La desgracia inicia con las palabras: la hembra provoca y el macho es incontenible. Y hay algo de cierto en la mujer que quiere atraer y el hombre que se exalta, pero los términos -provocar/no contenerse- vuelven horrendo lo que debería tener más poesía: Ella florece y Él idolatra; Ella ilumina y Él resplandece; Ella es el centro y Él gravita, baila, imagina, recita, seduce a la seductora y el mundo tendría sentido si amaneciéramos juntos en un cuarto con una botella de vino y el olor a sudor del enpierne satisfecho.
Pero el DF realiza esto desde la culpa, lo no dicho, lo prohibido. Los chilangos no nos seducimos: negociamos la seguridad de nuestros acostones. Ella tiene un tesorito y Él debe hurtarlo como trofeo de guerra; Ella se entregará si Él asegura trabajo duro auto hijos comidas domingueras con sus papis; Ella hará muecas si Él sugiere hurgamientos sin garantías de futuros; Ella está atrapada en su doncellez inmaculada; Él desespera en su chaqueta intraducible.
La separación en el metro de mujeres y hombres es la alegoría más triste de nuestra sexualidad miserable: quien quiera entender el fracaso del erotismo chilango debe contemplar esos rediles tensos de vacas y bueyes en la estación Pino Suárez: hembras desválidas de tanto paternalismo; machos estigmatizados como violadores potenciales; desconfianza y resentimiento, sobreprotección y rencor: quien quiera entender la eyaculación precoz y la anaorgasmia, sólo debe asomarse a la segregación de los vagones naranjas.
"Pero es que sí se pasan de lanza", "pinches viejas, calzones apretados", "estúpidos imbéciles babosos", "chale, ni que estuvieran tan buenas".
Los equilibradísimos estudios de género indicarían que Ellos deberían educarse. ¿Ellas deberían educarse también? ¿Conocer al otro como un sujeto tan imperfecto como ellas, y no solamente ver en él al patán o al violador? Mientras se debate el huevo o la gallina, la ciudad florece con sus pants de motitas y sus suéteres holgados sin imaginación. Como si no fuera suficiente, los sexistas autobuses del transporte Atenea insisten en hacer más misterioso el misterio femenino, más inaccesible a los trogloditas que desde lejos miran a las mujeres que no se merecen. Nos atisbamos desde lejos como cabrones y fruncidas, como garañones y putas, porque no existen los espacios y los riesgos para vernos/desearnos/cortejarnos como personas. Mientras se insista en el paternalismo hacia las mujeres y la estigmatización hacia los hombres, seguiremos siendo islas que nos sublimamos en páginas porno y chick flicks.
(Aquí debería seguir la parte donde hablo con pedantería de ciudades decentes -Mi Buenos Aires Querido, y dicen que también Barcelona, y hartas falditas mulatas que vi en Cartagena, y Budapest tan gimnasta y tan gloriosa, y obvio que Nueva York obvio, y Tokio tan benditamente manga, y agréguenle casi casi cualquier ciudad más-, donde la minifalda no es misterio, donde las mujeres se afirman y se gozan ostentando el chamorro y los hombres titubean pero les invitan un trago y si se gustan se bailan y si se bailan se besan y si se besan siguen más y más allá, pero mejor me guardo la pesada presunción primermundista y mejor concluyo con sentencias excesivas: una ciudad con minifaldas sería una ciudad con un erotismo maduro):
Una ciudad con minifaldas sería una ciudad con erotismo maduro. Una ciudad con minifaldas sería una ciudad de hombres y mujeres que han superado el miedo y la ebullición del impulso y han aprendido que la falda corta es un festejo que pide vino, charlas en susurros y roces de labios en los cuellos. Una ciudad con minifaldas no le temería a la putería, al gozo del cuerpo, al baile trasnochado, a la mano larga sin tabúes, a la cachetada con arrestos. Y una ciudad con minifaldas ebulliría con botas largas, medias caladas, tacones hirientes, tangas furtivas... pero bueh, esto es el DF, y si la vida es en el DF, a tolerarlo, pues. Por lo pronto yo me voy al Hi5 a ver a las rumanas.
UPDATE: EN EL QUE SE EXPLICA DE LO QUE SE SUPONE QUE ORIGINALMENTE DEBERÍA TRATARSE ESTE POST: De la ley que les prohíbe a las muchachas sinaloenses a usar minifaldas en las prepas, quesque para prevenir de acoso y violencia. Y creo que el post debía odiar esa decisión tan pinche, porque tan bonitas las sinaloenses y de pronto obligadas a las murgas burocráticas, en vez de garantizarles seguridad, respeto, y más bien tener a los chamacos rijosos a régimen de cubetadas de agua fría pa' que se acostumbren a no enloquecer (ay, Dios, qué dificil) ante tanto contoneo carnavaleando tan meritorios muslos. Pero de ahí quien sabe por qué acabé concentrándome en el triste, triste, triste antiminifaldismo de esta triste ciudad.
UPDATE QUE SE QUIERE POLÍTICO: Desde que el cabo Totó ganó tan pristinamente la presidencia de este rancho me prometí no volver a votar en mi vida, pero corrijo: votaría por quien prometiera generar el ambiente propicio para que más muchachas usaran minifaldas en la ciudad. Porque insisto: apostar por la minifalda es apostar por la madurez sexual. Por una educación sexual que rebase el uso de los hulitos y la deconstrucción de las cigüeñas. Una educación sexual efectiva sería aquella que también validara el placer de las miradas y los tactos y los tragos y el vengase pa'cá. ¿Feminismo? ¿Machismo? Hedonismo. La vida es una y demasiado corta como para fingir beneplácito por las mezclillas y los pants.
UPDATE QUE CONVOCA: A las lectoras de este congalito, para que manden sus fotos de minifaldas al correo del perfil y sean publicadas como Proclama Del Derecho A Decidir Sobre El Cuerpo y todas esas zarandajas feministas. La minifalda fue la prenda política de los sesenta: regresemos a esa altísima forma de expresión social y cultural. Hagamos política con nuestros cuerpos. Con nuestras identidades (ja, ¿alguien creyó en mi elocuencia nomás pa' chismearles el piernaje? Aún así, quien contribuya...).
UPDATE ARREPENTIDO. Ya es retarde, por eso escribo tanta tontera. Mejor me voy a ver los clavados de Paola Espinosa. Sí-se-puede-sí-se-puede. Splash.