Debo recordar más seguido que venero a Jorge Amado, que días antes de su muerte soñé que iba a conocerlo y el viejo estaba tan viejo que apenas pudo conversar conmigo tres palabras. Pero después me presentaba a su nieta -bendito sueño que pudo labrar con tanta fineza a semejante portento de nieta- y la hacía llevarme a conocer los mejores lugares de Bahía. El mejor lugar era una cama vieja, de resortes saltones, que siempre olería a patas y sudor. Lo que sigue se pierde entre vaivenes, portugués apresurado y una humedad que vergonzosamente trascendió hasta la vigilia. Cuando una semana después se anunció su muerte, quedé seguro de que el viejo me había hecho un regalo. Por ser fiel lector y ahora me avergüenzo de la ingratitud.
¿Por qué la ingratitud? Porque el mundo colorinche de Amado, de holgazanes ingeniosos y putarronas festivas podría pasar por complaciente, más para ilustrar picardías de tele y cine que para bruñir La Verdad Literaria, que cuanto más escueta y sombría más legítima parece ser. Las novelas caudalosas de Amado fácilmente pueden traducirse en películas y telenovelas, y se ha aprovechado la opción con versiones en pantalla grande y chica que "vulgarizan" su exotismo demodé.
Pero algo hay más cruel en su engaño: una descripción tan desenfadada y gozosa de la sexualidad, la comida, la borrachera con cachaza, las lealtades y el amor, que cualquier posmoderno cínico podría destruirla con dos comentarios letales. Quizá me da miedo pensar que yo soy ese cínico, desmitificador por amargo y nomás por hacerme el gracioso, que desconoce al abuelo y a la nieta que tan cálidamente me abrazó.
El tema, abuelo, es que he vivido en tus novelas y he sabido que para mí no son ciertas. Que cuando me enamoré, fue porque la amada traía un vestido gris que mal le cubrían las piernas largiruchas y desordenadas, y más vulgar que su mal sentado era el chisme estruendoso que traía con su amiga. Había una casa de tabiques grises y la urgencia de destazar a cinco que seis conocidos de mala manera. Una tarde de carcajadas y rodillas tan perfectas, que debió haberse quedado en suspenso eternamente, aun cuando yo estuviera cinco pasos lejos de ella, contemplándola con timidez y fervor. En aquella ocasión pensé que era cruel sacarla de aquel contexto; también que deseaba, como nada en el mundo, que su gritoniza aguda crepitara cerca mío y nunca terminara.
Al final consumé la infamia y la amada del vestidito gris se marchitó a mi lado; debió alejarse para poder resurgir. Luego miro hembras semejantes, desparpajadas, ebullentes, y ni siquiera me acerco, me aterra pensar que las podría destruir.
Proust tiene algo así, Marcel encuentra una hermosa pescadora y queda azorado de lo imposible que sería participar de su esplendor. "pero a mi no me habría bastado con que mis labios bebiesen el placer en los suyos, sino que también los míos habían de darle a ella ese placer; y del mismo modo deseaba yo que la idea de mí entrara a ese ser; que se prendiera a él y no sólo me ganara su atención, sino también su admiración y su deseo, que la obligara a conservar mi recuerdo hasta el día que pudiese volver a encontrarla".
Pero para lograr la hombrada de estar al lado de semejantes hembras, se necesita algo más difícil -más simple- que laberínticas consideraciones amorosas. Cierta candidez de alma, coraje de futbol o sabor a ceviche en la boca (o a cebolla, como Vadinho: "A estas locas les parece que huelen mal las cebollas," critica doña Flor a sus alumnas, "¿qué saben ellas de los olores puros? A Vadinho le gustaba comer cebolla cruda, y sus besos eran ardientes."): una tensión de macho que sabe fisgonear nalgas sin permiso, y no de señorito atildado que de soslayo revisa el largo de las faldas.
Y por eso, porque el mio no es tu mundo, me había alejado de ti, abuelo. Y había lanzado comentarios agrios a tus argumentos esquemáticos y tus soluciones complacientes -la pareja se abraza, brinda, se manosea y corre a la hamaca porque ya se les olvidó a que les saben sus sudores-. Pero esta noche hace calor y ya van varias cervezas, pienso en muslos dorados y me desespera tanto libro ocioso, y recuerdo la infamia de algunas charlas recientes, consideraciones bien educadas sobre parejas ideales, que tertuliábamos mientras degustábamos mamona comida fusión.
Se habló de confianza, respeto, intereses compartidos, fidelidad. Yo pensaba en Sonia Braga como Gabriela, en el Gran Marcelo como el árabe Nacif, en que ella pone la mesa, él güevonea en la hamaca, y estira su pie para levantarle la falda hasta mirarle las nalgas. Gabriela protesta calentona y se abalanza sobre él. Se besan, se tocan toscamente, festejan la mañana, el calor y los sexos a punto.
-¿Y cuál sería tu pareja ideal? -me preguntaron durante la comida fusión.
Sí, claro, contesté, confianza, respeto, todas esas zarandajas. Pero una parte de mi estiraba el pie para levantar la falda de Gabriela. Después nos enfurruñábamos en una mañana sofocante, a la que sólo refrescaban los besos de Gabriela, con sabor a cebolla.
viernes, 10 de abril de 2009
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10 comentarios:
Como me chocan esos comentarios que se pueden resumir en "a mí me pasa lo mismo", "tienes razón porque piensas como yo" o "vales mil y nunca cambies", no te voy a decir de la envidia que me da tu sueño. ¿No hay pasión en eso también? Claro que sí.
Hay que buscarlas con clavo y canela.
al final somos ingratos, incluyendome yo.. con este comentariopobre.. no queria hacer menos pero es que este post.. en si me ha dejado sin ningun comentario que valga la pena.. solo imagino la envidia de algunas y el vestido de ella
Sueño de zafra y cachaza.
El portugues de Brasil tiene un humor natural. Amado ha capitalizado esto de todas las formas posibles, y lo ha hecho sutil, amoroso, erotico, sensorial, picaro y una montana de etceteras que se me antojan en medio del frio de Dunedin.
Un abrazote con besito en el cachete (ando carinosa hoy)
Es inevitable que cuando se habla de Amado llegue a nosotros ese recuerdo, ese aroma tan característico del cacao. Por supuesto más de uno ha soñado con Gabriela y el sabor peculiar del clavo y la canela surcando el paladar mientras se baila una sambinha y, ¿por qué no?, hasta una lambada. Salud por el abuelo.
Hablando de sueños…yo una vez soñé que me ligaba a Vera, la esposa de Kundera, y que me heredaba en vida todos los derechos de la obra de su señor…cuando desperté y vi que mi nombre no figuraba en la Forbes ni en las nominaciones al Nobel me tuve que ir a trabajar, ya que remedio pues. Saludos.
“Buenas Noches, Buena Suerte”
buen debraye señor rufian, me gustan estos posts suyos al borde de que de veras pase algo que no se atreve a pasar.
Nunca cambies!
hermosas palabras señor.
igualmente espero verlo pronto y platicar bien... mal... platicar.
un abrazo sincero y gracias por el post
Amador , me gusta más
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