pase y no tengan que pedirle nada a ninguna hormiga pendeja - para no molestarlas - para no perturbarlas - para dejar que se mueran solas y en silencio - aburridas pero en paz consigo mismas - imaginando que en su granero un día podrían juntarse muchas hormigas a tocar la guitarra - guitarras solas sin calor en las venas - mirándose desde sus sillas y preguntándose quien saca a bailar a quien primero - pero básicamente aburridas - aturdidas - sabiendo que nunca podrán hacerlo - básicamente porque nunca lo aprendieron - porque el alma no les alcanzó para eso - estupefactas mirándose unas a otras, tan llenas de granos y sin ninguna guitarra - y aunque no lo sepan ésa es la venganza de la cigarra - que ella sí sabe tocar guitarra - pero que si la otra no le lanza ni medio taco - la cigarra nunca tampoco se lo va a enseñar - porque saber tocar guitarra es un misterio - que ellas no entenderán - son misterios de la vida que ocurren solamente cuando se tiene la guitarra - pero que de otra forma y a almas tan pendejas, difícilmente se les puede enseñar"

Finalizaba el discurso y yo lloraba conmovido. Carajo, tres meses intentando este post y él resolviéndolo en tres patadas. Eso es sabiduría y no pedazos. Le compré su edición de las fábulas, pero nunca tuvo su impulso, su sapiencia. Por suerte estuvo barato. Me alcanzó también para un curso rápido para tocar guitarra.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

Jacobo y La Marcha

No tenía muy claro por dónde entrarle al tema de La Marcha Contra la Delincuencia; el respeto a tanto asesinado y secuestrado se peleaba con el recelo de ver a todos esos personaje conmovidos -el Juan José Origel y la Claudia Lizaldi, la Hania Novell y los niños patéticos de la última Academia, las lágrimas tan indescriptibles de Adal Ramones, las pelotas inmaculadas de los partidos de fut, las portadas con veladoras de todos los periódicos, el enorme listón blanco en el pretencioso edificio del periódico Reforma- tan oportunamente blanqueados de blanquísima blancura. El reclamo se me hace pertinente, desconfío mucho de su ejecución.
Tenía tanto resquemor que preferí evitar la ironía in situ y, como dirían los P. Mosh, vi la revolución desde mi televisor. Después la tele me regañó y me dijo que no se trataba de una revolución naca pinchona revoltosa perderrista, sino de unir voces en un grito desesperado (Cfr. Carlos Cuauhtémoc Sánchez) para expresar un contundente Ya Basta a la impunidad y a las ineficaces autoridades del país. Perdóname, tele, le dije arrepentido a la tele y me concentré en mirar.
Después me limité a leer las opiniones a favor o en contra, sin intención de abundar. Hasta que en la tarde del lunes, mientras comía unos tacos de guisado que están casi enfrente de la Cineteca, pasó un auto y desde su radio escuché esa voz inconfundible, de micrófono trabado en la laringe. Los años setenta y ochenta mexicanos no pueden entenderse sin ella. Y sin la figura flemática, acartonada, de Jacobo Zabludowsky al frente de 24 Horas, su noticiero de Televisa.
Lo inmediato fue pensar qué habrá dicho sobre la marcha en su programa de radio. Y la otra pregunta, más especulativa: ¿cómo habría hecho la crónica de la marcha del sábado anterior?

***

A Jacobo le tocó ser el periodista de la censura priísta, el entrevistador en exclusiva de los candidatos del partidazo, el fustigador de los movimientos políticos alternativos (PAN, PC, PSUM después derivado al Frente Cardenista del 88 y al PRD) al todopoderoso tricolor. Y no es casual que su estrella televisiva decayera al tiempo que la hegemonía priísta se desquebrajara. Después, desde la radio, ha intentado posturas críticas e incluso sorprendió cuando en las elecciones de hace dos años tuvo un claro sesgo proPeje. Quienes lo conocíamos de antes supusimos en esta postura una forma de lavar culpas. Esta expiación también la ha mostrado en entrevistas, cuando ha declarado que su postura parcial era obligada por las políticas de la empresa donde trabajaba.
Por este periodismo sesgado fue víctima de las burlas y caricaturizaciones de los opuestos a su exempresa. Hasta Caifanes le hizo una rola que se quería ojete y les quedó más bien pinchona. Pero intentando justificarlo: Jacobo no pudo ser mucho más de lo que su momento histórico le permitió. Y de ahí sigue un intento de apología: y con eso poco que podía hacer, logró convertirse en el cronista más solicitado del México que se vivió en la televisión. Hizo relatos emocionantes de diversos momentos de la vida mexicana: él declaró la muerte de Colosio, él hizo las crónicas de las visitas del Papa, él entrevistó a los santones de esos tiempos (Salvador Dalí, María Félix, Cantinflas, Octavio Paz), él siguió todos los informes de gobierno de todos los presidentes de su época (De Díaz Ordaz a Ernesto Zedillo: treinta años con seis sinvergüenzas no es poca cosa) y quien siga dudando de sus habilidades no podrá negarse a reconocer lo estremecedora de su crónica, en tiempo directo, del terremoto de septiembre del 85.

***

Tras su salida de Televisa y con su incursión a la radio, la apuesta periodística de Jacobo se ha acentuado hacia la remembranza (el cliché convertido en nicho) del México que se fue. Jacobo entrevista taxistas, meseros, dueños de pequeños negocios, boleros o expertos de oficios vetustos que ahora sólo existen como rarezas. El intento es recuperar una ciudad anterior a todas las crisis: las económicas, las políticas, las sociales, las policíacas y de justicia de ahora. Una ciudad anterior incluso a la nefasta influencia del propio Jacobo como comunicador.
La ciudad que no se cansa de evocar Jacobo en columnas, entrevistas y crónicas radiales: un Centro Histórico sin vendedores ambulantes, una Zona Rosa con intelectuales y artistas en innovación continua, clases medias dignas que habitaban las colonias Narvarte y Del Valle, los ricachos de Polanco y Las Lomas como emprendedores suertudos que consiguieron amasar fortuna gracias a su esfuerzo y a que les hizo justicia la Revolución. Una ciudad movida con una doble moral eficiente, bien engrasada, en la que pobres y ricos conviven en una injusta pero armónica fraternidad. Sólo eso hace posible que el Jefe Jacobo llegara todas las mañanas a las afueras de Televicentro y platicara animadamente con quien le bolea los zapatos; Jacobo le habla del clima y el bolerito de las changuitas del dancing club donde él baila; Jacobo le promete que le conseguirá un autógrafo del mismísimo Chente Fernández y el bolerito le presumirá que también le bolea los zapatos a él.
La utopía tiene forma de ciudad: existen ricos y pobres, pero unos y otros están muy satisfechos de su condición. El distingo entre Nosotros los pobres y Ustedes los ricos nomás sirve para que un hijo del pueblo como Pedrito le cante a su chorreada con un miserabilismo conmovedor. Porque hay que aceptarlo, el nivel social va acompañado del nivel moral: el rico es fruto de su esfuerzo, su tesón, alguna simpática trampilla que tiene más que ver con su astucia (el lobo de los negocios) que con su probable (Dios nos libre) infamia. El pobre no sólo es pobre porque quiere, además se siente muy contento de serlo. ¿Huelgas de ferrocarrileros, campesinos? Gente ignorante que se deja llevar por ideologías extranjerizantes. ¿Partido Comunista, guerrilla? Impacientes que no permiten que la riqueza y las oportunidades lleguen a ellos cuando naturalmente se desborde la economía hacia abajo. Por fortuna, la gran mayoría de la sociedad mexicana es eso que llaman gente buena, sencilla, generosa, trabajadora, que describe con su inigualable picardía la guapura de López Mateos y la fealdad de Díaz Ordaz.
Jacobo ha ilustrado ese edén citadino, imperfecto pero entrañable, cuando presume su infancia en La Merced, cuando jugaba futbol con el hijito del arbano tendero Slim (sí, jugaba con Carlitos) y otros peladitos que ya no se recuerda el nombre pero eran de lo más simpáticos.
Después, cuando le tocó hacer la crónica de los setenta y ochenta mexicanos, mucho de su acartonamiento iba permeado por el azoro de no entender ese país y esa ciudad que se le estaba yendo de las manos entre devaluaciones, explosiones demográficas, oposiciones al priísmo idílico cada vez más nutridas y sólidas, y voces que ya no se conformaban con su hermosa ciudad armónica.

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Jacobo contempló sin entenderlo la transformación de una ciudad-un país- degradados por la mala distribución de la riqueza, con gobiernos ilegítimos que se esfuerzan en justificarse (pensaba en Salinas, incapaz de imaginar otros fraudes), con desdén hacia los esfuerzos de sobrevivencia de las clases medias lumperizadas, las cuales encontraron vías de escape en dobles empleos-subempleos-mercados-negros que originaron poderes paralelos (y he ahí el origen de las mafias, Cfr. Historia de la Mafia, de Guiseppe Carlo Marino), con clientelismo tricolor y amarillo (los azulitos no le hacen a prácticas tan nacas, prefieren negocios chonchos y legales aunque no éticos, Cfr. el metrosexy Mouriño), con matanzas como Acteal, Ciudad Juárez o Aguas Blancas convertidas en panfletos culturales de nuestros artistas consentidos (tan bonita la Bauché interpretando a una asesinada comprometida), con monopolios de globos aeroestáticos (y la ostentación imperialista: Todo México es territorio Slimcel), con accidentes que evidencian la indefensión de cualquier trasnochador común y corriente, con el recelo contra el otro, con estilos de vida contra vidas sin estilo y el cinismo disfrazado de declaración oficial. En ese contexto, ¿cómo carajos no se va a dar el secuestro, el asesinato, el narcotráfico, la impunidad, la vulnerabilidad? ¿Qué tejido social sano existe para impedir la bonanza del crimen organizado?
La pobreza no es causa de la criminalidad, explica el sociólogo ITAM que sopesa la posibilidad de la pena de muerte. Y no, la pobreza no lo es, pero sí lo es el tejido social destruido, que obviamente abarca la pobreza, pero también la indiferencia, la polarización, la farsa política que se finge gobierno, el enriquecimiento ambiguo que no irradia a toda la población, la tolerancia a capos circenses como Ulises Ruiz o el gober precioso, la hipocresía doblemoralina de los medios que hace más conmovedora la muerte del niño Martí que la de los niños New's Divine, la martirización que hace de Fernando Martí su conscientizador-padre al lanzar sus frases tan brillantemente ochocolumneras ("si no pueden renuncien" me gusta para camiseta, pero "tenía una misión: despertar a México" me choca (asusta) (si fuera Fernando Martí vuelvo a morirme) por su oportunismo redentor).

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Este... ya me enredé, ¿qué tenía que ver Jacobo con todo esto? Ah, ya. Que el lunes, mientras comía tacos, lo escuché y lo pensé describiendo la marcha. Y lo pensé reencontrando ese México idílico de tanta gente unida, ropita blanca y veladora mística, en el grito perentorio del Ya Basta. Y pensaba que ahí él volvería a contemplar su niñez variopinta en La Merced, el Mexiquito bucólico de ricos y pobres conviviendo como en comedia musical, el monolito revolucionario institucional que no se desquebraja (es un decir) en corrupción y racismo, la expresión genuina y ciudadana de frases sencillas (pero qué miedo: también lapidarias) pidiendo mano dura y orden y justicia, el cursi acompañamiento de las televisoras llorosas y un poco regañonas a quienes no asistimos al acto.
Pero también pensé que se encontraría con una ficción. Un montaje mediático basado en el chantaje sentimental. Una teatralización de ciudadanía que se cuida de no parecer partidista aunque sus reclamos tengan trasfondos anti-lo-que-no-soy-yo. Un espectáculo de luz y sonido perfectamente fotografiado, con mensajes sucintos, pero que por eso se niegan a interpretaciones más complejas. Un festival de la indignación sublimada en velas y ecos religiosos. La prefabricación televisiva de un momento histórico, como el final de La Academia, la presentación del hijo de Luismi o el inicio de la séptima temporada de 24. Artificial de tantas ganas de ser auténtico. Sospechoso de tanto énfasis en hacerlo bonito.
Si Jacobo validara emocionado esta marcha, ¿tendría que validar la menos linda de los 500 pueblos encuerados? ¿La de los oaxaqueños revoltosos? ¿La del otro reality show, tan menoscabado, del sup Marcos y sus encapuchados? ¿O esas pertenecen al México que no entiende, aunque sean de un México que corre paralelo a este México blanco? ¿Qué hace esta marcha superior a las otras? ¿Por qué esta sí merece cobertura especial y otras no? ¿Por qué esta marcha es ciudadana y la otra de acarreados, de raza, del pueblo, de nacos? ¿Por qué las otras son de acarreados si ésta tuvo el acarreo más sutil (ni siquiera tortas y refrescos, chale) de los medios y el alcahuete feisbuk? ¿Qué hizo de esta marcha prefabricada, higienizada, un acontecimiento tan especial?
Me atrevo a decir: no la mercadotecnia tan efectiva que aplicaron sus organizadores, ni la pertinencia política de quienes tienen intereses en "dar mensajes", pero tampoco (mucho menos) su tan mentada espontaneidad. Esta marcha funcionó por la nostalgia. La nostalgia de un México que ya no existe, que quizá nunca ha existido. El México Huapango de Moncayo que se estiliza en ropa blanca y veladoras como si fuera un ballet folklórico, un videoclip de los muralistas mexicanos, un rebozo de bolita que puede pasarse por un anillo. La nostalgia de ese México de estampita, y no otra cosa, fue la que iluminó tan artificiosamente el centro del país.