lunes, 22 de diciembre de 2008
Vicky Cristina Barcelona. Las nietas de Daisy Miller
La noticia más sabida de Woody Allen era su condición de cadáver fílmico, con excepción del decoroso canto de cisne (entonces así lo creíamos) que había sido Match Point, sobrio ejercicio de adulterios y crímenes que se espejeaba con Dostoievsky. A la decorosa peli se unían dos novedades: que Allen se alejaba de su emblemático Nueva York, y que adoptaba como nuevo alter ego femenino a Scarlett Johannson. Cuando la chica repitió en Spoon se supo que encarnaría un nuevo periodo del cineasta, y se especuló si le quedaría grande el saco que dejaron Diane Keaton y Mia Farrow. Más que discutir esta trivia, vale destacar que Johannson va encarnando en la filmografía de Allen a la neoyorkina viajera, privilegio que no tuvieron la Keaton (apenas un pichurriento viaje a Los Angeles en Annie Hall) y mucho menos Mia Farrow.
Una gringa viajando por Europa también es tema recurrente de otro norteamericano, éste renegado de su patria, Henry James. El escritor de la conciencia y el punto de vista, en varias ocasiones recurrió a la anécdota básica de la norteamericana joven, liberal y osada, que removía la sociedad vetusta de Europa. Con ese argumento se insinuaba un simbolismo mustio: el de la joven Norteamérica removiendo el pensamiento acartonado de Europa, pero también al revés: un Estados Unidos caprichoso y frívolo de tan joven, que no tiene paciencia para reconocer las formas reposadas, cansinas, de la vieja Europa. Quien quiera leer ejemplos: Daisy Miller, con final épico-intimista (¿se puede eso?) en el Coliseo romano. Quien quiera ver a James en la pantalla: Las alas de la paloma y Retrato de una dama, donde además Nicole Kidman aprendió a actuar.
Entre las chicas descocadas de James y las programáticamente liberadas Vicky y Cristina, han pasado cien años: dos guerras mundiales, la transición de Estados Unidos de nación próspera a imperio hegemónico, feminsimo, píldoras anticonceptivas, hippies, Gaudí y el mismo Woody Allen. ¿Las Daisy Millers del siglo XXI provocarían los mismos escándalos de sus bisabuelas literarias?
Una voz en off al borde de ser excesiva las describe: Vicky (Rebecca Hall) hace difusos estudios sobre la identidad catalana, es pragmática, segura de sí misma y está a punto de casarse con un yuppie neoyorkino. Cristina (Scarlett Johannson) filmó una película de doce minutos sobre la imposibilidad del amor, prefiere los romances excéntricos, quiere "expresarse" y no sabe lo que quiera, pero sí sabe lo que no quiere. El viaje de verano por Barcelona tiene las características nice ilustradas de un par de gringas primermundistas viviendo el sueño del Otro Primer Mundo emergente: un hospedaje de revista de decoración, harto Gaudí y Miró, barecitos con espléndido vino, la bohemia catalana.
En una exposición conocen al artista plástico Juan Antonio (Javier Bardem), quien tiene la leyanda oscura de haber vivido un matrimonio violento con María Elena (Penélope Cruz). El pintor las invita a Oviedo, a conocer construcciones, comer y beber bien, y hacer el amor apasionadamente. Vicky se niega porque está comprometida, a Cristina se le cuecen las habas y arrastra a la amiga a la aventura.
A partir de aquí, la película se desdobla en romances a la Allen, diálogos trastabilleantes a la Allen y su humor socarrón de ironías y paradojas. Por un lado, el descubrimiento de Cristina de la fotografía, a la vez que se encama de lo más sabroso con el catalán y con la esposa. Por el otro, la desangelada vida de recién casada de Vicy, atisbando de soslayo el amor salvaje que no se atreve a consumar.
Amor salvaje es un cliché que funciona de lo más bien en este ejercicio de estereotipos: contra lo programado gringo, lo pasional europeo; contra la hiperautorreflexión neoyorkina (que acaso inventó el mismo Allen), el hedonismo primitivo catalán; contra la experiencia turística artificial de las gringuitas, la tensión creativa del pintor y su padre poeta y el terruño.
Las bisnietas de Daisy Miller, menos crazy girls y más hijas medrosas de las atribuladas Keaton y Farrow, emprenden la aventura del viaje con reticencias y asombro light. Es la inversión de los valores jamesianos: ahora Europa es la provocadora y Estados Unidos el medroso. Aunque habría que aclararse que de Europa, Allen elige a la menos europea (la más africana) de las ciudades. Entonces Barcelona tambien aporta su estereotipo: ciudad bohemia, apasionada, en la que ahora ocurre el arte del mundo: Esta historia no habría funcionado en Berlín o en Londres, por ejemplo. Y en París hubiera corrido el riesgo de transformarse en penosa secuela de Amelie. Por eso valdría ser específico: con Barcelona se permite la inclusión de lo latino (esa odiosa nomenclatura que nos reduce a todos los hispanoparlantes a espectadores de Don Francisco) al universo Alllen. Y el uso de los dos nuevos divos latinos, Bardem y Cruz, refuerzan modas y estereotipos. Y aún así, si algo salva a la película de ser una feria del cliché, son precisamente estos dos actores, que se despliegan a sus anchas y hacen creaciones poderosas. Se ha hablando mucho del buen macho bragado picassiano que es aquí Javier Bardem; vale insistir en la gloriosa resurrección de Penélope Cruz como diva hermosa, fuerte y apasionada. Como una Luna amarga más bullanguera que extrema, Juan Antonio y María Elena son personajes enigmáticos y cachondos, que hacen avizorar a las gringas un universo más complejo que el de sus bien portadas indagaciones.
En Barcelona, Woody Allen busca una expresión del arte más vívida y menos intelectual que la experimentada en otras de sus películas (pienso en el crítico de arte Elliot, de Hannah y sus hermanas), que quizá solamente se corresponde con el intuitivo gángster dramaturgo Cheech (Chazz Palminteri) de Balas sobre Broadway. Pero el tono de comedia de aquellas películas aquí se resuelve en experiencia de vida. Es una experiencia semejante a la de los triángulos amorosos de los años setenta de las primeras películas de Woody Allen; la diferencia es que aquí se vive desde el bagaje apasionado aflamencado de lo hispano, y no desde los supuestos anglosajones, constantemente conversados y autoanalizados.
El resultado de la experiencia puede tener dos lecturas: desde el lado hispano, es el fracaso de Vicky y Cristina por participar de un universo hedonista que les pide facturas altas, y que ellas no pueden pagar; desde el punto de vista de las gringas, es la levedad (odio usar el término kunderiano pero no se me ocurrió otro) que impide transformar en experiencia de vida lo que se había prometido como actividad vacacional. Desde Barcelona, solamente fue la aventura de dos gringas que llegaron a calentar las pollas de una comunidad que recibirá cada fin de semana a un nuevo dúo de gringas más; desde Vicky y Cristina, es la aventura, compleja de sentimientos, que termina en cuento veraniego para relatar a los nietos (a las tataranietas de Daisy Miller). Imposible no pensar en los ejecutivos de Quémese después de leer (Coeh, 08), cuando deciden que de toda la experiencia no se aprendió nada. Vicky y Cristina tampoco parecieron haber aprendido nada de la aventura catalana. O sus miradas últimas, las del regreso al aeropuerto de Nueva York, acaso advierte que sí aprendieron algo, pero no saben descifrarlo. O les da miedo hacerlo.
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4 comentarios:
Tu comentario le agrega a la pelìcula cosas que no tiene. Sobre el muerto las coronas.
Lo que creo es que Allen està estirando el tema de las injusticias y las imposibilidades y todo lo demàs, pero ya no se le ocurren formas. No creo que los personajes de Bardem y Cruz sean tan poderosos: aunque sì se roban el cuadro, tampoco son memorables (los encuentro, incluso, forzados). En fin, aunque opinàramos igual tù siempre lo diràs màs bonito. Tons mejor nomàs te dejo besos y ya me callo.
:( no te gustó... a mí si, yo no soy tan cinefila como tu, pero a mi me encantaron Bardem y Cruz; de hecho antes de Penelope, la gringuitas lucían interesantes, después de ella solo eran gringas, me facinó su canchondez, su apasionamiento, esa manera de gritar, y sus ironías...
me gustó, ah y gracias por hacerme caso o por lo menos porque se te ocurrió lo mismo que a mi xD
saludos
suena bastante bien tendré que verla. No sé porque Allen es de mis favoritos, a veces sus pelis me aburren, pero siempre siempre las encuentro entrañables, no sé por qué.
Es Scoop, no Spoon; wey.
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