A Rafa le daba pena lo que vino a decirme.
—Mi papá. Vino pero no dejó dinero para la cena. Mi mami está inconsolable. Es odioso pasar una Navidad así.
Yo le alquilaba el cuarto a la mamá de Rafa a cambio de que me dejaran estar en paz. Ellos ganaban unos pesos y yo me aislaba de todo. Pero ahora dejé de leer y puse atención.
—Cuando mi mamá se pone así le gusta ir al Walmart. Yo le digo que no pero ella insiste. Quiere que todos la acompañemos.
Hice el libro al lado, me incorporé de la cama.
—Rafa —dije—: tu madre es tu madre. Si ella quiere hacer eso, eso vamos a hacer.
En la sala ya estaba la madre de Rafa, primorosa con su vestido de flores, aretes y una gargantilla dorada que tiene en una foto de hace veinte años. También estaba la hermana de Rafa, con la playera de un grupo de rock que yo no conocía.
Subimos al viejo Tsuru de la familia. Adelante Rafa y su mamá, detrás la hermana y yo. El Walmart quedaba a dos avenidas de distancia. Todavía no se sentía el bochorno del sureste pero creo que se adivina en los baches. Siempre he pensado que tienen relación el bochorno y los baches.
Rafa prendió el radio.
—Ahora no, corazón.
Rafa apagó el radio, su madre sacó un pañuelo de su monedero y durante todo el trayecto sólo la escuchamos llorar.
Era muy temprano y sorprendía lo vacío que estaba el estacionamiento. En unas dos horas se pondría de locos.
La comitiva para entrar al Walmart quedó así: delante, la madre de Rafa con la hermana de Rafa; detrás, como guaruras, Rafa y yo.
—Odio que mi madre haga esto —dijo Rafa.
—Tranquilo, Rafa. Para eso estoy aquí, para apoyar.
La madre de Rafa tomó un carrito, entró al súper. Siempre son intimidantes los arreglos navideños cuando uno tiene incertidumbre, Santa Clós, el árbol y las esferas insultan a la paz mental. La mamá de Rafa ya es adulta, no como nosotros, trasciende rápido esa cáchara sentimentaloide y llega pronto a donde quiere llegar.
Cereales Maizoro, gran promoción de 3 x 2. La mamá de Rafa prefiere los cereales Maizoro, piensa que los corporativos aún no les han puesto demasiados químicos. Mira a un lado y a otro, Rafa enrojece, la hermana de Rafa finge interés en los chocolates en polvo del anaquel de enfrente. La madre de Rafa pone la caja de cereal en el carrito, la abre y pone su chal encima para disimilar.
—¡Niña! —la hermana de Rafa levanta los ojos pero se acerca y toma un puñado de cereales.
La mamá de Rafa mira a Rafa. Él tiene vergüenza. Me mira. Le correspondo con un gesto que dice que una madre es una madre y que siempre se le debe obedecer.
Rafa toma un puñado de cereal. Sigue mi turno. No soy muy afecto a este tipo de hojuelas pero soy invitado, no puedo hacerme el remilgoso.
El cereal hace una masa pastosa y les vendría bien un poco de leche. Como si la mamá de Rafa leyera mi pensamiento, empuja el carrito al corredor de lácteos y jala un litro de leche light, deslactosada, es una mujer que le gusta cuidar la salud de los suyos.
Tomamos de la leche con discreción, el supermercado sigue vaío pero nunca falta el desmañanado responsable en sus compras navideñas, por experiencia se sabe que suele ser un delator, mientras más responsables menos humanidad. Yo me voy limpiando el bigote de leche con la manga de la playera, cuando la mamá de Rafa ya está viendo los yoghurts.
—¿De qué te gusta? —me pregunta —Hay fresa, durazo, frutas del bosque y sabor tropical.
Estoy por contestarle que el que sea cuando me da el que sea. Extrañamente, no les da a Rafa y a su hermana. Las familias tienen comportamientos misteriosos.
Avanzamos a las carnes frías, la mamá de Rafa toma turno.
—Mamá... —suplica Rafa.
Antes de nosotros hay una de esas mujeres guapas que le toman fotos a la comida y la publican en Instagram.
La mamá de Rafa pregunta por los salamis. La vendedora le da una prueba. La mamá de Rafa le pregunta si no hay pruebas también para nosotros. Rafa hace el esfuerzo de la compostura. Todos degustamos el salamí. También el tocino ahumado, el quso mozarella, la mortadela, el jamón serrano. Cuando la vendedora empieza a fastidiarse, la madre de Rafa pide 300 gramos de jamón serrano. Las fetas son brillantes y oscuras. Las recibe la madre de Rafa. Y ella se las pasaa a Rafa. Rafa me enseña la etiqueta con el precio y es como si exhibiera a su padre. No todos los días tienen que ser buenos, Rafa, me gustaría consolarlo.
Pero entonces la madre y la hermana de Rafa ya han desaparecido. Rafa y yo las buscamos con cierta alarma, no están ni en las carnes rojas, ni en las aves, ni en pescados y mariscos, ni en productos de importación. Cruzamos ferretería, artículos para automóviles, para mascotas, plantas y ornato, farmacia, calzado. Al final las encontramos entre la ropita para bebé, detrás de unos baberos y mamelucos en oferta, con dibujos de alguna caricatura infantil que fracasó. La mamá de Rafa ya lleva en el carrito pan artesanal, mostaza alemana, pepinillos y un paquete de mozarella. Rafael le entrega el jamón serrano, resignado. En la sección de bebés suele haber muchachas jovencitas que solo reaccionan cuando ven seres humanos menores a los cuatro años. Por eso apenas y nos hacen caso, tampoco se dan cuenta de la sidra que carga la hermana de Rafa y que en la discreción de su chamarra de mezclilla logró abrir.
—Ahora hay muchos muñequitos, yo me confundo —me dice la mamá de Rafa. —Cuando estos niños eran pequeños, sólo estaba Bernardo y Bianca. A ésta ya le tocó el Rey León.
Rafa se complica con el pan y la mostaza, yo saco de la cartera mi tarjeta de crédito y la usamos para untar. La hermana de Rafa abre el paquete del queso con los dientes.
—Ella es más valiente con las películas. Rafita vio que se murió el papá de Simba y no quiero contarte cómo lloró.
—Mamá...
—Bien mariquita. Bien chulo, mijo. Por eso no me gusta que sepa de mis problemas con su papá.
Y hay dos sandwiches hechos cuando aparece un tipo de traje y con gafete, con ganas de hacernos problemas. Por suerte en este rancho todo mundo se conoce, fue compañero de Rafa en la preparatoria, muchas tardes estuvo en su casa haciendo trabajos escolares. Lo reconoce, lo saluda, le explica que lo va a meter en problemas con la actitud de su mamá. Rafa y la hermana hablen con él mientras la mamá de Rafa me convida de la sidra.
—Mis niños —me dice—. A veces siento que no los preparé bien para la vida.
Encuentro una servilleta arrugada en la bolsa de mi chamarra y se la doy para que se limpie las lágrimas. En eso regresa Rafa, su hermana, el tipo del traje.
—Mamá, tenemos que irnos ya.
La mamá de Rafa accede, mientras el tipo de traje nos escolta. Y la reconoce.
—En su casa hacíamos los trabajos de biología con Rafa. Mucho tiempo, señora, qué recuerdos.
—Muchos recuerdos, hijo, deséale muy feliz Navidad a tu familia.
Ya en el auto, el humor de la madre de Rafa ha cambiado; pone una estación de radio donde canta Sonia Rivas y dice que siempre podríamos pedir un pollo rostizado para la cena, que no importa el platillo, sino vernos inmersos en el espíritu de la Navidad.
Yo me ofrezco a pagar otro pollo. La madre me agradece, la hermana propone hacer una ensalada con manzanas. Rafa va callado, sigue callado hasta la noche. No me preocupa. Puedo regresar a la cama, recostarme, jalar mi libro y seguir leyendo.





