Viernes lluvioso en la noche. La cita es en el Starbucks de Insurgentes que está a una cuadra del WTC. El objetivo: ver Sex and the city, la película surgida de aquella serie de TV que en los tempranos años 00 (diría el lugar común) "marcó a toda una generación". Creo que a continuación debería detallar lo que ha significado esta serie, sobre todo para las chicas-y-no-tan-chicas que encontraron en ella una nueva forma de asumir su individualidad, sus formas de expresión, sus intereses y sus cuestionamientos sobre amor, desamor, amistad, etc. Pero todo mundo ha hecho esos exámenes sociológicos y con un café que no puede fumarse nomás no puedo. Entonces espero a mis acompañantes.
La banda etílica acordó verla juntos, en bloque. Yo llevaba el chiste sebo de apoyar, como hincha de futbol, todas y cada una de las patanerías que hiciera el machín más cool de la tele, Mr. Big. Al final el grupo se fue desintegrando y los asistentes al Gran Evento fuimos tres entusiastas blogueras, el amigo de una de ellas y yo. La bloguera más fan e impetuosa decidió vestirte de lo más glamorosa (y divina que se veía). Yo antes de ir a la cita miré con tristeza mi ropero y lamenté no tener el tacuche adecuado para ponerme a tono con la ocasión.
Hay que vestir glamoroso para ver Sex and the city, así como se visten batones y sombreros de brujo para ver Harry Potter, o así como las mamases llevaron veladoras a La pasión según Mel Gibson. Porque es cierto: Sex and the city no es una peli, es un ritual femenino y hedonista. Ya había leído en otro blog de los grupos de muchachas emperifolladas que se lanzaron en grupo a la sala, con el plan posterior de beber martinis Cosmopolitan y hablar de galanes, simulacros de galanes, intimidades sexosas y dilemas existenciales. Aquí reproducimos el rito y vimos cómo algunas otras chicas también lo hicieron: tacones, vestidos vaporosos, maquillajes más sofis mientras más simples. Nota al calce: si las muchachas se van a poner así de chulas, no tengo lío en que todos los complejos de cine perpetúen para siempre esta peli en alguna de sus salas.
Entonces viene la película, las referencias de quiénes son y dónde se quedaron cada una de las heroínas, algunos chistes incisivos y el fuerte arranque de la acción con los preparativos de la boda de Carrie y Big, la orgía visual de vestidos y restaurantes y condominios de lo más cute, el arrepentimiento de Big al bodorrio (no le saboteo la película a nadie; todos los trailers traen la ya famosa sorrajada de ramo) y a partir de entonces la trama se va desinflando hasta convertirse en un desganado capítulo de la peor de sus temporadas de TV.
Charlotte se vuelve un bufón diarreico, Samantha desespera con una fidelidad que nadie le cree, Miranda aburre con su obstinación de no perdonar a Steve y Carrie Bradshaw languidece en una depresión crónica sin rebeldía ni reflexión. Las reseñas quisieron explicar que esta película intenta ser consecuente con los cuarentaytantos de las personajas; si yo fuera cuarentona me alarmaría creer que estas edades son tan aburridas. Menos mordaz y más analítico, el problema está en que la peli condensó una temporada de al menos diez capítulos en apenas dos horas y pico. En ese tiempo no se puede desarrollar y profundizar en líneas argumentales que pedían más espacio: la indecisión de Big, los motivos de Steve para ser infiel, la desesperación de Samantha por seguir siendo fiel, la presentación de la asistente de Carrie (¿no merece Jeniffer Hudson un papel mejor?), las vicisitudes del embarazo de Charlotte, los nuevos hombres que debieron aparecer en sus vidas, la asunción de estar cuarenteando, la reconciliación de Carrie y Big (que en tele hubiera sido una buenísima lidia, pausada y agobiante, y aquí parece un recurso barato sacado de la manga). El material era rico para una séptima temporada: la peli es un tráiler de dos horas de los capítulos que -¡lástima!- nunca veremos en televisión.
Pero todo esto sería pecata minuta al lado del error superior: cuando la emblemática cronista Carrie Bradshaw, la mujer de los amores apasionados y la fatigosa autorreflexión, languidece sin su laptop ni su columna en el periódico The New York Star, la cual es a su vez la columna que sustenta y hace sólidas las historias de la serie.
Precisamente la escena constante de Carrie escribiendo en su laptop, mientras su voz en off va dando cuenta de lo que escribe, es lo que da solidez a las pasiones, los romances, las dudas de los personajes. Sin estas reflexiones las aventuras de Sex and the city aburrirían por su repetición; justo esta columna (y no los escenarios neoyorquinos, ni los espléndidos outfits, ni los restaurantes y bares nice, ni los zapatos Manolo Blahnik) es la que ha hecho a tantas personas fans de la serie. La lap top y la columna de Carrie son como la varita de Harry, el látigo de Indiana o la espada láser de los Jedi; allí se reflejan los espectadores, en sus comentarios decodifican sus vidas; sus interrogantes son nuestros acertijos emocionales, sus conclusiones paradójicas constituyen la filosofía cafetera con la que singles, adultescentes, peterpanes, amazonas y demás tribus ciudadanas (mierda, qué panista es uno a veces) resolvemos el amor, el filtreo, la pareja, la individualidad, el proyecto de vida y demás engorros de los años 00. Cuando Carrie le cede la manipulación de su computadora a su asistente, también parece cederle su genio, su persuasión, su facultad de gurú.
Porque si ya empecé el debraye, entonces déjenme seguirlo: por la descripción meticulosa de su vida y las de sus amigas y sus hombres, por el constante ejercicio de autorreflexión, por su espíritu de cronista sentimental pero también mordaz, en el personaje de Carrie Bradshax se origina el espíritu que ahora estimula a tantos y tan distintos blogs (¿?). No sé quien creó la plataforma tecnológica que hace posible la blogósfera, pero si me queda claro que la rubia de los zapatos Manolo Blahnik le imprimió su novedad pop, su impulso, su capacidad de variedad y recreación. Ya sé que hay muchos blogs, algunos harto intelectuales, o harto geeks, o verdaderamente preocupados por las formas en las que se van dando los acontecimientos sociales, y algunos más que derivan en el buen bisness (señores inversores: yo quiero uno de esos); los que tratan temas serios o los que operan como santuarios de la fascinante personalidad de su creador. Pero la gran mayoría, los blogs insensatos, los blogs del primer impulso, los que nacieron y están naciendo de esa necesidad inmediata de registrar el momento, son blogs que en alguna parte de su concepción tienen la redacción febril y apasionada de la chica de Nueva York. Si Werther creó al suicida romántico, Carrie Bradshaw creó a los cronistas de pc. Ya sé, sueno excesivo, pero si uno no se excede, ¿entonces para qué mierda escribe (en su pc)?
Es ahí cuando reparo en el extraño azar que me hizo ver la peli al lado de estas tres empeñosas blogueras, y ahí me quedó claro de qué se trata, y también por qué fracasó el ritual: los cronistas virtuales queríamos que Carrie nos volviera a sugerir un rumbo, como Bloguera Senior que es, y eso nunca ocurrió.
Y ya que me metí en el debraye, déjenme terminarlo: al salir de la sala, al ver la decepción de mis compañeras, intuía que acaso ellas (y muchas y muchos más que apresuran y apresuramos nuestros renglones en nuestras distintas bitácoras) ya habían superado a la columnista de The New York Star. Quizá sin su glamour, sin Nueva York, sin los antros chic o los galanes GQ, ellas y ellos han tomado la estafeta y ahora la han superado con crónicas más plenas por lo complementarias y contradictorias. En sus blogs discurren sobre sus desconciertos amorosos, sus furias ecologistas, sus disquisiciones sobre la amistad, sus recopilaciones de videos de youtube con referencias emocionales, sus ligues y sus decepciones por lo insustanciales que resultaron los ligues, sus lecturas y sus comentarios políticos, sus pilas de fotos de ciudades y borrachos y mascotas y amores y examores de sus vidas, sus recuerdos insondables y sus batallas en el trabajo; todo esto ahora arma un universo más vasto, más intrincado, de mayor sabrosura, que el romancito tambaleante de Carrie y Mr. Big.
La decepción de la peli, la lluvia, el cansancio acumulado, impidió seguir los tragos, como era el plan. Acaso también la urgencia de repensar en soledad la película, para comentarla en el religioso post. ¿Ya sabes qué vas a postear de ella? Yo sí. Yo no. Yo ni siquiera sé si merece un post. Mi propuesta de post es ésta: lo más importante de Sex and the city es habernos sentado frente a nuestras computadoras para escribirnos. Y es de lo más sugestivo este tiempo de leernos y convivirnos alrededor de la pc (o la mac: no discutamos eso también por favor!!), y lo que tenemos que decir de cada uno de nosotros.
PD: Mientras perpetro estos renglones me ha tocado leer hartos comentarios sobre la peli y la serie, que tristemente se limitan a la predecible lucha de sexos. Preferiría ir más allá. Si todos estamos comentando Sex and the city con tanta virulencia, es precisamente porque la serie y la película están poniendo el dedo en la llaga de algo que a todos nos incumbe. El hecho de que no sea una descripción seria, o sociológicamente autorizada, en vez de restarle importancia la dotan de más intriga ¿Qué ocurre con Sex and the city? ¿Por qué nos atrae o nos molesta? ¿A poco no me quedó bien chido mi final Bradshaw’s style, con preguntas sin respuesta, como para resolverse en el siguiente capítulo? Ora sí, esto fue un exceso, hasta después.