miércoles, 3 de diciembre de 2008

Las venas de las manos

I
Quería escribir un post pitorreándome de los 80 años de Carlos Fuentes: regodearme con tres ideas malechosas, caracterizar a Volpi como un chihuahuense lameculos empeñoso, cimentar un epitafio definitivo contra el vetusto novelista playboy. Pero al ir redactando me daba cuenta que adquiría un tono de tertuliano fantoche y rencoroso, que los argumentos ácidos perdían fuerza al enfrentar mi realidad de lector necio sin Propuesta Constructiva. Más patético: que me convertía en ese tipo de cronista de vieja guardia del periódico El Sol de Villachica, relegado, gástrico, sentencioso, que con un lema lapidario simula su mediocridad campechana. El ejemplo que más al vuelo me vino fue Fernando Nachón, quien gasta renglones y renglones en censurar/burlarse/pontificar contra Conaculta, el Fonca y todas esas financieras de escritores que se fingen institutos de cultura.
Me incomodó mi imagen. Puse mi mano en el mentón, en actitud reflexiva, y reflexioné: a los 20 años hubiera sido incendiario por lo impertinente. Ahora es caduco y previsible. El comandante terminó de sepultarme: ahora la moda es denostar a Fuentes, dijo antes de darle el trago a su Matusalém. Vaya, pensé, por primera vez en mi vida consigo estar a la moda, pero eso no acabó de satisfacerme. Luego me asomé al Canal 22 y revisé cómo Volpi se echaba de panza para que Fuentes se la sobara con sus bien boleados bostonianos. Hice mi ejercicio nocturno de autoflagelación: aquello era real. Canapés y vino fino y frases perfectamente bruñidas sobre la trascendencia de Terra Nostra en la construcción de una literatura donde no suelo reconocerme. Corrijo: donde no suelo divertirme. Reconocerse es una palabra que inventó el existencialismo para justificar la publicación de libros que no tratan de nada. ¿Cuánto tiempo se tardan los escritores en escribir libros que no tratan de nada? Consentía la amargura cuando me habló Josué, tanto tiempo, para pedirme opinión sobre un impresionante proyecto que trae entre manos. Iba a pretextar mucha chamba cuando prometió pagar las chelas. En tiempos de crisis, cualquier peda subsidiada debe ser bienvenida. Acordamos la hora y una cantina a medio camino entre las casas de los dos.

Capítulo dos
Josué estudió conmigo en la UAM Iztapalapa, pero él sí terminó la carrera. Es un güero norteño con ese hablar quedito tan del Norte, como si siempre estuviera revelando indiscreciones. En aquellos tiempos leímos en una clase un soneto, creo que de Boscán, sobre las manos. Josué desapareció ocho días. Al noveno, lo encontré en una tienda cercana a la UAMI, ojeras profundas y una caguama escondida en una bolsa. "Boby" (nunca supe por qué me llama Boby), "¿han avanzado mucho en las clases?" Iba a recitarle los pendientes cuando interrumpió. "Es que Boby, me quedé pensando en las manos. El poema de Boscán, el de las manos. Lo leí la otra noche, y lo leí y veía mis manos. Los huesos, las venas, ¿has visto las venas de tus manos? Porque me las quedé viendo el otro día, y pensaba en el soneto, y pues hay cosas que son bien perronas cuando se trata de tus manos, ¿no crees Boby?" Y mientras lo decía miraba sus manos como si fueran sus enemigas, como si estuvieran invadidas de hormigas o cualquier otra imagen de esas que hubiera inventado Buñuel. Lo angustiante del tema es que Josué desapareció los ocho días solamente por su peregrina obsesión con las manos boscanianas; lo angustioso al doble fue que nunca entendí si entendió algo de lo que no entendía. Porque el cerebro de Josué opera por asociación libre. Cerebro de poeta, me atrevería a decir. De ahí que no sea dado al descuartizamiento lógico de una idea, aunque sabe sorprender con alguna insólita revelación.
Quince años después, Josué reloaded, más rollizo y tan norteño como siempre, me da el gran abrazo fraternal de tanto no vernos y qué gusto que ahora sí. En el lapso de no encontrarnos (¿unos diez años?) él se casó con una amiga, emigraron a Oaxaca, tuvieron dos hijos, se hicieron la vida imposible, se divorciaron; mi amiga regresó a la ciudad antes y en los tres que cuatro cafés que tuvimos hizo balances de su matrimonio, obviamente inclinando la balanza hacia los errores de Josué. Como en temas de parejas más vale no meterse, tomé con reticencia la crónica parcial. De ahí que viera simpáticas las aventuras de Josué y la teibolera, Josué y la peluquera de a treinta pesos el casquete, Josué y su incursión en la política priísta de Sonora. Acepto que de él no tengo "recuerdos ejemplares", de esos que hablan de trabajo, responsabilidad, compromiso y demás alegorías de libro de Arturo Cuyas; en contra puedo presumir que me llevó a los mejores tacos de tripa de la ciudad (en la Morelos, antes pasó a una vecindad y me dejó esperando afuera, diez minutos después salió con un paquete harto sospechoso), que le presté dos meses de sueldo y cuando tuvo el dinero para reponérmelo se lo gastó en el Balalaika (y además le tuve que volver a prestar), y lo que acaso debo reprocharle, cuando por su fáustica invitación para entrarle a mi primer pericazo de coca terminé innecesariamente enamorado de la chica menos adecuada para aquellos momentos.
Confieso que ahora no tenía muchos ánimos para verlo. Pero sé que con Josué siempre nos debemos algo: una chela más, sus aventuras medio falsas/medio reales con narquillos de baja estofa, mis consejos para que asiente cabeza y que siempre me hacen parecer treinta años mayor. Pero ahora la cosa venía distinta: entre el divorcio y algunas malas ondas que vivió, se le había acabado un poco el impulso. Por suerte, su mente sigue su fantástico viaje entre las brumas. Con temas distintos a las manos, claro está: "Es que he pensado en la lectura, Boby. Quién lee, para qué lee, cómo lee. ¿Cuando lees piensas en cómo estás leyendo? Si te lees cómo lees cuando lees, la lectura cambia. Y en eso estoy pensando, Boby. Me preocupa cómo leo lo que hay que leer".

TERCERA PARTE
Si logro ordenar el inmenso campo semántico (qué forma elegante y académica de llamarle al desvarío) de Josué, su proyecto trata de monitorear hábitos de lectura, según alguna didáctica que se fue inventando cuando dio talleres de lectura en una universidad de Oaxaca. Su experiencia tenía conclusiones obvias (mejor lector, mejor redactor) y curiosas (a las estudiantes de Química les gusta, como a ningunas otras, las novelas de amor). Estas revelaciones surgieron entre otras más terribles: la teibolera tenía nalgas de ensueño, pero era demasiado loca y a los diez días no sabía qué hacer con ella. Y el negocio con los priístas sonorense fue pésimo: lo esquilmaron todo, y ni las gracias le dieron. De ahí seguía una conclusión prístina: a los lectores no hay que chiquearlos, hay que ponerlos a leer la Iliada con un garrote encima, sólo así pueden entender. Esto es obvio si se analiza la grilla de las universidades: hubo un vato que quiso hacerle una grilla espantosa, pero Josué estuvo a las vivas y mira: (Josué alzó su dedo medio): les di puro pito y me traje mi proyecto acá. Entre estas cosas más o menos claras, había un almacén de grano, la educación de sus hijos, lo exageradamente bueno que era el libro de Baldor, y la descripción de la amiga que ahora le renta un cuarto ("no es morra, es amiga") por Barranca del Muerto.
Bastaron diez minutos de historias para entender que el proyecto de Josué era un pretexto para encontrarnos y pistear los recuentos de vidas. Y que en esta reconstrucción de su persona, le importaba recuperar amigos, zonas de pisto, chances de chambear en algo, la terca sobrevivencia de los treintones que no supimos (pudimos) (quisimos) afiliarnos a una empresa estable que nos diera aguinaldo y pavos en tiempos de Navidad. Pero parte de esa terquedad de sobrevivencia necesita obsesiones: la de Josué es la lectura. Y lee, y lee lo que leen los otros, y no lo tiene muy claro pero intuye que hay cosas erróneas cuando ve a Fuentes festejado en el Canal 22.
-¿Lo viste Boby? Yo veía al Fuentes, y al García Márquez, y a todos esos batos, y así viéndolos pensaba: no, a estos batos no puedo explicarles lo que he descubierto de la lectura, seguro me batean de inmediato, ¿qué van a entender de mi lectura si leen distinto? Pero además, como son malandrones, tú me entiendes, aunque no me entiendan nada son capaces de robarse mis ideas y después sacar un librito, y después andar diciendo, ah, mira lo que he pensado, qué chingón soy.
Me sorprendió que como yo se asomara a los festejos de Fuentes para reciclar su amargura. Ficción idiota: hasta imaginé que se decidió a llamarme apenas vio en la tele la misma nota de socialitos que vi yo. Aquí debería seguir el lavado de cerebros que moralejeara: "de aquí concluyo que Josué y yo entendemos mejor la lectura y las cosas de la vida que esos cabrones de la televisión", pero obvio que no es cierto, obvio que sería un final barato, y obvio que se vale ser resentido, pero no ramplón. Aunque en justicia a nosotros diré: si hay cantina, y cervezas, y diez años de no verse, y cosas jodidas en esos diez años, entonces, en esa hora y bajo esas circunstancias, es obligado fanfarronear disparates y fingirnos los reyes de los libros hasta que se nos cruce un académico ilustrado y nos diga que dijo la mamá de Fuentes que claro que por supuesto que no.
Pero tampoco había que ser tan obvio. Brindar por los mejores lectores del mundo es tan idiota como publicar fotos en hi5 que se titulen: la mejor banda 4ever nadie nos separará. Preferí el también gastado recurso de los viejos tiempos:
-El soneto de las manos, el de Boscán, ¿te acuerdas Josué?
Él se miró las manos como si ya no tuvieran hormigas. Parecía verlas en dos dimensiones: las dos temporales: la de la tienda de la UAMI, la de la cantina libre de humo.
-El soneto de las manos, claro que me acuerdo, Boby. Las manos, las venas... a veces me veo las venas. ¿Te has dado cuenta que han cambiado las venas? A veces veo las venas y me quedo pensando. Son cosas medio perronas, ¿no?
Vi la hora. Tenía tiempo para otra cerveza. Busqué al mesero, aguantando las ganas de fumar un cigarro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Quémese después de leer




Los Hermanos Coen (algo así como los Hermanos Marx pero en posmoderno) hacen dos tipos de películas: las pretenciosas y las estúpidas. En el primer rubro intentan la reelaboración, estilizada y mordaz, de los géneros cinematográficos clásicos, con resultados estupendos (De paseo a la muerte sigue siendo su mejor película; Sin lugar para los débiles, la que se asentará en las enciclopedias del cine), memorables (El apoderado Hudsucker, Barton Fink, El hombre que nunca estuvo) y prescindibles (El amor cuesta caro); en el segundo se regodean en la exposición meticulosa de un nutrido grupo de idiotas hasta estallar en comedias agrias, sin gags memorables pero con nerviosa tensión dramática. Allí están Simplemente sangre, Educando a Arizona, El gran Lebovski y ahora, Quémese después de leer.
Reto a que cualquiera trate de explicar de qué se trata Quémese después de leer y al medio minuto sentirá que está contando puras idioteces. ¿Qué sentido tiene explicar el despido de un agente de la CIA de quinta categoría, el adulterio de su esposa con un hipocondriaco que se dedica al bricolage de sillas pornográficas, la obsesión de una instructora de gimnasio por hojalatearse el cuerpo y el regodeo de Brad Pitt interpretando a Brad Pitt? Pero entonces los Coen utilizan una de sus mejores fortalezas: construir una trama intrincada, llena de pequeños detalles que van desperdigando cabos sueltos, más peripecias que revelaciones, más confusión que sentido, hasta que a media película irremediablemente se obliga a la pregunta: ¿qué rayos estoy viendo?, ¿por qué rayos lo estoy viendo? Y ahí se condensa lo genial de los Coen estúpidos: evidenciar el absurdo de su relato y evidenciar lo absurdos que son quienes lo ven, y sonreír sardónicamente ante tal experiencia del sinsentido. Y pobre quien intente interpretar algo (moraleja, estética, pensamiento, paradoja, premisa). Hoyo total.
Aún así me atrevo a abismarme al hoyo, al sugerir que el andamiaje de Quémese después de leer en algo se compadrea con todas estas películas de mosaico que hemos estado presenciando de unos veinte años a la fecha. Desde la versión altmaniana de los cuentos de Raymond Carver en Shortcuts, a la epifanía langostina de Magnolia de Paul Thomas Anderson, a los dulces con néctar de sacarina de Realmente amor de Richard Curtis, al trío del accidente de González Iñarritu (la efectista Amores perros, la efectiva 21 gramos, el exceso Soy Totalmente Globalizado Babel) y hasta a la mediocre Cuando Sea Grande Quiero Ser Amores Perros de Dos abrazos, de Enrique Begné. En todas ellas, la multiplicidad de historias responde (no debo decir a la moda no debo decir a la moda no debo decir a la moda) a la moda postmoderna que desprecia las historias únicas y redondas, y creen que la Verdad de la Ficción se encuentra en la fragmentación de varios relatos y en los juegos irónicos-paradójicos-complementarios que vienen de la comparación anecdótica (o: mira tú cómo es rara la vida que en un mismo choque a Cate Blanchet le dan un balazo y Benicio del Toro se hace religioso y Hugh Grant se hace primer ministro y a Tom Cruise le llueve un ejército de langostas).
En estas películas, algún elemento simbólico-azaroso (choques, amores, cruces de personajes, temblores, plagas bíblicas) unifica a las historias y les daría un Sentido Supremo que podría ir desde la moraleja ramplona hasta una visión más sustanciosa e intrincada. Los Coen se burlan de este macropropósito al resolverlo con las juntas de oficina entre dos altos ejecutivos de la CIA, que "unifican" el recuento de tonterías al revisarlo solamente para confirmar su inutilidad. Nada más lejano de los Coen estúpidos que querer dejar un mensaje, pero si algo semejante hubiera, sería asentar el regodeo de la inutilidad del mensaje. Contra las poéticas de las otras pelis que antes puse de ejemplo, la poética de los Coen indicaría que los humanos y la fragmentación de sus historias tampoco sirve para nada, y que el mentado Efecto Mariposa ("el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo", recita la wikipedia) se va a la mierda si aparece Brad Pitt con su ipod queriendo agandallar información confidencial. Por eso resultan tan afortunados los diálogos finales de la película ("¿Qué aprendimos de toda esta historia?" "No aprendimos nada"); moraleja cínica de un par de cineastas que no quieren llegar a ningún lado, pero para eso realizan acrobacias ingeniosas, que a pesar de ellos ofrece una visión: la de lo insensato del género humano y lo insensato del cine como educador/conscientizador/intelecto.
Si tuviera paciencia y habilidad para buscarlo, concluiría el comentario con alguna cita (que debe existir) que dijera algo así como: "Dios creó a los humanos porque necesitaba aburrirse con un reality show previsible y demente". Imagino que la cita sería de algún humorista judío. Y no me extrañaría que la firmara alguien que se apellidara Coen, por ejemplo.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La crisis me sienta bien

Ya me cayó el primer chahuistle de la crisis. En un lugar donde me daban un sueldo base me cambiaron la jugada y se inventaron una argucia cotorrona para que, a cambio del triple de trabajo, gane (en el mejor de los casos) hasta un 20% menos de lo que gané hasta antier. Al menos no me echaron, fue el magro consuelo. Ya voy viendo que por ahí irán los otros empleos. Al final, quedará el canto al trabajo duro y tenaz y edificante. En contra, cheques irrisorios (pero otros ni eso tienen, dirían las mamás que te obligan a comer la horrenda crema de chayote) y la sensación de que mi proverbial estancamiento se ha modificado y ahora dará pasos hacia atrás.
Pero metidos a las ideas derrotistas, volteo al pánico precrisis y en el aviso del desastre al menos veo tensión dramática, violentas asunciones de identidades, asomos a los abismos, desesperadas transformaciones , incomodidad, y eso es movimiento y el movimiento es más atractivo que el aborregado Estado Hipotecado de dos años atrás. Además acepto cierta fascinación por el desastre. Nerón fue inmensamente más feliz cuando vio a Roma incendiarse que cuando gobernó su "perfección" corrompida pero bien aceitada; la peli del Titanic es más interesante cuando el barco empieza a valer madres que cuando Di Caprio y la Winslet hacen su videoclip de Celine Dion, y la voz (las piernas) de Shirley Manson are only happy when it rains (y por más que uno quiera no puede quitarse lo nonagentero, ni modo).
Intuyo que estamos al borde de cierta solidaridad que se había olvidado, y para nada es la solidaridad ramplona del Teletón o los Ya Basta mediáticos de la Marcha Blanca y sus velitas; es la solidaridad umbrosa de sabernos todos jodidos y aprender a observarnos desde nuestras miserias. Esa macabra pero a fin de cuentas acogedora compañía se perdió con el festín de créditos en el foxismo, que artificiaba el estatus a la vez que dictaba una moral del trabajo y la productividad, justificada con la nueva hipoteca del auto y la casa (ir haciéndonos de nuestras cositas, suspiran los recienes casados).
No se me olvida alguna comida familiar, en los tiempos álgidos de las elecciones Calderón-López Obrador, en que después de las manidas discusiones, un primo político tintineó con su tenedor el vaso de Coca Cola, se levantó de su silla y discurseó:
-Yo sólo quiero invitarlos a que piensen bien su voto. Piensen en nuestro futuro. Aquí Pelos (que así llama a mi prima) y yo estamos a mitad del pago del auto, están a punto de aprobarnos la hipoteca de una casita, tenemos el comedor y la salita de la casa en la última mensualidad. Y todo se vendría abajo si ese terrorista accede al poder. Entonces, de verdad (y volteó a verme) tendrían que reflexionar seriamente, dejar de un lado las ideas inmaduras y otorgar el voto a quien nos va a dar seguridad que todo eso se podrá pagar.
Dicho el dicho regresó a su silla con templada autoridad.
Aplausos, por favor.
Juro que fue la única vez en que se tambaleó mi voto. Mierda, tan inconsciente. ¿Qué harían Pelos y su marido sin ese auto que con tanto esfuerzo, y con apenas tres tabiques de la añorada casa, y con sólo medio sofá y tres sillas del ansiado comedor?
Por esa época releía Los demonios de Dostoievski y acepto que encontré similitudes en los excesos anarquistas de Verkhovensky y Stavrogin con las huestes del Mesías Tropical (diría el sensatísimo Krauze). Y son tan monstruosos los personajes del ruso, y sus resoluciones llegaban a tales grados de infamia, que al seguir las equivalencias entendí a la cruzada del Peje como una bravata romántica que podría no acabar bien. Pero pensaba en los otros personajes y veía al Richelieu Gordillo, al mediocre Luis Calderón XIII y a la pérfida Lady Fox Winter, de la saga mosquetera de Dumas. Y todo terminó siendo una elección literaria. ¿Dostoievsky o Dumas? Y saquen las cuentas.
La digresión a esas ya aburridas historias de 2006 viene a colación porque justo ahora, que se viene la crisis, repienso con angustia en Pelos y su hombre: ¿habrán logrado el carrito? ¿la casita? ¿la salita? ¿O estarán ahogados de incertidumbre, sin saber qué hacer? Ya sé que no es para burla. Ya sé que unos meses después, cuando termine de caerme el payaso por completo, seré incapaz de referirme a estos temas con ironía. Y ya sé que tras mi panfleto se encuentra un nauseabundo licuado de derrotismo, resentimiento, venganza, sarcasmo, amargura (Hola Nenas: He Aquí El Hombre Ideal). Pero también siento que se romperá el dique de la conveniencia y fluirá la libertad de quien no tiene mucho que perder, y que en todo caso, remueve mentalmente sus ajustes de presupuesto para mantener lo importante: cervezas, libros, cigarros (no he dejado de fumar, Xiuh Tenorio), la membresía del Cinemex.
Me he preguntado quien es más monstruoso, si el marido de Pelos o yo. Concluyo que sería un error confiar en el egoísmo de cualquiera de los dos. Pero entre palabras como Enganche, Desarrollo, Productividad, Puntos Premia; o Hecatombe, Incertidumbre, Revelación, Aquelarre, prefiero las segundas. Son más literarias. Y quien sabe por qué, pero la crisis aleja los buenos tratados de superación y acerca los claroscuros desvaríos literarios. Y sí, tras tanto debraye me queda claro: me gusta la crisis porque será más literaria. Porque hará recuperar a los Prometedores Ejecutivos sus rostros humanos (¿quién dijo que lo humano es sinónimo de bondad? ¿por qué no se acepta que el "rostro humano" es una mueca de contradicción y demencia?). Y porque en el carnaval sombrío que se viene, existirán espacios, no elegantes, sí confortantes, donde acaso reaprenderemos a tomarnos las manos y bailar la Danza de la Muerte, como en esa escena tan tétrica y esperanzadora del buen Bergman.

domingo, 26 de octubre de 2008

jueves, 23 de octubre de 2008

El reflejo de Jack Bauer

¿Qué ve Jack Bauer cuando se refleja en el espejo?

Así como Rambo lo fue para la era Reagan, Jack Bauer es el héroe gringo de la década 00 de George W. Bush. Los siete días moviditos de la serie de TV 24 han hecho del agente de la CTU un emblema de la valentía, la tenacidad, el estoicismo, la temeridad, el patriotismo (agréguenle más, ya me cansé) de los norteamericanos, desde que el famoso 9/11 supieron que su misión como país era ser policías del mundo y masacrar a cuanto peligrosísimo terrorista musulmán se les apareciera en el camino. Y por supuesto, los tercermundistas emergentes vemos esta misión como una bravata fascistoide y nos paramos de pestañas y renovamos nuestro resentimiento hasta que Fox anuncia el inicio de la nueva temporada de 24 y entonces, inyección de adrenalina , corremos a la tele para atestiguar el nuevo día en el Extraño Mundo de Jack. Y ni modo, lo disfrutamos, sufrimos con él, creamos la empatía y para qué desgastarme en más loas a Bauer, si Mario Vargas Llosa ya hizo un artículo rebonito del tema, que se puede leer por acá.
Lo cierto: la creación del agente Jack a la vez renovó y encasilló al actor Kiefer Shuterland, quien después de una carrera más bien discreta, con este personaje se asentó en el inconsciente colectivo del gabacho. Tan así, que por eso su anterior película, The Sentinel (Johnson, 06) no dejó del todo convencidos a los comedores de palomitas. ¿Por qué carajos estaba Shuterland de secundario, atrás de un inepto como Michael Douglas? ¿Por qué era tan torpe la solución del conflicto, cuando sabíamos que bastaba con que Jack sacara su fusca y dijera Damn it!, para que las cosas se solucionaran?
Shuterland mostró que era un desperdicio tenerlo de secundario cuando ya exige protagonismos de balaceras y explosivos. Por eso Aja se regodea con él en Espejos siniestros, pero no sólo presume a su estelar neurótico: juega con su figura en una serie de acertijos que podrían leerse políticamente (ajá ajá, el debraye acaba de empezar).

El chiste del principio: la presentación del personaje de Shuterland, Ben Carson, es con un reloj digital que da las exactas 8:00 am (como los inicios de 24). Sigue la danza de coincidencias: Ben es policía, más modesto que Jack, pero también impulsivo, violento, con serios problemas de autocontrol. Como Jack, el contrapeso a esta actitud cuasisociopata es su relación con la familia (La Buena Familia Gringa, empiezo a inventarme autos sacramentales). Contra los malos malosos se puede acribillar, cercenar, deshollar, electrocutar; la familia es el ámbito amable para jugar ajedrez (así se presenta a Jack en la primera temporada, dejándose ganar por la deslumbrante aunque pendeja Elisa Cuthbert), o jugar con un auto a control remoto, como en Espejos siniestros. En ambos casos, la sobresaliente neurosis del personaje le impide hacer una vida normal con la familia. Desarraigado que a pesar de su marginalidad, respeta con estoicismo la Verdad y la Justicia de su Patria.
Cuando Ben Bauer acude a su nuevo empleo arranca la acción y también los guiños políticos. El lugar que Jack Carson debe vigilar es un centro comercial que se ha incendiado misteriosamente, y que tiene el nombre de Mayflower, como el barco de los primeros anglosajones que llegaron a Massachusets. Más obvio, entre los altorrelieves que ilumina la lámpara del vigilante, puede verse alguna alusión a los "Padres Fundadores". El ambiente del lugar es desolador, entre las ruinas se puede apreciar cierto ambiente lujoso de los años veinte. Inevitable pensar: ¿así quedó el lugar tras el crack del 29? ¿Y esto tiene algo que ver con las actuales hipotecas subprimes?
Un Ben Carson vigilando con pistola y lámpara los extraños fenómenos del centro comercial incendiado, es como un Jack Bauer merodeando por su América derruida a pesar de tanta inteligencia policiaco-militar. Aunque formalmente se trata de una película de horror, son inevitables las concesiones al personaje Bauer, que con su clásica pistola a dos manos amenaza gente, presiona confesiones, escudriña habitaciones en ruinas y hace berrinches de balazos ante espejos que no se rompen.
El tema de la película son los espejos, sus reflejos demenciales que muestra historias horrendas del pasado. Ya sé que no se vale relatar con detalle el argumento, pero sí se puede insistir en que los enfrentamientos del personaje de Shuterland con los espejos podrían leerse como el enfrentamiento del ícono gringo con su reflejo aterrador. El héroe de la peli se mira y mira los espíritus malignos que marca el guión. Pero el héroe de 24 se mira y acaso mira la demencia de la década Bush: la invasión a Irak, la paranoia de los aeropuertos gringos, la frivolidad ante los temas ecológicos, el terror que se adivina tras las oscuras miradas musulmanas, las hipotecas subprimes que acabaron de derrumbarlo todo.
Me llama la atención que, así como en The Happening, en Espejos siniestros la solución de la trama inicia en medio de un bosque inhóspito, lovecraftiano, condensación de los horrores más guardados del ideario gringo. Quien quiera aventarse una tesis filmicosociológica, acá le va el tema: ¿de dónde viene el interés del cine gringo de encontrar sus claves en lo que ellos llaman la America Profunda? Si en The Happening el encuentro de los fugitivos de la ciudad con la ermitaña desconfiada "ayuda" a resolver la trama; en Mirrors el encuentro de los ermitaños con Ben Carson hunde al personaje en lo más siniestro de su reflejo. Podría asegurar que el héroe de 24 nunca tuvo tanto miedo (ni cuando viajó con una bomba atómica, ni cuando enfrentó una guerra bacteriológica, ni cuando fue secuestrado por los chinos) como en esa casa perdida de Pensylvannia, donde el misterio de los espejos se resuelve en una historia de dudosa esquizofrenia.
Jack Bauer estará esperando su octavo día de televisión, Ben Carson resuelve el enigma de los espejos, pero uno y otro coinciden en su actitud fantasmal, inoperante, que ya no tienen razón de ser en los nuevos Estados Unidos deprimidos económicamente. A continuación debería venir ese entusiasta canto al final del capitalismo, que compense, rencoroso, aquella fiesta por el fin del socialismo que se dio en los años noventa. Pero sería más elegante atestiguar con discreción los derrumbes.
El último chiste que se avienta Alexandre Aja: cuando en la última escena de la peli, con casi todo resuelto, salvo la fantasmagórica identidad del héroe, la cámara se abre para mirar una calla donde todo transcurre con engañosa normalidad. En algún punto de esta panorámica se mira un minisuper. Con luces neón, anuncia: Open 24 hours. El diálogo de la peli con la serie también es el diálogo de una película que tras su horror sobrenatural vislumbra los horrores reales de Norteamérica, contra una serie de TV energética, pero también complaciente de la frivolidad estúpida de George W. Bush.

viernes, 17 de octubre de 2008

Radio Reloj: Cinco de la mañana



No me gusta esta canción por su sonsonete infantil; me gusta por algo más simple.
Apenas va iniciando, locutores de radios solitarias dan la hora:

Doce de la noche en La Habana Cuba
Once de la noche en San Salvador, El Salvador
Once de la noche en Managua, Nicaragua

Entonces imagino carreteras. Casas de paja y ladrillo entre maleza y caminos de terracería.
Dos amigos, o dos amantes, o dos desconocidos, bebiendo mate o cerveza o un café tibio mientras se les despereza la vida.
Charlas que explican todo al describir: qué calorcito, que ya cayó el fresco. Lo demás silencio. El locutor contando:

Doce un minuto

David contaba que ciertas noches se tumbaba sobre el cofre de su auto, fumaba despacio y pensaba angustiado en su vida. Ahora David tiene un consultorio dental y colecciona chucherías de Spiderman. ¿Le gustará su vida? Muchas veces quisiera decirle que su vida vale por las noches que se acostaba en el cofre de su auto.

Radio Reloj: Una de la mañana

También pienso en algún pueblo de la Pampa Argentina, compartiendo el mate con la mujer que amaba, harto de acariciar sus piernas, escuchando su admiración por tres canciones de Sui Generis. Cuando saliera el sol ella tendría que ir a su trabajo de cajera y yo debía acompañar al supermercado a su madre. Como la perspectiva era insoportable, le pedí que se casara conmigo para estar juntos toda la vida. No hubo quien nos explicara que toda la vida debía durar lo que faltaba de la noche.

Qué horas son mi corazón
Qué horas son mi corazón

Hubo un impresionante cuarto de hotel de Los Cabos donde me hospedaron para hacer un reportaje mamón. En la mesa del centro había un frutero con uvas, manzanas y una tremenda botella de vino. Tenía esperanzas en que ocurrieran cosas nuevas. Cuando todo estaba oscuro, me senté con una novela maltratada y la botella a mirar el Pacífico. En el balcón de al lado se asomó una mujer tan bella como triste. Envidió mi botella de vino pero no mi postura impenetrable. Regresó a su cuarto y la escuché gemir el resto de la noche.

Cuatro de la mañana
A la bim a la bam a la bim bom bao
A la bim a la bam a la bim bom bao

Otro hotel, más humilde, en Cartagena Colombia. Al otro lado de la calle, dos prostitutas que difícilmente serían mayores de edad. Menudas, mulatas, se golpeaban con sus bolsos y reían por algo muy tonto. Las ganas de bajar, negociar con ellas, abandonar el grupo de periodistas carroñeros de desayunos continentales y liarme a puños con su chulo. Una noche después bajé por arepas. Las putitas se reían porque yo las veía tímido. Un escuincle tres meses mayor que ellas intentó venderme un collar y llevarme a un burdel con hembras reales (más risas de las putitas). Yo tenía una novela a medias, viáticos reducidos, Colombia y Ecuador estaban al borde de la guerra. Me llegó el amanecer avergonzado por no seguirlos, bebiendo una cerveza del minibar que en el hotel me cobraron al triple.

Cuatro de la mañana

Y le he dicho a varias personas que ésa es una canción triste, y sólo uno o dos lo han compartido. Tengo pendiente amanecer con ellos, aletargando las cervezas. Un radio viejo sigue dando la hora.

No todo lo que es oro brilla
Radio Reloj: cinco de la mañana

miércoles, 8 de octubre de 2008

Espurio

Me pareció sensato que Calderón evitara las provocaciones de López Obrador y se mantuviera al margen de las reyertas postelectorales. Había un tono de prudencia y elegancia cuando no respondía a los exabruptos desesperados del otro. Ciertamente, la estrategia ayudó a que se estigmatizara más a López Obrador (ni modo, se ponía tan de a pechito), mientras la postura discreta de Felipito lo dotaba de una imagen bien templada.
Pero la sensatez se le ha vuelto un pelín arrogancia cuando ha evitado tratar los temas de la elección y su muy dudosa legitimidad como presidente. La gente que comulga con él se ha contagiado de esa arrogancia: contra la chafa estridencia de sus opositores, ellos se autoconciben como un monolito de respeto y formalidad. Los otros, los nacos, los inadecuados, los groseros, los excesivos, los ordinarios, se manifiestan en las calles de maneras escandalosas y siempre reprobables. Nosotros, los educados, los sensatos, los dignos, los bien formados, los elegantes, los prácticos, los que sí-queremos-al-país, evitamos desfiguros y transitamos por vía directa a lo productivo, lo competitivo, lo primermundista clase premier (Déjense de mamadas y pónganse a trabajar!!!!).
El cambio en el formato del informe de gobierno parecería participar de esta sensatez: evitar el circo y darle al acto la formalidad requerida. Al no asistir al Congreso y en vez de eso mandar su informe por escrito, Calderón neutralizó los ramalazos de sus adversarios y todo el gasto de energía y declaraciones previas al 1 ° de septiembre; los centradísimos y sobrios analistas políticos celebraron que terminara la escenificación del Día del Presidente y se optara por una rendición de cuentas práctica y eficiente. Como para que no se olvidara que supuestamente existe un presidente, el hombrecito saltaba a la hora que uno menos esperaba en la tele (como Chávez, pero en bien nacido), en medio del reality show, de la película, de la telenovela, para atestarnos convenientes cápsulas de todo lo que su administración ha realizado.
Lo curioso es que la insistencia por evitar el protagonismo (para eso tenemos al Peje), ha derivado en hieratismo. Si el contrincante es populista, excedido, estridente, Calderón se erige solemne, adecuado, rígido, formal. El aspecto de un gobernante eficiente. Más solemne en tanto más dudosa es su legitimidad. ¿Alguien recuerda al valiente secretario de Energía despedido porque se atrevió a destaparse como candidato antes de los tiempos electorales? ¿O al sorprendido y espontáneo precandidato que sin saber cómo le estaba dando la vuelta al precandidato oficial, Santiago Creel? Felipe Calderón está atrapado en la imagen de todos los que dudamos de su investidura. Los seguidores de Calderón también están atrapados en ese reducido margen de acción, porque se saben gobernantes y vencedores y dignos de desdeñar a los adversarios, pero también se saben altamente proclives de toda sospecha.
Lo más importante del grito de “espurio” de Andrés Gómez en Palacio Nacional, no fue el ejercicio de la libertad de expresión, ni la actualización (40 años y un día después) del alma del 68, ni el regalo político-mediático que le significó al perredismo, ni la “presentación en sociedad” de una generación que -dicen- será más crítica y combativa que los lamentables treintañeros y cuarentones hipotecados, que se hicieron adeptos de los buenos valores del panismo. Lo más importante fue arrancar la costrita, volver a evidenciar el error de origen, actualizar el estigma que el hierático Calderón siempre llevará consigo: es espurio, no porque lo haya dicho López Obrador o Andrés Gómez, sino porque él mismo se ha mostrado así al no cantar su triunfo, al no asentar su legitimidad, al no enfrentar a los adversarios dando la cara en un informe de gobierno, al no relajar su figura templada y declararse a sí mismo ganador de las elecciones, al permanecer con esa imagen de acartonamiento vergonzosa por la Silla prestada a la mala.
Hablando de coincidencias onomásticas: qué peligrosamente se está pareciendo a otro hierático de terribles recuerdos, paranoico, inseguro de su posición política, siempre sintiéndose amenazado por fuerzas externas perniciosas, como Gustavo Díaz Ordaz. El peligro será que esa inmovilidad termine endureciendo, y que llegue el momento en que Orden y Seguridad le sean sinónimos (a él y a quienes lo siguen) de Intolerancia, Represión y Ajusticiamiento.

PD: El buen Lear (que se le extraña, pues) siempre está desmarcado y aun así (o por eso) acierta: ayer me dijo que independientemente de su carga política, está bueno regresar/refrescar a la vida diaria una palabra tan linda como espurio, que hasta antes de estos tiempos había quedado un tanto empolvada en el diccionario. De ahí intentamos inventarnos algún post de palabras que los políticos reutilizan o inventan (chachalaca, globalifóbicos, sospechosismo, solidaridad), pero eso ya es una investigada para después. Me voy a comer.