domingo, 2 de septiembre de 2012

La Canción del Vino Especiado y el Hidromiel de George R. R. Martin


Apenas leo tres páginas y ya voy de bocafloja al tuiter a decir que la prosa de George R. R. Martin -el autor de la extensa saga Canción de Hielo y Fuego que ahora se adapta para serie de TV en la famosa Game of Thrones- es pobre y convencional, sin gran juego de lenguaje ni pretensiones de estilista, pero me voy tragando la bravata -más bien, voy matizando exabruptos- según avanzan los tabicotes de la novela: sigo creyendo que elige una forma narrativa práctica -esa estilo: "la marquesa salió a las cinco" de la que se burlaba Valery- y que no busca el regodeo en la forma, pero porque su interés se encuentra en presentar y darles volumen a montonazo de personajes que las solapas del libro comparan más cercanos a Shakespeare y Homero que al fantasy acartonado de juego de rol. Pero la intención no era repetir lo que en otros espacios ya han dicho de mejor manera: sobre la complejidad de los personajes, la versatilidad en recrear escenarios tan contrastantes como bosques ensimismados, metrópolis mustias o desiertos mucho más vitales de lo que su aridez finge -como suele ocurrir con todos los desiertos; también me guardo para otras parrafadas el emocionante momento en el que el gnomo Tiryon Lannister recuerda cuando conoció las osamentas de los dragones que asolaron a los Siete Reinos algunas décadas atrás, escena de una belleza enigmática por la devoción casi infantil con la que el Lannister marginado va revisando los esqueletos, paleontología fantástica que fisgonea la historia y el mito y acaso anuncien que toda la saga tiene su origen en este solitario asombro.
De carácter menos épico, pero que le da una dimensión más cotidiana (y se supondría, entonces, más verosimil), es un gozo ir revisando lo que comen los honorables Stark, los intrigosos Lannister, los cuasimonacales Guardias de la Noche o la Madre de los Dragones en su reino primitivo. Si se le debe reconocer a Martin su erudición para describir lo mismo una gran ciudad medieval que una casi-hacienda en el bosque, también se debe admirar su afición sibarita que en su gran novela sugiere un recetario amplio y apetitoso. Sin ser de lo más exhaustivo -y en el entendido que apenas voy hincándole el diente al tercer tabique de la saga-, ahí van algunos ejemplos de lo que comen reyes, guardianes y nobles de los Siete Reinos, el Muro y el otro lado del Mar Angosto:

Daenerys Targaryen es ofrecida como esposa al semibárbaro líder de los dothrakis, Kahel Drogo. Las costumbres de su pueblo son salvajes y en consecuencia voraces. Y así comen:
"Se atiborraban de carne de caballo asada con miel y chiles, bebían leche fermentada de yegua y los excelentes vinos de Illyrio hasta embriagarse por completo, y se intercambiaban bromas y puyas por encima de las hogueras con unas voces que a los oídos de Dany sonaban ásperas y extrañas.
Y así rinden tributo a su nueva reina:
"Los esclavos ponían ante ella trozos de carne humeante, gruesas salchichas asadas y empanadas dothrakis de morcilla, y más tarde frutas, compota de hierbadulce y delicados pastelillos de las cocinas de Pentos, pero ella lo rechazaba todo. Tenía el estómago del revés, y sabía que no podría retener nada."
En contraste, para los festejos de bienvenida a Ned Stark como el nuevo Mano del Rey, en la corte de la cosmopolita ciudad Desembarco del Rey se presenta el siguiente menú:

"Una sopa espesa de cebada y venado. Ensaladas de hierbadulce, espinacas y ciruelas con frutos secos por encima. Caracoles en salsa de miel y ajo. Sansa no había probado nunca los caracoles, así que Joffrey le enseñó a sacarlos de su concha, y él mismo le puso el primero en la boca. Después sirvieron trucha pescada en el río aquel mismo día, horneada en barro; su príncipe la ayudó a romper la envoltura sólida para dejar al descubierto el pescado jugoso. Y cuando se sirvió la carne, él mismo le ofreció la mejor tajada con una sonrisa seductora. Sansa advirtió que el brazo derecho todavía le molestaba al moverlo, pero en ningún momento se quejó. Más tarde se sirvieron empanadas de pichón y criadillas, manzanas asadas que olían a canela, y pastelillos de limón bañados en azúcar, pero para entonces Sansa estaba tan llena que apenas si pudo comerse dos pastelillos, por mucho que le gustaran."
Los Guardias de la Noche, custodios del Muro que separa a las amenazantes Tierras Libres de los Siete Reinos, hacen comidas simples en su preparación pero de resultados deliciosos. Así se festeja que Jon Nieve y sus amigos vayan a ordenarse como nuevos guardias:
"Los ocho futuros hermanos devoraron un festín de costillar de cordero asado con ajo y hierbas, adornado con ramitas de menta y con guarnición de puré de nabos amarillos que nadaba en mantequilla.
"—Viene de la mesa del mismísimo Lord Comandante —les dijo Bowen Marsh.
"Había ensaladas de espinacas, garbanzos y nabiza, y de postre cuencos de arándanos helados y natillas."
El mercader que le ofrece a Dany vinos -y entre ellos uno envenenado porque el rey Robert Baratheon ha ofrecido una recompensa a quien la asesine- le recita las distintas maravillas que vende:
"—Tintos dulces —proclamaba en excelente dothraki—. Tengo tintos dulces, de Lys, de Volantis y del Rejo. Blancos de Lys, coñac de peras de Tyrosh, vino de fuego, vino de pimienta, néctares verdes de Myr. Cosechas de bayas ahumadas y agrios de Andal, tengo de todo, tengo de todo. —Era un hombrecillo menudo, esbelto y atractivo, con el cabello rubio rizado y perfumado a la moda de Lys. Cuando Dany se detuvo ante su puesto, hizo una profunda reverencia—. ¿Quiere probar algo la khaleesil Tengo un tinto dulce de Dorne, mi señora, su sabor canta a ciruelas, a cerezas y a roble oscuro. ¿Un barril, una copa, un traguito? Después de probarlo le pondréis mi nombre a vuestro hijo."
Un ejemplo de cocina popular, que no puede comer la pobre Arya Stark cuando huye del castillo donde han apresado a su padre, pues no tiene dinero siquiera para un estofado:
"(...) había tenderetes con calderos en cada callejón, en los que hervían guisos que llevaban años al fuego; allí se podía cambiar media paloma por un pedazo de pan del día anterior y un «cuenco de estofado», y hasta te ponían la otra mitad al fuego y te la asaban, siempre que uno mismo le quitara las plumas. Arya habría dado cualquier cosa por un tazón de leche y un pastelillo de limón, pero el estofado tampoco estaba tan mal. Por lo general llevaba cebada, trozos de zanahoria, nabo y cebolla, y en ocasiones hasta manzana, y siempre había una capa de grasa en la superficie. Ella procuraba no pensar en la carne. Una vez le había tocado un trozo de pescado."
Del segundo tomo, Choque de reyes, un banquete en un torneo puede volverse metáfora de la inexperiencia de la tropa del aspirante a rey Renly Baratheon, pues cuando están al borde de la guerra  la imaginan como un cuento candoroso de heroísmo que caza a la perfección con un festín opulento:
"Porque comida había en abundancia. La guerra no había afectado a la legendaria generosidad de Altojardín. Mientras los bardos cantaban y los saltimbanquis hacían cabriolas, el banquete se abrió con unas peras al vino y prosiguió con rollitos crujientes de pescado a la sal, y capones rellenos de cebollas y setas. Había granes hogazas de pan moreno, montañas de nabos, maíz y guisantes, jamones inmensos, gansos asados, y platos rebosantes de venado guisado con cerveza y centeno. A la hora del postre, los criados de Lord Caswell sirvieron bajdejas de dulce hechos en las cocinas del castillo cisnes de crema y unicornios de azúcar, pastelillos de limón en forma de rosa, galletas de miel especiadas, tartas de moras, tartaletas de manzana y ruedas de queso cremoso"
Mientras que los atormentados Greyjoy, Hombres de Hierro de hábitos austeros, se distinguen por los banquetes modestos:
"El banquete era exiguo: una simple sucesión de guisos de pescado, pan negro y cabra poco especiada. Lo más sabroso, en opinión de Theon, fue una empanada de cebolla. la cerveza y el vino siguieron corriendo mucho después de que se retirase el último de los platos"
En el enigmático capítulo donde llevan a Daenerys a la Casa de los Eternos, para entrar le dan de beber "un líquido espeso y azul: color-del-ocaso, el vino de los brujos". Y al probar:
"el primer trago le supo a tinta y a carne podrida, nauseabundo, pero cuando lo tragó sintió como si cobrara vida dentro de ella. Fue como si unos tentáculos se extendieron por el interior de su pecho, como si unos dedos de fuego se le enroscaran al corazón, y se le llenó la lengua de sabor a miel, a anís y a crema, a leche de madre y a la semilla de Drogo, a carne roja, a sangre caliente y a oro fundido."
Y el último, para no abrumar: cuando Tyrion y su hermana Cersei se juntan para cenar. Será una reunión llena de intriga y golpes bajos. Pero mientras planean sus estrategias de ataque:
"La mesa de Cersei estaba bien surtida,aquello era innegable. La cena comenzó con una crema de castañas servida con pan crujiente recién hecho, y verdura con manzanas y piñones. Luego se sirvió empanada de lampresa, jamón asado con miel, zanahorias rehogadas en mantequilla, judías blancas con tocino y un cisne asado relleno de setas y ostras."
A veces veo películas de los setenta y ochenta de la Ciudad de México, sabiendo que son malas, solamente para fisgonear calles que voy relacionando con la infancia o la adolescencia. Ya no me atrevo a insistir que la prosa de Martin sea pobre, pero sí reconozco que mucho del morbo de seguir leyendo -además, claro, de las relaciones de los personajes, de los momentos irónicos de Tyrion Lannister (mi favorito), la picaresca de Arya o las misteriosas exploraciones a lo desconocido de Jon Nieve- es toparme con otro banquete, incluso simples desayunos o cenas que con sus vinos especiados y vasos de hidromiel hacen salivar y correr aunque sea por la triste tortilla con sal que puede conseguirse en este reino democrático y justo (Calderón dixit) de la realidad.
No recuerdo -y tampoco es cosa de volver a revisar las dos temporadas que ya existen- si la serie de TV se ha solazado tanto en mostrar banquetes, comidas, cenas entre los personajes de Game of Thrones, quiero creer que con la moda ya habrá algún restaurant carísimo en Nueva York o Los Angeles que reproduzcan estos platillos, o al menos que ya exista un recetario de la comida de los Siete Reinos; habrá que averiguar para pedirlo ya por Amazon.
Y es cierto: la saga de Martin no es un paradigma de lo literario, pero sí es un banquete robusto y consistente de lo narrativo. Libros gordos, jugosos, más semejantes al buen bife de los Stark, que a los frugales canapés de las narrativas microfashion que tan en boga están. Y ya no sé cómo terminar el post, lo hago abruptamente: para seguir leyendo el tercer tomo, a ver qué guiso se va preparando en la opulenta Fortaleza Roja donde hasta la página 250 del tercer tomo siguen rigiendo los Lannister. Que los Dioses Nuevos bendigan sus especiados alimentos.

PD: Listo, acá está el blog donde se habla de la comida de las novelas de Martin y la serie de TV... tiene además el encanto de contar cuáles podrían ser los platillos originales en los que se basó el escritor para después describirlos en sus novelas.
Y se agrega  un libro de cocina -A Feast of Ice & Fire- que se antoja tener al ladito de la estufa. Y nomás para los geeks de la serie, miren qué lema tan naiz: In the Game of Foods, you win or you wash the dishes. Provechito, pues.