El momento más emotivo de la -hasta ahora- trilogía de Toy Story ocurre cuando se cuenta la historia de la Vaquera Jessie y su dueña Emily, esa historia de amor entre la niña y su juguete que termina cuando la niña crece y la muñeca queda arrumbada bajo la cama. En ese momento ocurre lo que tanto cuidan evitar los pedagogos y creadores infantiles políticamente correctos: que los espectadores -se asume, en mayoría niños- conozcan el dolor. El dolor de la pérdida, del abandono; el crecimiento y la incertidumbre por el paso del tiempo. Ahí está la verdadera clave del éxito de Pixar, en no tener miedo a ser cruel con tal de contar cabalmente una historia. Se me ocurre que ese pequeño cuento, inserto en la segunda película, tiene el equivalente emocional de muchos otros momentos dolorosos para los infantes, como la muerte de la mamá de Bambi, del papá de Simba, o en la televisión teledramones del tipo de Remi (tanto moridero, en retrospectiva, hasta causa risa) o la famosa caída del caballo de Anthony en Candy, Candy. Más que la muerte, lo que congela es la orfandad, no sentirse apoyado por aquella figura de experiencia (figuras paternas, mentores) y atisbar la urgencia de tomar decisiones propias y crecer. No extraña que entonces, el antídoto al dolor de las pérdidas sea la amistad. Por eso importa tanto la declaración de principios entre Buzz y Woody hacia el final de la segunda cinta: si los tiempos cambian, si su dueño Andy crece y ellos dejan de ser necesarios, la única certeza que conforta es saberse unidos para enfrentar el reto.Toy Story 3 parte de esta premisa. Andy crece, los juguetes han sido arrumbados y surge el momento de darles un nuevo destino. Sigue lo que ya se sabe: un poco equívocos y otro poco corretizas, Buzz en tono ridículo y Woody recomponiéndole la plana, la mayoría de los chistes buenísimos y mucho más los que tratan de Barbie y Ken. Se atisba un tema dejado al garete: una sociedad clasista de juguetes, con tendencias gangsteriles, obvios enemigos del grupo protagonista. Y hay un buen momento en la trama, la fuga de los juguetes de la guardería-reclusorio, que podría semejar fragmentos de películas de espías o robos de banco, al estilo Ocean´s Eleven o Misión Imposible. Pero más allá del gran espectáculo visual, esta tercera parte no hace sino alargar el cuento de Jessie y Emily. Por supuesto, los resultados son conmovedores y son varios quienes apresuran el lagrimeo ante esta despedida de dos horas del adolescente Andy. Pero quien se haya abismado con conciencia en la orfandad que causa la historia de la vaquera y su dueña, encuentra diluida esta variación del tema en dos horas. Lo conmovedor de aquello aquí es lacrimógeno, lo revelador del cuentito acá se hace reiterativo, y claro que es efectivo, pero no iluminador.
Toy Story 3 es una buena película y colma las expectativas. Pero no es una gran película, como su antecesora. Ojalá hasta ahí quede el gran cuento de Woody y Buzz y Jessie y demás alimañas. Sería triste atestiguar su agotamiento en una cuarta parte.






