martes, 28 de abril de 2009

El rencor

no sé por qué quiero dedicarle esta bonita redacción a Anamari Gomís,
capaz porque cuando era mi jefa
y le avisé que me quedaría más días en Buenos Aires,
a riesgo de perder mi empleo,
ella respondió: ¡¡¡descorcha un vino y saluda a Corrientes de mi parte!!!
(¿te acuerdas, jefa? enero de 2001)

Bebíamos con un amigo, y en la discutidera de escritores y peliculas y trasnochantes, de buenas a primeras y sin venir a cuentas ni pedirlo, me soltó:
-Tú nunca estallas, tú eres rencor. Si fueras volcán, dificilmente harías erupción, pero conservas esa lava, estancada y también corrosiva, en algún lugar entre tu estómago y tu hígado. Te hace mal, te paraliza, pero por algo lo prefieres. No sé si te hace bien.
Me reí, pedí otra cuba, cambié la conversación. Ya en casa, pensé en la figura. Me sorprendió lo bien que mi amigo me conoce. Me inquietó imaginar tanta corrosión dentro mío. La solución más imbécil fue darle un trago al Pepto Bismol.
Días después me llegan unas fotos por correo. Fotos duras. Una madre y dos hijos. Un tono desparpajado para describirlos. El rencor sube hasta la boca del estómago. Ocurre que siglos antes, esa mujer dormía conmigo y todas las mañanas la despertaba con un jugo de naranja. ¿Por qué debo ver esas fotos? ¿Otro traguito de Pepto Bismol?
En la noche lo charlo en el bar. Tres amigas solidarias me azuzan para responder con una foto donde yo también salga con mis niñas. Hugh Hefner hubiera sido un pendejo. Yo en el centro, bata de seda, gesto fastidiado de tantas noches tan seductoras. Alrededor ellas, de lencería blanca la morena, de lencería negra la rubia. ¿Y la pelirroja? Bueno, desnuda. ¿Para qué preocuparnos por el color?
La producción de la foto queda en suspenso. Pero aliviana saber que esa foto existe en potencia. Con ser pensada ya está tomada. Un trago más discreto al Pepto Bismol.
Aun así, hay lista una buena retahíla de reproches, gesticulaciones autocompasivas, preguntas hirientes, artillería pesada para responder a la foto con los niños. El rencor estallando, bilis como lava que se escupe de la boca, frases altisonantes, demoledoras de lo precisas.
Enmedio ocurre la vida. Los cines. Las cervezas. Los conciertos. Los libros. Y lugar común chilango: la influenza. Desaparecen los cines, las cervezas, los conciertos. Ni ganas de leer los libros. Mucha soledad y mucho fastidio. Y en ese contexto suena el teléfono y ella vuelve a aparecer:
-¿Cómo andas?
¿Cómo era la retahíla de reproches, gesticulaciones autocompasivas, preguntas hirientes y artillería pesada? Ella describe con lujo de detalles lo que ha leído en los diarios, cómo imagina a la Ciudad de México desolada, la tristeza que le da pensar en el restaurante Capri solo y sin comensales. Y casi en directo me habla de los dos colegios donde trabaja, de la casa grande y con jardín donde vive, de la perra vieja que tiene. No me dice que está triste pero aún reconozco su tono de voz. Es el momento perfecto para disparar el rencor. La lava se precipita y está a punto de estallar a rajatabla. Modulo el tono y paladeo la agresión.
-¿Sabes que has sido la mujer más importante en mi vida?
¿Por qué dije eso? ¿Y el rencor, y la rabia? Pero ocurre que se ha estado muriendo gente alrededor. Y más importante: ocurre que hace días dormí en una cama individual, mal acomodado entre mis amigos, y los ví pachequearse y beber y sonreír juntos, y qué mierda, entiendo la grandeza de que existan los amigos. Y he sentido el silencio que es inhóspito si no lo llenas de las palabras necesarias, y me he dado cuenta que es estúpido lloriquear si alrededor ocurre algo importante. Me doy cuenta que se deben decir cosas importantes. Por eso digo eso.
Sigue un silencio de homenaje a los flashbacks mentales de cada uno. Ella intenta asentar la mesura: hablar de nuestros presentes, apalear al pasado, como perro, para que se domestique, recuperar el tono civilizado de una charla sobre la influenza y el clima.
-De acuerdo, con todo, pero, ¿si sabes que has sido la mujer más importante en mi vida?
El rencor se sorprende. La lava se diluye. Sigue un lento flujo de emoción contenida. Todo suave, como el paso de los años. Todo dulce, como el recuerdo idealizado. Se abren los diques y vienen historias de tanto tiempo de no saber uno del otro. Reformulaciones. Consideraciones. Dos cosas que siempre hicieron falta precisar. Y ni modo, a la mierda el rencor. No sé si a ella le importa. Yo me libero de fardos. Me aligera mi reconciliación.
-Listo -ni quien le quite lo diva-, entonces mi llamada fue la frutilla que coronó el pastel. ¿Después qué harás?
Hay cuatro o cinco canciones que le pertenecen a ella. Hace cuatro o cinco años que no las escucho. Pero qué mierda. Venga el vino y bebamos esta liberación.
El rencor está amainado. Algo duro, jodido, se distiende, como un músculo que la masajista remoza.
¿Si me mata la influenza? Hay una caja de fotos en el último cajón de la cómoda. Que ella las destruya. Hágansela llegar.

(El PD que rompe el encanto: no escribo de cine porque los putos cines están cerrados. Ojalá pronto los abran para recuperar el buen tono del congal éste, y dejar de lado estos obscenos ejercicios de exhibición)

jueves, 23 de abril de 2009

Canción para mañana



Así se desvirtúa un post llano y emocional: de vuelapluma tenía que iniciar parafraproustiano, confesando: llevo días levantándome temprano, y agregando que al prender la pc, esta rola de Los Búnkers (lugar común) le quedaba de pelos a cierto ánimo de cruel lucidez y desolado optimismo, una sensación de secundaria con pantalón príncipe de Gales y suéter verde escurrido, siete cuadras para llegar a la escuela y canciones machaconas rondando en la cabeza. Debía agregar que me gustan Los Búnkers por sus guitarras duras con gusto a azotea de alguna calle que se llame Martín Sucre o Simón Bolívar, y que esta canción tiene el color de las mañanas en las ciudades latinoamericanas, que ninguna película, por lírica o acuciosa o detallada o escrupulosa, han logrado este sol con polvo desganado que ilumina los colectivos sucios, la gente apresurada y las patéticas noticias de los periódicos, que "la montaña de tristezas que dejaste amanecer" es algo que sólo puede ocurrir a las siete de la mañana en Quito, Lima o Asunción, una fatalidad latinoamericana de fracasos tan constantes que ya parecen humor desangelado; pero al sentirme cliché y al querer desmarcarme del cliché, hubiera querido darle sustancia al post: al diablo el lirismo, analicemos: creo que el Albertos hace años me dijo que el internet nos había acercado más a los cibernautas (antes personas) a la cultura norteamericana y yo descubrí sorprendido que a mí me había hecho viajar al sur, a emocionarme con Buenos Aires y Santiago y Montevideo y demás ciudades con tufo onettiano; pero también a las pampas y los viñedos y los caminos sin asfalto y los pueblitos con anuncios de Coca Cola deslavados y demás tópicos tipo Diarios de motocicleta; entonces recordé el post de la Defe, la imaginé crispada y rabiosa aporreando su compu para confirmar que le caga Europa y prefiere un viaje por la India y bañarse en ese caldo de cultivos que todavía se llama Río Ganges; entonces quisiera agregar mi versión y asentar: me caga Europa y prefiero caminar Latinoamérica hasta que ya no tengan suelas los zapatos; entonces pienso en folclorismo y novelas latinoamericanas de los setenta y quenas y ponchos, y en cierto tufo podrido de pájaro chogüí que nomás no me puedo quitar, y pienso en la arrogancia del Crack y la arquitectura contemporánea y la cocina contemporánea y el arte contemporáneo, el repudio a los nacionalismos (¡todos tenemos que parecernos a McDonalds!), y pienso en la convenciencia de matizar, actualizar, ponderar... ¿retar, mentar madres, vociferar, explotar? Y cuando el post llano y emocional se me fue convirtiendo discusión estética ya no quise redactarlo, porque la mañana es hermosa y sucia y la canción es demasiado certera como para contaminarla con disertaciones geopoliticoestéticas de mierda de ocho de la mañana.
Hay canciones que resumen libros que jamás deberían escribirse. Ésta es una de ellas.

viernes, 17 de abril de 2009

Voy a escribir una novela

Hace unos años le hice una entrevista a Cuauhtémoc Pérez Román, presidente de la constructora de viviendas Urbi. Me cayó muy bien, tenía anécdotas, puntos de vista y conceptos diferentes del resto de los vivienderos. Sabía narrar su historia con emoción y detalle, como los buenos cuentistas. El momento que más me estimuló de su cuento, fue cuando junto a otros tres compadres decidieron fundar Urbi. La fundaban desde filosofías empresariales y esotéricas de lo más raras; combinaban el aprendizaje formal de administración de empresas con otras ideas, más bien ingenuas, que se crearon entre ellos. Pero decidieron fundar, y decidieron darle peso a esa fundación. "Decidimos que nuestra empresa en diez años debía ser líder regional", me comentó Pérez Román. "Y para asegurarnos que así sería, fuimos con toda la gente que conocíamos a informarles que íbamos a hacer una empresa líder".
¿Por qué fueron a contarlo a la gente? ¿Por qué no se quedaron con el propósito íntimo? ¿Y luego, si no les salía? Pues ahí estaba el arriesgue. Decirse a sí mismos: vamos a hacer la empresa viviendera más importante del Noroeste, era contarse un chiste que se festejarían entre ellos. Informárselo a todo mundo -familias, compañeros de estudio, competidores, medios de comunicación, meseros de restaurante, mariachis- era fijar un compromiso que los obligaba, lanzar una estupidez estrepitosa que los ponía de a pechito para que la gente los tildara de imbéciles y ellos debieran enfrentar la incredulidad apretando el paso a su propósito. "Tenía un poco de abismo, pero arrojarse al abismo era lo que necesitábamos". La empresa creció, logró sus propósitos, los imbéciles adquirieron respeto y agreguenle más cursilería al final del cuentito empresarial.
Todo viene a cuento porque las cosas se han estado moviendo para que yo lancé una bravuconada de ese tipo. Decirme al espejo que voy a ponerme a escribir una novela es sumamente estúpido, como de escena final de Los años maravillosos. Escribirlo acá es muchísimo más estúpido aún. Es estimular un escarnio ingenioso y altisonante por parte de los tres lectores y medio de este congal. Pero quiero comprar la fórmula de Pérez Román: soltar la insolencia, comprometer la duda y enfrentarla con una libretita de hojas blancas y pluma (no Lilian, no copio nada de nadie, yo ya escribía así antes de entrevistar al Diablo Guardián).
La bravuconada pública es que me voy a poner a escribir una novela. Las circunstancias son pésimas: debo entregar varios textos para el lunes siguiente, debo coquetearle a mis editores jefes para que me den más chambas y mejor pagadas, debo esconderme del SAT porque no estoy en circunstancias económicas favorables como para pagar los supositorios anales de Felipe Calderón. Pero esos ambientes son los adecuados para las consignas idiotas, luego entonces, la consigna hecha está.
Mientras escribo por acá me quedo pensando por qué justamente en este blog lanzo la bravuconada. La respuesta es obvia: porque este congal ha sido el espacio de ensayar escrituras, de recuperar tonos, obsesiones, habilidades. También porque desde acá he hecho cuatro que cinco amistades importantes, que deben ser los primeros en manifestar su incredulidad. Ya sé que muchos otros amigos ajenos al blog se encargarán de agregar escepticismo por otras vías. Es lo que necesito. Ya no sé cómo meter la siguiente sentencia, entonces que vaya fuera de todo contexto: este espacio ha sido un lugar de reconstrucción y por eso me es importante (me encantaría ser una niña de 18 años que usa templetes rosas para poner cándidamente: gracias querido blogcito).
Hay una historia de desaprendizaje entre un mal maestro y un pésimo alumno, una galería de muppets nihilistas que inventamos con Martín, una anécdota vergonzosa durante el terremoto de 1985, una relación perversa entre una cronista cute condechi y un dibujante desencantado que deben trabajar juntos en La Alameda. Alguna de esas historias crecerá y será un mamotreto superior a las doscientas cuartillas. De ese tamaño es la bravuconada. ¿Fijar tiempos para hacer el contrato más tenso? Debo iniciar 2010 con alguna de estas tonterías encuadernada.
Para quitarle solemnidad a la presente redacción, también confieso que me duele la cabeza, que tengo la casa hecha un desmadre y que peco de ingenuo (¡atento, Aguillón!) porque confío en el Vasco Aguirre. Lo que sigue es incertidumbre: apenas publique la entrada seguro vendrá la angustia. ¿Y ahora cómo chingados le hago? Venga la angustia.

viernes, 10 de abril de 2009

El vestido de Gabriela

Debo recordar más seguido que venero a Jorge Amado, que días antes de su muerte soñé que iba a conocerlo y el viejo estaba tan viejo que apenas pudo conversar conmigo tres palabras. Pero después me presentaba a su nieta -bendito sueño que pudo labrar con tanta fineza a semejante portento de nieta- y la hacía llevarme a conocer los mejores lugares de Bahía. El mejor lugar era una cama vieja, de resortes saltones, que siempre olería a patas y sudor. Lo que sigue se pierde entre vaivenes, portugués apresurado y una humedad que vergonzosamente trascendió hasta la vigilia. Cuando una semana después se anunció su muerte, quedé seguro de que el viejo me había hecho un regalo. Por ser fiel lector y ahora me avergüenzo de la ingratitud.
¿Por qué la ingratitud? Porque el mundo colorinche de Amado, de holgazanes ingeniosos y putarronas festivas podría pasar por complaciente, más para ilustrar picardías de tele y cine que para bruñir La Verdad Literaria, que cuanto más escueta y sombría más legítima parece ser. Las novelas caudalosas de Amado fácilmente pueden traducirse en películas y telenovelas, y se ha aprovechado la opción con versiones en pantalla grande y chica que "vulgarizan" su exotismo demodé.
Pero algo hay más cruel en su engaño: una descripción tan desenfadada y gozosa de la sexualidad, la comida, la borrachera con cachaza, las lealtades y el amor, que cualquier posmoderno cínico podría destruirla con dos comentarios letales. Quizá me da miedo pensar que yo soy ese cínico, desmitificador por amargo y nomás por hacerme el gracioso, que desconoce al abuelo y a la nieta que tan cálidamente me abrazó.
El tema, abuelo, es que he vivido en tus novelas y he sabido que para mí no son ciertas. Que cuando me enamoré, fue porque la amada traía un vestido gris que mal le cubrían las piernas largiruchas y desordenadas, y más vulgar que su mal sentado era el chisme estruendoso que traía con su amiga. Había una casa de tabiques grises y la urgencia de destazar a cinco que seis conocidos de mala manera. Una tarde de carcajadas y rodillas tan perfectas, que debió haberse quedado en suspenso eternamente, aun cuando yo estuviera cinco pasos lejos de ella, contemplándola con timidez y fervor. En aquella ocasión pensé que era cruel sacarla de aquel contexto; también que deseaba, como nada en el mundo, que su gritoniza aguda crepitara cerca mío y nunca terminara.
Al final consumé la infamia y la amada del vestidito gris se marchitó a mi lado; debió alejarse para poder resurgir. Luego miro hembras semejantes, desparpajadas, ebullentes, y ni siquiera me acerco, me aterra pensar que las podría destruir.
Proust tiene algo así, Marcel encuentra una hermosa pescadora y queda azorado de lo imposible que sería participar de su esplendor. "pero a mi no me habría bastado con que mis labios bebiesen el placer en los suyos, sino que también los míos habían de darle a ella ese placer; y del mismo modo deseaba yo que la idea de mí entrara a ese ser; que se prendiera a él y no sólo me ganara su atención, sino también su admiración y su deseo, que la obligara a conservar mi recuerdo hasta el día que pudiese volver a encontrarla".
Pero para lograr la hombrada de estar al lado de semejantes hembras, se necesita algo más difícil -más simple- que laberínticas consideraciones amorosas. Cierta candidez de alma, coraje de futbol o sabor a ceviche en la boca (o a cebolla, como Vadinho: "A estas locas les parece que huelen mal las cebollas," critica doña Flor a sus alumnas, "¿qué saben ellas de los olores puros? A Vadinho le gustaba comer cebolla cruda, y sus besos eran ardientes."): una tensión de macho que sabe fisgonear nalgas sin permiso, y no de señorito atildado que de soslayo revisa el largo de las faldas.
Y por eso, porque el mio no es tu mundo, me había alejado de ti, abuelo. Y había lanzado comentarios agrios a tus argumentos esquemáticos y tus soluciones complacientes -la pareja se abraza, brinda, se manosea y corre a la hamaca porque ya se les olvidó a que les saben sus sudores-. Pero esta noche hace calor y ya van varias cervezas, pienso en muslos dorados y me desespera tanto libro ocioso, y recuerdo la infamia de algunas charlas recientes, consideraciones bien educadas sobre parejas ideales, que tertuliábamos mientras degustábamos mamona comida fusión.
Se habló de confianza, respeto, intereses compartidos, fidelidad. Yo pensaba en Sonia Braga como Gabriela, en el Gran Marcelo como el árabe Nacif, en que ella pone la mesa, él güevonea en la hamaca, y estira su pie para levantarle la falda hasta mirarle las nalgas. Gabriela protesta calentona y se abalanza sobre él. Se besan, se tocan toscamente, festejan la mañana, el calor y los sexos a punto.
-¿Y cuál sería tu pareja ideal? -me preguntaron durante la comida fusión.
Sí, claro, contesté, confianza, respeto, todas esas zarandajas. Pero una parte de mi estiraba el pie para levantar la falda de Gabriela. Después nos enfurruñábamos en una mañana sofocante, a la que sólo refrescaban los besos de Gabriela, con sabor a cebolla.

domingo, 5 de abril de 2009

Quince días de viaje

Juré que nunca iba a hacer un post explicando por qué tardé tanto tiempo sin postear e intentando reinstaurar mi contrato social con los dos lectores y medio que tan generosamente toleran esta sarta de sandeces, pero heme aquí, entre el desahogo y el intento de recuperar aquel ritmo de escritura que tan bonito se había logrado con la guapachería de la Yuri.
Luego entonces, presumo:
Me fui de viaje. A Baja California y a Puebla.
No tengo cámara digital, luego entonces no pude tomar esas originalísimas fotos que después se suben a un post con comentarios tipo: "ese que se ve chiquititito de playera roja en la punta de la pirámide soy yo", "ese atardecer estaba más chingón en vivo que en la foto pero de todos modos disfrútenlo amiguitos", "aquí estoy con fulano y perengano y mazaguato, con quienes hicimos un grupo fantástico: GRACIAS CHICOS LOS EXTRAÑO".
Tampoco tengo esa prosa de filigrana que me permita labrar párrafos etéreos, de reconocimiento íntimo-existencial-superacional tipo: "y en esa noche estrellada, frente a la playa, sentí la plenitud y el gozo ineludible de ser YO. Resolví a mi regreso hablar con mi exnovia de secundaria e iniciar mi reconstrucción de mimismo. La suave brisa me sonreía juguetona y yo le sonreía a ella".
Sí me tocó playa y me tocó de noche, pero mis reflexiones iban en otros temas más angustiosos: ¿por qué tantas falditas tan fantásticas en provincia y en el puto De Efe nomás no? ¿Por qué vivo donde vivo y no donde ellas viven? ¿Cómo se seduce en dos días de estancia a una chapeada ensenadense que cruza las piernas aceitunadas con desparpajo? Peor: ¿cómo se seduce? Y ahí sí llegué a cuestiones ontológicas: ¿por qué putas madres yo soy yo?
OK, de acuerdo, eso sí: comí todo lo gourmet y todo lo típico que se podía comer; bebí todo el vino y todas las cervezas que se podían beber, grabé a todos los restauranteros y maestros vitivinícolas bajacalifornianos y a todos los bibliotecarios y eruditos poblanos que se podían grabar (ahora debo capturar diez horas de charlas espléndidas, mediocres y regulares, ¿alguien me ayuda?), y resumiendo, traigo como quince kilos de más y un espejo de cuerpo entero me sorprendió con la imagen del ñor gordinflón sedentario que estoy a quince minutos de ser. Consecuencia: ya quité suéteres, pijamas y trapos de cocina de la bicicleta fija que tengo junto a la cama y estoy listo para peladear el retraso de mi vejez. Sin falta, juro que pasado mañana empiezo.
Pero más angustiante que la timba y el gesto decadente, fue la sensación de peón de intereses variados que se entrecruzan cuando a uno le toca viajar en representación de alguna revista. Más claro: voy de reportero de una revista, revista de viajes, que quiere hacerse la linda con el regodeo ocioso del lifestyle y la crónica casual de un viaje envidiable. Pero de pronto ocurre que los patrocinadores de las bacanales y los paseos se cobran cabrón cada platillo y cada copa de vino.
Ejemplo 1: el objetivo en Baja California fue comer y beber. La comida china de Mexicali, los sincretismos mexico-lo-que-sea de Tijuana, los vinos del Valle de Guadalupe, la cerveza de Tecate, la simplona -pero por mucho, lo más sorprendente de cuanto comí- langosta con frijoles y arroz de Puerto Nuevo. Pero en eso, el jefe del jefe del jefe del que es nuestro esforzado y paciente guía, tiene la ocurrencia de que sería muy bueno culminar el reportaje de gastronomía y enología con unas palabras del H. C. Gobernador. ¿Dónde coños está la relación? Pero la sencilla infraestructura de guía, reportero y fotógrafo se violenta precipitadamente para volar a una desangelada oficina de Rosarito donde por speaker debo hacer la entrevista ¿Qué platillo de todos le gusta más Sr. Gobernador? Debo decirle y enfatizarle seriamente que todos y cada uno de los platillos que usted ha degustado son orgullos estatales y vienen a afianzar el sólido compromiso que este gobierno ha establecido con sus gobernados, gente trabajadora y orgullosa, y por qué no decirlo, la más trabajadora y orgullosa de todo el país. De acuerdo, de acuerdo, pero, ¿qué casa de vino le gusta más? Aquí debo reiterarle el sólido compromiso que mi administración tiene con todos y cada uno de los actores sociales de esta generosa región del país, sin lugar a dudas una de las más pujantes y comprometidas del concierto nacional.
El ejemplo 2 podría parecerme más macabro, quizá por tenerlo más fresco (ocurrió ayer). Pues tras el recorrido tan a gusto por iglesias, colegios y bibliotecas antiguas de una ciudad de Puebla soleada y con mujeres de pantorrillas regordetas, de pronto me salen con que hay que entrevistar a un Sr. Secretario de gabinete, el (dicen) delfin del gobernador y (dicen) más probable candidato a las siguientes elecciones para (dicen) tomar la estafeta de gobierno y (dicen) cuidarle las espaldas a las varias tropelías que (dicen) ha cometido el mandatario estatal en curso. Y todo ocurre tan de prisa y tan sin viene viene que antes de poder opinar algo tengo frente a mi a la asistonta del delfinito, estableciendo con astuta precisión la naturaleza de la entrevista: "preferiríamos que no apareciera al lado de otros aspirantes al cargo, para destacarlo a él", "preferiríamos una charla amable y relajada, que muestre el gran impulso y amor que mi jefe tiene por la región", "preferiríamos foto de tres cuartos claroscuros naturales que resalten su temple y decisión" , "preferiríamos enfocarnos en los programas que ha desarrollado con tanto éxito durante la presente administración".
Nada suele darme más lástima que esa adoración burocrática que suelen tener los subalternos del Sr. Secretario, ensayo a la obligada veneración que merecerían estos fulanos si se les llegara a hacer la silla grande. Me da mucha más lástima en las asistontas mujeres (en los asistontos hombres es como putín-pintoresco) porque tiene un resabio de mansedumbre hacia el Macho Alfa que según el caso se camuflajea en gurú, maestro, persona-simpatiquísima, hombre-de-ideas-claras y hasta ahí donde lo ves también es rebuen bailador. Pero más lástima debería darme yo, atendiendo las condiciones de asistonta y sabiendo que debo cumplirlas, que es el cobro por mi transporte-hotel-comidas y folletos de turismo. Mientras se negocia la entrevista, la asistonta llama por su nextel, se entera que el Sr. Secretario estará en tal mercado, o en tal parque, o en tal oficina, que se dignará en darnos cinco o seis minutos de entrevista que nosotros ansiamos (cof cof) publicar. Cuando cuelga nos sonríe: "está ocupadísimo, pero dice que qué padre y se está haciendo tiempo en la agenda para ustedes". Magnánimo trozo de mierda, pienso yo. Nos deslizan al fotógrafo y a mí la posibilidad de que atrasemos nuestro regreso hacia la tarde-noche que se desocupe el Sr. Secretario. Lamentamos no poder hacerlo, pero ya teníamos para la tarde cosas importantes qué hacer. ¿Habrá algo más importante que entrevistar al Sr. Secretario?, querría preguntar la asistonta pero se reprime y vuelve a usar el nextel. ¿Cuántas personas habrá entre la asistonta y el Sr. Secretario? Porque asistonta marca y de inmediato parece extenderse una complejìsima red poblana de comunicaciones, logìsticas y reconsideraciones que intentan consumar el absurdo: que el Sr. Secretario acepte una entrevista que no le interesa aceptar, de un entrevistador que no le interesa entrevistarlo, para una revista que tampoco mostrarìa el menor entusiasmo de publicar los conceptos y las visiones de tan Huidizo Personaje.
Total: terminamos en un acto polìtico más bien desangelado, en el que un pobre gordo de barbas canosas atizaba a una veintena de aburridos acarreados para que le aplaudieran al más bien triste gobernador. La asistonta nos invitó paletas heladas de nanche apenas supo que el Sr. Secretario de ninguna manera llegaría al acto. Sin pedir disculpas (hay que tener bien claro que el Sr. Secretario es el Sr. Secretario), la asistonta cruzó teléfonos conmigo para que haga la entrevista vía telefónica.
Lo peor ocurrió después, cuando ya rumbo al DF (un noble y esforzado comercializador de fraccionamientos residenciales tuvo a bien darnos el raite, después de haberle tomado fotos a su bonito fraccionamiento), llega una llamada de un Tal Sr. Ing. interesado en el curso de nuestro periplo. Habla largamente con el comercializador, parece que en tonos no amables, y parece que el motivo es nuestra negligencia por no haber logrado tener las Pertinentes Declaraciones del Sr. Delfincito Secretario. Tras una larga explicación que acaso de manera sesgada insinúa que posiblemente fuera el Sr. Secretario el culpable de que no se hiciera la entrevista, sin importar (porque eso en realidad no importa) que nos hubiera atrasado el regreso y casi hasta se nos obligara a gritar en el parque un chiquitibum al H. C. Gober., el Ing. pide hablar conmigo, y palabras más, palabras menos, me explica que:

1) Hicieron un esfuerzo impresionante para conseguir que el fotógrafo y yo viajáramos a la ciudad, y tuviéramos abiertos tooodos los espacios posibles para hacer nuestras entrevistas.

2) El Sr. Delfincito Secretario va emprendiendo su aún informalísima campaña, y es un momento ideal para que vierta sus interesantes conceptos en un reportaje... de bibliotecas antiguas.

3) De antemano sabe de la cooperación y el entendimiento de todos nosotros para que las declaraciones del Sr. Delfincito Secretario pueda leerse a lo largo y ancho del país entero, vía nuestra prestigiada publicación.

Como remate, una vez que Sr. Ing. cuelga, el comercializador que nos echa el raite precisa la información: "A ese señor con el que hablaste le debes el hospedaje y las comidas de este viaje".

Supongo que en esos momentos es difícil precisar que, con lo placentero y todo , estos viajes no dejaban de ser trabajo, con horarios precisos y extenuantes, y que aún con lo deliciosas de las comidas y lo magnífico de los lugares que visitamos y lo amables de todas las personas que nos atendieron, era TRABAJO, es decir: improvisar entrevistas, mantener el tono Visitante Distinguido que implica Especializada Formalidad, colaborar en la puntualidad y la discreción... no se nos regaló nada , mis compañeros fotógrafos y yo trabajamos tan profesionalmente como también lo hicieron nuestros guías y nuestros anfitriones. Fueron dos viajes espléndidos, pero fueron de trabajo. No se nos regaló nada.
Pero en lo que son peras o son manzanas, mañana lunes debo estar atento al telefonazo de Delfincito Secretario y escuchar esos conceptos que deberían lanzarlo a candidato a gobernador. Confío en que mi editor tendrá el tacto para que se pueda usar el material de esa entrevista sin que estropeé el espíritu del artículo original. Aunque también puede ser que no (el compromiso es muy grande, ingéniatelas para que quede al menos una declaración).
No deja de haber una sensación muy molesta de ser un peón que se usa para intereses varios, poco dignos, que iría en contra de cierta decencia personal. Ni siquiera hablo de convicción política, es el cómo coños introduces un comercial de campaña política en un reportaje de viaje con otro tono y otra intención. Me siento embarrado de mierda. ¿Sería consuelo pensar que varios amigos están en circunstancias semejantes, cumpliendo los caprichos de Maistros Culturales berrinchudos y prepotentes (la discreción me impide revelar que se trata de Tovar y de Teresa), redactando panfletitos para diputadetes nalgasmiadas (saludos Xiuh), reconociendo la Importante Labor del enanito neurótico que usa la banda presidencial (no hablo del legítimo, hablo del otro)? Es como los narcos: que se huelan sus diarreas entre ellos, que no lo salpiquen a uno.
Hablando de narco: ¿cómo se le puede hacer para asociarse con uno? ¿Por qué presiento que entre ellos hay más decencia y cabalidad?

Y hablando de diarreas, las comidas tuvieron repercusiones lamentables, que ocurrieron al mismo tiempo que un gerentito atildado nos presumía el diseño y la innovación de un hotel boutique de lo más cute. Conceptos postvanguardia, monumentos al descanso de los poderosos, regodeo del ingenio del diseño y en eso me agarró el corre-que-te-alcanzo y volé al baño cute del hotel cute. Y lo juro, lo prometo, lo firmo: serrano y cerril que es uno, nomás no supe dónde estaba el botoncito que jalaba la nauseabunda descarga. O bueno, sí lo encontré, pero estaba tan difícil encontrarlo que hubiera podido pasar como si no. Muerto de pena, tambièn con un orgullo barriobajero de perredista vulgar y nacón, dejé mi contribución a la creatividad del cute hotelito: retrete de diseño veteado en amarillos y ocres orgánicos. Tan ecológico yo.