martes, 16 de diciembre de 2008

El día que la Tierra se detuvo... de la güeva


Imagino que en otros espacios adornados con naves espaciales y aliens viscosos podrá leerse la ilustre genealogía de esta historia (clásico de las series B de los años cincuenta, cosa así o semejante); acá yo uso mi congal para el desahogo, porque si todo el mundo aburre con que sus novios las dejaron o que la muchachas no los pelan o que Calderón apesta, ¿por qué no hacer mi versión del hastío proponiendo, por ejemplo, que:?

1. Desde que Pepsi y Motorola y el dentista Jairo Campos le entraron al marketing de las imágenes por computadoras, siempre que veo un derroche espectacular escalofriante como el de la esfera luminosa bajando a Central Park, imagino que de ahí van a salir los duendes de Movi Star o Janet Jackson enseñando las chichis y pues ya no me emociono, o sí, pero de otra manera.

2. Keanu. Eternamente Keanu. Intensamente Keanu. En Matrix y ahora en El día..., me ha tocado ver a Keanu como Divinisimo Feto Elegido, en proceso de cientifiquísima gestación. Y pues según entiendo es requeteemocionante pero pues nomás no me hace ni cosquillas. ¿Cuando tenga un hijo será diferente? Por las dudas, ni me arriesgo

3. ¿Quién decidió que la enorme Kathy Bates (véanla en Misery si no) debía parecer delegada sindical de la ANDA para fingirse la portavoz del Preciso y el Vicepreciso Gabachos? Ni que fueran a agarrarlos a zapatazos, por ejemplo.

4. Nunca pude creerme las chaquetitas filosóficas de Matrix porque salía Keanu vestido de lo más trendy y pos así yo nomás pensaba en catálogos de moda otoño-invierno de Sears, y pues nunca vi un personaje, nomás un figurín. Y ora, tan trajeado, tan vendedor de autos finos, neta que veía y pensaba: ¿tons él va a hacer que se acabe el mundo? ¿Así tan malo tan malo? ¿O, o sea, cómo?

5. No hay cliché más cliché que la comparación, pero se vale de una película Totalmente Cliché como ésta: en El día de la Independencia, en Impacto Profundo, en El día después de mañana, invariablemente salía el Preciso de Gabacholandia y ahí uno sabía que la cosa iba en serio, y que este tipo defendería a la Humanidad Entera (o sea, a Nueva York) con discursos y recuerdos de cuando fue piloto aviador en el Golfo Pérsico y su íntimo compromiso de quedar bien con su hijita (¿ya checaron que los Presis de las pelis gringas siempre tienen hijitas?) La falta de autoridad de la pobre Bates-Mama-De-La-Nana-Fine, convierte en ocurrencia apantallapendejos el asunto de la esfera y el robotsote tan maligno y las amenazas todas que le caen al Mundo Entero (o sea, a Nueva York).

6. El personaje de Jennifer Connelly es madrastra del personaje de Jaden Smith (el hijo de Will), una como actualización de "Blanco & Negro" (de-qué-estás-hablando-Willis), pero tan atinada corrección política lo distraen a uno porque uno se queda haciendo el álgebra: "entonces la Jenni se enamoró de un negro afro y cuando se murió se encargó del niñito sin importarle que fuera negrito afrito porque a fin de cuentas es hijo del buen Will y además con lo de Obama está de moda" y en lo que uno está conscientizándose de lo sensible que debe ser el mundo sensible ya cayó el primer putazo y nomás no se supo dónde cómo a qué horas y por qué.

7. Me caga el rostro hierático-imperturbable-sublimado de Keanu Reeves. El otro día me cortaba la uña de mi dedo gordo del pie y le noté más expresión (a la uña cortada, mi dedo gordo es un actorazo).

8. Y luego el niñito Smith es in-so-por-ta-ble, nomás comparable con Dakota Fanning en La Guerra de los Mundos, cuando hacía su zona de seguridad con los brazos y uno resoplaba de rabia y quería que llegaran todos los monstruos de todas las galaxias a desmembrarla cachito a cachito, y ora este igual, tan terco, tan necio, tan arrogante desde su decálogo de los derechos de los niños, que a uno nomás se le antoja estar cerca para darle sus buenos cates

9. Keanu. Divinamente Keanu. ¿De dónde salió la insistencia/revelación/complacencia de hacer de Keanu el Mesías de los friquis? Lo mismo Neo que Constantine que ahora Klaatu, les toca ser redentores del mundo, entre salvarnos o perdonarnos la vida, y pos como que se le puede pedir perdón a Clint Eastwood, a Humprey, a Jack Nicholson antes de que fuera Jack Nicholson, a Marlon Brando, pero a Keanu, o sea, ¿cómo por qué?

10. Lo mismo en La Guerra de los Mundos que en El día que la Tierra se detuvo, ¿por qué un niño malcayente es más importante que el resto de la civilización? Uno no quiere odiarlos, pero pues se ponen de a pechito...

11. ¿Será cierto que los friquis ponen en el nacimiento a figuritas de Keanu Reeves como Niño Dios?

12. Sí hay algún momento rescatable: cuando Klaatu y el viejo profesor Barnhardt resuelven una complicadísima ecuación matemática como si fuera una pieza musical. Y bueno, Jennifer Connelly siempre es más que rescatable. Lo único que uno se pregunta: ¿por qué hacer esas películas? ¿Por qué?

13. Película de obligadas palomitas, para que al menos eso sea disfrutable. O para esperar a uno de esos domingos lánguidos en que hasta la peor peli es mejor que el lento transcurso del día. Aunque si se puede ver La Academia o Bailando por la Burrada de mis Sueños, pues mucho, mucho mejor.

Update: ya hubo quien nos siguiera al Bufón y a mí con las añoranzas de las muchachas cinematográficas míticas sublimadas, y la onda está buena porque Depto. Editorial habló de Betty Page. Y acá está su comentario. Y videíto y foto. Chido.

jueves, 11 de diciembre de 2008

¿Por qué las mujeres no son como Holly Golightly?


No quiero conocer Nueva York por sus enormes rascacielos, ni por los sudorosos actores que triunfan en Broadway, ni por sus estresados brokers que cantan la compra y venta de dinero que no existe, ni por sus aprehensivas cuarentonas empedándose con Cosmopolitans mientras no les satisfacen los esfuerzos de ningún galán; quiero conocer Nueva York por el insulso deseo de descender de un taxi un domingo a las siete de la mañana, con un pan dulce y un café tibio, y acompañar en su desayuno a Holly Golightly, mientras vemos la vidriera de Tifanny's con una suave tristeza.
¿Qué es Nueva York sino un eterno desear agobiante? Y por eso, sólo a quienes se nos han agriado los sueños podemos deambularlo de veras, sin gloria ni dignidad. Y Holly lo sabe porque no se atrevió a ser actriz famosa, ni quiso envejecer como ama de casa en un rancho del Medio Oeste profundo, ni supo enfrentar su dulce incesto contra una sociedad gazmoña que nunca suda cuando coge. Holly no pudo sumarse a ninguna gloria, prefirió una discreta labor de puta para ricos que le permitía ser alegre, marginal, protagónica y aérea; todo al mismo tiempo. Personaje ideal de Truman Capote y de sus perfectos años cincuenta: la elegancia al centro y la desolación al fondo, el glamour del american dream de coreografía y el teatro tremendista de Tennessee Williams como sustancia: afuera se baila como Marilyn Monroe en Los caballeros las prefieren rubias; adentro se duda seriamente, como la Marie (Elizabeth Taylor) de La gata en el tejado caliente, porque así eran las historias gringas de aquel medio siglo: la contradicción de opulencia y vacío, de modernidad y atavismos. Entre esos discursos, Holly prende el cigarrillo y lo fuma con su elegante y excéntrica boquilla.
Holy Golightly existe porque ha renunciado a todo, Holly usa hermosos vestidos largos y bisuterías porque sabe que los otros valores se han ido a la mierda, Holly fuma con una larga boquilla porque la vida se le acaba en dos bocanadas y aún hace falta sonreírle a muchos idiotas. Holly quiere un marido rico que pueda servirle martinis cuando el atardecer sea insoportable. Holly es prostituta para ricos, ilusa informadora del estado del tiempo, pésima cocinera que sabe hacer estallar una olla con improvisada gracia. Holly tiene todos los defectos del mundo, menos sus ojos.
Holly, o el espectáculo de las falsas identidades: en realidad se llama Lulamae Barnes; Holly es el nombre trendy para moverse entre rascacielos. Su gato carece de nombre: no merece de uno hasta que ambos se pertenezcan. También le cambia el nombre a Paul (George Peppard) por el de su hermano Fred. No es que todo sea falso o impostor: es que ella lo recrea desde su necesidad de fiesta y compañía; desde la ligereza que le impide (no es su naturaleza) enfrentarse a sí misma, por lo que mejor se evade en la reinvención de un mundo acorde a su tribulación.
Holly tiene su ropa guardada en maletas, como si siempre estuviera a punto de fugarse. Porque aunque nunca fue "contracultura" (ese terminajo dudoso que distingue a los que fuman mota de los que solo la huelen), el linaje de Holly está más cercano de los personajes beats (Ginsberg, Kerouac) que de las sutilezas pequeñoburguesas de Fitzgerald. Holly canta cuando nadie la escucha: "Two drifters off to see the world/ There's such a lot of world to see", quizá esperando que alguien la lleve a las praderas africanas o al carnaval de Río, donde pueda fabricarse otra máscara, para que nadie hiera su melancolía. Holly es hermosa porque le duele el mundo. Por eso, su único momento verdadero, es el de las siete de la mañana, el del café y el pan frente a la vidriera de Tiffany's. A mi me parece el momento más auténtico del Nueva York ambicioso y ebullente. Por eso se quisiera estar ahí, con ella. Y desde las joyas que jamás serán nuestras, desde la calle vacía, empezar a entender el mundo.

PD: Audrey Hepburn es Holly Golightly en Desayuno en Tiffany's película de 1960 de Blake Edwards, basada en la novela corta de Truman Capote. Y hablar de ella es hablar de aquellas mujeres que ya no existen, como alguna otra que ha impactado al Bufón y que la describe en su lugar. En otro momento nos pondremos serios y hablaremos de mujeres valiosas, de esas con discursos importantes, aunque nadie voltee a verles las pantorrillas. Pero si la vida es tan breve, ¿por qué no imaginar que Holly Golightly vive en el departamento cercano al mío, se entromete en la madrugada a mi recámara y me pide que le lea un cuento que le aburre porque no tiene joyas ni pisos alfombrados?

lunes, 8 de diciembre de 2008

Café y cigarros

Me invitaron a participar en un blog colectivo, como no tengo que contar experiencias bucólicas de secundaria ni revelar mis desastrozas historias sentimentales, me pareció interesante. Nomás hay que hablar de café y de cigarros, algo sé de eso. Entonces, de rato en rato también espantaré por aquí.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

Las venas de las manos

I
Quería escribir un post pitorreándome de los 80 años de Carlos Fuentes: regodearme con tres ideas malechosas, caracterizar a Volpi como un chihuahuense lameculos empeñoso, cimentar un epitafio definitivo contra el vetusto novelista playboy. Pero al ir redactando me daba cuenta que adquiría un tono de tertuliano fantoche y rencoroso, que los argumentos ácidos perdían fuerza al enfrentar mi realidad de lector necio sin Propuesta Constructiva. Más patético: que me convertía en ese tipo de cronista de vieja guardia del periódico El Sol de Villachica, relegado, gástrico, sentencioso, que con un lema lapidario simula su mediocridad campechana. El ejemplo que más al vuelo me vino fue Fernando Nachón, quien gasta renglones y renglones en censurar/burlarse/pontificar contra Conaculta, el Fonca y todas esas financieras de escritores que se fingen institutos de cultura.
Me incomodó mi imagen. Puse mi mano en el mentón, en actitud reflexiva, y reflexioné: a los 20 años hubiera sido incendiario por lo impertinente. Ahora es caduco y previsible. El comandante terminó de sepultarme: ahora la moda es denostar a Fuentes, dijo antes de darle el trago a su Matusalém. Vaya, pensé, por primera vez en mi vida consigo estar a la moda, pero eso no acabó de satisfacerme. Luego me asomé al Canal 22 y revisé cómo Volpi se echaba de panza para que Fuentes se la sobara con sus bien boleados bostonianos. Hice mi ejercicio nocturno de autoflagelación: aquello era real. Canapés y vino fino y frases perfectamente bruñidas sobre la trascendencia de Terra Nostra en la construcción de una literatura donde no suelo reconocerme. Corrijo: donde no suelo divertirme. Reconocerse es una palabra que inventó el existencialismo para justificar la publicación de libros que no tratan de nada. ¿Cuánto tiempo se tardan los escritores en escribir libros que no tratan de nada? Consentía la amargura cuando me habló Josué, tanto tiempo, para pedirme opinión sobre un impresionante proyecto que trae entre manos. Iba a pretextar mucha chamba cuando prometió pagar las chelas. En tiempos de crisis, cualquier peda subsidiada debe ser bienvenida. Acordamos la hora y una cantina a medio camino entre las casas de los dos.

Capítulo dos
Josué estudió conmigo en la UAM Iztapalapa, pero él sí terminó la carrera. Es un güero norteño con ese hablar quedito tan del Norte, como si siempre estuviera revelando indiscreciones. En aquellos tiempos leímos en una clase un soneto, creo que de Boscán, sobre las manos. Josué desapareció ocho días. Al noveno, lo encontré en una tienda cercana a la UAMI, ojeras profundas y una caguama escondida en una bolsa. "Boby" (nunca supe por qué me llama Boby), "¿han avanzado mucho en las clases?" Iba a recitarle los pendientes cuando interrumpió. "Es que Boby, me quedé pensando en las manos. El poema de Boscán, el de las manos. Lo leí la otra noche, y lo leí y veía mis manos. Los huesos, las venas, ¿has visto las venas de tus manos? Porque me las quedé viendo el otro día, y pensaba en el soneto, y pues hay cosas que son bien perronas cuando se trata de tus manos, ¿no crees Boby?" Y mientras lo decía miraba sus manos como si fueran sus enemigas, como si estuvieran invadidas de hormigas o cualquier otra imagen de esas que hubiera inventado Buñuel. Lo angustiante del tema es que Josué desapareció los ocho días solamente por su peregrina obsesión con las manos boscanianas; lo angustioso al doble fue que nunca entendí si entendió algo de lo que no entendía. Porque el cerebro de Josué opera por asociación libre. Cerebro de poeta, me atrevería a decir. De ahí que no sea dado al descuartizamiento lógico de una idea, aunque sabe sorprender con alguna insólita revelación.
Quince años después, Josué reloaded, más rollizo y tan norteño como siempre, me da el gran abrazo fraternal de tanto no vernos y qué gusto que ahora sí. En el lapso de no encontrarnos (¿unos diez años?) él se casó con una amiga, emigraron a Oaxaca, tuvieron dos hijos, se hicieron la vida imposible, se divorciaron; mi amiga regresó a la ciudad antes y en los tres que cuatro cafés que tuvimos hizo balances de su matrimonio, obviamente inclinando la balanza hacia los errores de Josué. Como en temas de parejas más vale no meterse, tomé con reticencia la crónica parcial. De ahí que viera simpáticas las aventuras de Josué y la teibolera, Josué y la peluquera de a treinta pesos el casquete, Josué y su incursión en la política priísta de Sonora. Acepto que de él no tengo "recuerdos ejemplares", de esos que hablan de trabajo, responsabilidad, compromiso y demás alegorías de libro de Arturo Cuyas; en contra puedo presumir que me llevó a los mejores tacos de tripa de la ciudad (en la Morelos, antes pasó a una vecindad y me dejó esperando afuera, diez minutos después salió con un paquete harto sospechoso), que le presté dos meses de sueldo y cuando tuvo el dinero para reponérmelo se lo gastó en el Balalaika (y además le tuve que volver a prestar), y lo que acaso debo reprocharle, cuando por su fáustica invitación para entrarle a mi primer pericazo de coca terminé innecesariamente enamorado de la chica menos adecuada para aquellos momentos.
Confieso que ahora no tenía muchos ánimos para verlo. Pero sé que con Josué siempre nos debemos algo: una chela más, sus aventuras medio falsas/medio reales con narquillos de baja estofa, mis consejos para que asiente cabeza y que siempre me hacen parecer treinta años mayor. Pero ahora la cosa venía distinta: entre el divorcio y algunas malas ondas que vivió, se le había acabado un poco el impulso. Por suerte, su mente sigue su fantástico viaje entre las brumas. Con temas distintos a las manos, claro está: "Es que he pensado en la lectura, Boby. Quién lee, para qué lee, cómo lee. ¿Cuando lees piensas en cómo estás leyendo? Si te lees cómo lees cuando lees, la lectura cambia. Y en eso estoy pensando, Boby. Me preocupa cómo leo lo que hay que leer".

TERCERA PARTE
Si logro ordenar el inmenso campo semántico (qué forma elegante y académica de llamarle al desvarío) de Josué, su proyecto trata de monitorear hábitos de lectura, según alguna didáctica que se fue inventando cuando dio talleres de lectura en una universidad de Oaxaca. Su experiencia tenía conclusiones obvias (mejor lector, mejor redactor) y curiosas (a las estudiantes de Química les gusta, como a ningunas otras, las novelas de amor). Estas revelaciones surgieron entre otras más terribles: la teibolera tenía nalgas de ensueño, pero era demasiado loca y a los diez días no sabía qué hacer con ella. Y el negocio con los priístas sonorense fue pésimo: lo esquilmaron todo, y ni las gracias le dieron. De ahí seguía una conclusión prístina: a los lectores no hay que chiquearlos, hay que ponerlos a leer la Iliada con un garrote encima, sólo así pueden entender. Esto es obvio si se analiza la grilla de las universidades: hubo un vato que quiso hacerle una grilla espantosa, pero Josué estuvo a las vivas y mira: (Josué alzó su dedo medio): les di puro pito y me traje mi proyecto acá. Entre estas cosas más o menos claras, había un almacén de grano, la educación de sus hijos, lo exageradamente bueno que era el libro de Baldor, y la descripción de la amiga que ahora le renta un cuarto ("no es morra, es amiga") por Barranca del Muerto.
Bastaron diez minutos de historias para entender que el proyecto de Josué era un pretexto para encontrarnos y pistear los recuentos de vidas. Y que en esta reconstrucción de su persona, le importaba recuperar amigos, zonas de pisto, chances de chambear en algo, la terca sobrevivencia de los treintones que no supimos (pudimos) (quisimos) afiliarnos a una empresa estable que nos diera aguinaldo y pavos en tiempos de Navidad. Pero parte de esa terquedad de sobrevivencia necesita obsesiones: la de Josué es la lectura. Y lee, y lee lo que leen los otros, y no lo tiene muy claro pero intuye que hay cosas erróneas cuando ve a Fuentes festejado en el Canal 22.
-¿Lo viste Boby? Yo veía al Fuentes, y al García Márquez, y a todos esos batos, y así viéndolos pensaba: no, a estos batos no puedo explicarles lo que he descubierto de la lectura, seguro me batean de inmediato, ¿qué van a entender de mi lectura si leen distinto? Pero además, como son malandrones, tú me entiendes, aunque no me entiendan nada son capaces de robarse mis ideas y después sacar un librito, y después andar diciendo, ah, mira lo que he pensado, qué chingón soy.
Me sorprendió que como yo se asomara a los festejos de Fuentes para reciclar su amargura. Ficción idiota: hasta imaginé que se decidió a llamarme apenas vio en la tele la misma nota de socialitos que vi yo. Aquí debería seguir el lavado de cerebros que moralejeara: "de aquí concluyo que Josué y yo entendemos mejor la lectura y las cosas de la vida que esos cabrones de la televisión", pero obvio que no es cierto, obvio que sería un final barato, y obvio que se vale ser resentido, pero no ramplón. Aunque en justicia a nosotros diré: si hay cantina, y cervezas, y diez años de no verse, y cosas jodidas en esos diez años, entonces, en esa hora y bajo esas circunstancias, es obligado fanfarronear disparates y fingirnos los reyes de los libros hasta que se nos cruce un académico ilustrado y nos diga que dijo la mamá de Fuentes que claro que por supuesto que no.
Pero tampoco había que ser tan obvio. Brindar por los mejores lectores del mundo es tan idiota como publicar fotos en hi5 que se titulen: la mejor banda 4ever nadie nos separará. Preferí el también gastado recurso de los viejos tiempos:
-El soneto de las manos, el de Boscán, ¿te acuerdas Josué?
Él se miró las manos como si ya no tuvieran hormigas. Parecía verlas en dos dimensiones: las dos temporales: la de la tienda de la UAMI, la de la cantina libre de humo.
-El soneto de las manos, claro que me acuerdo, Boby. Las manos, las venas... a veces me veo las venas. ¿Te has dado cuenta que han cambiado las venas? A veces veo las venas y me quedo pensando. Son cosas medio perronas, ¿no?
Vi la hora. Tenía tiempo para otra cerveza. Busqué al mesero, aguantando las ganas de fumar un cigarro.

martes, 11 de noviembre de 2008

Quémese después de leer




Los Hermanos Coen (algo así como los Hermanos Marx pero en posmoderno) hacen dos tipos de películas: las pretenciosas y las estúpidas. En el primer rubro intentan la reelaboración, estilizada y mordaz, de los géneros cinematográficos clásicos, con resultados estupendos (De paseo a la muerte sigue siendo su mejor película; Sin lugar para los débiles, la que se asentará en las enciclopedias del cine), memorables (El apoderado Hudsucker, Barton Fink, El hombre que nunca estuvo) y prescindibles (El amor cuesta caro); en el segundo se regodean en la exposición meticulosa de un nutrido grupo de idiotas hasta estallar en comedias agrias, sin gags memorables pero con nerviosa tensión dramática. Allí están Simplemente sangre, Educando a Arizona, El gran Lebovski y ahora, Quémese después de leer.
Reto a que cualquiera trate de explicar de qué se trata Quémese después de leer y al medio minuto sentirá que está contando puras idioteces. ¿Qué sentido tiene explicar el despido de un agente de la CIA de quinta categoría, el adulterio de su esposa con un hipocondriaco que se dedica al bricolage de sillas pornográficas, la obsesión de una instructora de gimnasio por hojalatearse el cuerpo y el regodeo de Brad Pitt interpretando a Brad Pitt? Pero entonces los Coen utilizan una de sus mejores fortalezas: construir una trama intrincada, llena de pequeños detalles que van desperdigando cabos sueltos, más peripecias que revelaciones, más confusión que sentido, hasta que a media película irremediablemente se obliga a la pregunta: ¿qué rayos estoy viendo?, ¿por qué rayos lo estoy viendo? Y ahí se condensa lo genial de los Coen estúpidos: evidenciar el absurdo de su relato y evidenciar lo absurdos que son quienes lo ven, y sonreír sardónicamente ante tal experiencia del sinsentido. Y pobre quien intente interpretar algo (moraleja, estética, pensamiento, paradoja, premisa). Hoyo total.
Aún así me atrevo a abismarme al hoyo, al sugerir que el andamiaje de Quémese después de leer en algo se compadrea con todas estas películas de mosaico que hemos estado presenciando de unos veinte años a la fecha. Desde la versión altmaniana de los cuentos de Raymond Carver en Shortcuts, a la epifanía langostina de Magnolia de Paul Thomas Anderson, a los dulces con néctar de sacarina de Realmente amor de Richard Curtis, al trío del accidente de González Iñarritu (la efectista Amores perros, la efectiva 21 gramos, el exceso Soy Totalmente Globalizado Babel) y hasta a la mediocre Cuando Sea Grande Quiero Ser Amores Perros de Dos abrazos, de Enrique Begné. En todas ellas, la multiplicidad de historias responde (no debo decir a la moda no debo decir a la moda no debo decir a la moda) a la moda postmoderna que desprecia las historias únicas y redondas, y creen que la Verdad de la Ficción se encuentra en la fragmentación de varios relatos y en los juegos irónicos-paradójicos-complementarios que vienen de la comparación anecdótica (o: mira tú cómo es rara la vida que en un mismo choque a Cate Blanchet le dan un balazo y Benicio del Toro se hace religioso y Hugh Grant se hace primer ministro y a Tom Cruise le llueve un ejército de langostas).
En estas películas, algún elemento simbólico-azaroso (choques, amores, cruces de personajes, temblores, plagas bíblicas) unifica a las historias y les daría un Sentido Supremo que podría ir desde la moraleja ramplona hasta una visión más sustanciosa e intrincada. Los Coen se burlan de este macropropósito al resolverlo con las juntas de oficina entre dos altos ejecutivos de la CIA, que "unifican" el recuento de tonterías al revisarlo solamente para confirmar su inutilidad. Nada más lejano de los Coen estúpidos que querer dejar un mensaje, pero si algo semejante hubiera, sería asentar el regodeo de la inutilidad del mensaje. Contra las poéticas de las otras pelis que antes puse de ejemplo, la poética de los Coen indicaría que los humanos y la fragmentación de sus historias tampoco sirve para nada, y que el mentado Efecto Mariposa ("el aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo", recita la wikipedia) se va a la mierda si aparece Brad Pitt con su ipod queriendo agandallar información confidencial. Por eso resultan tan afortunados los diálogos finales de la película ("¿Qué aprendimos de toda esta historia?" "No aprendimos nada"); moraleja cínica de un par de cineastas que no quieren llegar a ningún lado, pero para eso realizan acrobacias ingeniosas, que a pesar de ellos ofrece una visión: la de lo insensato del género humano y lo insensato del cine como educador/conscientizador/intelecto.
Si tuviera paciencia y habilidad para buscarlo, concluiría el comentario con alguna cita (que debe existir) que dijera algo así como: "Dios creó a los humanos porque necesitaba aburrirse con un reality show previsible y demente". Imagino que la cita sería de algún humorista judío. Y no me extrañaría que la firmara alguien que se apellidara Coen, por ejemplo.

miércoles, 29 de octubre de 2008

La crisis me sienta bien

Ya me cayó el primer chahuistle de la crisis. En un lugar donde me daban un sueldo base me cambiaron la jugada y se inventaron una argucia cotorrona para que, a cambio del triple de trabajo, gane (en el mejor de los casos) hasta un 20% menos de lo que gané hasta antier. Al menos no me echaron, fue el magro consuelo. Ya voy viendo que por ahí irán los otros empleos. Al final, quedará el canto al trabajo duro y tenaz y edificante. En contra, cheques irrisorios (pero otros ni eso tienen, dirían las mamás que te obligan a comer la horrenda crema de chayote) y la sensación de que mi proverbial estancamiento se ha modificado y ahora dará pasos hacia atrás.
Pero metidos a las ideas derrotistas, volteo al pánico precrisis y en el aviso del desastre al menos veo tensión dramática, violentas asunciones de identidades, asomos a los abismos, desesperadas transformaciones , incomodidad, y eso es movimiento y el movimiento es más atractivo que el aborregado Estado Hipotecado de dos años atrás. Además acepto cierta fascinación por el desastre. Nerón fue inmensamente más feliz cuando vio a Roma incendiarse que cuando gobernó su "perfección" corrompida pero bien aceitada; la peli del Titanic es más interesante cuando el barco empieza a valer madres que cuando Di Caprio y la Winslet hacen su videoclip de Celine Dion, y la voz (las piernas) de Shirley Manson are only happy when it rains (y por más que uno quiera no puede quitarse lo nonagentero, ni modo).
Intuyo que estamos al borde de cierta solidaridad que se había olvidado, y para nada es la solidaridad ramplona del Teletón o los Ya Basta mediáticos de la Marcha Blanca y sus velitas; es la solidaridad umbrosa de sabernos todos jodidos y aprender a observarnos desde nuestras miserias. Esa macabra pero a fin de cuentas acogedora compañía se perdió con el festín de créditos en el foxismo, que artificiaba el estatus a la vez que dictaba una moral del trabajo y la productividad, justificada con la nueva hipoteca del auto y la casa (ir haciéndonos de nuestras cositas, suspiran los recienes casados).
No se me olvida alguna comida familiar, en los tiempos álgidos de las elecciones Calderón-López Obrador, en que después de las manidas discusiones, un primo político tintineó con su tenedor el vaso de Coca Cola, se levantó de su silla y discurseó:
-Yo sólo quiero invitarlos a que piensen bien su voto. Piensen en nuestro futuro. Aquí Pelos (que así llama a mi prima) y yo estamos a mitad del pago del auto, están a punto de aprobarnos la hipoteca de una casita, tenemos el comedor y la salita de la casa en la última mensualidad. Y todo se vendría abajo si ese terrorista accede al poder. Entonces, de verdad (y volteó a verme) tendrían que reflexionar seriamente, dejar de un lado las ideas inmaduras y otorgar el voto a quien nos va a dar seguridad que todo eso se podrá pagar.
Dicho el dicho regresó a su silla con templada autoridad.
Aplausos, por favor.
Juro que fue la única vez en que se tambaleó mi voto. Mierda, tan inconsciente. ¿Qué harían Pelos y su marido sin ese auto que con tanto esfuerzo, y con apenas tres tabiques de la añorada casa, y con sólo medio sofá y tres sillas del ansiado comedor?
Por esa época releía Los demonios de Dostoievski y acepto que encontré similitudes en los excesos anarquistas de Verkhovensky y Stavrogin con las huestes del Mesías Tropical (diría el sensatísimo Krauze). Y son tan monstruosos los personajes del ruso, y sus resoluciones llegaban a tales grados de infamia, que al seguir las equivalencias entendí a la cruzada del Peje como una bravata romántica que podría no acabar bien. Pero pensaba en los otros personajes y veía al Richelieu Gordillo, al mediocre Luis Calderón XIII y a la pérfida Lady Fox Winter, de la saga mosquetera de Dumas. Y todo terminó siendo una elección literaria. ¿Dostoievsky o Dumas? Y saquen las cuentas.
La digresión a esas ya aburridas historias de 2006 viene a colación porque justo ahora, que se viene la crisis, repienso con angustia en Pelos y su hombre: ¿habrán logrado el carrito? ¿la casita? ¿la salita? ¿O estarán ahogados de incertidumbre, sin saber qué hacer? Ya sé que no es para burla. Ya sé que unos meses después, cuando termine de caerme el payaso por completo, seré incapaz de referirme a estos temas con ironía. Y ya sé que tras mi panfleto se encuentra un nauseabundo licuado de derrotismo, resentimiento, venganza, sarcasmo, amargura (Hola Nenas: He Aquí El Hombre Ideal). Pero también siento que se romperá el dique de la conveniencia y fluirá la libertad de quien no tiene mucho que perder, y que en todo caso, remueve mentalmente sus ajustes de presupuesto para mantener lo importante: cervezas, libros, cigarros (no he dejado de fumar, Xiuh Tenorio), la membresía del Cinemex.
Me he preguntado quien es más monstruoso, si el marido de Pelos o yo. Concluyo que sería un error confiar en el egoísmo de cualquiera de los dos. Pero entre palabras como Enganche, Desarrollo, Productividad, Puntos Premia; o Hecatombe, Incertidumbre, Revelación, Aquelarre, prefiero las segundas. Son más literarias. Y quien sabe por qué, pero la crisis aleja los buenos tratados de superación y acerca los claroscuros desvaríos literarios. Y sí, tras tanto debraye me queda claro: me gusta la crisis porque será más literaria. Porque hará recuperar a los Prometedores Ejecutivos sus rostros humanos (¿quién dijo que lo humano es sinónimo de bondad? ¿por qué no se acepta que el "rostro humano" es una mueca de contradicción y demencia?). Y porque en el carnaval sombrío que se viene, existirán espacios, no elegantes, sí confortantes, donde acaso reaprenderemos a tomarnos las manos y bailar la Danza de la Muerte, como en esa escena tan tétrica y esperanzadora del buen Bergman.

domingo, 26 de octubre de 2008