jueves, 20 de agosto de 2009

Alta traición 2009

“Parece que la parte más difícil es hablar bien de México. Hablar mal del país es para muchos no sólo es un esfuerzo cotidiano, hasta de eso viven, diría yo."
El enanito


Con el permiso del José Emilio Pacheco:

Felipe:
No amo tu patria
Su mediocridad guadalupana
es repugnante
Pero (aunque parezca que consumo droga como Michael Jackson y que por ende no creo en dios)
daría la vida
por diez cantinas suyas,
ciertos bravucones que viven con gastritis por tolerar tu Vive México insufrible,
congales y antros donde se fuma clandestinamente,
revistas que a pesar tuyo dicen lo que se les hincha el güevo
(no hablo de ti, Chilango) (ni de tí, Líderes mexicanos) (ni de, ni de... carajo, alguna revista ha de servir),
una ciudad gris y monstruosa porque toda belleza se le va en pagarte tu pinche IETU
varias figuras que siguen existiendo a pesar de tu reinterpretación de Tu Historia,
meseras argentinas de la Condechi,
--y los tacos de Don Carmelo.

Y tristemente no gano plata pergeñando necedades como ésta. Ojalá pronto. Ojalá.


viernes, 7 de agosto de 2009

One Million Died to Make This Sound



Ya, viejo, ya no estamos en edad de soñar sueños de niños, ni, acaso, nuestro estado civil
es ya el más propio para esto de andarnos con Jesús por los rincones, y contándonoslo.
Efrén Hernández. "Sobre causas de títeres"

Nomás no se me ofenda, compadre, pero le comento: no hacían falta tantas palabras encima del sonido para explicar de qué va una canción. Sobre todo en esta madrugada tan llena de entendimiento no conversado, con Lilians concentrada en algo tortuoso que no desea revelar, con Olga convaleciendo del cruce entre la mota y la chela, que quiere decir convalecer del cruce entre preguntarse quién es ella y quién querría ser, con dos o tres fantasmas más, mezquinando el penúltimo cigarro y exprimiendo gotas de cerveza de las botellas; cuando todo es tan claro y preciso, como en este momento, de verdad no hace falta explicar tanto.
Hubiera bastado decir Escucha Esto, play al ipod y confiar. El título ayuda: One Million Died to Make This Sound. Estuvo de más glosar que se trata de un homenaje a todos los rockeros o instrumentistas, o virtuosos malogrados o mediocres con esperanzas, que se han ido a la mierda para que el sonido adquiera entraña y ayude a agonizar. No limite la desolación a los músicos, compadre, que la música también la hacen la gente que la escucha y la reconstruye con sus azoros individuales.
Usted habla, compadre, y yo pienso en otros tiempos en que otros me inculcaron sus hallazgos. Pienso en Edgar, quien juró que cuando entraba el requinto de David Gilmour sobre la base añeja de Wish you were here, era como si te inyectaran en las venas una dosis letal de añoranza que se quedaría en el cuerpo de una vez y para siempre; o pensaba en la arrogancia vital de Martín, no diré nada, dijo, puso el disco y barruntó la guitarra de The Edge como nunca se había escuchado antes: es Zoo Station, baby; bienvenido a los noventa, baby; y devotos oímos la voz de megáfono de Bono, ready for the laughing gas, y eso queríamos de grito de batalla para -quién iba a decírnoslo- una guerra timorata y llorona (¿o de qué otro modo describir a los noventa?); también pensé en Ana Paula, ambos en su cama y su grabadora de sonido opaco y así eran más tristes Nito Mestre y Charly García; escuchá: unos pibes se quieren pero no pueden reunirse, y ahora imagina, los milicos los separan pero ellos saben que siempre estarán juntos, y Rasguña las piedras era amorosa pero también tenía rabia, si mirás La noche de los lápices sentís la vergüenza de darte cuenta cómo fueron las cosas.
Cómo le explico, compadre, que ellos sólo dijeron eso y después me sumieron en sus canciones que también eran sus pensamientos, que no necesité que argumentaran acorde tras acorde, como ahora usté que me hace notar los violines torturados, los chelos obligados a la estridencia amarga, la voz horrenda de Efrim Menuck, "la voz más horrenda que jamás hayas escuchado", la intención de degradar el sonido porque así se ilustra mejor a los músicos muertos, y la peda era tanta que yo lo extendía: porque quienes ahora escuchan también han muerto, ¿por qué no me deja escuchar y entenderlo? Porque entonces miré a Lilians, tan ensimismadamente muerta; y Olga y su palidez enferma, que era lo que seguía de estar muerta; pero además retrocedí a los otros escuchas, a mi vida al lado de esos escuchas, ¿me concentro en los coros o en la soledad en que me han dejado los muertos? Porque Edgar atiende una tienda y cuando tiene tiempo libre revisa ansioso la música que creó a medias, porque Martín hace castings galantes y revisa las cualidades histriónicas de un par de tetas, porque Paula cuida a los nenes, y tan dura y clara que sabe ser Paula: dejá de joder con los recuerdos, conseguite una mina que ordene tu casa que de seguro es un quilombo, de esto va la vida y qué se le va a hacer; ¿cuál vida, valdría preguntarse?
Y es que entre la cháchara que está soltando, compadre, y lo que veo tan tirado en el departamento, y lo que pienso tan abandonado en la memoria, resuelvo que usté ha querido compartirme esta rola machacona y desgarbada para hacerme entender que ha terminado Mi Tiempo; tal vez entonces me queda claro por qué usté no se permite el silencio, por qué me ayuda a no enfrentarme a la intemperie del sonido; usté habla y habla para no dejarme entender que esta rola es una elegía en la que yo soy el verdadero muerto. Cadáver lleno de canciones, de personas que me hacían escuchar sus canciones, de espíritus difuminados que sólo han dejado lo contundente de su ausencia, mientras los otros fantasmas, los del presente, apenas y hacen caso de mis exequias, tan concentrados están cada uno en vigilar sus propias muertes.
Entonces reculo: mejor hable, sí, siga hablando, compadre, que las palabras sobre las palabras también esconden, evaden, disuelven el asombro de enfrentar la muerte. De millones de palabras muertas también se hace el sonido. El que se escucha hacia adentro, angustiado, cuando se sabe que ya ha corrido demasiada agua bajo el puente y uno nunca aprendió a refrescarse en ella.

PD: La rola es de A Silver Mount Zion.

lunes, 27 de julio de 2009

Escritura irresponsable

1. Lo más fácil --el resúmen ejecutivo de este post-- es aceptar que necesito --me urgen-- unas vacaciones. Pero si alguien quiere complicarse la vida leyendo, entonces:

2. Estoy colmado, ya no puedo juntar dos frases y que suenen coherentes. Y aún faltan dos textos (urgentes) y otros cuatro para ir sacando en la semana. Odio todos en la misma proporción.

3. Sobre todo, odio ser profesional. Ya intenté explicarlo en otro post pero creo que el tema se desvió hacia alguna historieta divertida con una chica genial. También no tenía muy claras las cosas. Ahora tampoco pero insisto: profesional me suena a competitividad, a compromiso empresarial, a todas esas palabras que usa... claro, sí, el panismo, el neoliberalismo productivo, el enanito bravucón de Los Pinos y su diabético obeso de Hacienda y el hombre ese que acaba de renunciar al PAN y que nadie nadie --pero de verdad que nadie, creo que ni su madre-- tenía en buena estima. Y claro, profesional me suena a ese tipo de gente, me suena a carroña, me suena a destazarse por tener poder, mejor sueldo, ser ejemplo a seguir, sentirse bien con uno mismo (como con el yogurth pero distinto), presumir una oficina con vista al Zócalo y al Castillo de Chapultepec. No es que me haga el hippie que crea en la paz y el amor y que el mundo resultaría mejor si en vez de competir nos uniéramos en un abrazo fraterno. Eso tampoco existe. Pero de las cosas inútiles, la más inútil es grillarse mejores escritorios en las oficinas. Y el feliz reto que obligue a desvelarse armando power points hasta las cinco de la mañana.

4. ¿Ya va siendo hora de hacer un elogio sistemático y enérgico de la güeva, no? No del ocio, pálido hermano de la invasiva, esclerótica y cancerígena güeva; el ocio, eufemismo de oficinista, el bien educado tiempo muerto para recuperarse sanamente de los esfuerzos de la jornada y juntar las energía necesaria para derrocharla al otro día con la mayor rentabilidad. Yo pienso en la güeva güeva, tres días en casa viendo pelis y engordando con nachos, hacer lo mínimo indispensable para sacar tres pesos y largarse a las chelas a eructar y a ver las nalgas de las meseras y a decir estupideces; languidecer con una novela gorda en un parque con deportistas comprometidos con su cuerpo y con su psique. Güeva, autodestrucción por inercia, se me acabaron las chelas pero está tan lejos el Oxxo, ¿cómo le hago para que alguien vaya a conseguirlas por mi?

5. Lo anterior no servía para nada pero era necesario. Ahora bien: si me caga lo profesional, me caga al doble la llamada escritura profesional. Lo mismo la de revistas y catálogos y guiones corporativos (y no se engañen: las telenovelas y los sit coms y los culturales de Azteca y Televisa también son guiones corporativos), que la escritura profesional culturalosa, aquella que reparte tiempos entre redactar cuentos y novelas y ensayos funcionales y enterados, y recitar opiniones valiosas sobre los cien años de Ignacio Manuel Altamirano, los trescientos años del natalicio de Juan Rulfo y el 341 aniversario de la publicación del Sí de las Niñas. No sé cómo le hacen los escritores profesionales para saber de todo eso; cómo logran ser tan atinados para precisar el marco histórico y resaltar la pertinencia contemporánea de tanto escritor tan bien nacido y tan importante, aunque sus libros ya no sirvan para nada (¿o les cae que todavía sirve para algo la Navidad en las montañas?)

6. Ya sé que es demasiado romántico y miserable pero entonces veo con nostalgia al bueno para nada de Fernando Pessoa saliendo de su chamba infumable de traducciones comerciales y enredándose con sus heterónimos para sacar los poemas que ahora musicaliza Madredeus. Causa envidia saber que su escritura no tenía futuro ni pretensión de reconocimiento ni esa necesidad enfermiza de figurar en un catálogo de literato valioso. La discusión era con él mismo. Corrijo: con los varios él mismos que eran él mismo. ¿Por eso habrá sobrevivido al anonimato, porque con él le bastaba y sobraba para discutir?

7. Escritura profesional: eficiente, sintética, elegante, precisa, contundente, expresiva sólo hasta donde la traducción lo permita, limpia de excesos lingüísticos (eres lo de anteantier, vampiro de la colonia Roma), tan limpia como un pañal de bebé antes de ser embarrado con caca. Más nítida que un litro de agua Evian, más ergonómica que un edificio de Santa Fe, más escrupulosa que una respuesta de empresario exitoso que ruega para que no le cuestionemos sobre la contaminación de su negocio a los arroyuelos donde ya no hay pastores (nomás narcos). Bellatin y Volpi se burlaron eruditamente del arcaico exceso de palabrejas latinoamericanos en un ensayo que nunca supe dónde quedó. En contra, Daniel Sada muchas veces peca de ilegible. Pesaroso: ¿apostarle al mínimo caló significa ser patiño de un mamarracho de noticiero matutino, como el pobre Armando Ramírez con el fascista de Esteban Arce?

8. En un café de hace siglos, Juan Manuel me decía que prefería la escritura casi automática, escribir y escribir sin pensarlo mucho, vomitar renglones de frases impresionantes y después dejar así el texto porque era su expresión genuina, porque mover una coma o tres adjetivos traicionaba la naturaleza original. Yo me reí de él tres años, hice el elogio de la corrección, semejé la tachadera como la perfección en un grabado de Durero, la corrección de un texto se vuelve un problema casi algebraico, remendar un párrafo flojo es resolver un trinomio cuadrado perfecto y deshacerse de tres oraciones demasiado explicativas es como simplificar silogismos y llegar a La Verdad Lógica vía procedimiento del absurdo. Ahora pienso en lo que dice, ya no lo censuro del todo. Claro, el riesgo son las parrafadas ociosas que no llegan a nada (Fernando del Paso: no te pongas del todo el saco). ¿Hasta dónde se corrige y hasta dónde no?

9: Corrección: consecuencia para que el texto brille, no obligación para que el texto no exista de tan transparente. Y en el oficio, remiendo talachero para que el editor crea que uno sí aspira al profesionalismo, a la eficacia en la redacción.

10. Extraño la redacción automática de diez páginas seguidas de sandeces. Sin número de caracteres, sin buscar el efecto serio-chacotero-irónico-enterado-contemporáneo-iconoclasta. Escritura así, sin más. Otro día con más ánimo jalo el lápiz rojo y tacho el 80% de ese exabrupto. Ahora que surja la tensión necesaria, más allá de buenas o malas frases, de construcciones eficientes o digresiones excesivas, del personaje estereotipado o del matiz que lo eleva a la originalidad. Pero me queda claro que esa escritura irresponsable no suele llevar a algo bueno. Pero me queda claro que la escritura escrupulosa también podría pecar de impersonal, la ostentación del conocimiento gramatical del autor, no importa que adolezca de verdad.

11. La solución del mediocre: el término medio. La solución de la angustia: la tensión. Un buen texto no es equilibrado. Un texto que sirva debe pelearse consigo mismo, entre su gracia y su exceso, entre su sutileza y su tosquedad, entre su concisión y su propensión a desviarse. De acuerdo, estoy ejerciendo el sofisma del exabrupto. Regreso a la academia: púlele, cuídale. Lo que sí me da escalofríos y a lo que me niego: pensar que un texto debe ser un homenaje sumiso al lenguaje.

12. Y ya, otro día le sigo o me avergüenzo de esto. Ocurre que quería descargar un poco (quesque también para eso son los blogs, ¿no?). Vuelvo a mis pendientes.

13. En síntesis: necesito unas vacaciones.

domingo, 5 de julio de 2009

Zapatos de mujer

Si ves a una mujer con unos zapatos hermosos, escotados, de correas, de finos tacones, no necesariamente altos aunque sí sugestivos, y ves sus pies morenos blancos o sonrosados dócilmente sujetos por la horma y los broches, desconfía, tal vez no sea tan hermosa la mujer ni tan espléndido su porte ni tan puros sus talones, mejor admira el mérito fetichista del diseñador del calzado, que supo recrear el espejismo erótico que después ella tan bien reconoció en el diálogo íntimo que tuvo con la vidriera de la zapatería.
Si una mujer, a pesar de sus insulsos tenis, destaca por su garbo, el movimiento de su cabello y la cadencia de su paso, ahí sí se vale que la imagines con hermosos zapatos y que le redactes acrósticos enfebrecidos, le cantes lamentos los días de luna llena y todas esas cosas insufribles con las que tanto se nutre la mala literatura.

miércoles, 1 de julio de 2009

Sobre Spielberg y Lucas

(...) Lucas y Spielberg lograron que el público de los setenta, muy intelectualizado tras años de alimentarse de películas europeas y del Nuevo Hollywood, regresara a la sencillez de la Edad de Oro del cine, anterior a los años sesenta, la era que Lucas tan bien había celebrado en American Graffitti. Atravesaron el espejo pero hacia atrás, con películas que eran el polo opuesto de las rodadas por sus colegas del Nuevo Hollywood. Como Kael fue la primera en señalar, infantilizaron al público, reconstruyeron al espectador-niño, y lo abrumaron con sonido y espectáculo, eliminando la ironía, la afectación estética y la reflexión crítica. La guerra de las galaxias volvió a trazar tan radicalmente el paisaje del cine popular, haciendo del futuro un lugar seguro para sí misma, que en 1997 la trilogía se repuso en dos mil salas y recaudó doscientos cincuenta millones de dólares. El reestreno simultáneo de El padrino, una película infinitamente mejor, palidece en comparación con las recaudaciones de la trilogía. Somos hijos de Lucas, no de Coppola.
Para decirlo de una manera sencilla, el éxito de La guerra de las galaxias, junto con el fracaso de New York, New York, significó que las películas que hacía Lucas (y Spielberg) reemplazaran a las que hacía Scorsese, quien afirma: "La guerra de las galaxias era lo que se llevaba. Y Spielberg. Nosotros estábamos acabados." Y Milius: "Cuando estaba en la USC, la gente corría a ver Blow-Up, no iba al cine a sentir las emociones de un parque de atracciones barato. Pero (Lucas y Spielberg) demostraron que ese filón daba dos veces más dinero, y los estudios no pudieron resistirlo. Nadie se imaginaba lo rico que se podía llegar a ser con esa clase de cine. Como en la antigua Roma. Está claro, hay que echarles la culpa a ellos." Y Friedkin: "La guerra de las galaxias barrió con todo. Lo que ocurró con esa película se parece a lo que hizo McDonald's cuando se consolidó: la gente olvidó el sabor de la buena comida. Ahora estamos en un período de involución. Todo ha ido para atrás, vamos hacia un enorme agujero que lo aspira todo."

Moteros tranquilos, toros salvajes. La generación que cambió Hollywood.
Peter Biskind.
pp. 446-447

viernes, 26 de junio de 2009

Elegía para el rey de plástico


Pronto llegó el momento de definirse como rockero o popero, y la ortodoxia obligaba a abjurar del negro con el guante blanco. Pero al menos el año anterior pude evadir el dogma; tiempo suficiente para desgastar el sufrido LP que casi aprendí de memoria. En mi terquedad de querer buscarle entramado narrativo al orden de la canciones, se me ocurría que iniciar con "Wanna Be Startin' Somethin''" era estar y huir de la fiesta Motown para buscar algo más, para instalarse en el centro del mundo, abrevando a veces en el sonido Beatle ("The girl is mine"), en la imaginería de cine B ("Thriller"), en la androginia new wave ("Billy Jean"), para terminar en la confesión menos espectacular por lo más íntima -y pese a todo, más negra y más honesta y más hermosa- de la olvidada pero ponedora "Lady in the Life", con ese desvarío final que ahora sólo podría comparar con el desfogue-erótico-imposible del tango "Pasional".
Pero el Michael Jackson del último track de Thriller es desconocido, inútil pensar si hubiera sido un camino musicalmente más digno, porque después le siguieron canciones políticamente correctas, pobres remedos de sus hits, y al principio fue el mesianismo de querer salvar al mundo (We are the world/ We are the children) y después la revelación de un peterpanismo-pedófilo-delincuente que creó gran cantidad de chistes malos. Y se volvió tan traidor a sí mismo, tanto plástico en su nariz y en su pigmento y en sus vestuarios marciales, que no costó gran trabajo desdeñarlo y apostarle a otras músicas quesque más honestas. De año en año volvía a surgir el viejo disco y se le oía con placer culpable; después se volvió ícono y el terrible devenir del ícono es su oficio de cascarón sin sustancia; ahora me pregunto si hacía falta que se muriera para intentar hallar algún sentido debajo de tanto silicón y tanta juguetería apesadumbrada.

II
Participo del lugar común. Hago los chistes adecuados sobre su muerte en el tuiter voraz; sólo quince minutos, insistir es estar pasado de moda (todo en tuiter dura quince minutos y después pasa de moda); actualizo El Universal y el Reforma para cazar más datos inútiles; comparo la crónica de López Dóriga con la de Alatorre y una es más mala que la otra; releo el msj que me mandó mi amigo Edgar anunciando el nacimiento de su segundo hijo: Edgar también oía a Michael Jackson aunque ahora se haga el bravucón Lira'n Roll.
Ok, llevo el cliché al patetismo. Bajo Thriller y sigue la necia reproducción desde hace tres horas, y escucho porfiado a ver si conecto con la adolescencia.
Y sí, claro que conecto. En el programa Estrellas de los Ochenta (Janet Arceo y Cinthya Klitbo de conductoras) se estrenó el video de John Landis, el famoso Thriller, y sí que dio miedo, pero sobre todo sorprendió su longitud, y sorprendía más entrar a otra dimensión de lo que hasta entonces conocíamos como canciones, porque "Thriller" trascendía sus casi seis minutos hasta convertirse en cortometraje de un cuarto de hora que transformaba a Michael de novio cursi en hombre lobo en zombie: ¿ahí debimos haber entendido que su sino sería la constante transformación? Y con él llegaron Madonna y Prince, y el otro andrógino menoscabado que fue Boy George, todos ellos cascarones camaleónicos, y para acabar pronto, voy cayendo en cuenta: los ochenta como un constante carnaval de indumentarias variables, hoy calles mojadas de Blade Runner y mañana cruces herejes de la virgen y después las lencerías de la irrepetible Apollonia de Prince y vestuarios que ahora avergüenzan a l@s chochenter@s, porque avergüenza que todo era vestuario y escenografía y plastilinas de Reagan y "Money for nothing" computarizado, y en el fondo todos éramos el afro-chatito Michael Jackson, vestuario sobre pigmentación sobre cirugía para negar nuestra negritud.
Me seducen los ochenta porque crecí en los ochenta; desconfío de los ochenta por todos los ancianos que me rodean erigiendo su flaco orgullo de los chochenta. En la perspectiva veo a los ochenta como cubos de Rubick, MTV bajando a la luna, videoclips hasta el cansancio (el placer culpable de los viajes es desvelarme en el hotel, viendo en VH1 toda esa tontera de videos), David Lee Roth con hartos colores, Cindy Lauper agredía a la vista por los tantos colores, Durán Durán ha de esconderse cuando se recuerda envuelto entre tantos colores... los ochenta como década de juguete, de juguetes, de trivias con dibujos animados y eslogans de comerciales.
Que nadie culpe el peterpanismo de Michael Jackson si todos sus escuchas lo imitamos, si los chochenteros integramos una década aniñada que sobrevive sustituyendo los muñecos de Star Wars con iphones y blackberrys que de todos modos traen videojuegos. Cada vez me pregunto más si debemos estar orgullosos de todo eso.
Pero ahora me sumo a la generación, al fatalismo, a los honores que debemos rendirle al rey muerto. Despedir, en el fondo, al niño negro descontento consigo mismo. Despedir, en la superficie, al Rey de Plástico que gobernó a su Generación de Plástico. Hay una broma elaborada: si lo incineran, ¿se imaginan la humareda de tanto silicón quemado? ¿El plástico que se retuerce y queda como manchones de grasa? Extiendan la broma hacia lo tenebroso: ese mismo humo seremos, compañeros. Humo asfixiante, negro, abundante. Lamparones de grasa con olor a aceite. Y en el fondo, poca, de verdad muy poca, ceniza verdadera.

Y bueno, como era homenaje, vaya la rola que para mí vale el homenaje: