jueves, 26 de junio de 2008

La generación del New's Divine

Primero: los nuevos divinos

Los hechos son:

El New's Divine, un antro en la colonia Nueva Aztacoalco, en el Lejano Oriente de la Ciudad. Hace tardeadas para adolescentes. Se sabe que venden cervezas a menores de edad. Se intuye que podrían haber narcomenudistas. El caso es que el 20 de junio, hacia las cinco de la tarde, llega un grupo de policías a hacer un operativo. Y aquí empieza lo confuso: supuestamente el dueño del bar le advierte a los chavos que se realizará el operativo y que deben salir del lugar con la mayor calma posible. Y supuestamente, uno de los policías da la orden de que no salgan. En esta confusión de órdenes, los chavos quedan atrapados en el angosto túnel que lleva a la salida. El espanto de los chavos va creciendo hasta llegar a niveles difíciles de manejar. Intentan salir, intentan regresar, no se sabe muy bien qué hacer. Porque aquí vienen más vaguedades: ¿la policía empezó a golpearlos? ¿O ellos se pusieron ariscos y se armó la trifulca? ¿Había órdenes expresas de detenerlos? ¿Detener a quinientos escuincles que bailaban y bebían? ¿Hubo acoso sexual a las chicas que estaban en el antro? Las notas minuciosas están en todos los periódicos nacionales. El hecho concreto: murieron por asfixia doce personas. Y una nueva especulación: se dice que hubo otros muertos a los que los mismos chavos se llevaron para evitar su paso por el forense y demás burocracias.
También en los periódicos pueden seguirse las consecuencias penales y políticas del zafarrancho. Y por supuesto, los foros de discusión se politizan y se continúa la ya aburrida guerrita de partidos que inauguraron López Obrador y Fox a inicios de la década.
Que los políticos se hagan mierda. Lo grave (lo triste) es la estigmatización de una comunidad que tuvo la desgracia de coincidir con un desaguisado trágico, y que ahora está siendo observada con lupa por esa mierda opinadora que se ha dado en llamar ciudadanía o sociedad civil. Critican la responsabilidad de los padres por dejar ir a sus hijos a esos lugares, critican el enjuague de corrupción entre el antro y las autoridades, critican la imprudencia de los chavos. Alguno de los comentarios que más me violentó estaba en Yahoo Respuestas, lo daba un tal Bronco que sospechosamente no tenía más detalles de perfil. Copy-paste:


los padres tienen casi toda la culpa por educar a unos

VICIOSOS -RATAS Y CALIENTES PUBERTOS!!!

QUE HACE UN NIÑO DE 12 O 14 AÑOS EN UN ANTRO ???

SE PONEN A TENER HIJOS Y LUEGO ....

DIGO ME VALE PORQUE NO SON MIS PARIENTES PERO

ESA GENTE SON LOS FUTUROS NARCOS - RATEROS Y VIOLADORES

MEXICO NO NECESITA GENTE ASI!!!

http://mx.answers.yahoo.com/question/index;_ylt=AtFp8yJOPKB.MGFhqrkw6.rB8gt.;_ylv=3?qid=20080623192623AAEjhsg


Lo más preocupante no es el comentario, está fácil reconocer en Bronco a un perfecto imbécil. Lo preocupante es que en los indicadores de aprobación-desaprobación del comentario (estos pulgares de coliseo romano hacia arriba o abajo) había siete personas de acuerdo, contra una en desacuerdo.
Ya no es noticia que el fascismo se esté implementando en México (ahí está la ley antitabaco, por ejemplo) lo grave es que éste ya permé la opinión pública, pues es cuando se abre la puerta a represiones mayores.
Ahora, las buenas y las malas conciencias descuartizan responsabilidades y se atascan con el banquete partidista-mediático-policiaco que ha dejado el suceso.

(Los antiguos divinos
¿Por qué me habré acordado de una crónica de Monsi que viene en su libro
Entrada libre? Sería que me prendió su descripción de los jóvenes que hicieron el movimiento estudiantil de 1986, del que surgió el CEU y después, de acuerdo, un montón de facciones politizadas que ahora padecemos en delegaciones, grupúsculos de izquierda y conciertos gratuitos de rock. Pero antes de intentar la crónica de su desprestigio, me quedo con esa diferenciación entre los jóvenes clasemedieros ilustrados del México de los sesenta, aquellos que serían médicos y licenciados en una sociedad que todavía le daba opciones a los médicos y a los licenciados, y aquella (la del 86) en la que las expectativas de cualquier estudiante de una carrera era un taxi o un puesto de tacos. A 22 años de aquella crónica, la imagen de estos chicos atrapados en el túnel del New's Divine no es muy distinta, acaso más horrenda: sus oportunidades de expresión política no existen, pues no se sabe si apesta peor el PAN, el PRD o el PRI; sus oportunidades de progreso son muchísimo más reducidas que hace dos décadas porque la mentada globalización los obliga al inglés 100% antes de los quince años, a hipotecarse con televisiones antes de los 18, a portarse tan bonito como nos pide Xiuh Tenorio antes de los 19; los acosa el rigor aspiracional del internet a parecer españoles/argentinos/italianos/gringos los más jodidos; saben que Calderón dice estupideces que López Obrador dice estupideces que Ebrard dice estupideces que Loret de Mola dice estupideces que Aguilar Camín dice estupideces que Ingrid Coronado dice estupideces, pero para decir estupideces hay que estudiar bien duro y con poca feria; pero los comerciales del ICEL los presiona para ser alguien en la vida; pero acaso alguna fuga a todo esto sea pagar 25 pesos de cover y entrar al galerón del New's Divine a bailotear un poco de reguetón un poco de salsa un poco de pop, o así se creía hasta que el DJ anuncia que habrá un operativo, hasta que empieza la confusión)

Después: los divinos de Oriente

Y la opinión pública escandalizada por los grados de perversión y criminalidad en el New's Divine y en toda aquella región infernal de la ciudad. Crónicas de narcomenudistas que merodean el congal con fusca; escandalosísimas (que no lo vean mis ojitos) ventas de cerveza a escuincles recién destetados; busconas minifaldas vaqueras con zapatos destalonados; música satánica -diría Calle 13- que promueve el perreo y la precocidad sexual: la destilación más pura de las aberraciones de chiquillos que mejor deberían estudiar para ser eficientes secretarias y mensajeros de sus coetáneos de Polanco.
Del New's Divine se desprenden las familias vulgares de series como Los Sánchez, o los trasvestis nacos de
Casi Divas, o las caricaturas chistosísimas (te cagas de la risa wey) del Vítor y la Nacasia: es el desvelamiento de la promiscuidad subyacente tras las fundas de plástico para que no se estropeé la sala; es el horror clasista por ese mundo oscuro que se ha denominado naco, probablemente para tener en santa paz a la sociedad que sí sirve y sí tendría derecho a existir. La única consideración a estos rumbos opera por la ironía: si jugamos al kitsch está cagado usar bolsas condechis de mandado con la imagen de la Lupita; si hablamos en serio debe ser terrible vivir y pensar y sentir como un jodido sobreviviente del inhóspito oriente (y luego por eso los matan, porque no saben ser civilizados y comportarse como La Gente Bien).
El poniente de la ciudad es pretencioso; el sur ostenta decadencia por haber sido la élite que ahora nomás no: el oriente es bravura de Neza y pésimo gusto de Ciudad Azteca y camellones terregosos hacia los rumbos de Aragón. Y entre esta falta de ondita, sólo vale voltear hacia la zona cuando viene la masacre y tenemos que aprender a remirar a toda esta gente -los chavos del Divine, pero también sus padres, y los chismosos de los negocios cercanos, y los que no estuvieron pero saben cómo son las tardeadas Divine, los politiquillos de baja estofa que se ven mejor vestidos y peinados apenas se deciden a servir a su comunidad-. El Oriente no existe hasta que los chicos muertos y las chicas manoseadas incomodan la carrera progre del gobierno capitalino hacia la silla presidencial.

domingo, 22 de junio de 2008

Crónica de un post que no escribiré sobre The Happening, la última peli de M. Night Shyamalan

Por necio y por contreras, hubiera querido redactar un post que intentara defender y reinterpretar la ¿fallida? última entrega de M. Night Shyamalan, The Happening (que acá le pusieron el excesivo título de El final de los tiempos). Pero como diría el suspirante al postgrado, o el mecánico del pueblito: "me faltan herramientas". Tons, acá dejo la lista de intuiciones que desarrollaría con una beca sustanciosa y una dama alta y delgada que, con ligueros y voz melosa (¿todo bien darling?), cada hora y media me rellenara la taza de café. Ahí va:

  • Esto no es intuición, es fastidio: que se le dé a Shyamalan el membrete del "nuevo amo del suspenso". Primero, porque de inmediato obliga a compararlo con Hitchcock, lo que es injusto para ambos. Segundo, porque el suspenso no es un género ni un tema. Es un recurso narrativo que consiste en retrasar el avance de las acciones para generar un ambiente tenso en los personajes involucrados en la historia. Pero hay suspenso en el western, es obligado en cualquier thriller que se respete y hasta a un caramelito chick flick le queda de lo más bien. Si a Hitchcock se le llamó el "maestro del suspenso" fue porque a sus temas (sin elaborar demasiado: el pecado, la culpa, la débil frontera entre lo moral e inmoral ) le funcionaba el recurso para darle más peso a los dilemas de sus personajes, además de que le permitían jugar con el espectador. Shyamalan coincide en este reto de manipular al público valiéndose de falsas expectativas, creando giros de tuercas y obligando a dobles lecturas de un mismo argumento. Pero los temas de Shyamalan son ajenos al mundo Hitchcock. Luego entonces, ¿por dónde va él?
  • Intuición uno: el inmigrante asimilado. La ascendencia hindú del director opera fuertemente en su obra. Y aquí valdría un matiz: aunque nació en la India, él vive desde los seis años en Estados Unidos y está asimilado por completo la cultura norteamericana. No es como un inmigrante adulto que llega al Gabacho con una conciencia explícita de señalar las diferencias entre su minoría y el Imperio (como si lo hará Mira Nair en The Namesake). En la obra de Shyamalan difícilmente se verá una historia de hindúes tratando de "hacer la América" (ya cumplió el requisito en su opera prima, Praying with Anger, de ahí para el real se moverá más en territorios wasp, como un anglosajón más). Pero aun cuando rechazara las estampitas folclóricas, alguna vertiente de sus orígenes tendría que permearse en su propuesta. En una entrevista habla de esta condición de asimilado que a la vez percibe su diferencia con la cultura que lo cobija: "Si hubiera encajado, si hubiese vivido en la India en donde todos los demás son como yo (...) hubiese encajado fácilmente y no habría pasado tanto tiempo buscando y escuchando como lo hice. Quizás no estaría preocupado con la ilusión del sistema porque el sistema estaría trabajando para mí. (...) Hubiese terminado siendo tan feliz que tan solo me conformaría con quedarme allá e ir con la corriente." De aquí se desprenden dos elementos: lo que se mira (la sociedad norteamericana) es un elemento extraño y siempre obligado a redefinirse por parte del director. Lo segundo: la mirada también está influida por el origen, y aquí me meto en camisa de once varos por la
  • Intuición dos. ¿Y si la onda shyamalana fuera new age? Que de nuevo, ¿pa' qué meterme con cosas que no conozco, como el panteísmo? Me quedo con las explicaciones más superficiales, las de la obvia wikipedia: "El panteísmo (...) es la creencia de que cada criatura es un aspecto o una manifestación de Dios, que (...) desempeña a la vez los innumerables papeles de humanos, animales, plantas, estrellas y fuerzas de la naturaleza." Y aquí presiento a los filósofos listos para cenarme trozo por trozo y demostrarme con quince citas adversas mi simplicidad. Pero sigo de simplón: los muertos de El sexto sentido, los círculos de trigo de Señales, la sirena de La dama en el agua y hasta los monstruos tramposones de La aldea sugieren una fuerte relación entre mundos mágicos, pero más importante, ligados a la naturaleza, como lo pediría alguna de las doctrinas hinduistas o brahamánicas de las que provendría el director. De ahí que se suela hablar de Shyamalan, también, como un director que alude a lo espiritual. Y desde ahí vuelve a deslindarse de los temas de Hitchcock, más mundanos, y lo acercan a los temas (más desafortunados) del new age. O pa' ser ojete: menos Vértigo y más ¿Y tú qué bleep sabes? Pero antes de encarnizarme con esta burla, vale marcar la
  • Intuición tres: el trascendentalismo gringo, una corriente filosófica y literaria de inicios del siglo XIX en Estados Unidos, que se cultivó sobre todo en Nueva Inglaterra, muy cerca de Boston, pero que influyó en todo el Este del país (y santas casualidades Batman, Shyamalan se crió en Filadelfia; también por la región). Describiéndola sin tantos enredijo, propone que el espíritu de cada individuo es reflejo del espíritu del mundo, y este espíritu puede encontrarse en la observación atenta de la Naturaleza. Los trascendentalistas más reconocidos son Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau, a quienes también se les reconoce como muy primitivos promotores de eso que ahora llamaríamos movimientos ecologistas. Del segundo, ha destacado su vida como ermitaño en el bosque, experiencia de la que surgió su poema más famoso, Walden. La comunidad trascendentalista, que rechazó los embates del progreso y prefirió asumir una vida cercana a la Naturaleza, bien podría semejar a la comunidad de La aldea, al sacerdote desertor de Señales o a la anciana con la que topan al final del camino los personajes de The Happening.
Ahora sí se puede armar el rompecabezas completo: el hindú asimilado a la cultura gringa, formado en la Costa Este, necesita crear unos Estados Unidos a imagen y semejanza de su propia combinatoria; logra atisbarlos en los bosques panteístas, que lo mismo aluden a su propia religión, que a la tradición filosófica y literaria de la región donde creció (a la que también debe agregarse a H. P. Lovecraft, ahí nomás pa' conceder lo terrorífico del cine del gringo-hindú). Desde esta perspectiva, ¿no es más metafísica que apocalíptica, la toxina villana de The Happening? Y la peregrinación de los personajes, que van de las ciudades hasta lo más profundo de los bosques, ¿no estará más cerca de Walden que de la ciencia ficción B? ¿Y esto no justificaría más la desangelada resolución de la peli, cuando Elliot (Mark Whalberg) y Alma (Zooey Deschanel) se redescubren como pareja y gratuitamente desaparece la famosa toxina mortal?
Pero entonces viene el principal motivo para no escribir un post que defendiera esta peli: aceptar que todo esto que podría atisbarse en The Happening no se logra por una construcción débil de personajes, con motivaciones absurdas (Alma se cree adúltera porque tomó una malteada con su seudo intento de sancho: hacedme el fabrón cavor!!!!) y una falta de argumentos en los personajes que debieron enarbolar la tesis de la peli, los interpretados por John Leguizamo y Betty Bucley (la anciana ermitaña de casi el final).
La sensación final: Shyamalan no se atrevió al exceso espirituoso, quizá por el riesgo de volverse new age, pero tampoco le dio a los espectadores (manualito bajo el brazo) la peli de giros de tuercas y sorpresas que esperaban. Shyamalan prefirió naufragar en sutilezas, que asumir uno de los dos riesgos. Y es que no hubiera estado mal caer en cualquiera de los dos excesos. El error fue la tibieza de no haberse inclinado por uno u otro.

miércoles, 11 de junio de 2008

Sex and the city and las blogueras

Viernes lluvioso en la noche. La cita es en el Starbucks de Insurgentes que está a una cuadra del WTC. El objetivo: ver Sex and the city, la película surgida de aquella serie de TV que en los tempranos años 00 (diría el lugar común) "marcó a toda una generación". Creo que a continuación debería detallar lo que ha significado esta serie, sobre todo para las chicas-y-no-tan-chicas que encontraron en ella una nueva forma de asumir su individualidad, sus formas de expresión, sus intereses y sus cuestionamientos sobre amor, desamor, amistad, etc. Pero todo mundo ha hecho esos exámenes sociológicos y con un café que no puede fumarse nomás no puedo. Entonces espero a mis acompañantes.
La banda etílica acordó verla juntos, en bloque. Yo llevaba el chiste sebo de apoyar, como hincha de futbol, todas y cada una de las patanerías que hiciera el machín más cool de la tele, Mr. Big. Al final el grupo se fue desintegrando y los asistentes al Gran Evento fuimos tres entusiastas blogueras, el amigo de una de ellas y yo. La bloguera más fan e impetuosa decidió vestirte de lo más glamorosa (y divina que se veía). Yo antes de ir a la cita miré con tristeza mi ropero y lamenté no tener el tacuche adecuado para ponerme a tono con la ocasión.
Hay que vestir glamoroso para ver Sex and the city, así como se visten batones y sombreros de brujo para ver Harry Potter, o así como las mamases llevaron veladoras a La pasión según Mel Gibson. Porque es cierto: Sex and the city no es una peli, es un ritual femenino y hedonista. Ya había leído en otro blog de los grupos de muchachas emperifolladas que se lanzaron en grupo a la sala, con el plan posterior de beber martinis Cosmopolitan y hablar de galanes, simulacros de galanes, intimidades sexosas y dilemas existenciales. Aquí reproducimos el rito y vimos cómo algunas otras chicas también lo hicieron: tacones, vestidos vaporosos, maquillajes más sofis mientras más simples. Nota al calce: si las muchachas se van a poner así de chulas, no tengo lío en que todos los complejos de cine perpetúen para siempre esta peli en alguna de sus salas.
Entonces viene la película, las referencias de quiénes son y dónde se quedaron cada una de las heroínas, algunos chistes incisivos y el fuerte arranque de la acción con los preparativos de la boda de Carrie y Big, la orgía visual de vestidos y restaurantes y condominios de lo más cute, el arrepentimiento de Big al bodorrio (no le saboteo la película a nadie; todos los trailers traen la ya famosa sorrajada de ramo) y a partir de entonces la trama se va desinflando hasta convertirse en un desganado capítulo de la peor de sus temporadas de TV.
Charlotte se vuelve un bufón diarreico, Samantha desespera con una fidelidad que nadie le cree, Miranda aburre con su obstinación de no perdonar a Steve y Carrie Bradshaw languidece en una depresión crónica sin rebeldía ni reflexión. Las reseñas quisieron explicar que esta película intenta ser consecuente con los cuarentaytantos de las personajas; si yo fuera cuarentona me alarmaría creer que estas edades son tan aburridas. Menos mordaz y más analítico, el problema está en que la peli condensó una temporada de al menos diez capítulos en apenas dos horas y pico. En ese tiempo no se puede desarrollar y profundizar en líneas argumentales que pedían más espacio: la indecisión de Big, los motivos de Steve para ser infiel, la desesperación de Samantha por seguir siendo fiel, la presentación de la asistente de Carrie (¿no merece Jeniffer Hudson un papel mejor?), las vicisitudes del embarazo de Charlotte, los nuevos hombres que debieron aparecer en sus vidas, la asunción de estar cuarenteando, la reconciliación de Carrie y Big (que en tele hubiera sido una buenísima lidia, pausada y agobiante, y aquí parece un recurso barato sacado de la manga). El material era rico para una séptima temporada: la peli es un tráiler de dos horas de los capítulos que -¡lástima!- nunca veremos en televisión.
Pero todo esto sería pecata minuta al lado del error superior: cuando la emblemática cronista Carrie Bradshaw, la mujer de los amores apasionados y la fatigosa autorreflexión, languidece sin su laptop ni su columna en el periódico The New York Star, la cual es a su vez la columna que sustenta y hace sólidas las historias de la serie.
Precisamente la escena constante de Carrie escribiendo en su laptop, mientras su voz en off va dando cuenta de lo que escribe, es lo que da solidez a las pasiones, los romances, las dudas de los personajes. Sin estas reflexiones las aventuras de Sex and the city aburrirían por su repetición; justo esta columna (y no los escenarios neoyorquinos, ni los espléndidos outfits, ni los restaurantes y bares nice, ni los zapatos Manolo Blahnik) es la que ha hecho a tantas personas fans de la serie. La lap top y la columna de Carrie son como la varita de Harry, el látigo de Indiana o la espada láser de los Jedi; allí se reflejan los espectadores, en sus comentarios decodifican sus vidas; sus interrogantes son nuestros acertijos emocionales, sus conclusiones paradójicas constituyen la filosofía cafetera con la que singles, adultescentes, peterpanes, amazonas y demás tribus ciudadanas (mierda, qué panista es uno a veces) resolvemos el amor, el filtreo, la pareja, la individualidad, el proyecto de vida y demás engorros de los años 00. Cuando Carrie le cede la manipulación de su computadora a su asistente, también parece cederle su genio, su persuasión, su facultad de gurú.
Porque si ya empecé el debraye, entonces déjenme seguirlo: por la descripción meticulosa de su vida y las de sus amigas y sus hombres, por el constante ejercicio de autorreflexión, por su espíritu de cronista sentimental pero también mordaz, en el personaje de Carrie Bradshax se origina el espíritu que ahora estimula a tantos y tan distintos blogs (¿?). No sé quien creó la plataforma tecnológica que hace posible la blogósfera, pero si me queda claro que la rubia de los zapatos Manolo Blahnik le imprimió su novedad pop, su impulso, su capacidad de variedad y recreación. Ya sé que hay muchos blogs, algunos harto intelectuales, o harto geeks, o verdaderamente preocupados por las formas en las que se van dando los acontecimientos sociales, y algunos más que derivan en el buen bisness (señores inversores: yo quiero uno de esos); los que tratan temas serios o los que operan como santuarios de la fascinante personalidad de su creador. Pero la gran mayoría, los blogs insensatos, los blogs del primer impulso, los que nacieron y están naciendo de esa necesidad inmediata de registrar el momento, son blogs que en alguna parte de su concepción tienen la redacción febril y apasionada de la chica de Nueva York. Si Werther creó al suicida romántico, Carrie Bradshaw creó a los cronistas de pc. Ya sé, sueno excesivo, pero si uno no se excede, ¿entonces para qué mierda escribe (en su pc)?

Es ahí cuando reparo en el extraño azar que me hizo ver la peli al lado de estas tres empeñosas blogueras, y ahí me quedó claro de qué se trata, y también por qué fracasó el ritual: los cronistas virtuales queríamos que Carrie nos volviera a sugerir un rumbo, como Bloguera Senior que es, y eso nunca ocurrió.
Y ya que me metí en el debraye, déjenme terminarlo: al salir de la sala, al ver la decepción de mis compañeras, intuía que acaso ellas (y muchas y muchos más que apresuran y apresuramos nuestros renglones en nuestras distintas bitácoras) ya habían superado a la columnista de The New York Star. Quizá sin su glamour, sin Nueva York, sin los antros chic o los galanes GQ, ellas y ellos han tomado la estafeta y ahora la han superado con crónicas más plenas por lo complementarias y contradictorias. En sus blogs discurren sobre sus desconciertos amorosos, sus furias ecologistas, sus disquisiciones sobre la amistad, sus recopilaciones de videos de youtube con referencias emocionales, sus ligues y sus decepciones por lo insustanciales que resultaron los ligues, sus lecturas y sus comentarios políticos, sus pilas de fotos de ciudades y borrachos y mascotas y amores y examores de sus vidas, sus recuerdos insondables y sus batallas en el trabajo; todo esto ahora arma un universo más vasto, más intrincado, de mayor sabrosura, que el romancito tambaleante de Carrie y Mr. Big.
La decepción de la peli, la lluvia, el cansancio acumulado, impidió seguir los tragos, como era el plan. Acaso también la urgencia de repensar en soledad la película, para comentarla en el religioso post. ¿Ya sabes qué vas a postear de ella? Yo sí. Yo no. Yo ni siquiera sé si merece un post. Mi propuesta de post es ésta: lo más importante de Sex and the city es habernos sentado frente a nuestras computadoras para escribirnos. Y es de lo más sugestivo este tiempo de leernos y convivirnos alrededor de la pc (o la mac: no discutamos eso también por favor!!), y lo que tenemos que decir de cada uno de nosotros.

PD: Mientras perpetro estos renglones me ha tocado leer hartos comentarios sobre la peli y la serie, que tristemente se limitan a la predecible lucha de sexos. Preferiría ir más allá. Si todos estamos comentando Sex and the city con tanta virulencia, es precisamente porque la serie y la película están poniendo el dedo en la llaga de algo que a todos nos incumbe. El hecho de que no sea una descripción seria, o sociológicamente autorizada, en vez de restarle importancia la dotan de más intriga ¿Qué ocurre con Sex and the city? ¿Por qué nos atrae o nos molesta? ¿A poco no me quedó bien chido mi final Bradshaw’s style, con preguntas sin respuesta, como para resolverse en el siguiente capítulo? Ora sí, esto fue un exceso, hasta después.

viernes, 6 de junio de 2008

Quiero casarme con Cameron Diaz

De acuerdo, Cameron Diaz es la chica del verano antepasado, y en Pandillas de Nueva York se le nota la anorexia y en Los Ángeles de Charlie el exceso de coca y en Los Ángeles de Charlie 2 son más que obvias sus patas de gallo y casi nunca ha dado el Do de pecho actoral -aunque qué tal en ¿Quieres ser John Malkovich?-, y siempre le ha faltado la _______ (elegir adjetivo: elegancia, personalidad, sensualidad, enigma, candor) de _________ (elegir diva: Monica Belluci, Angelina Jolie, Nicole Kidman, Jennifer Connelly), pero nadie ha bailado como ella en La máscara con Jim Carrey, y nadie se ha probado tantos zapatos con tanta cachondería como ella en En sus zapatos, y nadie ha sido una mujer de bandera tan alborotadora como ella en La cosa más dulce. Cameron no enamora, seduce palomeramente, pero en la noche machina de los bebedores procaces puede brindarse por ella con tremenda gratitud.
Amiga de borrachera de prepa, esplendorosa calentona que nos impidió terminar la carrera (¿alguien recuerda a Cameron Diaz estudiando para un examen?); vodka tonic, alguna bacha y la hermosa noche en que no supimos cómo acabamos enredados entre sus piernas.
A Ashton Kutcher no lo tengo tan bien ubicado, creo que es el felpudo en el que se limpia los tacones Demi Moore, entonces está más que perfecto para patiño de la rubia en Locura de amor en Las Vegas. Comedia romántica de inicio torpe, como si el director Tom Vaughan no se atreviera a tomar la convención del género por los cuernos. Justo la parte de Las Vegas (donde Joy y Jack se conocen y tras la obvia noche de copas se descubren casados) es lo más desafortunado de la peli, con diálogos torpes, momentos de la trama incomprensibles (¿por qué Cameron y su amiga desprecian primero a los chicos y después compartes suite y parranda?), una edición que se quiere febril y termina pareciendo de comercial de turismo del estado de Hidalgo. Tal vez también influye la comparación, y después de haber visto casarse de manera semejante a Ross Geller y Rachel Green en uno de los momentos más gloriosos de Friends, resulta pobre y predecible el borrachazo de Cameron y Kuchner. Lo que sigue tampoco sirve mucho, se mantiene como receta de las convenciones del género, con mejor soltura que al principio -divertida la carrera de sabotajes mutuos para llegar con la terapeuta de parejas- pero sin llegar tampoco a la sorpresa que haga valer el boleto del cine.
¿Dónde está entonces lo valioso -si algo hubiera- de esta cinta? De nuevo: en lo que representa y en lo que nos atrae de Cameron Diaz. A la amiga de farra, a la chica con la que alguna vez nos acostamos muy sabroso pero sin consecuencias, a la actriz regular pero empeñosa en sus escenas, a la veterana de alcoholes y carnavales, le va llegando la edad junto a nosotros y alguna noche, afuera del antro, nos hace sentarnos en el borde de la acera y nos cuenta que deben cambiar las cosas, que ya no está para esos trotes, y que acaba de conocer a un fulanito ñoñón pero de buenas intenciones con el que podría vivir la segunda parte de la vida, la de los hijos, las hipotecas y los domingos de suegros. La filosofía guerrera obligaría a la disuasión, pero carajo, a las cinco de la mañana, con su rimel corrido y sus maravillosas piernas que se dislocan con fastidio, con sus intensísimos ojos turquesa que nadie ha tomado en serio y nos miran buscando franqueza, no queda sino responderle que sí, que se vería hermosa vestida de novia, que no habría cosa más dulce que ella con bata de embarazo, que la vieja amiga de parrandas sería una maravillosa compañera del insoportable domingo. Y entonces ella camina hacia Kutcher con su vestido dorado y sus hombros desnudos (y más dorados aún), orgullosa de sí misma y del hombre que la mira; ella cruza el gran salón con el mismo garbo que tuvo 14 años atrás en el Coco Bongo Club, y ahí se sabe que valió el boleto de la fallida Locura de amor en Las Vegas, porque a pesar de todos Cameron es hermosa, y a pesar de toda su filmografía siempre da gusto volverla a ver brillar.

martes, 3 de junio de 2008

La vejez de Indiana Jones

Entre las primeras tres entregas de Indiana Jones y la cuarta, Indiana Jones y La calavera de cristal ocurre la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica y el inicio de la era nuclear. Estos hechos conmueven a las aventuras de Jones de manera más decisiva que la vejez de Harrison Ford. Obliga a escenarios distintos, donde el héroe del látigo ya no se encuentra en un terreno tan seguro como antes.

Desde su concepción, Jones fue un héroe old fashion ceñido a la década de los treinta, en el contexto del fascismo-nazismo sobre Europa, los últimos momentos del colonialismo occidental en tierras asiáticas y africanas y la concepción de Estados Unidos como el amable custodio de los bienes culturales de la Civilización. En este tiempo también se reactiva la arqueología, con descubrimientos de objetos preciosos y sagrados en Egipto y el Medio Oriente, que el cine de su época tradujo en películas de aventuras y horror. De ahí (y de otros modelos literarios, como las novelas de Joseph Conrad, las novelas menos cienciaficcioneras de Julio Verne como La vuelta al mundo en ochenta días o Los hijos del capitán Grant, el Tarzan de Edgar Rice Burroughs o Las minas del rey Salomón de H. Rider Haggard) viene el modelo del arqueólogo-aventurero Jones. Desde estas coordenadas, Indiana es un héroe fascinante por su incorrección política, consecuencia de una sociedad que se prepara para la guerra y por eso maneja valores unidimensionales y extremos: Indiana hace trampas, pone en riesgo a sus novias, no tiene escrúpulos para asesinar a quien sea necesario y justifica con conocimiento su franca (y gringamente justificada) codicia; pero los malos son malos tan malos (nazis exterminadores, hindúes demoníacos, chinos sin escrúpulos) que en el balance moral es más fácil simpatizar con Indiana. Y de verdad simpatizamos con semejante trozo de gandalla: nos gusta su látigo, su sombrero de ala ancha, su humor cínico y su imperfección como héroe. La clave del carisma de Indiana Jones: nunca tiene nada planeado, sus ofensivas y defensivas las va “improvisando sobre la marcha”. Un académico común enfrentado con un destino vertiginoso, que por suerte siempre tiene la pistola, el látigo, el jeep o la avioneta indicados para salir avante del reto.

Pero para la cuarta entrega ocurren dos cosas: al interior de la ficción, el arqueólogo ha envejecido, y pegado al paso de las décadas, debe enfrentar unos años cincuenta que ya no lo validan. Si antes llegaban funcionarios del gobierno a pedirle consejo (Los cazadores del arca perdida), o patriarcas de humildes aldeas hindúes confían en sus habilidades para recuperar sus reliquias (El templo de la perdición), o incluso se ve legitimado por la erudición paciente de su padre (La última cruzada); en La calavera de cristal realiza su aventura a contracorriente del sistema que antes lo ha cobijado. La aventura se desarrolla en plena cacería de brujas mccarthista; se adivina una paranoia burocrática en la que el otrora héroe podría convertirse en el enemigo público número uno de Estados Unidos; hasta la escuela donde da clases, que antes validaba la acción de Indiana desde el punto de vista de la academia, ahora le pone trabas por su excesivo protagonismo.

Pero al exterior de la ficción también hay diferencias sustanciales: las formas pusmodernas de concebir un héroe van a contracorriente de la unidimensionalidad del Indiana Jones fraguado en los ochenta: Desde Burton, Batman ya está cercano a la demencia (ni se diga en el Batman inicia de Nolan), un cínico petulante puede ser paladín de la justicia (Iron man) y hasta el mismo Lucas, en su horrorosa precuela de Star Wars, sugiere la comprensión y reivindicación del malote entre los malotes Darth Anakin Vader. En este contexto, ¿se puede mantener a Indiana con su valentía simplona de flagelador de nazis y demás huestes totalitarias? Y sin embargo Spielberg asume riesgos y mantiene a su héroe en esta pureza de blancos y negros; por otro lado, la única en la que Indiana se puede desenvolver. Así, Indiana Jones permanece en el cada vez más solitario espacio del cine clásico del bien y el mal perfectamente definibles y diferenciados. El hombre del látigo no padecerá la desmitificación, la puesta en cuestión de sus habilidades e ideologías, aun a costa de convertirse en una pieza paleocinematográfica.

Un tercer elemento para atender: los ovnis que ahora debe enfrentar Indiana. Hay quienes han visto esta propuesta con recelo, sugiriendo que Indiana Jones ha sido un personaje terrestre, al que no vale la pena involucrarlo con ámbitos de la ciencia ficción y la vida en otros planetas. Pero acá vale precisar: las aventuras de Indiana están circunscritas al ámbito de la arqueología esotérica, a la revista Duda o a libros científicos-esotéricos como El regreso de los brujos de Jacques Bergier y Louis Pauwles, o El misterio de las catedrales de Fulcanelli. Es lógico que a estos misterios iniciáticos de templarios, santos griales y arcas de las alianzas se una el escenario extraterrestre. Indiana Jones no escapó de sus ámbitos comunes; los amplió.

Además, en esta incursión también se adivina una evolución de la historia del cine, que es lo que insinúa Spielberg más allá del argumento intrínseco de la saga: si las primeras tres aventuras aludían al cine de género de los años cuarenta, la cuarta película se refiere a las series B de los años cincuenta. Las primeras películas las hubieran visto los hombres que están a punto de ir a la guerra; la cuarta, sus hijos afiebrados que crearán el space opera, la ciencia ficción blanda y dura y demás imaginerías venidas del espacio. Uno de esos nuevos espectadores podría ser Philip K. Dick; el escritor en que se basará Ridley Scott para filmar el clásico Blade Runner, en el que también se hará leyenda a Harrison Ford.

Por este juego entre los años treinta impulsivos y los cincuenta conservadores, es que la escena clave de Indiana Jones y la calavera de cristal es cuando el héroe, perseguido por los malotes, se esconde en un típico pueblito norteamericano y descubre sorprendido que está poblado de maniquíes. La simbología es irónica y obvia: un personaje dinámico, intenso en sus pasiones y depredaciones, con agilidad de montaña rusa y hábil en lianas, pistolas y correrías, se topa en su última aventura con una sociedad norteamericana de maniquíes. La sociedad perfecta de la posguerra, de aspiradoras y televisiones, de refugios antinucleares y jardines bien cortadas, ya no es el fantástico universo de selvas, precipicios, brujos y jeeps de Indiana Jones. De acuerdo: Indiana ha envejecido, pero la sociedad en la que vive sus aventuras envejeció mucho más. Se anquilosó, se dejó ganar por los catálogos de Sears, olvidó el furor previo a la guerra y se convirtió en una fábrica de Kevines Arnolds.

Por eso se sugiere la necesidad de un nuevo héroe para transitar por los años cincuenta y de ahí hacia adelante. ¿Tomará la estafeta Mutt Williams, el personaje interpretado por Shia LaBeouf? Se abre la temporada de especulaciones. Pero siempre se agradece que cuando al final de la película, el mozalbete intenta tomar del suelo el legendario sombrero de Jones, éste lo ataja con una media sonrisa que parece decir: este sombrero solamente es mío. Mutt Williams tendrá que buscar otros rasgos distintivos. ¿La petulante (¿las chicas dirán cautivadora?) forma de peinar su pelo engominado de vaselina? Hasta el próximo delirio de Spielberg lo podremos saber.

PD: Más allá de los desvaríos chococríticos, acá viene la famosa lista que demuestra fehacientemente por qué Indiana Jones es mejor saga que los matrix y los estarguars y los enanos de los anillos. La suscribo por completo. ¿Alguien más?