martes, 13 de octubre de 2009

El cine bastardo (y ya sin gloria) de Quentin Tarantino

Esto se recitaba de memoria a mediado de los noventa, cuando apareció Pulp Fiction (Tarantino, 94) y los espectadores azorados intentaban interpretar su prodigio: decían que con Tarantino el cine basura trascendía al arte y a esa transposición de valores estéticos hasta se le dio el nombre, entonces rimbombante, de "cine de culto"; se decía que los largos diálogos, tan sofisticados de tan simples, tan sabios de tan chabacanos (la disertación de Le Big Mac, los preparativos para el asalto de Honey Bunny, el versículo de Ezequiel) merecían glorificarse en soundtracks y memorabilias de citadores mamones; que las rupturas temporales (y sin embargo hacía siglos que existió Godard) reinventaba el cine y la forma de contar historias; que el niño terrible del cine gringo rescató a Travolta para simbolizar la decadencia y lo logró rebien con su bailadito autista de You Never Can Tell de Chuck Berry. Con las genialidades de Tarantino se aterrizó al público masivo la reflexión de Lyotard sobre la "incredulidad a los metarrelatos", que derivó en fanfarronada ecléctica para pacheca nice.
El cine que se explica desde el cine, pero más sofis, el cine que se explica desde el desperdicio tuttifrutti del subcine. Prohibido parodiar a Ford o Wells o Coppola o Hawks, bienvenido el cine B, Z, el sexplotion, el exotismo asiático y ahora, con Bastardos sin gloria, el cine italiano y el bélico de propaganda que se hizo durante la Segunda Guerra Mundial. Pero el recurso parodista tenía sentido en aquella década última que revisaba la gloria y la miseria del siglo XX. ¿Seguirá sirviendo el cine de Tarantino, a nueve años andados del hiperquinético XXI? ¿O ya se evidenciará como carcaza, como le ocurrió con ese divertimento feministoide-pero-no-es-para-tanto de Kill Bill? ¿Tarantino sigue combinando con la fugacidad frívola de la sociedad virtual?
Incierto de formarme una opinión propia, corrí al centro de la información (al tuiter, ¿hay otro?) para enterarme de que: los personajes de Tarantino están de güevos, #nomamar los diálogos de Tarantino, #soyfans del estilo Tarantino. Y entendí que con él ocurre lo que con Tim Burton, que el otrora cineasta competente se convierte en inflada marca de moda, para consumirse en llaveros, quotes de yahoo (sí, todavía existe) y soundtracks para fiestas retros; que su anterior hallazgo de la reinvención del discurso ha derivado en modita cute para intelectuales trendy. Que su gran propuesta fílmica ahora es tan trivial como una tienda de trapos vintage.
¿Intentó renovarse? Y se alcanza a olfatear que sí. La clave está en los carteles de la pelícola. Brad Pitt as Lt. Aldo Raine, y Christoph Waltz as Col. Hans Landa (no mamars se lleva la peli goeiiii), y Til Schweiger as Sgt Hugo Stiglitz, semejan figuras de acción para niños de 1950: a Bastardos sin gloria le hubiera encantado ser un salvaje entretenimiento bélico de desperdicio, pero debe conformarse con ser otra peli de Tarantino. Otro juguete bastardo para comentarios cagados de tono avantgarde.
Tarantino, más coreógrafo que cineasta, más cazador de citas que contador de historias, tenía en las manos un sabroso material para masacres y corretizas, para regodearse en el exceso y provocar desde la feria hiperreferencial, para hacerle a Brad Pitt el homenaje más chocante y soberbio de su carrera (como sí logró hacérselo a John Travolta; como lo volvió ¿emotivo? poema amazónico con la Novia Turman de Kill Bill), pero al director Tarantino le ganó la marca Tarantino: por eso los diálogos largos y tensos, efectivos si los protagoniza Waltz, soporíferos en los otros casos; por eso la película es anticlimática a güevo en momentos que pedía convencionalismo mainstream; lo banal que se intelectualiza pero al hacerlo se trivializa: entonces Bastardos sin gloria es más complacedora de eclectifans que descubridora de su tensión genuina.
No quiero decir que sea una mala película, pero sí me queda claro que no es una gran película. Y que el discurso de Tarantino se va agotando, y que su añeja innovación pusmoderna no ha sabido (¿logrará hacerlo?, ¿pero cómo?) evolucionar.
"No se puede ser Spielberg cuando a uno le toca ser Tarantino", concluimos ayer con Liar, pero los dos estábamos demasiado borrachos (pedas por skipe, a lo que hemos llegado) como para entenderlo. Ahora que lo repienso: hacer la montaña rusa de Indiana Jones y el templo de la perdición requiere clasicismo e ingenuidad. Tarantino retuerce el clasicismo. La ingenuidad no es lo suyo. Pero la malicia bastarda no siempre es suficiente.




lunes, 5 de octubre de 2009

Taxonomía de la escritura

Las personas inteligentes escriben novelas.
Las sabias, cuentos.
Las empeñosas, ensayos.
Las iluminadas, poesía.
Las simples con aspiraciones estudian literatura para disertar sobre las cuatro anteriores.

jueves, 17 de septiembre de 2009

Jaime López: "México, creo en mí"



Chingón que regrese La Mosca, ahora en formato digital. Con lo primero que me topé fue con la crónica de Sergio Zurita, "Jaime López contra el Auditorio Nacional". Trata sobre el concierto "Dos tipos descuidados" que se dio el 29 de agosto en el coso de Reforma, que encabezó Óscar Chavez y tuvo a Jaime López como invitado especial. Entre divertido y emputado revisé el desdén que los Avandaropitecus le profirieron a López; no tenían ni la menor idea de quien era él, solamente esperaban que Chávez se echara sus oldies but moldies onda "Por ti", "Macondo" y más antiguallas por el estilo. Pero cuando López hacía su parte, los Avandaropitecus abucheaban vergonzosamente. Zurita lo cuenta mejor:
Pero la rechifla y el abucheo más fuertes que recibió Jaime López ese sábado llegaron cuando cantó su obra maestra “Chilanga Banda”. ”¡Ésa es de Café Tacuba, imbécil!”, le gritó un señor que estaba sentado a dos butacas de mí y que, además de fundamentalista, era pendejo.

Y ahí estaba López, sobre el escenario, cantando su himno de amor a los chilangos, y los chilangos le respondían a mentadas de madre. El final de la canción tuvo más resonancia que nunca: “Chin chin si me la recuerdan/ Carcacha y se les… retaaaaacha”.

Ya para despedirse, López declamó: “México, creo en mí” y se fue entre aplausos de pie (había suficientes seguidores suyos entre la turba como para que se sintiera el apoyo minoritario) y muchos gritos de desprecio.

Me hizo recordar una discusión que tuve hace años con una examiga (en ese momento se volvió furibundamente ex), cuando hubo un concierto con Luis Eduardo Aute, Amaury Pérez y Jaime López. La pendeja fue y dictaminó con autosuficiente: Luis Eduardo soberbio, Amaury divino, y Jaime logró estar a la altura. ¿QUE QUÉ, PENDEJAAAAAAA? Seré mesurado: Aute es un wanabe televisivo de Joan Manuel Serrat, Amaury Pérez es lo que sobra de lo que queda de lo que algún día fue la trova cubana, y Jaime López es (y en realidad aquí empieza el post) el Compositor Vivo Más Importante de México.
Su tamaño es: si Agustín Lara, José Alfredo Jiménez, Guty Cárdenas y Chava Flores estuvieran vivos, lo invitarían a su mesa y lo tratarían como a un igual. Juan Gabriel y Joan Sebastian tendrían que bolearle los zapatos. Federico Méndez le mostraría sus borradores y le agradecería moviendo la cola. ¿David Haro, Saúl Hernández, Fernando Delgadillo? ¿De verdad necesitaría felpudos tan modestos?
Veamos, y ojo que sigo mesurado: entre autodidacta, rocanrolero de lira barata y armónica de tres varos, presto pa' la cumbia si los timbales lo piden, fiel al acordeón cuando lo convoca el terruño (tan tampiqueño como chilango, chingao), Jaime López ha escrito las letras del México de crisis, el que respira mierda entre los excesos de López Portillo hasta la indigestión convulsa del cerdo Cartens, ha sabido rescatar la picardía que permite comer con diez pesos diarios, cotorrea con las changuitas chilangas y se las sabrosea mientras les habla de lunas llenas que hace siglos no han visto.
Jaime López se enamora en avenidas tumultosas, en el metro, en las oficinas del ISSSTE que huelen a torta cubana. Carga el tedio de la oficina y el sueldo pinche, pero se le cruza la morenaza de caderas ponedoras y la persigue por pasillos y calles como se persigue a la esperanza, sabe que la felicidad sería compartir con ella unos tacos de suadero y un mundet rojo afuera del metro San Cosme; sabe que el erotismo chilango ocurre entre cables de luz con tenis y charcos de agua sebosa; que las únicas poesías posibles tienen ripios de piropos albureros, que entre el ozono y la mierda de los gobernantes siempre puede darse el milagro, en forma de hotelazo de Tlalpan que huele demasiado a desinfectante.
Pero menos emocional y más literario, la inventiva de las letras de Jaime López remolonean de juegos y triples sentidos. Dice en Nuestro amor es ese gato muerto en el baldío:
se desgració la gracia aquella
que una vez brotó del barro bajo
nos salió recara esa camisa de once varos
pero ahí estábamos dice y dice y dice:
va de nuez, y puras habas y garbanzos
con el corazón a media luz agonizando.
¿Menos frases hechas?:
Tu cara descarada y descarnada
carnada de tu cuerpo sensualón
fue arrancada por ese tiburón
que llamamos olvido, lo olvidaba
(Tatuaje)
El único rap definitivamente autóctono es la Chilanga Banda, que López descifró con cantadito tepiteño y ches herméticas para quien no ha rolado por los barrios bravos:
Ya chole, chango chilango
que chafa chamba te chutas
no checa andar de tacuche
y chale con la charola.
Tan choncho como una chinche,
más chueco que la fayuca,
con fusca y con cachiporra
te pasa andar de guarura
Mejor yo me echo una chela
y chance enchufo una chava
chambeando de chafirete
me sobre chupe y pachanga.
Que después la popularizó en horrendo cover sincopado Café Tacuba, pero en realidad es de Jaime López.

Repito.

LA POPULARIZÓ EN HORRENDO COVER SINCOPADO CAFÉ TACUBA, PERO EN REALIDAD ES DE JAIME LÓPEZ.

PUTOS.

Y sigo (hola, Lilians):

¿Por qué no se le ha dado a Jaime López el tamaño que merece? ¿Por qué no hay disco homenaje donde le rindan pleitesía todos los rockeritos que se deben a sus rolas? (Hablo de ti Jaguares. Y de ti, La Cuca. Y de ti, Julieta. Y Amandititita. ¿Tacvbos? No gracias, con lo que hicieron ya bastó). Quizá sea que no ha sido muy bueno lamiendo culos, y que no ha tenido empacho en pasear por el hoyo fonqui o por Televisa, según le conviene. Lo mismo guitarrea en El Café de Nadie que participa en el OTI, se pasa por el arco del triunfo a la izquiera pero tampoco debe quererlo mucho la derecha. Tiene más compromiso con los versos que con las banderas. Y a la gente demasiado enferma de banderas les cuesta trabajo entender esto (Hola Peje).
El ninguneo a Jaime López es una constatación más de que este país no sirve y no sabe reconocer a sus artistas de auténtica valía. Si López fuera español, lo cantarían en los mesones y se llamaría Joaquín Sabina. Si fuera argentino le perdonarían sus excesos, porque se llamaría Charly García. Si fuera cubano, Fidel le prestaría el único órgano Yamaha de la isla para sus giras, porque tendría el tamaño de Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Si fuera gringo lo postularían al Nobel, porque equivale perfecto a Leonard Cohen o Bob Dylan. Ahí nomás (¿y quién la va a hacer de pedo?).
Si el Comité del Bicentenario y demás carnavales quisiera hacer una reflexión seria de qué le ocurre a este rancho, el eslabón que seguiría a Ramón López Velarde y Octavio Paz sería Jaime López.
Jaime López debe ser uno de los cinco mexicanos que sirven en este país. El otro es Don Carmelo y los otros tres... sigo pensando.

Ahora, el bonito dueto que hizo con Piporro de "Por cigarros a Hong Kong"



Y acá, nomás pa'l gasto, la versión original de la "Chilanga Banda". El tipo que mueve la boca no es López, pero de grande se quiere parecer a él:



Y este post va dedicado a Darinka porque sabe de qué se trata el Desenchufado de Jaime López. Pronto unas chelas para oírlo más, ¿que no?

*La foto es de Jesús López Gorosave. La tomó en un concierto de Jaime en Ensenada y no sé por qué me dio el pudor de poner el crédito

miércoles, 2 de septiembre de 2009

posts que no puedo escribir: López Velarde, Mark Twain, Annie Proulx y el comercial quesque sutil de Distintas Latitudes

  • Odio aconsejar cosas como la que le dijo Gertrude Stein a Hemingway (más o menos: están rebonitos sus cuentos, ora quíteles toda la literatura) y hacer exactamente lo contrario. Cuatro posts que intento terminar y nomás no puedo porque agarro esos tonitos de literato que quiere impresionar en la sala Manuel M. Ponce, con ondas así como: ¡gracias, Hugo Gutiérrez Vega, por existir!, ¡Nunca te olvidaremos, Maestro Argüelles!, ¡Salven a las vacas, sobre todo si son sagradas!, y me agarra la vergüenza y huyo a la cama a languidecer. O sea, no puedo escribir posts como por ejemplo:
  • El viaje a Jerez, Zacatecas. Que cuando este post sea grande querría fingirse emotivo homenaje al tricentenario de Ramón López Velarde, Poeta Cual Si Alguno Hay. El post falla porque quiero aderezarlo describiendo la vegetación y ornitología del pueblo y exhibiendo con fingida erudición las resonancias líricas que me provoca el Primer Gran Poeta Moderno Mexicano (Octavio Paz casidixit). Quería adornarlo con hartas citas de hartos poemas suyos, pero seré franco: nomás me acuerdo del inicio de "El retorno maléfico" (Mejor será no regresar al pueblo/ al edén subvertido que se calla/ en el mutilar de la metralla), de una parte de más adelante que siempre me ha gustado por pachecona (los dos púdicos medallones de yeso/entornando sus párpados narcóticos/se mirarán y dirán: ¿qué es eso?) y del inicio, que es lo único que me sé, de: "Plaza de Armas, plaza de musicales nidos/ frente a frente del rudo y enano soportal". Y este segundo poema me importa más porque tiene unos versos que siempre me han angustiado (y estos, ni modo, no me los acordaba y me los fui a googlear): "he visto a Catalina/ exangüe, al exhibir su maternal fortuna/ cuando en un cochecillo de blondas y de raso/ lleva el fruto cruel y suave del idilio/ por los enarenados senderos.." Y básicamente me angustiaron más porque cuando llegué a Jerez fue lo primero que vi: una ñora con veintivarios años a cuestas, derrotada a la vez que digna, empujando por los enarenados desiertos una carreola con evidente fastidio, mientras mis guías y yo le dábamos a unas tostadas buenísimas que preparan con cueritos o trompa de cerdo curtida. En la segunda parte del post hubiera querido despotricar contra ese afán multimedia didáctico para imbéciles que echó a perder el museo casa de López Velarde, porque donde sólo deberían existir muebles viejos para recrear el ambiente provinciano, célibe y erótico-a-escondidas del poeta, los museógrafos agregaron unas grabaciones horrendas que parecen del Canal 22, con texturas retóricas tipo: "López Velarde, cantor de la patria, del rebozo y las calles empedradas, de la patria íntima y la religiosidad culpable" y así todo se va al garete. Y la tercera parte del post, la que debía tener más feeling pero quien sabe cómo se le hace a eso, me salió mejor cuando se la conté a la Mejicana Májica una semana después. Y es que le dije: que el Mundo Del Poeta, que no encontré en el museo, se me apareció después en alguna tienda de antigüedades. Donde vi: planchas rupestres de los años veinte, discos rancheros de 78 revoluciones de los años cincuenta, calculadoras y grabadoras de los setenta, cubos de rubick cinco minutos previos a la entrada al aire de MTV. Y le explicaba a la Mejicana: que todos esos objetos eran como capas históricas, generaciones de jerezanos superpuestas, las modernidades que llegan a provincia solamente para anquilosarse, un mundo de acumulaciones descrito por López Velarde: lo morisco, lo católico, lo jacobino, mosaicos de valores o símbolos contrapuestos que se asoman en sus mejores adjetivaciones y adquieren cumbre en (ni modo) la Suave Patria. "Ahí sí me puse mamón y ahí sí le dije a mis acompañantes: 'esta grabadora setentera es más lópezvelardiana que toda la casa museo de López Velarde'". Y como para corroborar la arrogancia, entonces descubrimos, al fondo de la tienda, a dos escuinclas de apenas 18 años cumplidos, de estas simplonas y argüenderas que estudian una carrera técnica mientras un fulano imprudente las embaraza, una pintándole el pelo a la otra, la otra a risa batiente porque la una parecía tener problemas con el manual del tinte. Y pues es de esas cosas que la poesía regala: ante nosotros, como epifanías, se prodigaban las "actrices que impacientes por salir a la escena/ del mundo, chuscamente fingían gozosos líos/ de noviazgos y negros episodios de pena". Después probamos raspanieves, una rareza jerezana que sabe de lo más bien.
  • También quería consignar que estaba recién leído (no sé qué tan digerido) Las aventuras de Hucleberry Finn, de Mark Twain. Pero estaba haciendo algo que por favor ya no me dejen: esas parrafadas largas y blandengues donde hablo de mis Enriquecedoras Experiencias de Lector Niño, con ese tonito como de Silvia Molina invitando a La Aventura De Leer. Y todo por explicar que: leí Las aventuras de Tom Sawyer a los siete años, en edición resumida y coloreada de Fernández Editores; luego entonces: mi recuerdo de Tom es vago pero de gandalla ingenioso que besaba a Becky y perseguía al Indio Joe que ocultaba un tesoro malhabido. Y luego: que siglos después leo Huckleberry, movido por un ensayo más entusiasta que lúcido de Roberto Bolaño (la moda, ya sé ya sé ya sé) y presencio con harto gusto ese viaje fundacional por el río Mississippi con el negro Jim y las intuiciones que van forjando la conciencia de Huck, pero nunca como pensamiento ordenado, más bien miedos y remordimientos que no culminan en la afirmación, sino en dejar preguntas a la deriva. Y que por eso es decepcionante cuando se da el reencuentro con Tom Sawyer, quien de pronto parece niñato pendejo con demasiado ingenio encima, que nunca entendería la oscura sabiduría que Huck ha adquirido al contemplar la soledad del río y no tener claro cómo situarse en el mundo. Me queda claro que entonces Huck supera a Tom, no por su inteligencia, sino por su estupor. Y que si la novela de aventuras eficiente, como Tom Sawyer, hila argumentos intrincados para desbrozarlos con ingenio, la Gran Novela del siglo XX, como Huckleberry Finn, debió deshilachar premisas y dejar madejas de inquietudes sin resolverse. Y que si Tom en ingenioso y constructor; Huck es filósofo y disolución. Del primero vendría el novelista sólido y potente (¿Dos Passos, Hemingway, John Irving?), del segundo los iluminados desbalagados (Kerouac, Miller, ¿Auster?). Y que Faulkner no entra ni en uno ni en otro, porque él pertenece a la tradición de cazar a la gran ballena blanca. Y que entonces dan ganas de releer a Faulkner (¿Absalón, Absalón estaría bien?)
  • Y luego, E. Annie Proulx, la que escribió el cuento de donde salió la peli de Ang Lee Secreto en la montaña, pero que también tiene la novela The Shipping News, que Lasse Hallström la hizo película, que en español la titularon Atando cabos (¿?) y por ese enredo la novela en español también se llama así (publicada por Tusquets, se puede encontrar en los saldos de los tianguis culturalosos-populistas que Ebrard pone sobre Reforma). Voy a media lectura pero me atraen un par de cosas; ok, antes va un poco de anécdota: el personaje principal, Quoyle, es un mediocre tinterillo de periódicoque sólo merece la atención del lector por estar descrito en este tono casifársico de La conjura de los necios. Periodista sin nociones de redacción, de movimientos torpes, bofo, con más miedos que ideas, que encima se casa con una femme fatale de pacotilla, que le hace unas cornamentas de lo más ostentosas. Después la esposa muere en un accidente y después él emigra, con hijas y tía vieja lesbiana, de Nueva York a Terranova, un pueblo escarpado y más bien feo del norte de Estados Unidos. Y ahora sí, lo que me atrajo: en los capítulos neoyorkinos, la lectura fluye rápida, concisa, graciosa, bastante cruel con el pobre Quoyle. Pero cuando debe mudarse, pareciera que la escritura entra en la misma incertidumbre que el personaje. No diría que se hace peor, pero sí menos fluida y atractiva. El humor cruel deriva en contemplaciones fatigadas al nuevo entorno y uno, que en la lectura va viajando con los personajes, comparte este desaliento de tener que construirse todo (casa, sustento, afectos, los personajes; ritmo, tono, ambientes, el lector) otra vez. Lo interesante es que esto ocurre apenas en el primer cuarto del relato. La novela, entonces, es una novela del esfuerzo. Más cursi podría decirse: "de la reconstrucción de uno mismo, del reencuentro con los verdaderos afectos y el reconocimiento de las cosas simples". Pero lo que me gusta es que Proulx tiene el rigor suficiente para evitar ese lugar común, y constreñirse, justamente, al tema del esfuerzo. Esfuerzo de remozar una casa, esfuerzo de redactar una nota desteñida sobre barcos y accidente automovilísticos, esfuerzo de criar a dos niñas azoradas, esfuerzo de sentirse cómodo en un pueblo de roca y mar inhóspitos. Una técnica que había leído en otras novelas, pero que aquí es evidente y brillante: los personajes hablan algo importante sobre los antepasados, los temores, las historias de vida, pero constantemente son acotados por descripciones de la incomodidad del personaje para seguir relatando (porque mientras charlan remozan la casa, o toman un café tibio, o las hijas juegan y así es imposible concentrarse). El relato se interrumpe constantemente, un lector impaciente podría fastidiarse, pero intuyo que en estas interrupciones está la estrategia de la novelista: el esfuerzo no sólo ocurre al interior de la novela, también está pidiendo esfuerzo-paciencia en el acto de leer. Confieso que hace siglos que vi la peli me durmió; ahora quiero mirarla de nuevo, por el mero morbillo de cotejar estrategias entre novelista y director. Pero este post también es irresponsable de escribirse mientras sigo leyendo. Entonces mejor después.
  • Y siempre me conflictúo al intentar un infomercial como el que haré a continuación de la revista Distintas Latitudes, entonces mejor numero la experiencia personal. Que es: 1) ya había escrito en otro post que con la llegada del internet, en vez de afiliarme más a la cultura gringa, descubrí más "lo latinoamericano" (con todas las suspicacias que le cause el término a la escrupulosa de Natalia Rivera; por acá no reemprenderé el debate semántico, que este post ya se alargó cabrón); 2) después encontré el prólogo de El crepúsculo de la cultura americana (Sexto piso, 2005) de Morris Berman, y me di cuenta que no estaba tan perdido cuando él dice que "lo único que podia sugerir era que México volteara hacia el sur, antes que hacia el norte, para afirmar su herencia cultural: Borges y Garcia Márquez, por ejemplo, no Disney y Burger King."; 3) mucho más entusiasma leer en Distintas Latitudes voces jóvenes, que trascienden el sobado discurso cheguevariano o protoneoliberal y están merodeando más allá, justo en el desasosiego de reconfigurar los escenarios que se dan del río Bravo hacia abajo; 4) Aquí iban unos versos de "A Roosevelt" de Rubén Darío pero me dio flojera buscarlos; 5) Jordy, Natalia, Lilián y demás distintolatitudosos me pidieron un texto, lo escribí, no han descubierto que es un fraude y está rebueno verse publicado ahí; 6) parece que espantaré más seguido por esos lares, confieso que me angustia un poco intentar reflexiones formales cuando yo nomás redacto bravatas de cantina, pero el intento lo haré; 7) léanlo los lectores, propongan escritos los escritores, puede salir algo bueno de ahí. El 8): se han armado buenos amigos, buenas pedas, buenas charlas, es lo importante de un proyecto como Distintas latitudes: que se haga la conversadera y la indagación de los unos y los otros. 9) ¿Cómo se suben banners? Para subir el de la revista. También debo subir el banner de coffe and cigarretes, ¿cuándo actualizara post el jefe John Brando?
  • Además se me rompió la jarra de mi cafetera, llevo quince días sin poder hacerme café. ¿Alguien tiene una cafetera eléctrica que me preste? Ya me aburrió el Andatti del Oxxo.
  • Y pues ya. Ufff.

jueves, 20 de agosto de 2009

Alta traición 2009

“Parece que la parte más difícil es hablar bien de México. Hablar mal del país es para muchos no sólo es un esfuerzo cotidiano, hasta de eso viven, diría yo."
El enanito


Con el permiso del José Emilio Pacheco:

Felipe:
No amo tu patria
Su mediocridad guadalupana
es repugnante
Pero (aunque parezca que consumo droga como Michael Jackson y que por ende no creo en dios)
daría la vida
por diez cantinas suyas,
ciertos bravucones que viven con gastritis por tolerar tu Vive México insufrible,
congales y antros donde se fuma clandestinamente,
revistas que a pesar tuyo dicen lo que se les hincha el güevo
(no hablo de ti, Chilango) (ni de tí, Líderes mexicanos) (ni de, ni de... carajo, alguna revista ha de servir),
una ciudad gris y monstruosa porque toda belleza se le va en pagarte tu pinche IETU
varias figuras que siguen existiendo a pesar de tu reinterpretación de Tu Historia,
meseras argentinas de la Condechi,
--y los tacos de Don Carmelo.

Y tristemente no gano plata pergeñando necedades como ésta. Ojalá pronto. Ojalá.


viernes, 7 de agosto de 2009

One Million Died to Make This Sound



Ya, viejo, ya no estamos en edad de soñar sueños de niños, ni, acaso, nuestro estado civil
es ya el más propio para esto de andarnos con Jesús por los rincones, y contándonoslo.
Efrén Hernández. "Sobre causas de títeres"

Nomás no se me ofenda, compadre, pero le comento: no hacían falta tantas palabras encima del sonido para explicar de qué va una canción. Sobre todo en esta madrugada tan llena de entendimiento no conversado, con Lilians concentrada en algo tortuoso que no desea revelar, con Olga convaleciendo del cruce entre la mota y la chela, que quiere decir convalecer del cruce entre preguntarse quién es ella y quién querría ser, con dos o tres fantasmas más, mezquinando el penúltimo cigarro y exprimiendo gotas de cerveza de las botellas; cuando todo es tan claro y preciso, como en este momento, de verdad no hace falta explicar tanto.
Hubiera bastado decir Escucha Esto, play al ipod y confiar. El título ayuda: One Million Died to Make This Sound. Estuvo de más glosar que se trata de un homenaje a todos los rockeros o instrumentistas, o virtuosos malogrados o mediocres con esperanzas, que se han ido a la mierda para que el sonido adquiera entraña y ayude a agonizar. No limite la desolación a los músicos, compadre, que la música también la hacen la gente que la escucha y la reconstruye con sus azoros individuales.
Usted habla, compadre, y yo pienso en otros tiempos en que otros me inculcaron sus hallazgos. Pienso en Edgar, quien juró que cuando entraba el requinto de David Gilmour sobre la base añeja de Wish you were here, era como si te inyectaran en las venas una dosis letal de añoranza que se quedaría en el cuerpo de una vez y para siempre; o pensaba en la arrogancia vital de Martín, no diré nada, dijo, puso el disco y barruntó la guitarra de The Edge como nunca se había escuchado antes: es Zoo Station, baby; bienvenido a los noventa, baby; y devotos oímos la voz de megáfono de Bono, ready for the laughing gas, y eso queríamos de grito de batalla para -quién iba a decírnoslo- una guerra timorata y llorona (¿o de qué otro modo describir a los noventa?); también pensé en Ana Paula, ambos en su cama y su grabadora de sonido opaco y así eran más tristes Nito Mestre y Charly García; escuchá: unos pibes se quieren pero no pueden reunirse, y ahora imagina, los milicos los separan pero ellos saben que siempre estarán juntos, y Rasguña las piedras era amorosa pero también tenía rabia, si mirás La noche de los lápices sentís la vergüenza de darte cuenta cómo fueron las cosas.
Cómo le explico, compadre, que ellos sólo dijeron eso y después me sumieron en sus canciones que también eran sus pensamientos, que no necesité que argumentaran acorde tras acorde, como ahora usté que me hace notar los violines torturados, los chelos obligados a la estridencia amarga, la voz horrenda de Efrim Menuck, "la voz más horrenda que jamás hayas escuchado", la intención de degradar el sonido porque así se ilustra mejor a los músicos muertos, y la peda era tanta que yo lo extendía: porque quienes ahora escuchan también han muerto, ¿por qué no me deja escuchar y entenderlo? Porque entonces miré a Lilians, tan ensimismadamente muerta; y Olga y su palidez enferma, que era lo que seguía de estar muerta; pero además retrocedí a los otros escuchas, a mi vida al lado de esos escuchas, ¿me concentro en los coros o en la soledad en que me han dejado los muertos? Porque Edgar atiende una tienda y cuando tiene tiempo libre revisa ansioso la música que creó a medias, porque Martín hace castings galantes y revisa las cualidades histriónicas de un par de tetas, porque Paula cuida a los nenes, y tan dura y clara que sabe ser Paula: dejá de joder con los recuerdos, conseguite una mina que ordene tu casa que de seguro es un quilombo, de esto va la vida y qué se le va a hacer; ¿cuál vida, valdría preguntarse?
Y es que entre la cháchara que está soltando, compadre, y lo que veo tan tirado en el departamento, y lo que pienso tan abandonado en la memoria, resuelvo que usté ha querido compartirme esta rola machacona y desgarbada para hacerme entender que ha terminado Mi Tiempo; tal vez entonces me queda claro por qué usté no se permite el silencio, por qué me ayuda a no enfrentarme a la intemperie del sonido; usté habla y habla para no dejarme entender que esta rola es una elegía en la que yo soy el verdadero muerto. Cadáver lleno de canciones, de personas que me hacían escuchar sus canciones, de espíritus difuminados que sólo han dejado lo contundente de su ausencia, mientras los otros fantasmas, los del presente, apenas y hacen caso de mis exequias, tan concentrados están cada uno en vigilar sus propias muertes.
Entonces reculo: mejor hable, sí, siga hablando, compadre, que las palabras sobre las palabras también esconden, evaden, disuelven el asombro de enfrentar la muerte. De millones de palabras muertas también se hace el sonido. El que se escucha hacia adentro, angustiado, cuando se sabe que ya ha corrido demasiada agua bajo el puente y uno nunca aprendió a refrescarse en ella.

PD: La rola es de A Silver Mount Zion.

lunes, 27 de julio de 2009

Escritura irresponsable

1. Lo más fácil --el resúmen ejecutivo de este post-- es aceptar que necesito --me urgen-- unas vacaciones. Pero si alguien quiere complicarse la vida leyendo, entonces:

2. Estoy colmado, ya no puedo juntar dos frases y que suenen coherentes. Y aún faltan dos textos (urgentes) y otros cuatro para ir sacando en la semana. Odio todos en la misma proporción.

3. Sobre todo, odio ser profesional. Ya intenté explicarlo en otro post pero creo que el tema se desvió hacia alguna historieta divertida con una chica genial. También no tenía muy claras las cosas. Ahora tampoco pero insisto: profesional me suena a competitividad, a compromiso empresarial, a todas esas palabras que usa... claro, sí, el panismo, el neoliberalismo productivo, el enanito bravucón de Los Pinos y su diabético obeso de Hacienda y el hombre ese que acaba de renunciar al PAN y que nadie nadie --pero de verdad que nadie, creo que ni su madre-- tenía en buena estima. Y claro, profesional me suena a ese tipo de gente, me suena a carroña, me suena a destazarse por tener poder, mejor sueldo, ser ejemplo a seguir, sentirse bien con uno mismo (como con el yogurth pero distinto), presumir una oficina con vista al Zócalo y al Castillo de Chapultepec. No es que me haga el hippie que crea en la paz y el amor y que el mundo resultaría mejor si en vez de competir nos uniéramos en un abrazo fraterno. Eso tampoco existe. Pero de las cosas inútiles, la más inútil es grillarse mejores escritorios en las oficinas. Y el feliz reto que obligue a desvelarse armando power points hasta las cinco de la mañana.

4. ¿Ya va siendo hora de hacer un elogio sistemático y enérgico de la güeva, no? No del ocio, pálido hermano de la invasiva, esclerótica y cancerígena güeva; el ocio, eufemismo de oficinista, el bien educado tiempo muerto para recuperarse sanamente de los esfuerzos de la jornada y juntar las energía necesaria para derrocharla al otro día con la mayor rentabilidad. Yo pienso en la güeva güeva, tres días en casa viendo pelis y engordando con nachos, hacer lo mínimo indispensable para sacar tres pesos y largarse a las chelas a eructar y a ver las nalgas de las meseras y a decir estupideces; languidecer con una novela gorda en un parque con deportistas comprometidos con su cuerpo y con su psique. Güeva, autodestrucción por inercia, se me acabaron las chelas pero está tan lejos el Oxxo, ¿cómo le hago para que alguien vaya a conseguirlas por mi?

5. Lo anterior no servía para nada pero era necesario. Ahora bien: si me caga lo profesional, me caga al doble la llamada escritura profesional. Lo mismo la de revistas y catálogos y guiones corporativos (y no se engañen: las telenovelas y los sit coms y los culturales de Azteca y Televisa también son guiones corporativos), que la escritura profesional culturalosa, aquella que reparte tiempos entre redactar cuentos y novelas y ensayos funcionales y enterados, y recitar opiniones valiosas sobre los cien años de Ignacio Manuel Altamirano, los trescientos años del natalicio de Juan Rulfo y el 341 aniversario de la publicación del Sí de las Niñas. No sé cómo le hacen los escritores profesionales para saber de todo eso; cómo logran ser tan atinados para precisar el marco histórico y resaltar la pertinencia contemporánea de tanto escritor tan bien nacido y tan importante, aunque sus libros ya no sirvan para nada (¿o les cae que todavía sirve para algo la Navidad en las montañas?)

6. Ya sé que es demasiado romántico y miserable pero entonces veo con nostalgia al bueno para nada de Fernando Pessoa saliendo de su chamba infumable de traducciones comerciales y enredándose con sus heterónimos para sacar los poemas que ahora musicaliza Madredeus. Causa envidia saber que su escritura no tenía futuro ni pretensión de reconocimiento ni esa necesidad enfermiza de figurar en un catálogo de literato valioso. La discusión era con él mismo. Corrijo: con los varios él mismos que eran él mismo. ¿Por eso habrá sobrevivido al anonimato, porque con él le bastaba y sobraba para discutir?

7. Escritura profesional: eficiente, sintética, elegante, precisa, contundente, expresiva sólo hasta donde la traducción lo permita, limpia de excesos lingüísticos (eres lo de anteantier, vampiro de la colonia Roma), tan limpia como un pañal de bebé antes de ser embarrado con caca. Más nítida que un litro de agua Evian, más ergonómica que un edificio de Santa Fe, más escrupulosa que una respuesta de empresario exitoso que ruega para que no le cuestionemos sobre la contaminación de su negocio a los arroyuelos donde ya no hay pastores (nomás narcos). Bellatin y Volpi se burlaron eruditamente del arcaico exceso de palabrejas latinoamericanos en un ensayo que nunca supe dónde quedó. En contra, Daniel Sada muchas veces peca de ilegible. Pesaroso: ¿apostarle al mínimo caló significa ser patiño de un mamarracho de noticiero matutino, como el pobre Armando Ramírez con el fascista de Esteban Arce?

8. En un café de hace siglos, Juan Manuel me decía que prefería la escritura casi automática, escribir y escribir sin pensarlo mucho, vomitar renglones de frases impresionantes y después dejar así el texto porque era su expresión genuina, porque mover una coma o tres adjetivos traicionaba la naturaleza original. Yo me reí de él tres años, hice el elogio de la corrección, semejé la tachadera como la perfección en un grabado de Durero, la corrección de un texto se vuelve un problema casi algebraico, remendar un párrafo flojo es resolver un trinomio cuadrado perfecto y deshacerse de tres oraciones demasiado explicativas es como simplificar silogismos y llegar a La Verdad Lógica vía procedimiento del absurdo. Ahora pienso en lo que dice, ya no lo censuro del todo. Claro, el riesgo son las parrafadas ociosas que no llegan a nada (Fernando del Paso: no te pongas del todo el saco). ¿Hasta dónde se corrige y hasta dónde no?

9: Corrección: consecuencia para que el texto brille, no obligación para que el texto no exista de tan transparente. Y en el oficio, remiendo talachero para que el editor crea que uno sí aspira al profesionalismo, a la eficacia en la redacción.

10. Extraño la redacción automática de diez páginas seguidas de sandeces. Sin número de caracteres, sin buscar el efecto serio-chacotero-irónico-enterado-contemporáneo-iconoclasta. Escritura así, sin más. Otro día con más ánimo jalo el lápiz rojo y tacho el 80% de ese exabrupto. Ahora que surja la tensión necesaria, más allá de buenas o malas frases, de construcciones eficientes o digresiones excesivas, del personaje estereotipado o del matiz que lo eleva a la originalidad. Pero me queda claro que esa escritura irresponsable no suele llevar a algo bueno. Pero me queda claro que la escritura escrupulosa también podría pecar de impersonal, la ostentación del conocimiento gramatical del autor, no importa que adolezca de verdad.

11. La solución del mediocre: el término medio. La solución de la angustia: la tensión. Un buen texto no es equilibrado. Un texto que sirva debe pelearse consigo mismo, entre su gracia y su exceso, entre su sutileza y su tosquedad, entre su concisión y su propensión a desviarse. De acuerdo, estoy ejerciendo el sofisma del exabrupto. Regreso a la academia: púlele, cuídale. Lo que sí me da escalofríos y a lo que me niego: pensar que un texto debe ser un homenaje sumiso al lenguaje.

12. Y ya, otro día le sigo o me avergüenzo de esto. Ocurre que quería descargar un poco (quesque también para eso son los blogs, ¿no?). Vuelvo a mis pendientes.

13. En síntesis: necesito unas vacaciones.