martes, 30 de noviembre de 2010

Tu rostro mañana y el riesgo de la ética


La supuesta "hibridización" narrativa que con tanta faramalla describen los reseñistas españoles permite especular qué tanta autobiografía y qué tanta ficción se alternan en la novela Tu rostro mañana, que ya se perfila como la obra central de Javier Marías, si bien algunos la tachan de una versión manierista de Todas las almas, su primera novela importante. De pronto hasta parecería infantil recordar que toda ficción maso sustanciosa se deja inocular por lo autobiográfico, sea explícito o reformulado, pero el resalto obedece a la tendencia novelística contemporánea del narrador-ensayista (Kundera, Auster, Rushdie, Roth, Vila-Matas, Piglia, Pitol y seguro que ustedes identifican más), que lejos de difuminarse en la trama, buscan imponer opiniones y asentar este elemento tan bonito y aparatoso que los maestros de literatura llaman: "visión del mundo".

Está complejo y más bien para tesis doctoral especular y atinarle a lo que sería la visión del mundo de Javier Marías, un tímido tanteo permitiría sugerir temas como los secretos de terceros que condicionan a los personajes centrales de sus tramas (Corazón tan blanco y Mañana en la batalla piensa en mí), el ámbito académico como bildüngsroman bilingüe (Todas las almas), la digresión como recurso narrativo formal (que cuadra con la traducción de Marías del Tristam Shandy de Laurence Sterne), la reflexión sobre el idioma vía la comparativa de la traducción (Corazón tan blanco otra vez). Mucho más chabacano sería proponer el tema-cliché del sujeto solitario, finalmente de eso se trata gran parte de la novelística del siglo XX, aunque valdría destacarse que el protagonista de Marías suele ser un viajero que, casado, divorciado, soltero, (en alguna parte leí: inmerso en algún paréntesis vital) suele desgastarse en densas reflexiones precisamente porque le sobra tiempo y ocio, y porque su espacio son cuartos de hotel, departamentos cuasi improvisados, bibliotecas, cubículos; espacios tan vacíos que urge poblarlos de ideas, recuerdos, asociaciones libres, merodeos léxicos que ascienden a lo metafísico. Por lo menos, se tratan de sujetos inmersos en una suerte de exilio interior, que necesitan del soliloquio para trascender sus vidas en suspenso.

Tu rostro mañana revisita estos temas, pero también los engloba en un propósito superior. Hay un andamiaje básico -y es el que dejará de lo más contento al lector playero de Marías- que es la novela de espionaje, vía la anécdota principal: el reclutamiento de Jacobo Deza (quien ya había aparecido, más joven y atribulado, de maestro de español en Oxford en la novela Todas las almas) a un grupo de agentes al servicio del M15 británico, quienes dictaminan los comportamientos potenciales de las personas (sus rostros mañana, y de ahí el título de la novela): si en el futuro y ante una situación límite alguien podría ser valiente o cobarde, generoso o mezquino, si es de lealtad a toda prueba o si podría traicionar.

Este ejercicio de presciencia (que dice la RAE que es el conocimiento de las cosas futuras) pretexta las aventuras de Deza, pero también enmarcan el propósito más amplio de la novela. Que lo supongo más o menos así (y para eso serviría tener la novela en sus tres tomos, más que en la nueva edición en uno solo que ya circula por ahí): como buen esquema aristotélico, está concebida en tres actos, que podrían ser (y no) planteamiento, desarrollo y descenlace. Pero también, menos dramático, una hipótesis en el primer tomo, que se desarrolla en el segundo y llega a su conclusión en el tomo final. O inicio y final como extensos prólogo y epílogo, con una acción morosa y concentrada -apenas una noche de desconcertante jaleo- que ocupa todo el segundo tomo. Y el tema lo sugiere, desde su cinismo, el reclutador y jefe de prescienceros Bertram Tupra, y es el “estilo del mundo”.

Deza es reclutado y tiene su puesta a prueba en el primer tomo; reconoce el poder del grupo (y participa de él) en el segundo; practica sus enseñanzas -el veneno inoculado- en el tercero. Pero este esquema, tan parco, no funcionaría si no sirve para indicar que la primera y tercera partes de Tu rostro mañana son las que tienen la mayor sustancia de las preocupaciones de Marías (no en vano los lectores quisquillosos suelen acusar debilidad en la segunda parte (aunque vale decirse: sin esa entrega intermedia las otras dos no cumplen su función cabal)), y que son vertidas desde las charlas que Jacobo Deza mantiene con sus figuras tutelares: su padre Juan Deza y su maestro Toby Rylands, quienes a su vez son recreaciones de Julián Marías y Peter Russell, mentores reales del autor.

Parecería un contrasentido que una novela de espionaje, que se quiere con acción y vértigo a la Ian Fleming (que por cierto, hay homenajes al creador de James Bond en ciertas escenas de la novela) tenga sus mejores momentos en diálogos reposados, demasiado largos para gusto de algunos, del espía Deza con sus mentores. Aunque entonces, una mirada más amplia reconoce en estas charlas el supratema de Marías: la revisión del siglo XX, desde las perspectivas que le son más cercanas: el terror de la Guerra Civil Española, la experencia superlativa de la Segunda Guerra Mundial. Juan Deza es el guía en el conflicto ibérico, mientras Rylands lo lleva por la segunda experiencia. Y estas conversaciones se vuelven, entonces, los ajustes de cuenta de las generaciones que vivieron las guerras hacia sus descendientes, generaciones con más miedo porque conocieron menos los horrores. Lo que sigue es conmovedor: confesiones, reinterpretaciones, culpas mal llevadas, secretos que se han cargado durante décadas como lozas, juicios imposible de enunciarse en aquellos momentos, y que ahora flotan como consideraciones inútiles.

Antes había hablado del “estilo del mundo” que enuncia Tupra, consideraciones prácticas sobre el secreto como forma de poder, el miedo atávico como mecanismo de control, o el paradigma ético que pareciera inoculación de veneno para Jacobo Deza: ¿Por qué no se puede andar por ahí matando? Los contrapesos al cinismo serían las reflexiones de estos ancianos aún atormentados, que en su relato a Jacobo Deza acaso consigan cierto alivio, vía la comprensión (lo que por otro lado confrontaría el inicio de la novela, y alguno de sus temas recurrentes: la inconveniencia de contar). Es aquí donde más me sorprende y extraña la novela de Javier Marías: cuando, en estos tiempos que combinan tan bien con la relatividad posmo y su festiva resolución vía el cinismo, Marías se atreve a reconocer y denunciar la cobardía, la mezquindad, la crueldad, a arriesgar posturas y reafirmarse en apostar por la dignidad humana.

Dicen que de tan dicho, se ha vuelto cada vez más difícil novelar el amor. Pareciera que lo mismo ocurre con el compromiso moral, los “valores” (ese término tan tristemente choteado por la derecha) de los seres humanos. Cuando un novelista sabe darle la vuelta al panfleto moralino para resolverse en ideas, pero también compasión; cuando logra trascender la obligación estética hacia el riesgo ético, es cuando el novelista, el literato, puede aposentarse con solvencia como gran autor. Javier Marías hace esto en Tu rostro mañana. El gran tamaño de esta novela viene sobre todo de esto, de su alto sentido de la ética, que no menoscaba su enorme inventiva.


PD: Que este post lleva dedicatoria para el @bufonaladeriva que su blog era éste y que ora es éste y que ya URGE que lo actualice. Y ps agradecerle porque él me regaló la novela, en un solo tomote grosero y suculento, como buen bife pa' leer. Vale.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Por ejemplo: Sofía Coppola y Alejandro González Iñarritu

¿Por qué conmueve más una historia sobre gente nice que vive en hoteles de diecisiete estrellas y viajan a Milán y juegan Guitar Hero, que otra historia sobre un jodido catalán con cáncer en la próstata, regenteador de indocumentados chinos que mueren encerrados en un galerón sin ventilación? ¿Por qué hay más compenetración con una estrella de cine idiota, arrogante, pitofácil, que con un traficante de piratería que habla con los muertos e insiste en ver el cuerpo embalsamado de su joven padre? Y ya más insidiosos, ¿vale la pena apreciarlo desde lo meritorio de los autores, gringa-hija-de-papi-Monster, que se le retorció el colmillo fílmico desde antes de dejar la teta, o mexicano-empeñoso-si-se-puede que se ha encumbrado al jet set festivalero hasta ser mentado como un "ciudadano del mundo"? Pero uno ve al Uxbal de Biutiful y no le cree nada, lo conmovedor nace del remordimiento ético y por eso se sale de la sala de cine pensando: "la vida está muy cabrona y hay que darle gracias a Diosito Santo porque nos dio casa-comida-y-sustento, no le aunque que sea en el sexenio tan deplorable de Felipe Calderón". Y uno ve al Jhonny Marco de Somewhere y no dice nada, si acaso se antoja tener una hija, hacerle avioncito y empacharla con helados de todos sabores hasta que se quede dormida.
Y ojo que eso tampoco hace mejor a uno u otro director, cada quien sus recursos y sus temas, sus habilidades y limitaciones, los mundos que ha decidido contar, reflejos de los mundos que les han impactado y los ha hecho ser quienes son. Pero denme chance de la salvedad: incluso toda hija bonita, pésima actriz pero consentida de papi, acostumbrada a las luces y al sinsentido desolado de las luces, Sofía Coppola sabe de qué está hablando cuando su protagonista se coge a rubias de molde en el hotel y después se mira incómodamente con su hija, a la hora del desayuno. Mientras que Alejandro González reconoce su historia desde el espanto que le da imaginar gente pobre pobrísima, haciendo esfuerzos inútiles inutilísimos, mensaje chairo subyacente y gesto engolado ante la tristeza de la miseria humana. O ya, más concretito: nos guste o no su mundo, Sofía Coppola hace un ejercicio de honestidad, de su identidad. Mientras que González Iñárritu nomás nos está viendo la cara.

Luego hago comentarios de cada peli en particular, pero fue la idea de botepronto que surgió tras salir de la sala de cine. Y pus, y pus, pus dicen que hay que actualizar constantemente los blós, que no?