Carambola de un conflicto en apariencia lejano, la presencia de estudiantes mexicanos en los campamentos de la FARC en Ecuador propiciaron una andanada de artículos por parte de Los Periodistas Serios (estos post 2 de julio que analizan la modernidá del país con envidiable mesura y deslumbrante sentido común), cuestionando la labor de la universidad pública, en específico de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. De estos textos, el más tristemente célebre fue el de Carlos Mota, "¿Quién quiere estudiar filosofía en la UNAM?", publicado el 6 de marzo en el periódico Milenio. Lo torpe y limitado de su argumentación, la fragilidad de sus ejemplos, lo fatuo de su (i)lógica y lo tendencioso de sus conclusiones, han resultado blanco fácil para réplicas, protestas, condenas, burlas, parodias y confirmación de principios. O en castellano más simple: Mota se puso de a pechito para que le cayera, no lo duro, sino lo tupido de la garra puma. Pero no sólo los estudiantes y maestros de la UNAM se lanzaron contra el tinterillo; alumnos de otras universidades públicas y universidades privadas, intelectuales ajenos a la universidad, desertores o librepensadores, participaron con posts que han ido de lo visceral a lo lúcido, del sarcasmo al desdén, de revisar su pobreza de redacción a parodiar su (de alguna manera hay que llamarle) ideario.
A veinte días de que se publicó el artículo de marras y se apuraron las respuestas, queda la impresión de que lo más importante del acontecimiento ha sido la buena cantidad de textos que abordaron el Motagate. Pocas veces recuerdo una participación tan copiosa de los blogueros sobre un tema en específico, que les atañera tan íntimamente. Obvio, se ha comentado en bloque la Guerra de Irak, las elecciones federales, la Decepción Nacional de Futbol, algún concierto rimbombante (¿Police?, ¿Soda?), pero eran "agendas de interés general". Sobre asuntos más locales, si acaso recuerdo el apoyo a los escritores Gerardo Sifuentes y Epigmenio León cuando los entambaron, o más festivo, el famoso video de Edgar ("ya güey, ya güey") cayendo al arroyo. Pero ahora, estas respuestas al artículo de Mota surgieron de manera espontánea, abierta, sin línea política o ideológica alguna (por ejemplo, lo mismo hay quienes excusan la presencia de los mexicanos en Ecuador, o quienes la condenan, pero no por eso lo asocian a la misión de la universidad), sin otro fin que reivindicar las profesiones y los ejercicios propios de las carreras humanísticas, y de la rabia primera se han ido convirtiendo en una colección de miradas hacia las muchas vertientes del trabajo intelectual emanado desde la FFyL-UNAM.
Las respuestas a Mota se antojan para editar una antología que, de paso, ofrezca una buena gama de reflexiones sobre la labor de las carreras sociales y humanísticas, vistas no desde una perspectiva académica o formal, sino desde la coyuntura "periodística" (los posts contra Mota fueron, a su modo, columnas de diario que reportaban y comentaban la nota), con argumentaciones sólidas, juegos de humor, lirismo o pasión, según la vena de cada autor.
De acuerdo: muchas respuestas son reiterativas y no todas tienen la misma calidad. Pero las más afortunadas rebasan la protesta o el insulto, y sugieren puntos de discusión que se irán haciendo cada vez más necesarios. Porque aquí sigue una realidad siniestra: el artículo de Mota, y otros menos obvios, no dejan de compartir esta tendencia de desprestigiar a la FFyL-UNAM y los planteamientos intelectuales, sobre todo si son críticos al libre mercado, al “tesoro en el fondo del mar” y demás consignas que se irán convirtiendo en signo de nuestros tiempos, en los que los politólogos de elite se autoerigen como ideólogos de la modernidá global y la competitividá (Cfr. cualquier programa de análisis de Televisa o Azteca), en los que la cultura se confunde con entretenimiento (Cfr. el Pueblo Polinesio de Gregory Colbert en el Zócalo) y la filosofía con estrategias de management (Cfr. al Carlitos Mota de nuez).
Carlos Mota escribió su artículo para escandalizar y conscientizar (es un decir) a sus lectores-entrepreneurs; el tiro le salió por la culata y en realidad movilizó a una nutrida tropa de humanistas que empezaron a generar ideas alrededor de la utilidad de su labor. Si la hipotética edición de estas Respuestas a Carlos Mota se antoja pertinente, más importante sería aprovechar el impulso rabioso y lúdico de los blogueros para generar debates sobre la necesidad de las ciencias sociales, la filosofía y el quehacer intelectual, en estos tiempos con tanto marketing y estadística.
Por irónico que parezca, habría que agradecer la publicación del panfletito de Carlos Mota: involuntariamente ha despertado ideas y posturas que urgían cimbrar.
PD: Soy remalo para las artes del hipervínculo, pero intento al menos éste, hacia el blog de chilangelina, que además de dar una de las respuestas más emotivas, hace ligas a varios posts que tratan el tema.
Y PD2: Capaz y porque uno está más cerca de estos ranchos pumas, pero no he encontrado posts que defendieran el artículo de Mota. ¿Alguien conoce alguno? Sería interesante integrar al debate las posiciones de quienes estuvieran de acuerdo (si los hubiese) con él. Aunque sea para seguir haciendo hígado y redactando protestas. ¿Neta les cae que sí quieren seguir estudiando filosofía en la UNAM?
jueves, 27 de marzo de 2008
Las respuestas a Carlos Mota
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panfletos mesiánicos
martes, 25 de marzo de 2008
Impuestos
Parte de la rabia de pagar impuestos está en que nunca los imagino usados en lo que nos enseñan los comerciales de los gobiernos. Nunca pienso que sirven para mejorar la red carretera, o subsidiar el seguro social de algún famélico obrero, o llenar de relucientes pupitres la escuelita rural situada en lo alto de una colina verde y soleada.
Como si fuera el sobre con el premio de Willy Wonka, imagino cómo el dinero que me arranca Hacienda (y pienso en específico en mis billetes y mis monedas, las mismas que yo le entrego de mala gana al cajero del banco) viaja por un banda elástica, pasa de despacho en despacho, de cuenta en cuenta, de oficina en oficina, hasta llegar a las carteras de los funcionarios públicos que más me repugnan, y que les ayudan a saciar sus caprichos más indignos.
De esta manera, con mis impuestos la mujer de Zedillo se curó las hemorroides, Vicente Fox adquirió la bombita para curar la impotencia que anunciaba Andrés García (y no le sirvió maldita la cosa), el Jefe Diego estrenó un kit de sirvienta con ligueros para impresionar a aquella novia a la que le hizo la carretera del amor, Elba Esther se hizo un restirón más en su rostro macabro y Josefina Vázquez Mota pagó un tallercito de redacción para escribir la segunda parte de esa cosa de "hazme viuda por favor".
Ahora, con el gobierno actual, mi bilis se acrecienta al imaginar que de mi dinero (mis billetes y mis monedas) se paga las indigestiones, las diarreas y el control de la diabetes de Cartens, la limpieza del inodoro donde Calderón vomita su alcoholismo crónico y los chichifos que Mouriño contrata para divertirse cuando no sale en la revista Quien, o cuando no tiene que entrarle a la real politik de los contratos de Pemex tan cándidamente firmados. Ahora que se apareció el nuevo despellejamiento vía IETU, mi rencor se ha obsesionado con las tiendas de sex shop donde Calderón y Mouriño deben comprar sus juguetes eróticos para pasarla bomba. Miro dildos, aceites, disfraces fetiches, chocolates de broma, esposas de peluche, látigos y capuchas de cuero, e imagino qué elegirán, con qué baby doll se sentirá más ardiente el preciso de a de veras, qué tipo de medias favorecerán más a las piernas del niño Mouriño, con qué brazaletes de velcro se les antojará invitar a Peña Nieto y a Beltrones a jugar. Y veo mi dinero pagando alguno de todos estos artilugios, y a la tropa de locas preparando entusiasmados su convite, y la gran noche a costillas mías, y brindis lascivos, y fantochadas carnavalescas, y todos bailando I will survive con emoción concentrada, y esferas de espejos dando look travoltiano al salón principal de Los Pinos, y charolas de canapés y botellas de vino derramadas a todo lo largo del espacio. Pero entonces pienso las cosas al revés, que si un grupo de buenos amigos quisieran hacer lo mismo, y que si de mí dependiera financiarles una noche excesiva, lo haría encantado de la vida. Y entonces me entra la culpa: ¿por qué podrían hacerlo unos amigos y estos sujetos no? ¿Qué, no todo mundo tiene derecho a reventarse un poco? Capaz y hasta un poco de desfiguros sabatinos ayude a que estén más relajados para seguir administrando este rancho. Luego entonces, mis impuestos podrían servir como fuga para que estos sujetos no se endurezcan y nos lleven al caño, como tanto he temido. Entonces abandono el sex shop con un amargo consuelo: mis impuestos no hacen escuelas o carreteras, pero usados con fines de esparcimiento, pueden estar cooperando a contener un poco las infamias del gobierno. Flaco consuelo, pero puede ser.
Como si fuera el sobre con el premio de Willy Wonka, imagino cómo el dinero que me arranca Hacienda (y pienso en específico en mis billetes y mis monedas, las mismas que yo le entrego de mala gana al cajero del banco) viaja por un banda elástica, pasa de despacho en despacho, de cuenta en cuenta, de oficina en oficina, hasta llegar a las carteras de los funcionarios públicos que más me repugnan, y que les ayudan a saciar sus caprichos más indignos.
De esta manera, con mis impuestos la mujer de Zedillo se curó las hemorroides, Vicente Fox adquirió la bombita para curar la impotencia que anunciaba Andrés García (y no le sirvió maldita la cosa), el Jefe Diego estrenó un kit de sirvienta con ligueros para impresionar a aquella novia a la que le hizo la carretera del amor, Elba Esther se hizo un restirón más en su rostro macabro y Josefina Vázquez Mota pagó un tallercito de redacción para escribir la segunda parte de esa cosa de "hazme viuda por favor".
Ahora, con el gobierno actual, mi bilis se acrecienta al imaginar que de mi dinero (mis billetes y mis monedas) se paga las indigestiones, las diarreas y el control de la diabetes de Cartens, la limpieza del inodoro donde Calderón vomita su alcoholismo crónico y los chichifos que Mouriño contrata para divertirse cuando no sale en la revista Quien, o cuando no tiene que entrarle a la real politik de los contratos de Pemex tan cándidamente firmados. Ahora que se apareció el nuevo despellejamiento vía IETU, mi rencor se ha obsesionado con las tiendas de sex shop donde Calderón y Mouriño deben comprar sus juguetes eróticos para pasarla bomba. Miro dildos, aceites, disfraces fetiches, chocolates de broma, esposas de peluche, látigos y capuchas de cuero, e imagino qué elegirán, con qué baby doll se sentirá más ardiente el preciso de a de veras, qué tipo de medias favorecerán más a las piernas del niño Mouriño, con qué brazaletes de velcro se les antojará invitar a Peña Nieto y a Beltrones a jugar. Y veo mi dinero pagando alguno de todos estos artilugios, y a la tropa de locas preparando entusiasmados su convite, y la gran noche a costillas mías, y brindis lascivos, y fantochadas carnavalescas, y todos bailando I will survive con emoción concentrada, y esferas de espejos dando look travoltiano al salón principal de Los Pinos, y charolas de canapés y botellas de vino derramadas a todo lo largo del espacio. Pero entonces pienso las cosas al revés, que si un grupo de buenos amigos quisieran hacer lo mismo, y que si de mí dependiera financiarles una noche excesiva, lo haría encantado de la vida. Y entonces me entra la culpa: ¿por qué podrían hacerlo unos amigos y estos sujetos no? ¿Qué, no todo mundo tiene derecho a reventarse un poco? Capaz y hasta un poco de desfiguros sabatinos ayude a que estén más relajados para seguir administrando este rancho. Luego entonces, mis impuestos podrían servir como fuga para que estos sujetos no se endurezcan y nos lleven al caño, como tanto he temido. Entonces abandono el sex shop con un amargo consuelo: mis impuestos no hacen escuelas o carreteras, pero usados con fines de esparcimiento, pueden estar cooperando a contener un poco las infamias del gobierno. Flaco consuelo, pero puede ser.
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cosas terribles que ocurren
domingo, 23 de marzo de 2008
Juno
Pues sí, Ellen Page es adorable, la dirección de Jason Reitman es meritoria y el guión de Diablo Cody tiene momentos bastante mordaces. Pero...
De acuerdo, también es cuestión personal.
Juno no trata tanto de una adolescente que se come la torta antes del recreo; los posibles conflictos que pudiera tener por su embarazo prematuro (la ira de los padres, sus miedos, la segregación de su sociedad) no son tan importantes como su encuentro con los posibles padres adoptivos de la criatura que engendra. Ahí está el meollo de la historia, en el encuentro generacional entre una chica de dieciséis años, de la era ipod y el escepticismo carnavalesco del siglo XXI, contra una pareja formada en la desolación del grunge, finisecular, insegura, intentando ocupar su sitio en el mundo con demasiados titubeos.
En esta premisa es donde el guión engaña (o donde yo me quedo con un palmo de narices machín-retrógrada-peterpanesco, según lo que el anzuelo feminista quiera pescar): los padres adoptivos son una pareja clase media alta que viven en un bonito suburbio gringo. Mark (Jason Bateman) intentó ser rockero pero ahora se gana la vida con mediocres singles para comerciales y Vanessa (Jennifer Garner) no recuerdo, pero por la pinta parece tener un buen puesto ejecutivo en alguna de estas compañías de rascacielos copetudo. Vanessa es una mujer nerviosa, neurótica, obsesionada con tener a su bebé, aunque de pronto parecería que lo quiere para completar la sala perfecta, el comedor cute y el cuarto vacío de la parte alta de la casa. Mark comparte su entusiasmo, aunque no tanto: su apoyo es de estas muestras de solidaridad que se tienen con la pareja, no porque uno desee lo mismo íntimamente, sino porque la otra persona lo desea con fervor. La primera impresión de Juno (y de uno acompañando a Juno) es que a pesar de ser la pareja perfecta, también muestran las fisuras de un par de "adultos contemporáneos" incapaces de afianzarse en las realidades de sus treintaytantos. Juno de inmediato se hace afín a Mark. Juntos discuten si 1977 o 1993 fueron el "mejor año del rock". Mark le quema a Juno discos de Sonic Youth y la hace ver una de las películas de horror más tremebundas de toda la historia del cine. Cuando Vanessa llega a casa, se hace la tensión y el mundo agradable de las referencias musicales y cinematográficas se transforman en una tensa conversación polite.
En este primer mensaje de película, parecería que las simpatías van hacia el desparpajo de Mark, mientras se desconfía de la rigidez y la neurosis de Vanessa. Pero más adelante, Mark confiesa no estar preparado para ser padre y Vanessa lo mira desencantada, sabiendo que está perdiendo la gran oportunidad de su vida. Juno atestigua el enfrentamiento de la pareja y toma una resolución, tras revisar la decisión de Vanessa contra las vacilaciones de Mark. Vanessa se queda con el niño, a pesar de divorciarse del hombre-pusilánime-incapaz-de-crecer. En la pared donde Vanessa esperaba poner la primera foto familiar, está el mensaje que Juno le escribió para afianzar el pacto: "si tú quieres seguir adelante, yo también quiero" (o algo así).
Hay dos momentos de Mark con los que me identifico. Primero, cuando explica que toda "su vida" (sus guitarras eléctricas, sus cables de música, sus amplificadores, sus discos) quedaron constreñidos a la parte más reducida de su casa, y la segunda, cuando se lamenta porque lo que a él le importa sigue en cajas: comics, libros, retazos de la juventud perdida. Me quedo con esa idea triste de que las cosas importantes deben guardarse para dejar lucir la decoración de una casa linda e impersonal. Y con ello va la actitud de vida: quien hubiera batallado por perseverar en la música se casa y deja sus sueños en cajas. Y secuencias después, cuando Mark se declara incapacitado para ser padre, la guionista lo abandona con su incompetencia, mientras se centra en la resolución de Juno y la "valentía" de Vanessa.
El público, por supuesto, se engolosina con los sarcasmos de Juno, su cándida historia romántica con Paulie (Michael Cera) y le causa alivio saber que el bebé queda en las ansiosas manos de la profesional Vanessa. Y en un álgebra de valores profamiliares, se desentiende del personaje masculino, como una suerte de castigo por haber evidenciado inmadurez.
La falta de final para el personaje de Mark genera un mensaje excluyente, que da más importancia al rito de la maternidad que a las dudas de Mark. La película se revela entonces sorprendentemente conservadora, al subordinar cualquier duda personal ante un mito sagrado y arquetípico, como lo es la maternidad. Más importantes que las incertidumbres de los personajes, es la evidencia del bebé en camino. Provida y Chespirito podrían tomar Juno como ejemplo de una buena película "a favor de la vida". Lo curioso es que se trata de una película "indie", que en teoría busca ofrecer posturas trasgresoras de los discursos institucionales. Pero a fin de cuentas, Juno no se aparta demasiado de discursos tradicionales familiares como los de Nancy Meyers (Alguien tiene que ceder)o Thomas Bezucha (La joya de la familia). En este caso, los mecanismos son los trasgresores (los diálogos, la actitud de Juno, el ambiente progre de los personajes), pero no el mensaje final. Pero aquí, en vez de pensar en Provida, pienso en esta fauna norteamericana de hippies redimidos, que tras haberle dado vuelo a la hilacha ahora proponen mensajes de contención que parecerían exorcizar sus anteriores excesos. Parece que Cody Diablo fue antes teibolera; su mismo look al recibir el Oscar la mostraba como una persona poco convencional. Y aquí es donde vienen las hipótesis riesgosas, las de imaginar a esta exbailarina exótica como una nueva moralista que se desprende de sus tiempos de rumba y al "asentar cabeza" prefiere apostarle a los valores familiares y desdeñar las expresiones de incertidumbre, como es el caso de Mark. Con esta postura, el tema del embarazo y la maternidad se convierten en profundamente femeninos, sin permitir una exploración más importante del personaje masculino involucrado en la historia. Juno es entonces la expresión de un discurso feminista-conservador, en el que la fortaleza femenina se afianza sobre los titubeos masculinos: remedos sin voz, caricaturas sin profundización; los nuevos segregados que sin embargo siguen siendo poco atractivos para darles la menor oportunidad de expresión.
De acuerdo, también es cuestión personal.
Juno no trata tanto de una adolescente que se come la torta antes del recreo; los posibles conflictos que pudiera tener por su embarazo prematuro (la ira de los padres, sus miedos, la segregación de su sociedad) no son tan importantes como su encuentro con los posibles padres adoptivos de la criatura que engendra. Ahí está el meollo de la historia, en el encuentro generacional entre una chica de dieciséis años, de la era ipod y el escepticismo carnavalesco del siglo XXI, contra una pareja formada en la desolación del grunge, finisecular, insegura, intentando ocupar su sitio en el mundo con demasiados titubeos.
En esta premisa es donde el guión engaña (o donde yo me quedo con un palmo de narices machín-retrógrada-peterpanesco, según lo que el anzuelo feminista quiera pescar): los padres adoptivos son una pareja clase media alta que viven en un bonito suburbio gringo. Mark (Jason Bateman) intentó ser rockero pero ahora se gana la vida con mediocres singles para comerciales y Vanessa (Jennifer Garner) no recuerdo, pero por la pinta parece tener un buen puesto ejecutivo en alguna de estas compañías de rascacielos copetudo. Vanessa es una mujer nerviosa, neurótica, obsesionada con tener a su bebé, aunque de pronto parecería que lo quiere para completar la sala perfecta, el comedor cute y el cuarto vacío de la parte alta de la casa. Mark comparte su entusiasmo, aunque no tanto: su apoyo es de estas muestras de solidaridad que se tienen con la pareja, no porque uno desee lo mismo íntimamente, sino porque la otra persona lo desea con fervor. La primera impresión de Juno (y de uno acompañando a Juno) es que a pesar de ser la pareja perfecta, también muestran las fisuras de un par de "adultos contemporáneos" incapaces de afianzarse en las realidades de sus treintaytantos. Juno de inmediato se hace afín a Mark. Juntos discuten si 1977 o 1993 fueron el "mejor año del rock". Mark le quema a Juno discos de Sonic Youth y la hace ver una de las películas de horror más tremebundas de toda la historia del cine. Cuando Vanessa llega a casa, se hace la tensión y el mundo agradable de las referencias musicales y cinematográficas se transforman en una tensa conversación polite.
En este primer mensaje de película, parecería que las simpatías van hacia el desparpajo de Mark, mientras se desconfía de la rigidez y la neurosis de Vanessa. Pero más adelante, Mark confiesa no estar preparado para ser padre y Vanessa lo mira desencantada, sabiendo que está perdiendo la gran oportunidad de su vida. Juno atestigua el enfrentamiento de la pareja y toma una resolución, tras revisar la decisión de Vanessa contra las vacilaciones de Mark. Vanessa se queda con el niño, a pesar de divorciarse del hombre-pusilánime-incapaz-de-crecer. En la pared donde Vanessa esperaba poner la primera foto familiar, está el mensaje que Juno le escribió para afianzar el pacto: "si tú quieres seguir adelante, yo también quiero" (o algo así).
Hay dos momentos de Mark con los que me identifico. Primero, cuando explica que toda "su vida" (sus guitarras eléctricas, sus cables de música, sus amplificadores, sus discos) quedaron constreñidos a la parte más reducida de su casa, y la segunda, cuando se lamenta porque lo que a él le importa sigue en cajas: comics, libros, retazos de la juventud perdida. Me quedo con esa idea triste de que las cosas importantes deben guardarse para dejar lucir la decoración de una casa linda e impersonal. Y con ello va la actitud de vida: quien hubiera batallado por perseverar en la música se casa y deja sus sueños en cajas. Y secuencias después, cuando Mark se declara incapacitado para ser padre, la guionista lo abandona con su incompetencia, mientras se centra en la resolución de Juno y la "valentía" de Vanessa.
El público, por supuesto, se engolosina con los sarcasmos de Juno, su cándida historia romántica con Paulie (Michael Cera) y le causa alivio saber que el bebé queda en las ansiosas manos de la profesional Vanessa. Y en un álgebra de valores profamiliares, se desentiende del personaje masculino, como una suerte de castigo por haber evidenciado inmadurez.
La falta de final para el personaje de Mark genera un mensaje excluyente, que da más importancia al rito de la maternidad que a las dudas de Mark. La película se revela entonces sorprendentemente conservadora, al subordinar cualquier duda personal ante un mito sagrado y arquetípico, como lo es la maternidad. Más importantes que las incertidumbres de los personajes, es la evidencia del bebé en camino. Provida y Chespirito podrían tomar Juno como ejemplo de una buena película "a favor de la vida". Lo curioso es que se trata de una película "indie", que en teoría busca ofrecer posturas trasgresoras de los discursos institucionales. Pero a fin de cuentas, Juno no se aparta demasiado de discursos tradicionales familiares como los de Nancy Meyers (Alguien tiene que ceder)o Thomas Bezucha (La joya de la familia). En este caso, los mecanismos son los trasgresores (los diálogos, la actitud de Juno, el ambiente progre de los personajes), pero no el mensaje final. Pero aquí, en vez de pensar en Provida, pienso en esta fauna norteamericana de hippies redimidos, que tras haberle dado vuelo a la hilacha ahora proponen mensajes de contención que parecerían exorcizar sus anteriores excesos. Parece que Cody Diablo fue antes teibolera; su mismo look al recibir el Oscar la mostraba como una persona poco convencional. Y aquí es donde vienen las hipótesis riesgosas, las de imaginar a esta exbailarina exótica como una nueva moralista que se desprende de sus tiempos de rumba y al "asentar cabeza" prefiere apostarle a los valores familiares y desdeñar las expresiones de incertidumbre, como es el caso de Mark. Con esta postura, el tema del embarazo y la maternidad se convierten en profundamente femeninos, sin permitir una exploración más importante del personaje masculino involucrado en la historia. Juno es entonces la expresión de un discurso feminista-conservador, en el que la fortaleza femenina se afianza sobre los titubeos masculinos: remedos sin voz, caricaturas sin profundización; los nuevos segregados que sin embargo siguen siendo poco atractivos para darles la menor oportunidad de expresión.
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películas que veo
martes, 11 de marzo de 2008
Identidad
Yo no soy más que un simple camino por donde pasa el hombre que yo soy
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
Haruki Murakami
(PD: voy hacia la página 275 de la novela; en toda la primera parte, que el impasible Tooru Okada recibe las visitas de media docena de locos, cada uno con una historia extravagante, misteriosa, que enrarecen la cotidianidad más bien grisácea de Tooru, yo removía la idea stendhaliana de la novela como un espejo que ponemos en el camino; pensaba que en el caso de la Crónica del pájaro..., el espejo estaba encerrado en casa y los personajes debían encerrarse en ella para hacer allí sus "participaciones solistas", ante el testigo sin personalidad de Tooru. Pero ahora que él mismo se asume como un camino por donde pasa el hombre que él es, la metáfora de la novela se renueva. Y apenas voy a un tercio de la novela.)
Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
Haruki Murakami
(PD: voy hacia la página 275 de la novela; en toda la primera parte, que el impasible Tooru Okada recibe las visitas de media docena de locos, cada uno con una historia extravagante, misteriosa, que enrarecen la cotidianidad más bien grisácea de Tooru, yo removía la idea stendhaliana de la novela como un espejo que ponemos en el camino; pensaba que en el caso de la Crónica del pájaro..., el espejo estaba encerrado en casa y los personajes debían encerrarse en ella para hacer allí sus "participaciones solistas", ante el testigo sin personalidad de Tooru. Pero ahora que él mismo se asume como un camino por donde pasa el hombre que él es, la metáfora de la novela se renueva. Y apenas voy a un tercio de la novela.)
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libros que leo
domingo, 9 de marzo de 2008
Chinos
La intuición popular los dividió en dos clases: los chinos malos y los chinos buenos. Los malos eran los de las fondas lúgubres del puerto, donde lo mismo se comía como un rey o se moría de repente en la mesa frente a un plato de rata con girasoles, y de las cuales se sospechaba que no eran sino mamparas de la trata de blancas y el tráfico de todo. Los buenos eran los chinos de las lavanderías, herederos de una ciencia sagrada, que devolvían las camisas más limpias que si fueran nuevas, con los cuellos y los puños como hostias recién aplanchadas.
El amor en los tiempos del cólera
Gabriel García Márquez
El amor en los tiempos del cólera
Gabriel García Márquez
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fragmentos
jueves, 28 de febrero de 2008
Caballero
Un amigo se deshace de la mitad de su biblioteca, la mayoría del material sacrificado es poco interesante, pero hay historietas encuadernadas de Duda y Los agachados que agandallo sin demora. Sin embargo, lo más valioso para mí son cuatro tomos de la revista Caballero, la versión nacional del Playboy en los años setenta. Alguna vez, siendo puberto debutante, encontré muchas de estas revistas en casa de un tío universitario y, por ende, calenturiento. Más allá de las muchas y muy rabiosas masturbaciones, las revistas me gustaban porque ofrecían un enorme espectro de los intereses, las preocupaciones, las modas, las filias y las fobias de aquellos años. La revista es más interesante que sus ingenuos desnudos, trae dossieres con ensayos de Marcuse, Levi-Strauss, Sastre y José Emilio Pacheco, adelantos de las novelas de Vargas Llosa e Ibargüengoitia, entrevistas con Buñuel, Gabriel Figueroa y Fellini; caricaturas de Rius y Helioflores; entre sus colaboradores fijos están Carlos Monsiváis, Gustavo Sainz y Olga Harmony. En algún ensayo que hablaba de la dificultad de escribir la “novela total” del 68, se argumentaba que el libro Días de guardar de Monsi podía equipararse a esta novela imposible, porque la suma de las crónicas representaba la totalidad del ambiente de la época; lo mismo se puede decir de esta revista. El curioso que quisiera escudriñar a fondo en estos años, encontraría en este material más sorpresas de las que desdeñaría por tratarse de una revista galante.
Pero error mío, andaba tan entusiasta en apartar esta colección para mí, que a mi amigo le dio por revisarla. Y además de compartir el entusiasmo por su contenido, fuimos cayendo en otra sorpresa: al ver los desnudos, reconocimos fórmulas eróticas que serían extrañas para nuestra época. Por supuesto, lo obvio: desnudos ingenuos que, como por error (una gasa mañosamente acomodada, un encuadre que enfoca en primer plano una flor censora, la posición de la modelo que apenas insinúa el pubis), ocultan los sexos de las muchachas. Pero más extraño: aparecen desnudos femeninos y masculinos por igual (y Raymundo Capetillo airea sus partes pudendas al filo de una alberca). Y para agregarle extrañeza al caldo: pictoriales de parejas desnudas, haciendo sus cosas en las intimidades de sus alcobas. Claro, hasta donde la censura lo permite: se abrazan, se contemplan, se toquetean las tetitas, están recostados uno junto al otro en languidez satisfecha, acaso insinuando el post (o el momento del cigarrito). Lo curioso es el tipo de sexualidad que ofrecen estas imágenes, tan distante de lo que ahora consumimos en las revistas eróticas o la pornografía franca. Seguramente influye que son revistas muy cercanas a los tiempos hippies, a las revoluciones sexuales y espirituales, cuando el discurso medular del erotismo era el reconocimiento de uno mismo, la libertad individual y la conexión de lo carnal con lo religioso/chamánico/esotérico (lo que la gente simple llamaría pachequez).
Lo comparé con los Playboys que compré en los ochenta. Desde luego, ya no hay parejas, solamente chicas (las fotografías con parejas, incluso multitudes de parejas, las absorbieron publicaciones más explícitas, onda Hustler), y qué chicas, fue la era de las tetas impresionantes, las posiciones caprichosas en motos y autos de hiperlujo, las barroquísimas lencerías en alcobas vaporosas, como de videoclip de Madonna. La anterior fórmula sensual-espiritual se suplió por el erotismo atlético-acrobático, en el que la culminación estriba en la capacidad de los amantes de coger y coger y coger tanto como se los permitan sus excelentes condiciones físicas (o sus muy necesarios pericazos). A los noventa les habrá tocado un estilo más desolado, de chicas anoréxicas con look lolita que cautivan desde su indefensión. Después le he perdido el hilo a estas revistas: el internet ha suplido mi necesidad de imágenes eróticas, y de ahí se desprende todo lo que al morbo se le antoje: desde el “desnudo artístico de buen gusto” hasta lo más kinki (hipertetas, coprofilia, zoofilia, pedofilia), con las derivaciones caseras que terminan siendo mis favoritas, por ampliar la fantasía erótica al imaginar a mis vecinas ajustando su camarita digital para mostrar sus linduras.
El estilo erótico setentero lo ha absorbido, creo, las publicaciones new age que han hecho suya la relación sexualidad-salud-espiritualidad, en contra de los otros erotismos, que han terminado permeando los juegos pornográficos en cine, revistas, internet, canales para adultos o relatos sicalípticos. Tener las tetas o el pene grandes, ostentar aguantes o insaciabilidad de tiempo prolongado, suplieron aquella onda de roces, miradas espirituales y significativas, el-encuentro-con-otro-cuerpo-es-también-conmigo, fórmulas que ahora parecerían ñoñas pero que al mismo tiempo, cosa rara, se ven con cierta nostalgia y hasta deseo old fashion, como de chicos de secundaria que apenas inician cuando uno (desolada presunción) ya fue y vino quince veces.
Obviamente, a mi amigo le interesaron sus revistas más de lo que yo hubiera querido. Ni modo, siempre queda el consuelo de Los agachados.
Pero error mío, andaba tan entusiasta en apartar esta colección para mí, que a mi amigo le dio por revisarla. Y además de compartir el entusiasmo por su contenido, fuimos cayendo en otra sorpresa: al ver los desnudos, reconocimos fórmulas eróticas que serían extrañas para nuestra época. Por supuesto, lo obvio: desnudos ingenuos que, como por error (una gasa mañosamente acomodada, un encuadre que enfoca en primer plano una flor censora, la posición de la modelo que apenas insinúa el pubis), ocultan los sexos de las muchachas. Pero más extraño: aparecen desnudos femeninos y masculinos por igual (y Raymundo Capetillo airea sus partes pudendas al filo de una alberca). Y para agregarle extrañeza al caldo: pictoriales de parejas desnudas, haciendo sus cosas en las intimidades de sus alcobas. Claro, hasta donde la censura lo permite: se abrazan, se contemplan, se toquetean las tetitas, están recostados uno junto al otro en languidez satisfecha, acaso insinuando el post (o el momento del cigarrito). Lo curioso es el tipo de sexualidad que ofrecen estas imágenes, tan distante de lo que ahora consumimos en las revistas eróticas o la pornografía franca. Seguramente influye que son revistas muy cercanas a los tiempos hippies, a las revoluciones sexuales y espirituales, cuando el discurso medular del erotismo era el reconocimiento de uno mismo, la libertad individual y la conexión de lo carnal con lo religioso/chamánico/esotérico (lo que la gente simple llamaría pachequez).
Lo comparé con los Playboys que compré en los ochenta. Desde luego, ya no hay parejas, solamente chicas (las fotografías con parejas, incluso multitudes de parejas, las absorbieron publicaciones más explícitas, onda Hustler), y qué chicas, fue la era de las tetas impresionantes, las posiciones caprichosas en motos y autos de hiperlujo, las barroquísimas lencerías en alcobas vaporosas, como de videoclip de Madonna. La anterior fórmula sensual-espiritual se suplió por el erotismo atlético-acrobático, en el que la culminación estriba en la capacidad de los amantes de coger y coger y coger tanto como se los permitan sus excelentes condiciones físicas (o sus muy necesarios pericazos). A los noventa les habrá tocado un estilo más desolado, de chicas anoréxicas con look lolita que cautivan desde su indefensión. Después le he perdido el hilo a estas revistas: el internet ha suplido mi necesidad de imágenes eróticas, y de ahí se desprende todo lo que al morbo se le antoje: desde el “desnudo artístico de buen gusto” hasta lo más kinki (hipertetas, coprofilia, zoofilia, pedofilia), con las derivaciones caseras que terminan siendo mis favoritas, por ampliar la fantasía erótica al imaginar a mis vecinas ajustando su camarita digital para mostrar sus linduras.
El estilo erótico setentero lo ha absorbido, creo, las publicaciones new age que han hecho suya la relación sexualidad-salud-espiritualidad, en contra de los otros erotismos, que han terminado permeando los juegos pornográficos en cine, revistas, internet, canales para adultos o relatos sicalípticos. Tener las tetas o el pene grandes, ostentar aguantes o insaciabilidad de tiempo prolongado, suplieron aquella onda de roces, miradas espirituales y significativas, el-encuentro-con-otro-cuerpo-es-también-conmigo, fórmulas que ahora parecerían ñoñas pero que al mismo tiempo, cosa rara, se ven con cierta nostalgia y hasta deseo old fashion, como de chicos de secundaria que apenas inician cuando uno (desolada presunción) ya fue y vino quince veces.
Obviamente, a mi amigo le interesaron sus revistas más de lo que yo hubiera querido. Ni modo, siempre queda el consuelo de Los agachados.
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cosas terribles que ocurren
miércoles, 20 de febrero de 2008
Mariano Osorio El Comunicador
No sé qué es peor, si los comerciales del cine donde nos regañaban por adquirir videos piratas (nota para mí: no olvidar comprar las tres temporadas de House que les vi a los bucaneros de metro Zapata), o estos nuevos que promueven a Mariano Osorio como El Comunicador. Algo me estremece: celebrar su cualidad de comunicar, así, sin más. La pregunta obligada: ¿comunicar qué? ¿Comunicárselo a quien? ¿Comunicarlo para qué?
Sería más fácil desenmarañar las metafísicas comunicólogas describiendo las comunicaciones de Mariano, estas suertes de pergaminos electrónicos en los que declama los más sonados éxitos de las recitaciones populares, historias emotivas y chantajistas que nos descubren como pésimos padres, hijos ingratísimos y bribones desnaturalizados por no valorar lo sencillo de la vida y sumergirnos en falsas frivolidades de oropel. El conmovedor regaño (ah, es sabrosa la autoflagelación) remata en la obligación culposa de ser mejores personas y superarnos, no tanto en los proyectos laborales-personales-individuales (muy budista el Mariano, lo primero que hace desaparecer para ser mejor persona es el ego), sino en la comunicación eficiente con esa turba esquizofrénica conocida como familia.
El estilo Mariano es la cúspide de ese fango semiótico que comúnmente llamamos “cosas para reflexionar”, o “que te hacen pensar”. No sé por qué cuando que me hablan de poemas-películas-libros para reflexionar o pensar, siempre me viene a la cabeza la imagen de El pensador de Rodin, y siempre asocio su pose (no es novedad) con la que tenemos en el retrete al momento de la evacuación intestinal (qué redacción remilgosa-eufemística, extraño cuando sabía escribir simplemente cagar). A esto además lo relaciono con ese otro póster, clásico de mercados y estaciones del metro, del niñito en la bacinica, el rostro compungido por (imaginamos) un angustiante estreñimiento, y la leyenda: “Hasta en los momento más difíciles pienso en ti”. Ergo, siempre termino trazando una línea recta entre la reflexión reflexiva y la escatología (un Bajtin a la derecha por favor). Sobre todo con ese material hecho precisamente para hacerte pensar: Paulo Coehlo, Jalil Gibrán Jalil Gibrán Jalil Gibrán Jalil, Y tú en qué bleep piensas, Felipe Calderón Hinojosa, Deepak Chopra, Lila Downs, la película Malos hábitos, Andrés Röemer, Juan Salvador Gaviota y el último disco de Café Tacvba.
De todo esto, el producto más destilado es Mariano Osorio, porque no tiene extensiones pseudo artísticas-políticas-literarias-filosóficas, sino que es la reflexión en su reflexibilidad más reflexivamente reflexiva. Puritito y granado pensamiento, pues, y cuando se escucha su voz en alguna radio se detiene cualquier actividad. Todo es escucharlo, comprenderlo, reflejarnos en la serena sapiencia de su dicho. Juro que me tocó ver eso en un colectivo: el conductor traía los Greatest Hits de Mariano Osorio, y los cincuenta fulanos apretujados como en trance; y las palabras de Mariano cayendo como maná sagrado hacia nuestra entendedera.
Ahora vienen los comerciales de cine. Son parte de una campaña más maciza por parte de Mariano, que incluye algunos espectaculares en las calles y un profundísimo programa de Historias Engarzadas donde conocimos su vida y su camino a la sabiduría. Según entiendo, los comerciales venden la proeza del programa diario, por Stereo Joya, de seis de la mañana a una de la tarde. Y el lema, tan minimalista como lo indica lo que tiene onda, reza: “Mariano Osorio, El Comunicador”. Y entonces, en el comercial se suceden media docena de gente común y corriente presumiendo que Mariano comunica muy bien, que comunica muy a gusto, que lo que comunica ni se siente. Esta “comunicación”, entonces, se ofrece como un material en-sí-mismo, donde el contenido apenas importa. Las recitaciones de pergaminos le otorgan a Mariano una posición de sabiduría por default; alguien que dice esas cosas tan bonitas de los padres y los hijos seguramente abre la boca y en tropel se suceden las máximas, los aforismos/ seamos más alivianados: los tips que nos ayudan a tener una vida mejor.
Mi duda es qué comunica Osorio. Es decir, y comparando con otros comunicadores que han sido líderes de opinión radiofónicos –El Valedor Tomás Mojarro tenía un discurso populachero-rencoroso para alebrestar revoluciones que duraban la media hora de su programa; Jordi Soler generaba desde su mamonería protonovelista lectores beats (e Iñaqui Manero, cuando era bueno, hacía lectores dark); Zabludovsky es la nostalgia de la ciudad perdida (y del periodista que Televisa no lo dejó ser); Ferriz de Con es el oportunismo hecho noticia–, ¿Mariano Osorio qué es? Con Osorio, parece que hemos llegado al nivel en el que el mensaje es lo de menos; lo importante es la facultad de emitirlo.
No importa qué diga, o cómo lo diga Mariano Osorio; lo importante es que tiene la facultad de decirlo, y que un grupo de gente ávida de regaños suavecitos se deja flagelar-apapachar por las recitaciones de la peor madre del mundo y el por qué me quité del vicio. Comunicar a gusto, comunicar suave, es como ofrecer palabras a granel para crear ruidos de fondo que ayudan mientras se asea la casa o se sobrevive al Periférico. No importa qué se dice, importa que se está diciendo. Importa que se medio escucha. Importa que la radio no esté apagada. En el fondo de todo está el horror de sentirnos en silencio. Y la necesidad de que, desde un pergamino, descifremos la Verdad Velada tras la renta, las presiones del trabajo y el griterío caótico de los hijos.
Sería más fácil desenmarañar las metafísicas comunicólogas describiendo las comunicaciones de Mariano, estas suertes de pergaminos electrónicos en los que declama los más sonados éxitos de las recitaciones populares, historias emotivas y chantajistas que nos descubren como pésimos padres, hijos ingratísimos y bribones desnaturalizados por no valorar lo sencillo de la vida y sumergirnos en falsas frivolidades de oropel. El conmovedor regaño (ah, es sabrosa la autoflagelación) remata en la obligación culposa de ser mejores personas y superarnos, no tanto en los proyectos laborales-personales-individuales (muy budista el Mariano, lo primero que hace desaparecer para ser mejor persona es el ego), sino en la comunicación eficiente con esa turba esquizofrénica conocida como familia.
El estilo Mariano es la cúspide de ese fango semiótico que comúnmente llamamos “cosas para reflexionar”, o “que te hacen pensar”. No sé por qué cuando que me hablan de poemas-películas-libros para reflexionar o pensar, siempre me viene a la cabeza la imagen de El pensador de Rodin, y siempre asocio su pose (no es novedad) con la que tenemos en el retrete al momento de la evacuación intestinal (qué redacción remilgosa-eufemística, extraño cuando sabía escribir simplemente cagar). A esto además lo relaciono con ese otro póster, clásico de mercados y estaciones del metro, del niñito en la bacinica, el rostro compungido por (imaginamos) un angustiante estreñimiento, y la leyenda: “Hasta en los momento más difíciles pienso en ti”. Ergo, siempre termino trazando una línea recta entre la reflexión reflexiva y la escatología (un Bajtin a la derecha por favor). Sobre todo con ese material hecho precisamente para hacerte pensar: Paulo Coehlo, Jalil Gibrán Jalil Gibrán Jalil Gibrán Jalil, Y tú en qué bleep piensas, Felipe Calderón Hinojosa, Deepak Chopra, Lila Downs, la película Malos hábitos, Andrés Röemer, Juan Salvador Gaviota y el último disco de Café Tacvba.
De todo esto, el producto más destilado es Mariano Osorio, porque no tiene extensiones pseudo artísticas-políticas-literarias-filosóficas, sino que es la reflexión en su reflexibilidad más reflexivamente reflexiva. Puritito y granado pensamiento, pues, y cuando se escucha su voz en alguna radio se detiene cualquier actividad. Todo es escucharlo, comprenderlo, reflejarnos en la serena sapiencia de su dicho. Juro que me tocó ver eso en un colectivo: el conductor traía los Greatest Hits de Mariano Osorio, y los cincuenta fulanos apretujados como en trance; y las palabras de Mariano cayendo como maná sagrado hacia nuestra entendedera.
Ahora vienen los comerciales de cine. Son parte de una campaña más maciza por parte de Mariano, que incluye algunos espectaculares en las calles y un profundísimo programa de Historias Engarzadas donde conocimos su vida y su camino a la sabiduría. Según entiendo, los comerciales venden la proeza del programa diario, por Stereo Joya, de seis de la mañana a una de la tarde. Y el lema, tan minimalista como lo indica lo que tiene onda, reza: “Mariano Osorio, El Comunicador”. Y entonces, en el comercial se suceden media docena de gente común y corriente presumiendo que Mariano comunica muy bien, que comunica muy a gusto, que lo que comunica ni se siente. Esta “comunicación”, entonces, se ofrece como un material en-sí-mismo, donde el contenido apenas importa. Las recitaciones de pergaminos le otorgan a Mariano una posición de sabiduría por default; alguien que dice esas cosas tan bonitas de los padres y los hijos seguramente abre la boca y en tropel se suceden las máximas, los aforismos/ seamos más alivianados: los tips que nos ayudan a tener una vida mejor.
Mi duda es qué comunica Osorio. Es decir, y comparando con otros comunicadores que han sido líderes de opinión radiofónicos –El Valedor Tomás Mojarro tenía un discurso populachero-rencoroso para alebrestar revoluciones que duraban la media hora de su programa; Jordi Soler generaba desde su mamonería protonovelista lectores beats (e Iñaqui Manero, cuando era bueno, hacía lectores dark); Zabludovsky es la nostalgia de la ciudad perdida (y del periodista que Televisa no lo dejó ser); Ferriz de Con es el oportunismo hecho noticia–, ¿Mariano Osorio qué es? Con Osorio, parece que hemos llegado al nivel en el que el mensaje es lo de menos; lo importante es la facultad de emitirlo.
No importa qué diga, o cómo lo diga Mariano Osorio; lo importante es que tiene la facultad de decirlo, y que un grupo de gente ávida de regaños suavecitos se deja flagelar-apapachar por las recitaciones de la peor madre del mundo y el por qué me quité del vicio. Comunicar a gusto, comunicar suave, es como ofrecer palabras a granel para crear ruidos de fondo que ayudan mientras se asea la casa o se sobrevive al Periférico. No importa qué se dice, importa que se está diciendo. Importa que se medio escucha. Importa que la radio no esté apagada. En el fondo de todo está el horror de sentirnos en silencio. Y la necesidad de que, desde un pergamino, descifremos la Verdad Velada tras la renta, las presiones del trabajo y el griterío caótico de los hijos.
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