martes, 3 de junio de 2008

La vejez de Indiana Jones

Entre las primeras tres entregas de Indiana Jones y la cuarta, Indiana Jones y La calavera de cristal ocurre la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica y el inicio de la era nuclear. Estos hechos conmueven a las aventuras de Jones de manera más decisiva que la vejez de Harrison Ford. Obliga a escenarios distintos, donde el héroe del látigo ya no se encuentra en un terreno tan seguro como antes.

Desde su concepción, Jones fue un héroe old fashion ceñido a la década de los treinta, en el contexto del fascismo-nazismo sobre Europa, los últimos momentos del colonialismo occidental en tierras asiáticas y africanas y la concepción de Estados Unidos como el amable custodio de los bienes culturales de la Civilización. En este tiempo también se reactiva la arqueología, con descubrimientos de objetos preciosos y sagrados en Egipto y el Medio Oriente, que el cine de su época tradujo en películas de aventuras y horror. De ahí (y de otros modelos literarios, como las novelas de Joseph Conrad, las novelas menos cienciaficcioneras de Julio Verne como La vuelta al mundo en ochenta días o Los hijos del capitán Grant, el Tarzan de Edgar Rice Burroughs o Las minas del rey Salomón de H. Rider Haggard) viene el modelo del arqueólogo-aventurero Jones. Desde estas coordenadas, Indiana es un héroe fascinante por su incorrección política, consecuencia de una sociedad que se prepara para la guerra y por eso maneja valores unidimensionales y extremos: Indiana hace trampas, pone en riesgo a sus novias, no tiene escrúpulos para asesinar a quien sea necesario y justifica con conocimiento su franca (y gringamente justificada) codicia; pero los malos son malos tan malos (nazis exterminadores, hindúes demoníacos, chinos sin escrúpulos) que en el balance moral es más fácil simpatizar con Indiana. Y de verdad simpatizamos con semejante trozo de gandalla: nos gusta su látigo, su sombrero de ala ancha, su humor cínico y su imperfección como héroe. La clave del carisma de Indiana Jones: nunca tiene nada planeado, sus ofensivas y defensivas las va “improvisando sobre la marcha”. Un académico común enfrentado con un destino vertiginoso, que por suerte siempre tiene la pistola, el látigo, el jeep o la avioneta indicados para salir avante del reto.

Pero para la cuarta entrega ocurren dos cosas: al interior de la ficción, el arqueólogo ha envejecido, y pegado al paso de las décadas, debe enfrentar unos años cincuenta que ya no lo validan. Si antes llegaban funcionarios del gobierno a pedirle consejo (Los cazadores del arca perdida), o patriarcas de humildes aldeas hindúes confían en sus habilidades para recuperar sus reliquias (El templo de la perdición), o incluso se ve legitimado por la erudición paciente de su padre (La última cruzada); en La calavera de cristal realiza su aventura a contracorriente del sistema que antes lo ha cobijado. La aventura se desarrolla en plena cacería de brujas mccarthista; se adivina una paranoia burocrática en la que el otrora héroe podría convertirse en el enemigo público número uno de Estados Unidos; hasta la escuela donde da clases, que antes validaba la acción de Indiana desde el punto de vista de la academia, ahora le pone trabas por su excesivo protagonismo.

Pero al exterior de la ficción también hay diferencias sustanciales: las formas pusmodernas de concebir un héroe van a contracorriente de la unidimensionalidad del Indiana Jones fraguado en los ochenta: Desde Burton, Batman ya está cercano a la demencia (ni se diga en el Batman inicia de Nolan), un cínico petulante puede ser paladín de la justicia (Iron man) y hasta el mismo Lucas, en su horrorosa precuela de Star Wars, sugiere la comprensión y reivindicación del malote entre los malotes Darth Anakin Vader. En este contexto, ¿se puede mantener a Indiana con su valentía simplona de flagelador de nazis y demás huestes totalitarias? Y sin embargo Spielberg asume riesgos y mantiene a su héroe en esta pureza de blancos y negros; por otro lado, la única en la que Indiana se puede desenvolver. Así, Indiana Jones permanece en el cada vez más solitario espacio del cine clásico del bien y el mal perfectamente definibles y diferenciados. El hombre del látigo no padecerá la desmitificación, la puesta en cuestión de sus habilidades e ideologías, aun a costa de convertirse en una pieza paleocinematográfica.

Un tercer elemento para atender: los ovnis que ahora debe enfrentar Indiana. Hay quienes han visto esta propuesta con recelo, sugiriendo que Indiana Jones ha sido un personaje terrestre, al que no vale la pena involucrarlo con ámbitos de la ciencia ficción y la vida en otros planetas. Pero acá vale precisar: las aventuras de Indiana están circunscritas al ámbito de la arqueología esotérica, a la revista Duda o a libros científicos-esotéricos como El regreso de los brujos de Jacques Bergier y Louis Pauwles, o El misterio de las catedrales de Fulcanelli. Es lógico que a estos misterios iniciáticos de templarios, santos griales y arcas de las alianzas se una el escenario extraterrestre. Indiana Jones no escapó de sus ámbitos comunes; los amplió.

Además, en esta incursión también se adivina una evolución de la historia del cine, que es lo que insinúa Spielberg más allá del argumento intrínseco de la saga: si las primeras tres aventuras aludían al cine de género de los años cuarenta, la cuarta película se refiere a las series B de los años cincuenta. Las primeras películas las hubieran visto los hombres que están a punto de ir a la guerra; la cuarta, sus hijos afiebrados que crearán el space opera, la ciencia ficción blanda y dura y demás imaginerías venidas del espacio. Uno de esos nuevos espectadores podría ser Philip K. Dick; el escritor en que se basará Ridley Scott para filmar el clásico Blade Runner, en el que también se hará leyenda a Harrison Ford.

Por este juego entre los años treinta impulsivos y los cincuenta conservadores, es que la escena clave de Indiana Jones y la calavera de cristal es cuando el héroe, perseguido por los malotes, se esconde en un típico pueblito norteamericano y descubre sorprendido que está poblado de maniquíes. La simbología es irónica y obvia: un personaje dinámico, intenso en sus pasiones y depredaciones, con agilidad de montaña rusa y hábil en lianas, pistolas y correrías, se topa en su última aventura con una sociedad norteamericana de maniquíes. La sociedad perfecta de la posguerra, de aspiradoras y televisiones, de refugios antinucleares y jardines bien cortadas, ya no es el fantástico universo de selvas, precipicios, brujos y jeeps de Indiana Jones. De acuerdo: Indiana ha envejecido, pero la sociedad en la que vive sus aventuras envejeció mucho más. Se anquilosó, se dejó ganar por los catálogos de Sears, olvidó el furor previo a la guerra y se convirtió en una fábrica de Kevines Arnolds.

Por eso se sugiere la necesidad de un nuevo héroe para transitar por los años cincuenta y de ahí hacia adelante. ¿Tomará la estafeta Mutt Williams, el personaje interpretado por Shia LaBeouf? Se abre la temporada de especulaciones. Pero siempre se agradece que cuando al final de la película, el mozalbete intenta tomar del suelo el legendario sombrero de Jones, éste lo ataja con una media sonrisa que parece decir: este sombrero solamente es mío. Mutt Williams tendrá que buscar otros rasgos distintivos. ¿La petulante (¿las chicas dirán cautivadora?) forma de peinar su pelo engominado de vaselina? Hasta el próximo delirio de Spielberg lo podremos saber.

PD: Más allá de los desvaríos chococríticos, acá viene la famosa lista que demuestra fehacientemente por qué Indiana Jones es mejor saga que los matrix y los estarguars y los enanos de los anillos. La suscribo por completo. ¿Alguien más?

7 comentarios:

Eric Uribares dijo...

me gustó, chale, también lo voy a nombrar Ministro de cineclubes y cosas que ver.

salú

Débora Hadaza dijo...

Me encanta Indiana Jones, me encanta, amo ese personaje, pero tu critica es ... rica, sobre todo se me hizo interesante esta parte:

"De acuerdo: Indiana ha envejecido, pero la sociedad en la que vive sus aventuras envejeció mucho más. Se anquilosó, se dejó ganar por los catálogos de Sears, olvidó el furor previo a la guerra y se convirtió en una fábrica de Kevines Arnolds."


saludos

Anónimo dijo...

Oiga, ya ni chinga, qué no ve que ya recuperamos el diccionario.

Saludos.

Anónimo dijo...

Chale, vine a poner mi queja y luego, por accidente, leí su post. Eso es leer, chingao.

Defeña Salerosa dijo...

Ya te lo había dicho. La mejor trilogía en la historia del cine (para mí), no es ESDLA, ni star wars, ni matrix.

Es "Nosotros los pobres".

Cómo buena trilogía tuvo un comienzo sublime, una segunda parte memorable y la tercera olvidable.

"Amorcito corazón, yo tengo tentación, de un beso..."

"uuuuy qué fufurufo"

"voooooooooy"

Rax dijo...

Ah, qué reseña tan disfrutable.
Mil gracias :)

DEVA dijo...

De acuerdo. Indiana Jones no es Mel Gibson, pero es que me rompió el corazón, aunque siempre termino perdonándolo. Un abrazo!