miércoles, 4 de agosto de 2010

El pasado, de Alan Pauls: la patología del discurso amoroso

Se suele comparar la experiencia amorosa con baladas obsesivas, desplantes de chick flick y consejos de amigas que nunca han amado; la gente preocupada por la salud mental la imaginan aburrida de tan apacible, asambleas de dos que ceden cierto lado de la cama y el turno para lavar trastes, negociaciones que desde las feminazis y los metrosexuales dejaron de funcionar.
¿La mejor descripción del amor? Melibea quejándose con La Celestina, va y le recita una sintomatología angustiante:

Mi mal es de coraçón, la ysquierda teta es su aposentamiento, tiende sus rayos a todas partes. Lo segundo, es nuevamente nacido en mi cuerpo. Que no pensé jamás que podía dolor privar el seso, como este haze. Túrbame la cara, quítame el comer, no puedo dormir, ningún género de risa querría ver. La causa o pensamiento, que es la final cosa por ti preguntada de mi mal, ésta no sabré dezir. Porque ni muerte de deudo ni pérdida de temporales bienes ni sobresalto de visión ni sueño desvariado ni otra cosa puedo sentir, que fuesse, salvo la alteración, que tú me causaste con la demanda, que sospeché de parte de aquel caballero Calisto, quando me pediste la oración.
Autores más modernos procuran otros cuadros clínicos para la desgracia. Desde su descuartizamiento estructuralista, Barthes lo recopila de toda la literatura conocida hasta el momento en su Fragmentos de un discurso amoroso; Cristina Peri Rossi lanza al gimoteo erótico al protagonista de Solitario de amor: hace del cuerpo de Aída una droga dura y a su amante un adicto fervoroso; Fromm dice que es arte y Rougemont lo propone como historia mística; más actual y cerebral es Alan Pauls en El pasado, recuento cruel y minucioso del fenómeno amoroso.
Pauls sugiere que una relación amorosa importante entre dos personas no termina con la disolución de la pareja, sino que como la materia
, no se crea ni se destruye, sólo se transforma. Contradiciendo a Borges, quien al inicio de "El Aleph" ve que apenas murió Beatriz Viterbo se ha cambiado un anuncio de cigarros y entonces "el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita", Pauls propone lo contrario, que las transformaciones de los individuos y lo que los circunda son mutaciones de la misma experiencia amorosa, y que todo movimiento solamente sirve para confirmar su persistencia.

***

Rímini y Sofía tienen doce años de vivir en pareja, se han vuelto una suerte de monolito sagrado para familiares y amigos, a su alrededor se ha creado un aura de confianza y respeto, porque podrá cambiar todo el mundo, menos ellos. Y sin embargo, y aquí empieza la historia, un buen día toman la decisión de separarse. Tan perfecta como ha sido su historia de amor, así de perfecto es el acuerdo que los separa, y el finiquito es tan ascéptico que Pauls peca de científico y parece haber convertido a sus personajes en ratas de un laboratorio sentimental, aislados de variables tramposas, como para revisar sin alteraciones qué ocurre cuando una pareja perfecta acuerda la disolución perfecta.
A partir de esta premisa, la novela de Pauls hace malabares en cuerda floja. Porque una lectura epidérmica encontrará un compilado de humor negro y recursos de vodevil; una lectura más reposada podrá reconocer una radiografía gélida de los amantes separados, del tenso vaivén entre el olvido y la persistencia, del falso alivio de la reconstrucción.
Pauls prefiere seguir (¿facilidad autobiográfica?) la vida de Rímini, con sus parejas posteriores a Sofía y su tránsito de la liberación a la euforia al exceso al asentar cabeza a la depresión brutal. Las tres parejas -Vera, la celosa; Carmen, la sensata y Nancy, la ninfomaniaca indiferente- operan como estadios de una misma dispersión, intentos de Rímini por superar a Sofía y reinventarse en las otras. Pero Sofía es el fundamento de Rímini, a partir de ella tiene que explicarse su historia y su presente, y muy a pesar de sus intentos por escapar, regresa a su lado, cada vez con mayor fatalidad.
De nuevo, la lectura superficial caracterizaría a Sofía como una desquiciada Alex Forrest (Glenn Close hirviendo conejitos en la moralina
Atracción fatal, Adrian Lyne, 87) y el libro bien puede pecar de ese exceso, pero se compensa por el morboso juego de deterioro mutuo: Rímini consume cocaína al tiempo que Sofía tiene de un afta en los labios y además debe tolerar a su parasitaria jefa-maestra-chamana, Frida Breitenbac; Rímini padece un "alzheimer" en los idiomas (es traductor de oficio) cuando Sofía muestra su aspecto más deplorable; y la lamentable, por anodina, rehabilitación de Rímini, coincide con la fundación de Sofía de un grupo de autoayuda mediocre, de mujeres que han amado demasiado (como farsa de bestseller de superación), remedo de las enseñanzas de la gurú Frida.
Pues lejos de la idea del amor como aprendizaje y sublimación, Pauls lo caracteriza como enfermedad y deterioro. El discurso amoroso según Alan Pauls distorsiona valores románticos hasta hacerlos decadentes. Como si se tratara de una enfermedad crónica, el amor desgasta, amenaza, se conserva en estado latente y reincide cuando se pensaba superado. El único amor perfecto tendría que ser oficio de adolescentes y no un recorrido saludable hacia la madurez; al menos eso parece reclamar la vampiresca Frida cuando, moribunda en una cama de hospital, vuelve a ver juntos a Sofía y Rímini, sin saber que cada uno trae su propia historia (Rímini justamente está a punto de ser padre con Carmen) y les reclama que hayan crecido:


Eran tan hermosos. ¿Cuántos años tenían? ¿Diecisiete? ¿Dieciocho? Me acuerdo de que la primera vez que Sofía te trajo a Vidt pensé: "Son tan hermosos que habría que desfigurarlos" Qué idiota. ¿Por qué no lo hice? Hoy seguirían juntos. Sangrar lo justo en el momento justo: ése es el secreto de la inmortalidad (...) Pero ustedes, criminales, ¿qué hicieron? Decidieron ser... normales. ¡Normales! Decidieron romper la célula, salir a respirar, enamorarse de otros... Mediocres. No tenían derecho. Eran patrimonio del mundo. Si la sociedad fuera justa, o no justa, digamos inteligente, los jóvenes deberían ser todos esclavos, esclavos de los viejos, y vivir sometidos a sus miradas, sus caprichos, incluso su violencia, hasta que los roce el primer síntoma de corrupción. Recién entonces serían libres. "Libres." Si es que alguien que se pudre puede ser libre. (pp. 273-274)
Renglones después, Frida les confiesa que cuando ellos se iban de las reuniones, ella, sola, entre platos sucios y copas de vino a medio vaciar, se masturbaba pensando en su insoportable belleza de pareja adolescente. En este cruel y hermoso monólogo se cifra el tema de El pasado de Alan Pauls, porque no sólo se trata del amor y su final, o su persistencia a pesar del alejamiento de los enamorados, también es la melancolía de la juventud perdida, la imposible reproducción del enamoramiento perfecto, porque éste sólo es posible en la plenitud de la inocencia, cuando el entusiasmo sabe enfrentar el escepticismo y la inercia de quienes han madurado. "Quien no se ha suicidado a los veinticinco años, merece vivir", dice Cioran, y acaso puede adaptarse a la tragedia compartida de Rímini y Sofía: intentar reenamorarse de otros, tras haber vivido El Amor, merece el castigo de un retorno constante a la Arcadia devastada.
Por eso no es gratuito uno de los capítulos más extraños de la novela, ése donde se habla del pintor Riltse, el favorito de la pareja, quien ha cultivado una perversa corriente estética denominada Sick-Art, que consiste en provocar y dar testimonio del deterioro del organismo propio como forma de expresión artística. Si el Sick-Art de Riltse consiste en sublimar la enfermedad, pero sin buscar su cura porque esto significaría la trivialización del tema, en El pasado de Alan Pauls el amor opera como un síndrome destructivo, al que sólo pueden sobrevivir los personajes por su necia (¿irremediable?) permanencia.
También deben señalarse las debilidades de El pasado: momentos farragosos, excesiva confianza del autor en un estilo que no siempre mantiene su elegancia y cae en la retórica complaciente; soluciones argumentales forzadas -justo esas donde Sofía parece dar el glennclosazo-, un gusto al tremendismo que no siempre se resuelve con fortuna. Pero si seguimos aquello de la novela que gana por puntos y no por KO, El pasado consigue su propósito y sabe ser un título de lo más apreciable. Por demás está agregar: de carácter perturbador.

PD: Hay una adaptación al cine de esta novela, dirigida por Héctor Babenco, con Gael García y Analía Couceyro. NO LA VEAN, NO LA VEAN, NO LA VEAN. Lean el libro. Y así.

3 comentarios:

Diabla Región 4 dijo...

Pero si hay libro! Lamentablemente no estaba enterada de ello y vi la película. NO LA VEAN, NO LA VEAN, NO LA VEAN.
A menos que quieran terminar con un odio asesino contra Gael García y su acento argentino de porquería. Cuando salí del cine, no pude menos que jurar que no volvería a ver una película de este gañán. Y lo he logrado.
OK, leeré el libro.
Saludos!

Mrs. Le Fanu dijo...

El NO LA VEAN, NO LA VEAN, NO LA VEAN me recordó al NO MAMES NO MAMES NO MAMES NO MAMES de Alicia en el País de las Maravillas versión Burton, otra prueba de que nunca y por nada van a superar los libros y todo lo que pasa en tu imaginación a cuando lo ves plasmado con actores mediocres o ideas bizarras.

Lo voy a leer! Me agradó el fragmento que copiaste, que de hecho me recordó a uno de un cuento que viene en Maridos de Ángeles Mastretta... que dice más o menos:

"Hay parejas tan perfectas que cuando se separan, hasta el mundo pierde un poco de su hermosura"

O algo así jeje

Mrs. Le Fanu dijo...

Nel no es cierto no iba así la frase pero era la idea principal jaja de todos modos ya la encontré :)

"Quién sabe por qué la vida suele ponerles trampas a quienes mirados desde fuera no pueden ser sino parejas el resto de sus vidas, pero se ha dicho que tal sucede y está visto que no sólo ellos, sino algo del mundo se entristece cuando se pierden uno al otro."

Eso, pues. :)