viernes, 1 de enero de 2010

Parque MacArthur

Me voy a ahorrar las payasadas esas de especificar que por comprar un disco gay uno no es gay, aunque lo sea. Lo que no me ahorraré será explicar que a veces intuyo que ser gay y ser homosexual no es lo mismo, que al homosexual le gustan los hombres y el gay jotea, es decir, se apropia de ciertos elementos de una cultura que supuestamente no es "para hombres", como ropas chillantes, músicas festivas, afeminadísimos despliegues dancísticos en el escenario que rompen plaza y hacen trizas el tablado. El hombre hombre, por el contrario, desprecia los movimientos estrafalarios, a menos que sea Chuck Norris y deba salvar al mundo o a su hija; se mantiene grave, estoico, en la fortaleza meditabunda de su cuerpo, con ojos agudos de estratega, es un cavernícola al acoso del mamut, aun cuando el mamut contemporáneo use tacones e insista en pesar menos de 50 kilos (y quiera parecerse -horror de los horrores- a Carrie Bradshaw).
Pero ese tampoco es el tema. El tema estaba maso bien redactado en alguna libreta de hace seis años, que reencontraré justo cuando ya no la necesite --es decir, cuando haya terminado de escribir este post--. Intentaré el recuerdo: también empezaba conque compré un cd doble con los éxitos de Dona Summer, que me daba un poco de vergüenza, pero que lo puse en la casa y fui el más feliz. En ese entonces acababa de ver la peli de Studio 54, acababa de divorciarme y tenía claro que mi vida necesitaba mucha jarana. Los excesos de una generación setentera previa al sida, que bailaban, se drogaban y cogían con desesperante felicidad, era el mood que me gustaba. Aunque también me fascinaban los despliegues musicales, más orquestados que con bits, de ese estilo discoteque que todavía no era lo suficientemente electrónico y debía compensar los samplers con cajas de ritmos primitivas, violines, trompetas y guitarras. Estaban a tres meses de la despersonalización robótica (que también tiene su chiste pero es otra historia) de la música electrónica, y el bit rupestre debía compensarse con instrumentaciones fastuosas, que venían un poco del progre y otro poco del glam rock. Oigan el piano con el que inicia "I Will Survive" de Gloria Gaynor, las trompetas de Earth Wind & Fire, los coros agudos hasta la diabetes sonora de los Bee Gees.
Esta orquestación le daba un tono muy especial al sonido discoteque de los setenta. Convengamos que entonces se le trataba tan pésimamente como ahora al reaggeton, porque la gente entendida prefería a Pink Floyd, Led Zepellin o David Bowie. El desdén era rigorista, al menos hasta que era sábado y daban las diez de la noche, entonces se podía evadir el distingo tan radical y escabullirse a la típica discoteca de pisos de colores y esferas de espejos.
La gente que oía rock pensaba rudamente, todavía le pesaba la represión postAvándaro y se refugiaba en hoyos fonquis muy gruesos, donde corría la mota, la promiscuidad y la falta de estilo. Los nices iban a las discos donde también corría la mota, la promiscuidad y la falta de estilo, aunque esto último apenas se advertía, usar traje blanco y camisa negra con el cuello de fuera estaba de lo más in. Lo que debo decir: si el rock era el compromiso, la música disco era evasión. Si el rock confrontaba y no daba soluciones sencillas, la música disco se elevaba al sueño frívolo y sonriente. Si el rock era un viaje a una oscuridad que fortalecía tras pesadillas estridentes, la música disco transportaba a la belleza, la elegancia, el ligue glamoroso y la emoción fútil.
Pasión de cueros y demonios, era el rock; romancillo de gasas y luces, el de la música disco. Pero ambas manifestaciones en realidad resolvían una larguísima resaca que duró toda una década, que inició con aquel famoso Dream is Over de Lennon. Cuando se fue a la mierda la utopía sesentera, la música debió camuflajarse en máscaras de distinto pelaje: heavy metal, punk, glam rock, sonido Motown, todo teatral y excesivo. Los setenta son una cruda, una evasión que no mira frontalmente lo que ocurre, un aquí y ahora que no pretendía crear discurso. Y sin embargo, no sólo de dogmas se hacen los recuerdos; tal vez la memoria más dolorosa sea aquella que proviene de lo imperceptible, lo que no pudo aprehenderse, lo que no tuvo documentales o manifiestos que dejaran constancia de la gente, los bailes, los revolcones que se dieron ahí.

***

Menos rollo, mejor escuchen:



Una entrada bastante generosa de wikipedia para una canción revela que "MacArthur Park" existía desde 1968, que fue escrita por Jimmy Webb y ha tenido muchos cover, el más prestigioso en voz de Frank Sinatra, aunque el más famoso sea el de la "reina de la disco". Pero su estructura es por completo el estilo de Donna Summer, quien al menos en tres rola más (ésta, "On The Radio" y "Enough is Enough", con Barbra Streisand) repiten un esquema semejante. Un principio suave, de balada dulzona con violines, un piano de fantasía y coros alambicados, que detalla con enorme melancolía el recuerdo de dos amantes que por cualquier razón no siguen juntos. Apenas al minuto, Summer sostiene un agudo que se vuelve grito de batalla, se incorporan percusiones, trompetas e inicia la fiesta discoteque. Pero la canción conserva la misma melodía.
A pesar del ritmo bailable, del énfasis de los violines y de la voz que se ha hecho más firme que al principio, subyace la tristeza del inicio. Escuchen bien, dense cuenta que pueden contonearse, girar las patitas, levantar brazos e imitar la alharaca de la fiesta, pero ahí sigue el dolor del amor perdido, y claro, la falsa promesa de la vida que sigue adelante, porque eso es un mal chiste ante esa voz que se descifra en desesperanza. ¿Cómo puede entonces bailarse al mismo tiempo que dolerse tanto? O tal vez se baila por eso, porque el baile es la única respuesta al desasogiego, a no entender por qué terminaron esos años dorados. La historia habla de amantes, pero bien pueden ser la generación toda, buscando a San Francisco, el submarino amarillo de los Beatles, las consignas disueltas, mucho menos por las represiones institucionales como por el simple paso de la vida.
Por ahí viene el siguiente debraye: MacArthur Park no puede referirse a un amor adolescente; la pareja que se canta ha pasado las duras y las maduras, no tienen el candor del dolor primero, sino la suave pesadumbre del desamor crónico, y justamente por eso es tan urgente ser bailada; tiene el peso, la gravedad, de quien ha dejado su último esfuerzo en ese baile y que solamente le queda el invierno de refugio.
Y entonces vale extenderse a las canciones de esos setenta tardíos: "I Will Survive" o "Staying Alive" aluden al fracasado que busca su última oportunidad; podría ser el mismo hippie de hace diez años, que divorcios, cárceles o corbatas mediante, ya no puede promover las utopías que cantó con Grateful Dead y ahora apenas va buscando recodos nostálgicos donde pueda pernoctar lo que resta de su vida ("Now I need a place to hide away" cantaría, visionario, Paul McCartney quince años atrás).
Las canciones de los setenta parecen el consuelo para quienes se atrevieron a enfrentar el edicto de Mick Jagger, de crecer más allá de los treinta años. Por eso la evasión, aunque no el desparpajo; por eso su ligereza aérea, aunque no su posibilidad de consigna. Los setenteros tendrían que desaparecer pocos años después, cuando los Buggles mataran con el video a las estrellas de radio. Entraría una nueva generación educada para los juguetes de Star Wars, para los cubos de rubik, para cambiar el existencialismo por las trivias de TV. Historia menos compleja, también de colores más brillantes. Mamase mamasa mamacusa.

PD: Y esto es otra jotería pero, ¿ya vieron qué chido se ve el primer post acomodadito en su casillita de enero de 2010? Cumplan los propósitos esos que se dijeron, al menos los primeros quince días.

2 comentarios:

Débora Hadaza dijo...

es un placer leer este primer post.

me gustó bastante.

Mujer Maravilla a la Mexicana dijo...

A mí no me gusta esa década esa música. El video que pones es un ejemplo claro, la canción empieza con un sentimiento y de la nada el ritmo cambia y comienza el ritmo bailable. Es como si antes de esa época, hablemos del sueño si quieres, todo tuviera un sentido, un búsqueda de algo más profundo y cuando el sueño termina todo mundo tiene miedo, vergüenza de reconocer que todavía se tienen ideales y por esa vergüenza por esa frustación de un sueño que no se cumplió, se esconda todo bajo una máscara de luces.

Un abrazo