miércoles, 29 de octubre de 2008

La crisis me sienta bien

Ya me cayó el primer chahuistle de la crisis. En un lugar donde me daban un sueldo base me cambiaron la jugada y se inventaron una argucia cotorrona para que, a cambio del triple de trabajo, gane (en el mejor de los casos) hasta un 20% menos de lo que gané hasta antier. Al menos no me echaron, fue el magro consuelo. Ya voy viendo que por ahí irán los otros empleos. Al final, quedará el canto al trabajo duro y tenaz y edificante. En contra, cheques irrisorios (pero otros ni eso tienen, dirían las mamás que te obligan a comer la horrenda crema de chayote) y la sensación de que mi proverbial estancamiento se ha modificado y ahora dará pasos hacia atrás.
Pero metidos a las ideas derrotistas, volteo al pánico precrisis y en el aviso del desastre al menos veo tensión dramática, violentas asunciones de identidades, asomos a los abismos, desesperadas transformaciones , incomodidad, y eso es movimiento y el movimiento es más atractivo que el aborregado Estado Hipotecado de dos años atrás. Además acepto cierta fascinación por el desastre. Nerón fue inmensamente más feliz cuando vio a Roma incendiarse que cuando gobernó su "perfección" corrompida pero bien aceitada; la peli del Titanic es más interesante cuando el barco empieza a valer madres que cuando Di Caprio y la Winslet hacen su videoclip de Celine Dion, y la voz (las piernas) de Shirley Manson are only happy when it rains (y por más que uno quiera no puede quitarse lo nonagentero, ni modo).
Intuyo que estamos al borde de cierta solidaridad que se había olvidado, y para nada es la solidaridad ramplona del Teletón o los Ya Basta mediáticos de la Marcha Blanca y sus velitas; es la solidaridad umbrosa de sabernos todos jodidos y aprender a observarnos desde nuestras miserias. Esa macabra pero a fin de cuentas acogedora compañía se perdió con el festín de créditos en el foxismo, que artificiaba el estatus a la vez que dictaba una moral del trabajo y la productividad, justificada con la nueva hipoteca del auto y la casa (ir haciéndonos de nuestras cositas, suspiran los recienes casados).
No se me olvida alguna comida familiar, en los tiempos álgidos de las elecciones Calderón-López Obrador, en que después de las manidas discusiones, un primo político tintineó con su tenedor el vaso de Coca Cola, se levantó de su silla y discurseó:
-Yo sólo quiero invitarlos a que piensen bien su voto. Piensen en nuestro futuro. Aquí Pelos (que así llama a mi prima) y yo estamos a mitad del pago del auto, están a punto de aprobarnos la hipoteca de una casita, tenemos el comedor y la salita de la casa en la última mensualidad. Y todo se vendría abajo si ese terrorista accede al poder. Entonces, de verdad (y volteó a verme) tendrían que reflexionar seriamente, dejar de un lado las ideas inmaduras y otorgar el voto a quien nos va a dar seguridad que todo eso se podrá pagar.
Dicho el dicho regresó a su silla con templada autoridad.
Aplausos, por favor.
Juro que fue la única vez en que se tambaleó mi voto. Mierda, tan inconsciente. ¿Qué harían Pelos y su marido sin ese auto que con tanto esfuerzo, y con apenas tres tabiques de la añorada casa, y con sólo medio sofá y tres sillas del ansiado comedor?
Por esa época releía Los demonios de Dostoievski y acepto que encontré similitudes en los excesos anarquistas de Verkhovensky y Stavrogin con las huestes del Mesías Tropical (diría el sensatísimo Krauze). Y son tan monstruosos los personajes del ruso, y sus resoluciones llegaban a tales grados de infamia, que al seguir las equivalencias entendí a la cruzada del Peje como una bravata romántica que podría no acabar bien. Pero pensaba en los otros personajes y veía al Richelieu Gordillo, al mediocre Luis Calderón XIII y a la pérfida Lady Fox Winter, de la saga mosquetera de Dumas. Y todo terminó siendo una elección literaria. ¿Dostoievsky o Dumas? Y saquen las cuentas.
La digresión a esas ya aburridas historias de 2006 viene a colación porque justo ahora, que se viene la crisis, repienso con angustia en Pelos y su hombre: ¿habrán logrado el carrito? ¿la casita? ¿la salita? ¿O estarán ahogados de incertidumbre, sin saber qué hacer? Ya sé que no es para burla. Ya sé que unos meses después, cuando termine de caerme el payaso por completo, seré incapaz de referirme a estos temas con ironía. Y ya sé que tras mi panfleto se encuentra un nauseabundo licuado de derrotismo, resentimiento, venganza, sarcasmo, amargura (Hola Nenas: He Aquí El Hombre Ideal). Pero también siento que se romperá el dique de la conveniencia y fluirá la libertad de quien no tiene mucho que perder, y que en todo caso, remueve mentalmente sus ajustes de presupuesto para mantener lo importante: cervezas, libros, cigarros (no he dejado de fumar, Xiuh Tenorio), la membresía del Cinemex.
Me he preguntado quien es más monstruoso, si el marido de Pelos o yo. Concluyo que sería un error confiar en el egoísmo de cualquiera de los dos. Pero entre palabras como Enganche, Desarrollo, Productividad, Puntos Premia; o Hecatombe, Incertidumbre, Revelación, Aquelarre, prefiero las segundas. Son más literarias. Y quien sabe por qué, pero la crisis aleja los buenos tratados de superación y acerca los claroscuros desvaríos literarios. Y sí, tras tanto debraye me queda claro: me gusta la crisis porque será más literaria. Porque hará recuperar a los Prometedores Ejecutivos sus rostros humanos (¿quién dijo que lo humano es sinónimo de bondad? ¿por qué no se acepta que el "rostro humano" es una mueca de contradicción y demencia?). Y porque en el carnaval sombrío que se viene, existirán espacios, no elegantes, sí confortantes, donde acaso reaprenderemos a tomarnos las manos y bailar la Danza de la Muerte, como en esa escena tan tétrica y esperanzadora del buen Bergman.

jueves, 23 de octubre de 2008

El reflejo de Jack Bauer

¿Qué ve Jack Bauer cuando se refleja en el espejo?

Así como Rambo lo fue para la era Reagan, Jack Bauer es el héroe gringo de la década 00 de George W. Bush. Los siete días moviditos de la serie de TV 24 han hecho del agente de la CTU un emblema de la valentía, la tenacidad, el estoicismo, la temeridad, el patriotismo (agréguenle más, ya me cansé) de los norteamericanos, desde que el famoso 9/11 supieron que su misión como país era ser policías del mundo y masacrar a cuanto peligrosísimo terrorista musulmán se les apareciera en el camino. Y por supuesto, los tercermundistas emergentes vemos esta misión como una bravata fascistoide y nos paramos de pestañas y renovamos nuestro resentimiento hasta que Fox anuncia el inicio de la nueva temporada de 24 y entonces, inyección de adrenalina , corremos a la tele para atestiguar el nuevo día en el Extraño Mundo de Jack. Y ni modo, lo disfrutamos, sufrimos con él, creamos la empatía y para qué desgastarme en más loas a Bauer, si Mario Vargas Llosa ya hizo un artículo rebonito del tema, que se puede leer por acá.
Lo cierto: la creación del agente Jack a la vez renovó y encasilló al actor Kiefer Shuterland, quien después de una carrera más bien discreta, con este personaje se asentó en el inconsciente colectivo del gabacho. Tan así, que por eso su anterior película, The Sentinel (Johnson, 06) no dejó del todo convencidos a los comedores de palomitas. ¿Por qué carajos estaba Shuterland de secundario, atrás de un inepto como Michael Douglas? ¿Por qué era tan torpe la solución del conflicto, cuando sabíamos que bastaba con que Jack sacara su fusca y dijera Damn it!, para que las cosas se solucionaran?
Shuterland mostró que era un desperdicio tenerlo de secundario cuando ya exige protagonismos de balaceras y explosivos. Por eso Aja se regodea con él en Espejos siniestros, pero no sólo presume a su estelar neurótico: juega con su figura en una serie de acertijos que podrían leerse políticamente (ajá ajá, el debraye acaba de empezar).

El chiste del principio: la presentación del personaje de Shuterland, Ben Carson, es con un reloj digital que da las exactas 8:00 am (como los inicios de 24). Sigue la danza de coincidencias: Ben es policía, más modesto que Jack, pero también impulsivo, violento, con serios problemas de autocontrol. Como Jack, el contrapeso a esta actitud cuasisociopata es su relación con la familia (La Buena Familia Gringa, empiezo a inventarme autos sacramentales). Contra los malos malosos se puede acribillar, cercenar, deshollar, electrocutar; la familia es el ámbito amable para jugar ajedrez (así se presenta a Jack en la primera temporada, dejándose ganar por la deslumbrante aunque pendeja Elisa Cuthbert), o jugar con un auto a control remoto, como en Espejos siniestros. En ambos casos, la sobresaliente neurosis del personaje le impide hacer una vida normal con la familia. Desarraigado que a pesar de su marginalidad, respeta con estoicismo la Verdad y la Justicia de su Patria.
Cuando Ben Bauer acude a su nuevo empleo arranca la acción y también los guiños políticos. El lugar que Jack Carson debe vigilar es un centro comercial que se ha incendiado misteriosamente, y que tiene el nombre de Mayflower, como el barco de los primeros anglosajones que llegaron a Massachusets. Más obvio, entre los altorrelieves que ilumina la lámpara del vigilante, puede verse alguna alusión a los "Padres Fundadores". El ambiente del lugar es desolador, entre las ruinas se puede apreciar cierto ambiente lujoso de los años veinte. Inevitable pensar: ¿así quedó el lugar tras el crack del 29? ¿Y esto tiene algo que ver con las actuales hipotecas subprimes?
Un Ben Carson vigilando con pistola y lámpara los extraños fenómenos del centro comercial incendiado, es como un Jack Bauer merodeando por su América derruida a pesar de tanta inteligencia policiaco-militar. Aunque formalmente se trata de una película de horror, son inevitables las concesiones al personaje Bauer, que con su clásica pistola a dos manos amenaza gente, presiona confesiones, escudriña habitaciones en ruinas y hace berrinches de balazos ante espejos que no se rompen.
El tema de la película son los espejos, sus reflejos demenciales que muestra historias horrendas del pasado. Ya sé que no se vale relatar con detalle el argumento, pero sí se puede insistir en que los enfrentamientos del personaje de Shuterland con los espejos podrían leerse como el enfrentamiento del ícono gringo con su reflejo aterrador. El héroe de la peli se mira y mira los espíritus malignos que marca el guión. Pero el héroe de 24 se mira y acaso mira la demencia de la década Bush: la invasión a Irak, la paranoia de los aeropuertos gringos, la frivolidad ante los temas ecológicos, el terror que se adivina tras las oscuras miradas musulmanas, las hipotecas subprimes que acabaron de derrumbarlo todo.
Me llama la atención que, así como en The Happening, en Espejos siniestros la solución de la trama inicia en medio de un bosque inhóspito, lovecraftiano, condensación de los horrores más guardados del ideario gringo. Quien quiera aventarse una tesis filmicosociológica, acá le va el tema: ¿de dónde viene el interés del cine gringo de encontrar sus claves en lo que ellos llaman la America Profunda? Si en The Happening el encuentro de los fugitivos de la ciudad con la ermitaña desconfiada "ayuda" a resolver la trama; en Mirrors el encuentro de los ermitaños con Ben Carson hunde al personaje en lo más siniestro de su reflejo. Podría asegurar que el héroe de 24 nunca tuvo tanto miedo (ni cuando viajó con una bomba atómica, ni cuando enfrentó una guerra bacteriológica, ni cuando fue secuestrado por los chinos) como en esa casa perdida de Pensylvannia, donde el misterio de los espejos se resuelve en una historia de dudosa esquizofrenia.
Jack Bauer estará esperando su octavo día de televisión, Ben Carson resuelve el enigma de los espejos, pero uno y otro coinciden en su actitud fantasmal, inoperante, que ya no tienen razón de ser en los nuevos Estados Unidos deprimidos económicamente. A continuación debería venir ese entusiasta canto al final del capitalismo, que compense, rencoroso, aquella fiesta por el fin del socialismo que se dio en los años noventa. Pero sería más elegante atestiguar con discreción los derrumbes.
El último chiste que se avienta Alexandre Aja: cuando en la última escena de la peli, con casi todo resuelto, salvo la fantasmagórica identidad del héroe, la cámara se abre para mirar una calla donde todo transcurre con engañosa normalidad. En algún punto de esta panorámica se mira un minisuper. Con luces neón, anuncia: Open 24 hours. El diálogo de la peli con la serie también es el diálogo de una película que tras su horror sobrenatural vislumbra los horrores reales de Norteamérica, contra una serie de TV energética, pero también complaciente de la frivolidad estúpida de George W. Bush.

viernes, 17 de octubre de 2008

Radio Reloj: Cinco de la mañana



No me gusta esta canción por su sonsonete infantil; me gusta por algo más simple.
Apenas va iniciando, locutores de radios solitarias dan la hora:

Doce de la noche en La Habana Cuba
Once de la noche en San Salvador, El Salvador
Once de la noche en Managua, Nicaragua

Entonces imagino carreteras. Casas de paja y ladrillo entre maleza y caminos de terracería.
Dos amigos, o dos amantes, o dos desconocidos, bebiendo mate o cerveza o un café tibio mientras se les despereza la vida.
Charlas que explican todo al describir: qué calorcito, que ya cayó el fresco. Lo demás silencio. El locutor contando:

Doce un minuto

David contaba que ciertas noches se tumbaba sobre el cofre de su auto, fumaba despacio y pensaba angustiado en su vida. Ahora David tiene un consultorio dental y colecciona chucherías de Spiderman. ¿Le gustará su vida? Muchas veces quisiera decirle que su vida vale por las noches que se acostaba en el cofre de su auto.

Radio Reloj: Una de la mañana

También pienso en algún pueblo de la Pampa Argentina, compartiendo el mate con la mujer que amaba, harto de acariciar sus piernas, escuchando su admiración por tres canciones de Sui Generis. Cuando saliera el sol ella tendría que ir a su trabajo de cajera y yo debía acompañar al supermercado a su madre. Como la perspectiva era insoportable, le pedí que se casara conmigo para estar juntos toda la vida. No hubo quien nos explicara que toda la vida debía durar lo que faltaba de la noche.

Qué horas son mi corazón
Qué horas son mi corazón

Hubo un impresionante cuarto de hotel de Los Cabos donde me hospedaron para hacer un reportaje mamón. En la mesa del centro había un frutero con uvas, manzanas y una tremenda botella de vino. Tenía esperanzas en que ocurrieran cosas nuevas. Cuando todo estaba oscuro, me senté con una novela maltratada y la botella a mirar el Pacífico. En el balcón de al lado se asomó una mujer tan bella como triste. Envidió mi botella de vino pero no mi postura impenetrable. Regresó a su cuarto y la escuché gemir el resto de la noche.

Cuatro de la mañana
A la bim a la bam a la bim bom bao
A la bim a la bam a la bim bom bao

Otro hotel, más humilde, en Cartagena Colombia. Al otro lado de la calle, dos prostitutas que difícilmente serían mayores de edad. Menudas, mulatas, se golpeaban con sus bolsos y reían por algo muy tonto. Las ganas de bajar, negociar con ellas, abandonar el grupo de periodistas carroñeros de desayunos continentales y liarme a puños con su chulo. Una noche después bajé por arepas. Las putitas se reían porque yo las veía tímido. Un escuincle tres meses mayor que ellas intentó venderme un collar y llevarme a un burdel con hembras reales (más risas de las putitas). Yo tenía una novela a medias, viáticos reducidos, Colombia y Ecuador estaban al borde de la guerra. Me llegó el amanecer avergonzado por no seguirlos, bebiendo una cerveza del minibar que en el hotel me cobraron al triple.

Cuatro de la mañana

Y le he dicho a varias personas que ésa es una canción triste, y sólo uno o dos lo han compartido. Tengo pendiente amanecer con ellos, aletargando las cervezas. Un radio viejo sigue dando la hora.

No todo lo que es oro brilla
Radio Reloj: cinco de la mañana

miércoles, 8 de octubre de 2008

Espurio

Me pareció sensato que Calderón evitara las provocaciones de López Obrador y se mantuviera al margen de las reyertas postelectorales. Había un tono de prudencia y elegancia cuando no respondía a los exabruptos desesperados del otro. Ciertamente, la estrategia ayudó a que se estigmatizara más a López Obrador (ni modo, se ponía tan de a pechito), mientras la postura discreta de Felipito lo dotaba de una imagen bien templada.
Pero la sensatez se le ha vuelto un pelín arrogancia cuando ha evitado tratar los temas de la elección y su muy dudosa legitimidad como presidente. La gente que comulga con él se ha contagiado de esa arrogancia: contra la chafa estridencia de sus opositores, ellos se autoconciben como un monolito de respeto y formalidad. Los otros, los nacos, los inadecuados, los groseros, los excesivos, los ordinarios, se manifiestan en las calles de maneras escandalosas y siempre reprobables. Nosotros, los educados, los sensatos, los dignos, los bien formados, los elegantes, los prácticos, los que sí-queremos-al-país, evitamos desfiguros y transitamos por vía directa a lo productivo, lo competitivo, lo primermundista clase premier (Déjense de mamadas y pónganse a trabajar!!!!).
El cambio en el formato del informe de gobierno parecería participar de esta sensatez: evitar el circo y darle al acto la formalidad requerida. Al no asistir al Congreso y en vez de eso mandar su informe por escrito, Calderón neutralizó los ramalazos de sus adversarios y todo el gasto de energía y declaraciones previas al 1 ° de septiembre; los centradísimos y sobrios analistas políticos celebraron que terminara la escenificación del Día del Presidente y se optara por una rendición de cuentas práctica y eficiente. Como para que no se olvidara que supuestamente existe un presidente, el hombrecito saltaba a la hora que uno menos esperaba en la tele (como Chávez, pero en bien nacido), en medio del reality show, de la película, de la telenovela, para atestarnos convenientes cápsulas de todo lo que su administración ha realizado.
Lo curioso es que la insistencia por evitar el protagonismo (para eso tenemos al Peje), ha derivado en hieratismo. Si el contrincante es populista, excedido, estridente, Calderón se erige solemne, adecuado, rígido, formal. El aspecto de un gobernante eficiente. Más solemne en tanto más dudosa es su legitimidad. ¿Alguien recuerda al valiente secretario de Energía despedido porque se atrevió a destaparse como candidato antes de los tiempos electorales? ¿O al sorprendido y espontáneo precandidato que sin saber cómo le estaba dando la vuelta al precandidato oficial, Santiago Creel? Felipe Calderón está atrapado en la imagen de todos los que dudamos de su investidura. Los seguidores de Calderón también están atrapados en ese reducido margen de acción, porque se saben gobernantes y vencedores y dignos de desdeñar a los adversarios, pero también se saben altamente proclives de toda sospecha.
Lo más importante del grito de “espurio” de Andrés Gómez en Palacio Nacional, no fue el ejercicio de la libertad de expresión, ni la actualización (40 años y un día después) del alma del 68, ni el regalo político-mediático que le significó al perredismo, ni la “presentación en sociedad” de una generación que -dicen- será más crítica y combativa que los lamentables treintañeros y cuarentones hipotecados, que se hicieron adeptos de los buenos valores del panismo. Lo más importante fue arrancar la costrita, volver a evidenciar el error de origen, actualizar el estigma que el hierático Calderón siempre llevará consigo: es espurio, no porque lo haya dicho López Obrador o Andrés Gómez, sino porque él mismo se ha mostrado así al no cantar su triunfo, al no asentar su legitimidad, al no enfrentar a los adversarios dando la cara en un informe de gobierno, al no relajar su figura templada y declararse a sí mismo ganador de las elecciones, al permanecer con esa imagen de acartonamiento vergonzosa por la Silla prestada a la mala.
Hablando de coincidencias onomásticas: qué peligrosamente se está pareciendo a otro hierático de terribles recuerdos, paranoico, inseguro de su posición política, siempre sintiéndose amenazado por fuerzas externas perniciosas, como Gustavo Díaz Ordaz. El peligro será que esa inmovilidad termine endureciendo, y que llegue el momento en que Orden y Seguridad le sean sinónimos (a él y a quienes lo siguen) de Intolerancia, Represión y Ajusticiamiento.

PD: El buen Lear (que se le extraña, pues) siempre está desmarcado y aun así (o por eso) acierta: ayer me dijo que independientemente de su carga política, está bueno regresar/refrescar a la vida diaria una palabra tan linda como espurio, que hasta antes de estos tiempos había quedado un tanto empolvada en el diccionario. De ahí intentamos inventarnos algún post de palabras que los políticos reutilizan o inventan (chachalaca, globalifóbicos, sospechosismo, solidaridad), pero eso ya es una investigada para después. Me voy a comer.

jueves, 2 de octubre de 2008

El 2 de octubre y la íntima tristeza reaccionaria

No fue a propósito, pero sin darme cuenta me tocó estar en CU hoy, dos de octubre. Cuando terminé mi trabajo en la hemeroteca vi que en la sala principal había una pequeña exposición del movimiento estudiantil del 68. A pesar de la eterna urgencia por llegar a casa a seguir la chamba, me asomé a ver. No había mucho más de lo que ya se conoce: las fotos de las marchas, notas de periódicos denostando el movimiento, los carteles olímpicos reelaborados con granaderos y la cara de simio de Díaz Ordaz. Si acaso, me entusiasmó encontrar volantes originales que invitaban a los actos, y algo más que se me hizo excesivo, un disco donde se escuchan los discursos del rector Javier Barros Sierra.
Empecé a mirar con escepticismo, después me di cuenta que no había testigos que pudieran balconearme y me puse a disfrutarlo de verdad.
Porque aquí vendrían dos confesiones que parecerían vergonzosas en estos tiempos calderonistas-convenientes-timoratos del 2008: me gusta el tema del 68, y me gusta de disfrutarlo, de haber querido estar ahí, sin importarme demasiado -sin darle la dimensión fúnebre- a la matanza de Tlatelolco.
Es decir, el final trágico del 2 de octubre no me puede tanto como los ambientes festivos de las brigadas, las bravatas en las marchas, imaginar la sabrosa interrelación de estudiantes encauzados en el objetivo común. Seguro que sería motivo suficiente para mi linchamiento preferir el carnaval que la tragedia; el matiz Kevin Arnold que las otras interpretaciones del 68. Y es curioso: de este punto de vista depende la interpretación del 68 en el presente: quienes lo asumen como una tragedia, acartonan los semblantes hasta obligarnos a compartir la culpa de Díaz Ordaz y Echeverría; quienes lo vemos como una fiesta estamos condenados a consumir Bob Dylands y horas de Los Beatles hasta nuestra lenta muerte por melancolía.
Yo me habré enterado del movimiento en la infancia, hacia los ocho años; un tío tenía en su recámara el libro de Juan Miguel de Mora T 68 (Tlatelolco 68): ¡por fin toda la verdad! Me sorprendió el tono amarillista de la contraportada, debía decir algo así como "la realidad de un México sanguinario que nadie quiere contar". Pero me sorprendió más que cuando le pregunté al tío de qué se trataba, me contestó que no estaba en edad de saberlo y que era de esas cosas que debían hablarse en voz baja. El tono clandestino de la advertencia me hizo percibir realidades distintas a mi realidad. Algo ocurría normalmente en la sala de la casa, en la televisión, en los Aurrerá. Y otra cosa, más lúgubre, pantanosa, indecible, ocurría en algunos libreros o en lo que se escondía en los cajones. Debe ser por eso que nunca terminó de impresionarme Lovecraft. El verdadero horror cósmico ocurría en lo que no se podía decir, en lo que pasaba cuando la gente empezaba a charlar en susurros. Pero ese tema está más bueno para alargarlo en otro post.
Mi encuentro directo con el 68 ocurrió hacia los quince años, cuando encontré un número especial de Nexos dedicado al tema, se llamaba "Pensar el 68", estaba coordinado por Gilberto Guevara Niebla y Raúl Álvarez Garín, dos de los líderes del movimiento (después, ese número se editó en libro, en Cal y Arena, y creo que es relativamente fácil de conseguir). Había una cronología acuciosa del movimiento, desde finales de julio hasta diciembre que se disolvió por completo el CGH, y lo leía de lo más impresionado, era espeluznante pensar que algo tan memo como un tochito en La Ciudadela pudiera crecer como bola de nieve hasta convertirse en un movimiento que tuviera en vilo al país, y que amenazara instituciones tan pétreas como el Sr. Presidente. Me daba cuenta que eran expresiones inéditas contra la obediencia sin cuestionamiento a la que yo estaba acostumbrado. Me asombraba pensar que quince años antes de mi momento se pudiera ser tan valiente y renegón.
Que esta revista se publicara hacia los mismos tiempos en que Cuauhtémoc Cárdenas iniciaba su movimiento contra el PRI (el que a la larga terminó en la fundación del PRD) enlazó ambas eras y probablemente sea el momento más rabioso del 68. Lo que tanto se ha dicho: que el movimiento estudiantil hace un puente directo con los movimientos antipriístas de los ochenta y (acá viene el cliché político) "ayudó a construir la democracia" bla bla bla.
No diré que me volví un fan iracundo del 68, de apañarme todas las memorabilias posibles, pero sí iba siguiendo las notas, los libros, los comentarios alrededor del tema. En mis tiempos de intensito sufrí horrores porque mataban a los hijitos de Hécto Bonilla en Rojo amanecer (después padecimos peor que los hermanitos Bichir siguieran vivos en tooodas las películas nacionales) y obviamente fui a cuatro que cinco marchas conmemorativas, como si asistiera a un rito iniciático, con la cabeza gacha y el pesar estallando en la mirada (así de excesivo, si no se iba de otra forma, ¿para qué se iba?).
Después se han dado, simultáneamente, las glorificaciones y satanizaciones; al tiempo que la derecha procura relativizar la pertinencia del movimiento, la izquierda lo enarbola hasta convertirlo en un dogma religioso francamente chocante. En este momento, entrarle al tema del 68 suena a lugar común acartonado, que se defiende o se desdeña con más demagogia que inteligencia.
Supongo que aquí sigue la parte en que debo dar el consejo: "por eso no debemos olvidar el 68, debemos regresar a él y conmemorarlo con hartísima devoción, porque El México Moderno está hecho de los niñitos héroes de Chapultepec y los otros niños rabiosos de Tlatelolco", pero la verdad es que de tan gastado, el tema está condenado en caer más y más en lo simbólico y menos en su realidad. A fin de cuentas, las peticiones del 68 de alguna manera están cumplidas: se puede marchar cuanto se quiera y como se quiera, los granaderos siguen existiendo pero están nulificados a su mínimo poder, justamente para contrarrestar su tradición de represión e intransigencia; los canales de libre expresión están dados, su manipulación ahora es más sutil y perversa (gracias Fox), a lo que se agrega una expresión política mucho más estúpida (gracias Peje).
Es decir: el 68 logró sus objetivos a largo plazo, pero sin saber que el resultado sería la creación de una sociedad estúpida y agachona, inflada de hipotecas, comerciales de Valores (de los de tienes el valor o te vale) y festivales blancos con velitas para horario estelar de televisión.
El 68 ya no existe ni sirve: perdió su pertinencia y está más que listo para mirarse en vitrinas de museos, para escucharse en hallazgos arqueológicos de folk sesentero y para que Alfonso Cuarón haga una peli que venderá muchas palomitas el próximo año. Imagino que era su destino. Y que con él, va el destino de quienes encontramos en aquel movimiento cierto sentido. Nos tocará seguir revisando su memorabilia en solitario, con cierta vergüenza reprimida, con (como diría López Velarde) la íntima tristeza reaccionaria.