Michel Houellebecq es de estos autores que mientras menos tersos son con sus lectores más se les aprecia porque "no hacen concesiones" y dicen su veldá, aunque harto duela. En el caso de Las partículas elementales (98) su porción de veldá está en la descripción de una sociedad postmoderna, individualista al extremo, más hedonista que ética, lampareada por la multiplicidad de opciones de bienestar que terminan traduciéndose en el vacío existencial (el cliché de la frase obedece al cliché del argumento). La anécdota de este andamiaje sigue la vida de dos medios hermanos, hijos de una hippie loca que los dejó criándose por sus abuelas paternas, y que a falta de un modelo familiar se perdieron en la disfuncionalidad emocional: Michel tan absorto en sí mismo como si se hubiera comprado un Síndrome de Asperger para amueblar su vida; Bruno en perpetua angustia por su necesidad enfermiza de sexo. Y sigue una forma peculiar de contar estas desgraciadas historias: antecediendo las vivencias con un apunte sociológico, que es como espolvorear de contexto la vida de dos mentecatos, bien avituallados de becas y salarios académicos para no preocuparse por más cosa que por su inanidad.
"Una novela aburrida de un novelista diestro, interesado en aburrir", se me ocurrió cuando llevaba el tercio de la lectura y comprendía la diferencia entre contar dos existencias desvaídas y la destreza del autor para enfatizar tal modorra. El patetismo es mayor en Bruno, gordito y miserable, obsesivo con los escotes de las muchachas y agobiado por su incapacidad de hacerse unas cubanitas con ellos. Su fantasía erótica, por lo demás, es que alguna chica le chupe bien la polla -la traducción gachupa colabora con lo chocante- y puede llevarse un buen número de páginas persiguiendo esta proeza. La novela crece hacia el final, cuando aparecen Christiane y Anabelle, esbozos de parejas de los medios hermanos, si bien el autor se cuida de no desbordar los afectos y diseccionar la creación de las parejas en fríos argumentos de conveniencia conyugal. Tal vez la contención potencia los destinos infelices, que cuando ocurren dejan al lector en una orfandad mayor: poca redención en un par de personajes que por otro lado no interesa mucho que sean redimidos.
El patetismo de los medios hermanos sería más genuino y desconcertante si no tuvieran ese origen, melodramático a pesar del autor, que los hace hijos de Janine, la hippie desvergonzada. El recurso no deja de tener una carga moralina -los excesos sexuales llevan a la soledad de sus descendientes- que alcanza a simbolismo generacional -los años sesenta como un desborde irresponsable que derivó en los tristísimos alienados protagonistas de la novela- y más bien se presiente como conmovedor lloriqueo del autor. Los guiños autobiográficos, no como ostentación de vida ejemplar, ni como reflejo de una inteligencia en construcción, sino como reclamo balbuceante de un niñez infeliz. De botepronto se recuerdan los balbuceos de otro niño caprichudito, el tal Marcel que hacía berrinche porque su madre estaba de tertulia en vez de atenderlo a él. Sólo que mientras Marcel sabe hacer de esa experiencia un ejercicio introspectivo que después lo lleva a ocho tomos de reflexión sobre el recuerdo y la escritura, en Houellebecq apenas alcanza al panfleto gimoteante del representante de una generación pinchita que reclama los grandes atrevimientos de la generación sesentera, contradictorios, decepcionantes, irresponsables, pero que finalmente supieron hacer lo que quisieron (en ese mismo reclamo se inscriben novelas como Generación X de Douglas Coupland, Pastoral Americana de Philip Roth, y también me recuerdo el inicio de la peli Pump up the Volume (Moyle, 90) con el tenebroso Mark (Christian Slater) mentando madres a la generación que lo defraudó en cada canción de protesta).
Frente a los escandalosos excesos de Janine, la asepsia sexual de Michel y el accidentado merodeo erótico de Bruno resultan lastímeros, y en vez de provocar la compañía compasiva causan el acto reflejo de buscar a los patanes excesivos de En el camino, Ponche de ácido lisérgico o cualquier otra de esas épicas lúdicas e irresponsables.
La novela trata de más cosas: hay alguna reflexión sobre la obra de Aldous Huxley como punto de inflexión de la sociedad hedonista, consideraciones científicas que cierran la obra en un guiño irónico que hizo antes Vonnegut en Galápagos, una revisión del pensamiento occidental que culmina en una certeza desalentadora: "a fin de cuentas", dice el científico en retirada Desplechin, "Occidente ha terminado sacrificándolo todo (su religión, su felicidad, sus esperanzas y, en definitiva, su vida) a esa necesidad de certeza racional. El algo que habrá que reordar a la hora de juzgar al conjunto de la civilización occidental." Pero sobre la inteligencia queda el berrinche: el ajuste de cuentas con una generación que derrumbó los valores clásicos del género humano, pero que sus descendientes fueron incapaces de hacer algo con la fundación de ese desorden vitalista.
lunes, 7 de noviembre de 2011
Las partículas elementales o la masturbación aguachentita
Etiquetas:
libros que leo,
patetismo generacional
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2 comentarios:
Cuando leí "Las particulas elementales" sólo había para elegir a la hora del desayuno unas galletas saladas con mostaza o ese libro que (curiosamente) también era color mostaza.
Así que entre la modorra de un miércoles que no terminaba, me leí mi primer libro de Michael Houellebecq.
Creo que la frase que más me impactó era aquella en la que decía (más o menos así, la verdad no lo recuerdo) que las chicas buenas están destinadas a ser desvirgadas por patanes.
Además de esos momentos de regocijo morboso, recuerdo la novela como alguna de esas clases de biología de la secundaria, donde ves claramente la división de las celulas y no te parece que el hallazgo científico sea tan impresionante.
Buenos recuerdos, al menos. Gracias por la buena elección.
"Sé muy bien que el universo de Huxley se suele describir como una pesadilla totalitaria, que se intenta hacer pasar ese libro por una denuncia virulenta; pura y simple hipocresía. En todos los aspectos, control genético, libertad sexual, lucha contra el envejecimiento, cultura del ocio, Brave New World es para nosotros un paraíso, es exactamente el mundo que estamos intentando alcanzar, hasta ahora sin éxito."
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